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Malvinas; nuestra disrupción

La guerra de Malvinas es una cuestión capital para la Argentina pos dictadura, un acto de clausura y de nacimiento, una herida que todavía sangra pero que se disputa en las memorias y debates que construyen su cicatriz. Desde ContrahegemoníaWeb reproducimos algunas notas que, más allá de su fecha de publicación, nos ayudan a pensar la cuestión Malvinas desde sus múltiples aristas: los “héroes” o “víctimas” que dejaron sus vidas antes, durante y después de la guerra, el impacto de la derrota en el gobierno dictatorial en conjunción con la lucha de los trabajadores y trabajadoras que apenas tres días antes poblaron las calles y lo siguieron haciendo después, el imperialismo y el colonialismo como otra una herida todavía abierta, el nacionalismo como arma y sentir de múltiples filos y consecuencias, el rol y las lecturas de la izquierda ante la guerra, el neoliberalismo, la democracia, el genocidio…

 

Malvinas; nuestra disrupción

Especial para ContrahegemoníaWeb

La guerra de las Malvinas sigue sonando de varias maneras,  una división  en la historia argentina de reconocidos alcances.  Un nuevo recordatorio¸ de una guerra iniciada por un Estado Terrorista de Seguridad Nacional,  debería ser una ocasión propicia para reflexionar sobre la derrota militar que hizo colapsar a la dictadura y el inicio de un nuevo periodo en nuestra historia.

Para la Argentina, como sociedad y como Estado, la clave de la cuestión Malvinas es la guerra de 1982, con su carga de vaguedad; la derrota militar que  colapsó a la dictadura y la obligó a retirarse sin posibilidades serias de imponer condiciones en el proceso de transición a la democracia, a diferencia de los otros casos latinoamericanos .No debe olvidarse que la ocupación militar de las islas en abril de 1982 concitó un fuerte apoyo popular y político, con notables excepciones.

El tema Malvinas en general, y el de la guerra en particular, está indeleblemente connotado por sentimientos que suelen obnubilar el criterio. Decir que “Malvinas es un sentimiento” es apartarlo de la razón; fue un crimen, y una aventura criminal de la dictadura genocida, de consecuencias numerosas; el rápido desmoronamiento de la dictadura genocida y una apresurado retorno al régimen democrático.

La mistificación de la causa Malvinas se montó sobre tres falacias. La falacia de una soberanía nacional, que escondía la evidencia de que el pueblo había sido despojado del ejercicio soberano del poder. Se  llamaba soberanía a una cuestión territorial. Aquellos que no se inmutaban ante el remate del verdadero patrimonio nacional, y que habían llegado al poder matando y sometiendo a todo aquel que se les oponía, se constituían en los intérpretes y representantes de la soberanía.

La cuestión es, realmente, de una dialéctica perversa, de una contradicción sin síntesis. Los derechos argentinos sobre las islas del Atlántico Sur son irrenunciables. Pero la pregunta es si la ocupación militar llevada adelante por el Estado Terrorista de Seguridad Nacional fue y es una acción defendible.  No lo fue por lo aventurado,  por la actitud irresponsable y criminal de enviar a conscriptos, civiles menores de edad, devenidos soldados temporales, no profesionales  mal armados y peor pertrechados y con oficiales militares expertos en asesinar a disidentes pero cobardes a la hora de combatir, y como si eso fuera poco, mentirosos en los mensajes triunfalistas a la sociedad y ladrones al quedarse con las donaciones que la población hizo masivamente para ser destinados a los combatientes.

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Las batallas “por Malvinas” se presentan en el imaginario colectivo como una “causa nacional” que evidencia una nacionalidad inacabada e incompleta, que la forjaron como representación de la idea de soberanía. La dictadura del llamado Proceso de Reorganización Nacional pretendió recuperar mediante un acto de fuerza una soberanía territorial sobre las islas que se le negaba a los argentinos en su propio territorio, inhabilitados de ejercer la soberanía política y sometidos a un régimen que sindicaba a un sector de la población como enemigo interno susceptible de ser exterminado.

Recordemos que el Ejercito argentino nació protagonizando dos guerras infames: la de la Triple Alianza, que descuartizó el Paraguay, que había buscado un camino independiente de los imperios– y la de la mal llamada “conquista del Desierto, que no fue otra cosa que la extinción sistemáticamente planificada de los pueblos originarios. En los dos casos se buscaba la extensión territorial, a fin de repartir las tierras entre los dueños del poder. Este fue el Ejército real, y no aquel de las leyendas escolares, que habría nacido del pueblo en la verdadera gesta de lucha contra las invasiones Inglesas, y luego, en las guerras por la Independencia.

Tuvo su bautismo de fuego en el exterminio de paraguayos y pueblos originarios, se forjó en la represión de los primeros de Mayo a comienzos del siglo pasado, en la Semana Trágica; en la Patagonia Rebelde –fusilando a los peones rurales; en la matanza de los quebrachales, para proteger los intereses de la Forestal; en los golpes de Estado, los fusilamientos de anarquistas, de obreros, en los bombardeos aéreos a los civiles en Plaza de Mayo, en Trelew, en la Triple A. Y como broche de esa sangrienta trayectoria, en la masacre sistemática, planificada hasta en sus mínimos detalles, que comenzó en la madrugada del 24 de marzo de 1976. Allí transformaron a la Nación en su propio botín de guerra. Secuestrar, torturar, violar, robar los bebés a sus madres en cautiverio, para después asesinarlas. Siempre respondiendo fielmente a los detentadores del poder económico nacional como al gran capital internacional. Autonomizados por momentos, pero siempre respondiendo cuando la dominación del poder hegemónico se veía amenazada.

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Es importante destacar la confluencia de dos crisis, la de los militares y la del gobierno conservador de Thatcher  como desencadenante inmediato de la guerra de Malvinas. El 30 de marzo de 1982 se produce la  primera protesta obrera y popular masiva contra la dictadura militar. La entonces llamada CGT de la calle Brasil o CGT Brasil, para diferenciarse de los colabores de los militares (la CGT Azopardo), había convocado a un paro nacional con movilización. Unos 50 mil manifestantes intentaban llegar a Plaza de Mayo bajo  la consigna “Paz, pan y trabajo”.   La policía y las bandas armadas de la dictadura reprimían brutalmente a las columnas que por Diagonal Norte, Rivadavia, avenida de Mayo y otras calles intentaban llegar a la plaza de Mayo. Una nueva generación de dirigentes y activistas tenía su bautismo de fuego en las calles, saliendo de las sombras del silencioso y riesgoso trabajo clandestino. La dictadura había culminado la operación exterminio, que comenzó con la Triple A, de las organizaciones populares, de la militancia social, política y cultural. No obstante, sobrellevando las dificultades que supone  la clandestinidad, la resistencia a la dictadura  se iba articulando, lo que se pudo comprobar en esta movilización. Pese a que en ese día las principales ciudades del país fueron realmente ocupadas por las fuerzas represivas,  el paro tuvo alcance nacional y se realizaron manifestaciones en varias provincias. La dictadura que había devastado el país y aparentemente abatido el movimiento social con la práctica sistemática del terrorismo de Estado, comenzaba  a mostrar signos de resquebrajamiento.

La guerra de las Malvinas era la continuación de la política del genocidio. La “causa” de Malvinas cayó como anillo al dedo para encontrar una salida a una crisis política, económica y social. La miopía de la clase dominante en su conjunto, acompañada por un coro multitudinario, no advirtió que el mundo era más complejo.  Esa movida en el tablero también le servía a la Inglaterra de Margaret Thatcher, a Ronald Reagan y a la OTAN.

La sensación de que se  asistía a un salto al vacio era percibido por pocos,  se estaba ante una fiesta, como si fuese un mundial de fútbol; en un contexto de feroz dictadura,  expresiones en contrario  eran poco visibles.  La propaganda oficial, especialmente la Televisión, se encargó de exaltar el chovinismo a un nivel tragicómico. Las celebridades recolectaban joyas para un fondo patriótico, en las escuelas se pedían aportes de chocolates para los soldados, donaciones que nunca llegaron a destino. Se mostraba en todos los medios de comunicacion el aporte patriótico de las clases altas y medias de Buenos Aires, mientras los más pobres, desde los rincones más humildes del país, ponían sus hijos como soldados, sin preparación ni equipo adecuado, que pasaban  hambre y frío, sufriendo crueles castigo de sus jefes, salvo muy pocas excepciones ineptos, solo entrenados para la represión interior y los grupos de tareas de la  dictadura.

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El Estado argentino pretendía reclamar hacia fuera lo que no podía cumplir hacia adentro, con su propia población. Se produjo, sin embargo, un hecho que escapó a las previsiones y manejos de sus propios actores protagónicos; el destino fatal de aquella operación produjo el reencuentro de la Argentina con América Latina, el heroísmo de los soldados argentinos contrastó con el descalabro del régimen militar y contribuyó indirectamente al inicio del proceso de democratización en el país y en la región.

Las consecuencias de  la trágica aventura de Malvinas, en lugar de una prórroga de los militares en el poder y restaurar la imagen de los dictadores, los llevó a su descomposición y al descrédito. Como contrapartida, la guerra  forjó a la “dama de hierro”, encumbró a la Thatcher como uno de los monumentos vivientes del neoliberalismo. Los primeros derrotados fueron los mineros ingleses y tras ellos cayeron las conquistas de la clase obrera y de los sectores populares británicos en  la postguerra.  Thatcher quedó siempre agradecida por la ayuda de los militares argentinos.

La gran paradoja de Malvinas como acontecimiento bélico es que “democratizó” una cuestión que había sido materia exclusiva de militares, geopolíticos y diplomáticos; la encarnó en las generaciones jóvenes que irrumpieron nuevamente en escena como víctimas y se convirtieron en protagonistas; y la transformó, de tal modo, en un hecho social. La democracia recuperada quince meses después, y los juicios a los máximos responsables del terrorismo de Estado y la guerra en el Atlántico Sur fueron indirectamente tributarios de aquel descalabro provocado por la implosión dictatorial y el horror que dejaron tras su paso. Aquellos soldados que volvieron de las islas, ignorados y abandonados a su suerte, fueron también los padres de esas conquistas.

La  guerra argentino-británica de 1982 encierra significados que trascienden su relevancia geopolítica externa y su lugar en la historia política nacional. Malvinas se transformó también desde entonces en “nuestro acontecimiento” social disruptivo, aquel que fraguó los tiempos históricos que hoy estamos viviendo, como pueblo capaz de pensarse, examinarse, autocuestionarse, construirse a sí misma y autodeterminar su destino.

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