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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

La alternativa de la hora es liberación popúlar o FMI

En Ecuador, el pueblo se levanta contra el ajuste propuesto por el Fondo Monetario Internacional. En Haití toma las calles para expulsarlo junto al imperialismo y sus aliades. Mientras tanto, en Argentina, Bolivia y Uruguay esperamos que las urnas decidan nuestro futuro próximo. ¿Se prepara una nueva tregua, o comienza un nuevo ciclo de luchas por la emancipación?

I

El FMI es un asiduo visitante. Dice venir para auxiliar a un enfermo, nuestras economías infestadas por el virus del populismo. Con un recetario igual para todos los casos, viene y se va, pero sus intervenciones siempre nos dejan maltreches, peor que antes. A lo sumo crean las condiciones para un renovado ciclo de explotación y destrucción de nuestras vidas. Si su ajuste “sale bien”, habrán caído los salarios, aumentado la precariedad laboral y la expropiación del trabajo no remunerado, y la seguridad jurídica estará garantizada para la expoliación capitalista y patriarcal de cuerpos, saberes y territorios.
Pero claro está, el programa del Fondo no puede salir bien. O al menos, su éxito está supeditado a la resistencia popular, o a su ausencia. En las economía dependientes hay pueblos atentos, capaces de enfrentar la voluntad de poder del gran capital imperialista. En estas economías, la mercantilización de la vida, la enajenación de nuestro tiempo vital, no ha logrado congelar la lucha de clases. Ella se presenta periódicamente para configurar un límite al proyecto del trabajo muerto, del capital y sus ejércitos. Siempre hay muertes, pues el capitalismo mata; pero en la lucha nacen millones.
En estos momentos en América Latina hay pueblos alzados contra los programas del FMI. En Haití, las calles están colmadas de pueblo exigiendo el fin de la ocupación de la MINUSTAH y el ajuste del FMI. En Ecuador, el “traidor” de Lenin pretende seguir a pie juntillas el plan acordado y el pueblo ha decidido decir ¡Basta! ¿”Traidor”? Qué palabra inapropiada, que sólo califica al “delfín” de Correa sin explicar nada.
El ajuste de Lenin M. en Ecuador viene a poner en evidencia lo que todes sabemos: el capitalismo nos lleva siempre a la crisis. En el capitalismo dependiente esas crisis son más profundas, más intensas, y -en general- acompañadas de las recetas del Fondo (o de sus aplausos y elogios, como en el capitalismo-andino en Bolivia).
No debe sorprendernos: la crisis capitalista viene a reorganizar las relaciones de explotación. El recorte de los gastos públicos en programas sociales y subsidios a nuestro consumo (nunca en el pago de la deuda) busca reducir el costo de nuestras vidas para el capital. Nuestras resistencias enfrentan el ajuste en el Estado y en el territorio, en nuestros lugares de vida y trabajo (fábricas, oficinas, escuelas, barrios, familias y comunidades).
A través de las estrategias de desarrollo capitalista lideradas por las clases dominantes, hemos construido nuestras vidas en torno al Estado de bienestar (precario); el capital golpea primero allí, en ese punto frágil. El Estado es ese territorio que conocemos poco y controlamos menos; ese espacio social donde empresarios y financistas entran sin pedir permiso, pero donde el pueblo debe solicitar audiencia para ser eventualmente atendido y normalmente reprimido.
El capitalismo avanzó en la destrucción de nuestras comunidades. Muchas de las estrategias comunes de reproducción social han sido desarticuladas; la organización popular fue desplazada por la gestión estatal. En países como Argentina ese avance ha sido brutal en las últimas décadas. En otros territorios como el Ecuador el pueblo organizado ha sabido resistir mejor. Son esas comunidades organizadas las que lideran la revuelta.

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II

El ajuste capitalista (bajo la forma de una imposición externa: “acuerdo con el FMI”) nos pone contra la espada y la pared. Pagar la deuda parece un fin en sí mismo. Pagar a costa del “sudor, la sangre y las lágrimas” del pueblo, dijo (parafraseando) el presidente Nicolás Avellaneda a fines del siglo XIX. “Sudor, sangre y lágrimas”, cuánta precisión analítica: pagar sin más, poner nuestra fuerza vital al servicio de la muerte.
Para pagar, se nos dice, hay que ajustar, es decir recortar nuestro tiempo libre para dedicar más tiempo a producir valor capitalista. Nuestro tiempo vital en sus múltiples facetas se reduce a una sola cosa: tiempo abstracto, tiempo apropiado por el capital (directamente o a través del Estado) para ser incorporado en el ciclo global de explotación de nuestras vidas. Por ejemplo, el “paquetazo ecuatoriano” supone la reducción a la mitad en los días de vacaciones para les trabajadores del sector público y la confiscación (a favor del fisco) del salario correspondiente a un día de trabajo por mes.
El ajuste ataca nuestra reproducción vital. No es simplemente una reducción de “gastos”, o un cambio de “prioridades”; tampoco, la “necesidad” de “modernizar las relaciones laborales” o “dar sustentabilidad” a la política económica. El ajuste fondomonetarista busca rearticular las relaciones entre el trabajo libre y el trabajo apropiado por el capital, transformando a la vez el vínculo entre trabajo remunerado y no remunerado, productivo y reproductivo y de cuidados.
El ajuste pretende permitir al capital avanzar sobre nuevos territorios “insuficientemente” explotados o inexplorados. Como nos explicaba Rosa Luxemburgo, el imperialismo (y también el subimperialismo) busca expandir las relaciones capitalistas más allá de las fronteras conocidas, penetrando en nuevos territorios. La crisis capitalista aparece así como una nueva oportunidad para desplazar la frontera agropecuaria, destruyendo los montes y las comunidades; es un intento de avanzar sobre tierras ancestrales y “explotar” las riquezas naturales como en Vaca Muerta al sur de Argentina, devastando a su paso la vida social. La crisis busca meter el capital aún más en nuestras casas y comunidades, acelerando el endeudamiento popular, precarizando más aún nuestros empleos y trabajos cotidianos, cosificando nuestros vínculos a través del dinero.
Dado el carácter integral del ataque de la crisis capitalista sobre nuestras vidas, son los cuerpos feminizados quienes están en la primera línea de la resistencia. Elles encaran el centro del trabajo de la reproducción vital de nuestras comunidades y, por lo tanto, toman en sus manos la tarea de enfrentar aquello que ponen en riesgos sus vidas (y las nuestras).
La resistencia feminista al ajuste imperialista pone en cuestión la totalidad de las formas de producción y reproducción. Como nos cuenta Silvia Federici, esa resistencia abre la posibilidad de crear nuevas formas de producción de lo común. La producción de comunidad, de nuevas formas de reproducción social, son la base, el fundamento, de un nuevo mundo por construir. Son las mujeres y cuerpos feminizados (su resistencia, su capacidad de lucha y su imaginación política) las que se encuentran en el centro de ese nuevo mundo por venir. En Argentina, el 34 Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Bisexuales, Travestis, Trans y No Binaries, expresa la potencia de esa fuerza organizada, con medio millón de compañeras movilizadas en las calles de la ciudad de La Plata durante este último fin de semana

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III

En América Latina parece estar renaciendo un proceso de resistencia colectiva al capitalismo trasnacional. Desde los territorios dependientes nacen nuevas esperanzas.
Surge -como siempre- la pregunta por la táctica y la estrategia. Está claro que no hay posibilidades de lograr nada sin resistir. Sin inventar, sin crear, sin renegar de lo establecido, no hay destino posible más que la muerte sobre la que el capital construye sus cimientos. La única salida es enfrentar a la muerte con la vida, rechazar el ajuste con la creatividad política, con nuestros cuerpos en el territorio, en las calles, en las casas y en las camas (como dicen mis compañeres).
Enfrentar el ajuste poniendo nuestros cuerpos-territorios al frente de la lucha. Resistir es crear un mundo nuevo a partir de nuevas prácticas. Rechazar el programa del FMI es negarse a la paciencia y  la resignación. No hay futuro de libertad si negamos nuestra capacidad de construirlo. Nuestra lucha es la que pone límites a lo establecido pero también la que construye el poder popular necesario para soñar y crear otros mundos posibles.

 

Fuente: Zur. Pueblo de Voces

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