La crisis y el aislamiento golpean fuerte.
Todxs estamos pendientes de las noticias sobre el desarrollo de la pandemia en la Argentina y en todo el mundo. Somos especialistas en curvas de crecimiento de casos, hablamos de la ventaja del modelo chino, nos alarmamos con la situación de Italia y España, criticamos a Trump y Bolsonaro y reenviamos audios y videos que nos llegan de todos lados sin pensar mucho cuánto tienen de cierto ni para qué sirven.
¡Y nos cuidamos!
El presidente bajó las indicaciones, los sectores mayoritarios de la oposición cerraron filas, TN y C5N se parecen bastante y la consigna “quédate en casa” se hizo masiva, de sentido común, indiscutible.
Pero muchxs no pueden quedarse en su casa.
Miles y miles de trabajadorxs son parte de “servicios esenciales” y cumplen sus tareas habituales (o incluso acrecentadas) sin que nadie se preocupe demasiado por las condiciones en que deben hacerlo.
En las villas, en las barriadas más pobres, millones de argentinxs no pueden cumplir la consigna. Porque viven cinco o nueve personas en una casita de 4 x 4 (acá son metros, no ruedas). Porque no tienen agua potable. Porque les falta de todo. Porque en lugar de vaciar góndolas de grandes super haciendo una “compra grande” para “estar tranquilxs y salir poco” tienen que caminar todos los días a un comedor para recibir el alimento necesario. O quizás volver con las manos vacías. Como ejemplo, dos situaciones que se dieron en escuelas de Rosario pero que se repiten: barrios de los más pobres, escuelas primarias con muchxs alumnxs, cada una debe entregar cada mediodía 500 raciones en bandejas descartables; la comida llega de la Cocina Centralizada que funciona en Baigorria y un grupo de asistentes escolares, directivxs y maestrxs la fracciona velozmente mientras en la vereda se arma la cola de madres. Pero este viernes no alcanzó. Aunque achicaron y achicaron las porciones del “salpicón”, en las dos escuelas no llegaron a las 300 raciones. Angustiadas, tristes, “humilladas y ofendidas”, una cantidad de madres volvieron a su casa con las manos vacías. Otras se llevaron una bolsita con un pan, una naranja y un alfajor. Y encima era viernes y los comedores de las escuelas en general no funcionan sábado y domingo.
Más allá de lo necesario del aporte del Estado, más allá de coincidir con algunas de las medidas dispuestas desde el gobierno, estoy convencido de que la crisis nos reclama otra cosa que “quedarnos en casa” (lxs que pueden) y reclamar mayor severidad para lxs que no cumplen con algunas indicaciones. (Aunque sería fantástico que a algunxs personajes como al dueño de Vicentín que pasea en su yate, los mandaran una temporada a una cárcel común; aunque también habría que proponer un destino similar para Paolo Rocca de Techint que en medio de la pandemia despidió cerca de 1500 trabajadorxs).
Para mí se trata de que asumamos el desafío de encontrar los caminos para intervenir colectivamente en esta crisis. No puede ser que la principal forma de intervención política sean los repetidos aplausos balconeros de la clase media (en estos días encontré otra razón para celebrar vivir en un barrio).
Necesitamos mucha organización popular y la búsqueda de propuestas políticas y caminos colectivos. Con ideas y acciones desde abajo. Estoy un tanto cansado de escuchar esa cosa entre optimista y mágica que propone que “de esta crisis tenemos que salir mejores”. Hay que construir los caminos para que eso pase.
Las escuelas pueden deben ser un lugar para que algo de esto suceda. Ya está ocurriendo en parte con el compromiso de algunxs. Pero se trata de multiplicarlo. Es la comida (que cada vez va a ser más urgente) pero también hay otras necesidades igual de urgentes que crecen. Porque falta de todo. Porque la violencia de género y sobre lxs niñxs crece en el marco de esta crisis. Porque la tentación represiva está a la vuelta de la esquina.
“Comunizar o militarizar” escribe Sergio Zeta
Médicos y no policías nos propone Daniel Paz.
La alternativa está clara.
*De Juan Pablo Casielo, docente y dirigente de Ansafe Rosario*