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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Sobre la (sin)razón linchadora

https://www.clarin.com/sociedad/liberaron-joven-acusado-violacion-lincharon-hombre-comodoro-rivadavia_0_wrGsn-5ao.html

No es habitual comenzar un texto con un enlace a una noticia. Por lo menos no debería serlo, y menos cuando se trata de ese “esqueleto vacío” llamado Clarín.

Sin embargo la secuencia poco menos que aterra y el citado medio (o lo que queda de él), levantó la noticia con mayor celeridad que el resto, tal vez por sensacionalismo o un poco por complejidad y extrañeza.

No se imagina igualmente nada parecido a la circunspección ante el hecho consumado ¿o sí? ¿Logrará conmover alguna conciencia la absurda brutalidad de lo ocurrido?

Sembrar pánico y desprecio por el Otro (en relación inversamente proporcional a su grado de poderío material o al lugar que el imaginario le asigna a dicho grupo en la jerarquía social vigente) ha sido y continúa siendo una de las principales tareas de  los medios masivos de comunicación, tal el empeño cotidiano que le ponen a la nada noble tarea.

Diseminar espantosas interpretaciones ideológicas -de aquellas que clausuran la posibilidad de reflexionar sobre aquello que se presenta- acerca de los hechos establecidos como noticias por los mismos medios que las enuncian (todo un ejemplo de circularidad), también[1].

Naturalizar jerarquías, mutilar identidades (el ingeniero asesinado por un delincuente, la odontóloga víctima del violador, el financista justiciero que abre fuego sobre los motochorros),  alimentar el fuego del odio de clase de manera constante[2] surgen como operaciones que de tan explícitas resultan casi transparentes, mas no menos eficaces.

En este sentido de las cosas, el trabajo de desvelar las capas de sedimento ideológico no parece tan compleja pero, nobleza obliga y realismo concede, el bombardeo constante de  temáticas asusta-gente, la instalación y des-instalación de temas en cuestión de minutos (otra agenda manejada por los propios medios) y una cierta tendencia a la pereza intelectual (propia de quienes reciben todo masticado y no tienen ganas de andar rumiando incertezas) producen cierto tipo de reacciones en cadena, del estilo de las que motivan estas líneas.

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Sin embargo, algo produce una cisura. Un auténtico acontecimiento ha desplazado el mero hecho de la serie lógica, en la que las pobres categorías que se nos proponen a diario iban a colocarlo. La tensión social, siempre latente y cruel (esa que alimenta reacciones desmedidas e histéricas) se sacude en este caso ante la mera –y más que posible- posibilidad del error.

Y con el agravante de que en Comodoro Rivadavia “ni siquiera mataron al violador” (que no era) sino a su padre, que se transforma en el ex –padre vivo de un pobre tipo al que acusaron de violación impunemente.

Uno está ciertamente acostumbrado a que la pedagogía de la crueldad, propia de las instituciones represivas, produzca “robocops sin ley” de uniforme (y otros tantos que ni siquiera lo portan, para poder identificarlos como violentos más fácilmente aunque sea).

Pero si es que aceptamos la versión que se nos ofrece desde la nota periodística (lo cual en este caso es una posibilidad no tan salvaje), vamos a encontrarnos con que son los 2 policías los que aparecen desbordados (y hasta sorprendidos) por la horda linchadora. Aún en pleno siglo XXI, siempre puede haber resquicio para algún tipo de asombro.

Repasando un poco: Ahora tenemos un niño pequeño lamentablemente violado, un violador prófugo, un hombre acusado de violación (ahora libre, pero sin padre), un pobre hombre -muerto a golpes,  acusado de ser el padre del violador que no era- y una pequeña horda de vecinos asesinos, sobre la cual habrá que indagar.

Si en Fuenteovejuna la multitud asesinaba al Comendador violador (como símbolo de la resistencia ante el poder despótico), la psicosis social bajo la cual se vive parece establecer como mandato justiciero el hecho de masacrar a golpes entre muchos a un “perejil de a pie” por robar un celular, por manotear una cartera o bolso o, como en este caso… por nada!

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En el país en el que cualquier hijo de vecino presenta como solución verbal a las situaciones sociales conflictivas aquella sutileza que reza que “hay que matarlos a todos…” (explícito síntoma lingüístico que denota la marca de una sociedad formada y reformada a fuerza de genocidios)  la distancia entre aquella turba justiciera del libro de Lope de Vega y esta de nuestro mediático presente, clava un cuña insondable sobre el incierto porvenir.

[1] ¿Cuándo y dónde se estableció que un robo sea una noticia? ¿Y un asesinato en la vía pública? ¿Y una violación? ¿Qué se persigue cuando se informa (hasta el hartazgo) sobre este tipo de cuestiones?

[2]No debe haber un mejor síntoma de la victoria (siempre mutilada y provisoria, como todo asunto humano) de lo que podríamos denominar como “episteme mass-mediática” que el hecho de que innumerables habitantes de las grandes ciudades consideren peligroso a un pobre de a pie, que intenta limpiar el vidrio de un auto en un semáforo o hacer un mango estacionando vehículos en la calle. El mote de “mafia de los trapitos o de los limpiavidrios“, en un país como la Argentina, con la proliferación de poderes que operan a media luz, con una agencia tan mórbida en lo que respecta al manejo de la cosa pública, debería ser meramente indecible y, sin embargo, recluta voluntades por doquier. Todo piojo resucitado, por el mero hecho de andar sobre ruedas está convencido de que estos dos grupitos son casi la re-encarnación de las SS hitlerianas, a las cuales por supuesto hubieran mirado con un dejo de admiración benevolente.

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Fotografía: diario Clarín

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