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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Guayaquil: el foco de infección fueron los ricos

Fue durante el mes de octubre, en medio de las protestas que conmocionaron a todo Ecuador y que por poco terminan con el infame gobierno de Lenin Moreno. La socialcristiana alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, ordenó el bloqueo del “Puente de la Unidad Nacional” para evitar la llegada de los manifestantes a Samborondón – un cantón aledaño a la ciudad, en donde viven las élites guayaquileñas. Bloquear un puente con semejante nombre, justo en aquella coyuntura fue hacer de la metáfora una franca redundancia. Al mismo tiempo Jaime Nebot, mentor político de la alcaldesa, reiteró el sentido de este gesto invitando a los manifestantes “a regresar al páramo”, aludiendo al carácter indígena de la manifestación y preparándose para recibir a un Moreno que escapaba de una capital ya tomada por los manifestantes.

En aquella coyuntura emergió también la otra Guayaquil: mientras en varias ciudades de la sierra organizaciones populares demostraban ejemplares niveles de organización en su lucha en contra del gobierno, las redes sociales se vieron inundadas con imágenes de saqueos en aquella ciudad, por parte de quienes aprovechaban la violenta conmoción social. A principios de los años 20 fue precisamente allí, en la ciudad de Guayaquil, en donde el partido socialista ecuatoriano recibió su bautizo de sangre durante la Masacre del 15 de noviembre. Un siglo más tarde poco queda de aquella organización popular, en una ciudad en la que políticos como Nebot han empleado el discurso regionalista para canalizar el descontento popular hacia donde les resulta conveniente.

Aquellas dos escenas reflejan la dualidad de una Guayaquil que resume las contradicciones sociales de aquel país andino: en el cantón Samborondón la oligarquía – los llamados “pelucones” – prospera en lujosos conjuntos residenciales; en torno a su riqueza se extiende la ciudad de Guayaquil, con los más altos niveles de pobreza, de informalidad y de delincuencia a escala nacional.

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Hace apenas dos semanas, el vicepresidente del país anunciaba que solo Samborondón concentraba 23 casos, frente a 58 en la ciudad de Guayaquil. Mientras que en aquel cantón hay 62.000 habitantes, en esta última se concentran 2’300.000. Las autoridades fueron cuidadosas al momento de formular una explicación sobre la inusitada concentración del virus allí y los medios privados han sido cómplices al respecto. Pero en redes sociales se ha difundido que, pocos días antes de la publicación de aquellas cifras, se habría realizado un matrimonio entre dos integrantes de aquellas élites, con cientos de personas invitadas. A los pocos días, un asambleísta, familiar de uno de los homenajeados resultaba positivo del COVID-19, así como el alcalde de Samborondón y por lo menos otros 6 alcaldes de la provincia. El prefecto de aquella, perspicaz pero cauteloso, lanzaba un trino en donde parecía insinuar el vínculo entre aquellos dos sucesos. Hace pocos días, los medios registraron cómo de nuevo las autoridades tuvieron que intervenir un conjunto residencial del área, en donde se jugaba un partido de golf cuyos participantes pretendían que, ni el virus ni el estado de emergencia eran asunto suyo.

Y claro, los “pelucones” de Samborondón no se lavan ellos mismos los trastes, no cocinan su comida, no limpian sus casas ni arreglan su jardín. Es por esto que aquella inconsciencia altanera que les caracteriza y que se reveló de nuevo en plena pandemia va cobrando víctimas al otro lado de las murallas de sus conjuntos, en una ciudad que concentra ahora casi todos los casos del total nacional. En la gestión de aquella crisis, la diferencia de clase es también evidente. Los servicios de salud realizan pruebas puerta puerta en Samborondón y los servicios de aseo desinfectan las calles del cantón, mientras en Guayaquil los hospitales no aguantan el hacinamiento y los muertos son dejados en los andenes y en las entradas de las casas. En donde viven los pobres, a la epidemia del coronavirus se suma la del dengue: ya van más de 5000 casos en la ciudad, doblemente asediada.

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La oligarquía guayaquileña ha bloqueado puentes y construido muros para defenderse de aquella pobreza e injusticia social que su propia acumulación de riqueza ha creado. Y en medio de esta crisis ha demostrado que, resguardada en la seguridad que le proporciona su poder económico y político, poco le importa lo que pase al otro lado. Pero los pobres de Guayaquil y de la sierra están allí, peleando, como siempre, por sobrevivir. Y pronto volverán a llenar las calles de las ciudades ecuatorianas a reclamar lo que les pertenece y a construir un nuevo puente de unidad nacional, una unidad popular que ninguna oligarquía podrá bloquear de nuevo.

 

Fuente: Trochando Sin Fronteras

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