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La denuncia contra Kobe Bryant: ¿por qué se trata peor a las víctimas de violación que a los violadores?

La actriz argentina Thelma Fardin fue atacada por trabajar en una obra en Mar del Plata y tener una propuesta televisiva. La actriz Evan Rachel Wood sufrió un escarnio público virtual por recordar la denuncia de violación contra Kobe Bryant. ¿Por qué se castiga más a las denunciantes de violación que a los denunciados? ¿Por qué la sociedad no se pone en el lugar de las víctimas?

“Hombres (y mujeres) necios que acusáis

a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis:

Si con ansia sin igual solicitáis su entrevista,

¿por qué queréis que no puedan estar bien

si ya las trataron tal mal?”

(Reversión de Sor Juana Inés de la Cruz, tan vigente como en 1690)

Luchamos para que las víctimas de abuso sexual puedan trabajar, no para que tengan que explicar por qué trabajan. Luchamos para que el trabajo sea un derecho y el deseo un lugar sin atropellos, no para que después de que fueron atropellados sus deseos pierdan todos sus derechos. Luchamos para que no les apaguen la voz, no para que cada vez que hablan les digan cómo hacerlo. Luchamos para que dejen de frenarlas, no para que las frenen para pagar por siempre el precio de haber sido abusadas.

El mayor logro que podemos festejar es que el abuso sexual deje de ser un delito permanente y las sobrevivientes trabajen y no bajen los brazos. Las queremos vivas y libres. Sin pedirles que hagan como si no pasó nada. Sin omitir las huellas, marcas y traumas. Sin que suelten el pedido de justicia y el dolor que acompaña. Pero sí felices y dueñas de su propio futuro.

A las chicas las abusan en la calle cuando vuelven de bailar. Y queremos que bailen. Las violaron en el hotel de una gira laboral mientras actuaban. Y queremos que actúen. Las cortaron en el baño de un bar porque querían divertirse. Y queremos que se diviertan. Las sometieron en el taxi a la vuelta de una noche de amigos. Y queremos que viajen.

“Yo a ella (Thelma) le creo todo desde el primer momento. Pero que use una denuncia y un tema tan sensible en este momento para las mujeres para hacer teatro, ser cabeza de compañía y querer ir al Bailando, me hace ruido y me molesta”, la castigó Yanina Latorre, sobre la participación de la actriz en la obra “Fuera de línea” en Mar del Plata y la propuesta para que haga alguna aparición en “Showmatch”.

Thelma Fardin empezó a trabajar a los ocho años con “Pequeños fantasmas” en el Multiteatro; a los diez hizo un programa en Canal 7 que se llamaba “Chicos argentinos” y a los trece llegó a “Sos mi vida”.

A los catorce años integró el elenco de la serie “Patito Feo”, producida por Ideas del Sur, en la televisión, estuvo en las 34 funciones en el Gran Rex y en una gira latinoamericana de teatro por Uruguay, Paraguay, Venezuela, Colombia, México, Honduras, El Salvador, República Dominicana y Nicaragua.

El 17 de mayo del 2009 terminó la gira de “Patito Feo” en Managua. A los dieciséis años tuvo que enfrentar el peor momento de su vida. En el 2019 la justicia de Nicaragua pidió la captura a Interpol de Juan Dhartés por violación agravada.

Nadie se preguntó por qué su ascendente carrera estaba más apagada. Ahora se preguntan por qué su carrera sigue o asciende.

¿Por qué se trata peor a las víctimas de violación que a los violadores?

El 26 de enero murió en un accidente en helicóptero el basquetbolista Kobe Bryant, de 41 años, junto a su hija y otras siete personas. “Fue un héroe deportivo. También fue un violador”, dijo la actriz Evan Rachel Wood y le llovieron críticas. El deportista fue denunciado por violación y admitió que tuvo relaciones sexuales con su denunciante sin su consentimiento.

Sin embargo, la víctima fue tan vapuleada socialmente que desistió de testificar ante la justicia y llegaron a un arreglo. El precio de denunciar fue más alto que el de ser denunciado. No es una excepción. Es una regla. Que se repite hasta aleccionar a muchas (como un golpe en los dedos): que no hablen, que no cuenten, que no denuncien.

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Y si lo hacen van a tener que recibir un vendaval de críticas, operaciones, investigaciones sobre su familia, miradas sospechosas de los varones que les gusten, que no van a volver a tener novio, que no van a trabajar. Y que si las llaman para trabajar ¡las van a acusar de que denunciaron para trabajar!

La muerte conmueve. La pérdida de Kobe Bryant forma parte de velorios mundiales –que hoy se expresa también por las redes sociales en donde “los famosos despiden a …”- como una nueva forma cultural de pésame.

Incluso para quienes no seguimos a la NBA las imágenes del helicóptero son dolorosas. El horror de morir en un vuelo caído es uno de los fantasmas peor vividos por quienes tememos volar. Y, además, para todos los que tenemos morir sufriendo y/o que sufran quienes queremos.

Y aunque volemos sentimos cada vez que una turbulencia sacude la fragilidad con la que desafiamos el cielo que la muerte se acerca. En ese acto en el que cerramos los ojos y pensamos en nuestros hijos y nos preguntamos quién nos mando a andar sacudidas por la tempestad de los cielos.

No podemos sino ponernos en el lugar de quien está ahí y siente que va a morir, como con los mensajes de los pasajeros del transporte usado como misil y estrellado en las Torres Gemelas, en Nueva York; el accidente de Lapa, en Aeroparque; el avión ucraniano derribado en Irán o los jugadores del equipo de fútbol de Brasil Chapecoense que murieron en viaje a Medellín.

Y la imagen de su hija Gianna María, también fallecida en el accidente, en las fotos junto a él es muy dolorosa. Ya solo quedan nudos. No palabras.

Es tan duro pensar en una muerte así que -a pesar de que la editora de género de Infobae, Gisele Sousa Dias, me pidió la nota, con razón, por los debates que se suscitan en torno a qué pasa con un personaje reconocido con antecedentes de violación- me costaba escribirla.

¿A quién no le duele la muerte? ¿A quién no le dolería cuando piensa en la muerte de quienes quiso y admiró y, sin embargo, fueron actores de violencias injustificables? ¿Quién no se siente acorralada por una contradicción vital de compasión y reprobación?

“¿Será que el duelo nos aprieta? ¿Qué la muerte nos vuelve más cercanos a nuestros enemigos? ¿Para darnos falsas esperanzas? ¿Y para qué sirve la vida?”, se pregunta Helena, el personaje de una chica joven que fue abusada por su profesor en el momento en que va a su velorio en el libro “El funeral de Lolita”, de la escritora española Luna Miguel.

La muerte no anula la violación. Y no hay manera de que el dolor pueda o tenga que borrar lo que el dolor provocó a otras personas. Justamente por eso nadie pide la pena de muerte, sino el cambio social.

Por lo tanto la muerte no tiene que dejar de doler. Sin embargo, la violación tampoco se puede borrar. Pero el punto es ese: la muerte de Kobe Bryant duele porque, como un reflejo, nos ponemos en su lugar.

¿Y quién se pone en el lugar de las chicas violadas?

A él la joven le decía que no quería ser penetrada. Y siguió. No la escuchó. No le importó su deseo. No pidió su consentimiento. No respetó su cuerpo (se probaron lesiones físicas compatibles con la violación). En definitiva: no se puso en su lugar.

Y tal vez ahí, justo en ese lugar, sea donde –más allá de las penas, de las soluciones, de las sanciones y avisos fúnebres- podemos pensar más que en el castigo en la forma de encontrar una propuesta posible: pónganse en el lugar de las chicas violadas.

Pónganse en el lugar de las chicas violadas.

Piensen en sus cuerpos. Sientan su miedo. Tiemblen como ellas. Corran en la ducha cada gota que escupe la brutalidad de la fuerza. Revisen sus temores. Cuenten las presiones para ver por qué dijeron o dejaron de decir. Sientan que su piel deja de ser la misma. Y después piensen qué les pasaría si les dijeran que si lo cuentan es peor, que si denuncian es peor, que si buscan ayudar a otras es peor. Y que si quieren ser felices –en su trabajo, su vida, su familia- es peor.

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Pónganse en el lugar de las chicas violadas.

Hagan el ejercicio.

No solo para sufrir. También para ver si soportarían vivir toda una vida como si la violación no se hubiera detenido. Y para demostrar que fueron violadas tendrían que pagar el precio de la violación permanente. Sin bailar, sin amar, sin sonreír, sin gustar, sin gritar, sin equivocarse, sin contradecirse, sin crecer, sin disfrutar.

Pónganse en el lugar de las chicas violadas.

Si muchas de las personas que defienden a los abusadores o que creen que una muerte trágica borra la violación (a la que se define como una “mancha”, como si el dolor de una mujer se sacara con jabón en polvo) se pusieran en el lugar de las víctimas de abuso estaríamos más cerca de pensar en un mundo con menos abusos que en los abusadores victimizados porque les toca algún grado de sufrimiento o de tironeo en sus honores.

No es no. Y eso no hace menos triste una muerte. Pero no se puede borrar. Ni separar el aro –o la obra- de la historia personal. Sí se puede –y en eso andamos- pensar formas judiciales, sociales, mediáticas y alternativas de ver cómo salimos de la violencia sexual sistematizada que daña a las mujeres y trans.

—A nosotras nos toca poner el cuerpo y el costo es alto— me dice Gisele Sousa Dias en los mensajes de teléfono mientras pensamos la nota y me traslada los debates de redacción que desnudan que hoy estamos frente a dilemas existenciales porque las mujeres ya no queremos una existencia abusada. Y decir no, en una sociedad abusiva, no es gratis.

—Estoy cansada— me dice Thelma Fardin, cuando su nombre aparece como trending topic en Twitter para fustigarla porque la quieren meter en el barro de los elencos del verano y porque le ofrecieron ir a un programa de televisión durante el año.

Le doy fuerzas mientras se me caen las lágrimas. Quisiera protegerla. Que la dejen tranquila. Y que entendamos que verla feliz, en su trabajo y en su vida, es mucho más importante –incluso- que cualquier sanción que podamos conseguir.

Porque si las denuncias no son por una, sino por muchas, no son solo por lo que pasó sino para que no siga pasando. No son solo por el momento del abuso, sino para que no permanezca como un delito irrefrenable.

Thelma Fardin es actriz y referente feminista: que ella actúe, hable, escriba y haga –y si quiere bailar que baile- lo que más le guste, es la mejor pantalla lograda: que se puede salir y que el abuso termine para empezar con las decisi ones –y deseos- sobre la propia vida.

Escribo sobre qué hacer con un hombre que reconoció su violación porque se murió y el mundo entero se ofende si se lo menciona y hablo con Thelma mientras es castigada porque sigue con su vida después de una violación.

La conclusión cierra como en un círculo perverso en donde castigamos más a las vivas que a los muertos y se permite más la crueldad hacia las mujeres que denunciaron abusos que la mera mención de quienes reconocieron ejercer abusos.

¿Por qué se trata peor a las víctimas de violación que a los violadores?

Thelma Fardin es actriz. Pero además no “usa” una denuncia, como dijo Yanina Latorre. Su caso es emblemático en la Argentina y en el mundo. Y tuvo un efecto social que la convirtió en referente feminista para muchas otras chicas. Y cambió la recepción de las denuncias públicas por parte del Estado.

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A partir de su denuncia, en diciembre del 2018, en solo 72 horas, aumentaron un 2.275 por ciento las llamadas en la Línea Nacional contra el Abuso Sexual Infantil (0800-222-1717). Los datos muestran el impacto social del quiebre del bozal a las víctimas de violencia sexual que produjo la voz de Thelma con el lema “Mirá como nos ponemos”.

Thelma Fardin escribió el libro “El arte de no callar. Autobiografía entre el silencio y la impunidad”, de Editorial Planeta, que devela la impunidad judicial de las denuncias de abuso y la revictimización de las denunciantes.

“Vi cómo nos querían callar. Vi cómo me mantuve callada. Escuché sobre las cartas documentos a las víctimas y algo en mí se rompió. ¿Cómo no indignarse viendo esa amenaza tácita para todas aquellas que aún no habíamos hablado?”, se pregunta Thelma Fardin en el libro.

La tarde en que conocí a Thelma Fardin, a principios del 2018, merendamos y escuché el relato, casi igual, que como llegó a la justicia de Nicaragua en diciembre de ese año.

—Te van a criticar, es inevitable, hay que aguantar, pero tenés que hablar—le dije, entre abrazos, el hummus que acomodaba la tarde y un cariño que se iniciaba y que es cada vez más grande.

No creo que todas las mujeres que sufrieron abusos tengan que hablar. No hay un manual, ni una fórmula. Lo único que vale es lo que le haga bien a cada una. Pero Thelma tenía que denunciar. El coraje estaba en su ADN, la necesidad de no aguantar y el talento remendado entre viajes y la pelea laboral después que quien hoy tiene pedido de captura por violación le dijo que compensaba la violencia con su acomodo laboral.

Thelma no aceptó. Lo pagó caro. Ahora puede trabajar. Y decidir su futuro. Es una victoria contra el abuso.

¿Por qué se trata peor a las víctimas de violación que a los violadores?

La actriz Evan Rachel Wood sufrió un escarnio público virtual por recordar la denuncia de violación contra Kobe Bryant. El sufrimiento de las víctimas de abuso y acompañantes de las denunciantes –por más que la sociedad diga, escriba, marche y simule condenar los abusos- es tan alto que puede asemejarse (sin banalizar la tortura directa) a la lapidación con piedras que sufren quienes son violadas (porque son castigadas como adúlteras) en países como Afganistán, Nigeria o Somalia.

Bryant fue denunciado en el 2003 por una empleada de un hotel de Colorado. Ella fue fustigada con los argumentos que siempre ponen a la víctima en villana: buscar plata, mentir, querer dañarlo y hasta ser racista. El basquetbolista, primero, negó las relaciones. Después se encontró su ADN en el cuerpo de ella y él adujo que la relación sexual fue consentida. En el 2004 se desestimó el juicio porque la joven, tildada de loca, no tuvo fuerzas para seguir adelante.

Ella no aguantó los ataques sobre su vida privada y la adjudicación de problemas mentales. Al final del proceso admitió que habían sido sin consentimiento. Hicieron un arreglo civil extrajudicial en el que él pagó –se estima- dos millones y medio de dólares.

En el 2018 la actriz Evan Rachel Wood relató, en el Congreso, que fue violada y torturada por su ex novio. Ahora sufre la condena social que le adjudica llevar el Me Too demasiado lejos.

El domingo la periodista Felicia Sonmez, que trabaja en el Washington Post, compartió un artículo en el que se dan detalles del proceso. A partir de ahí cientos de usuarios de redes sociales comenzaron a atacarla. Ella contó que más de diez mil personas le enviaron comentarios y amenazas de abuso y muertes. Después borró los tuits. Además fue suspendida en su trabajo.

¿Por qué se trata peor a las víctimas de violación que a los violadores?

“Fue un héroe deportivo. También fue un violador”, escribió Evan Rachel Wood. “Y todas estas verdades pueden existir simultáneamente”, concluyó en su tuit.

Fuente: Infobae

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