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Gerardo Morales, su pasado progresista y los lineamientos del Alcalde Diamante

Especial para Contrahegemonía

Gerardo Morales, gobernador de la provincia de Jujuy, parece haberse posicionado en el tablero nacional aun con más fuerza a partir de la pandemia del coronavirus. Sin pasar desapercibido, clave para todo político, una doble mirada recae sobre él: para la oposición de derecha -nucleada mayormente en Cambiemos- es ya un presidenciable, con amplio apoyo en el norte, en el partido radical y en los medios de comunicación; mientras que para la mirada progresista y de izquierda representa, junto a Patricia Bulrrich y Miguel Ángel Pichetto, la expresión más extrema de una concepción xenófoba rayana en el fascismo. Pero ¿fue siempre así? Si repasamos su pasado político veremos que en verdad supo ser, quizás, un referente del propio progresismo. Y si esto es así surgen al menos dos cuestiones a explorar: por qué cambió, y que tan volátil es la mirada progresista y el tablero político en sí. 

“El contador”, como se lo conoce en el norte, asumió la gobernación de Jujuy en diciembre de 2015 con dos hechos claves que marcarían su mandato: la prisión de Milagro Sala y el triunfo nacional de Mauricio Macri. Ello, junto a sus primeras medidas asociadas a los lineamientos neoliberales del gobierno nacional, hicieron -como dijimos- que rápidamente se extendiera en los sectores progresistas del país una mirada sobre Morales que lo calificaba como el mejor alumno de Cambiemos, como un pro empresario modelo, o directamente como un fascista recalcitrante. Para quien conocía su trayectoria, esta mirada planteaba algunas dudas quizás porque tendía a revalorizar no ya el accionar para muchos cuestionable de Milagro Sala (con quien ciertamente Morales supo tener una excelente relación) sino el de los históricos encumbrados “oligarcas” locales que desde el Partido Justicialista habían manejado la provincia igual o peor que lo que venía haciendo el nuevo gobierno. ¿El “poder real” había cambiado de manos, o solo de administración? Incluso si aceptamos que la elección de 2015 fue un parteaguas a nivel nacional, no era fácil transpolar esa visión a la provincia de Jujuy, más allá del cambio de signo del gobierno. Veamos entonces primero cómo podría haber sido la mirada progresista actual en las dicotomías que lo tuvieron como protagonista en el pasado.

Morales comenzó su carrera política en las filas universitarias de la Franja Morada durante la conquista democrática, destacando como un importante dirigente, y se mantendría en el seno alfonsinista cuando ocupó su primer cargo nacional en el gobierno de la Alianza. De hecho si nos detenemos en esa elección, Morales sería parte de la mirada progresista que votó masivamente a De La Rúa. Es más, estaba allí como un acuerdo con el sector “progre” del partido. Pero vamos más atrás.

Durante el festín privatizador menemista, cuando en los vaivenes políticos del tablero nacional el peronismo (al menos oficialista) era el eje neoliberal y privatizador, Morales ejercía de diputado provincial. La provincia era ingobernable y el sindicalismo local, nucleado en el Frente de Gremios Estatales con el Perro Santillán a la cabeza, volteaba un gobernador tras otro. Jujuy tuvo ocho gobernadores en diez años. En provincias chicas, pobres, con las escasas tierras productivas superconcentradas (en este caso en manos de Pedro Blaquier), el menemismo fue -aun más- letal porque éstas dependían casi exclusivamente de una coparticipación federal (y de otras partidas nacionales) cada vez más acotadas, a la vez que crecía la planta estatal que buscaba frenar el desguace del empleo privado; un juego de pinzas que hacía imposible pagar los salarios de los empleados estatales, al menos sin tocar los intereses que los gobernantes representaban. La “joya” jujeña era Altos Hornos Zapala, una de las acereras más importantes del mundo. Zapla tuvo un tratamiento exprés de librito privatizador y pasó de tener ocho mil empleados en 1989 (con familias y empleos indirectos la virtual totalidad de la ciudad de Palpalá que cayó en la peor de las desgracias) a dos mil en 1991. Poco después, el 13 de diciembre de 1994, gobernaba la provincia Agustín Perassi, justamente un ex sindicalista de Altos Hornos Zapla que seguía los lineamientos nacionales. Éstos incluían el pase a la Nación del sistema previsional (específicamente el Instituto Provincial de Previsión Social) como uno de los eslabones camino a la privatización. La presión popular con las movilizaciones masivas del Frente de Gremios Estatales hacía que, en la correlación de fuerzas local, el PJ no alcanzara los votos necesarios para aprobar la ley. La jugada del gobierno fue entonces vaciar la legislatura, no dar quórum para así evitar el rechazo que impediría su nuevo tratamiento. Gerardo Morales acusó entonces “a los compañeros justicialistas que hoy no se han hecho presentes” de faltar a su compromiso social “… especialmente a los representantes de los trabajadores que cuanto menos tendrían que hacer lo que dice la Organización Internacional del Trabajo y sentarse a defender el sistema de reparto y solidario como lo acabamos de defender, como así también el concepto de la seguridad social, el concepto de la justicia social que han abandonado y que es el que había que defender en este recinto”[1]. La mirada progresista actual ¿de qué lado habría estado?

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En las complejas elecciones de la ley de lemas de 1995 Morales formó lo que podría denominarse una alianza progresista, el “Frente Cívico”, siendo el candidato más votado para la gobernación, pero perdiendo debido a que la sumatoria de lemas dio ganador al peronismo-menemismo (ciertamente un progresista, en el marco de la reelección de Menem, ¿a quién habrá votado?). Este esquema se repetiría en las siguientes elecciones: Morales volvería a ser el más votado para la gobernación y esta vez por mayor margen, pero sería Eduardo Fellner, quien había sido funcionario en la intervención de Santiago del Estero junto a Juan Schiretti para apaciguara (reprimir) los fuegos del santiagueñazo, el que se haría con el poder. De hecho Fellner, cordobés, vivía en Jujuy porque su padre había sido trabajador de Altos Hornos Zapla. Morales acusó de fraude al PJ y organizó grandes movilizaciones en algo que recuerda mucho a la elección cordobesa Luís Juez-Schiaretti de 2007, cuando la virtual totalidad de la izquierda y el progresismo, incluido el trotskismo, movilizó en apoyo a Juez. Nuevamente la mirada parece colocar al actual gobernador en la vereda de en frente que hoy habita.

Más adelante Morales enfrentaría -y derrotaría- para llegar al Senado nacional al mismísimo Guillermo Jenefes. Cualquier jujeño sabe quién es Guillermo Jenefes, casi el representante modelo de esa oligarquía norteña vinculada también a la acción política, dueño de medios de comunicación, y con un abultado currículum de acciones delictivas de guante blanco ¿A quién habrá votado el progresismo?    

En las elecciones presidenciales de 2007, previo al conflicto del campo, a la asignación universal, a la reestatización del sistema previsional y de YPF, con un gobierno nacional aliado a Clarín, Morales fue candidato a vicepresidente en la fórmula encabezada por el hoy tan bien referenciado Roberto Lavagna. Es difícil retrotraerse a ese momento para recordar las dicotomías y ubicar claramente dónde estaba el progresismo sin el diario del lunes. Alfonsín, el progresista por excelencia, impulsó a Lavagna y Morales, Néstor y Clarín a Cristina, y (de hecho alcanzando el segundo lugar) estaba el frente progresista del socialismo, Carrió y Stolbizer. Al menos cabe la pregunta ¿era allí Morales el fascista?

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En fin. La política cambió y mucho desde el 2008 y es historia conocida. Pero Morales tenía ya una larga carrera antes de su enfrentamiento con Cristina y con Milagro, enfrentamientos en los que basó casi con exclusividad su imagen pública a partir de allí, y esa carrera no era precisamente la que mostraría siete años después como gobernador de la provincia.

Su currículum de gobierno es notable, desde el acomodo de la corte suprema local al igual que lo hizo Menem hasta los descuentos salariales y tarifazos impagables, pasando por la irrupción de la policía en la universidad llevando presos a estudiantes en flagrante violación de su autonomía, la evidentemente arbitraria e injusta detención de Milagro Sala a punto tal que el propio juez Pablo Baca (quien tuvo que renunciar por una denuncia de violación) así lo reconoció, el endeudamiento record de la provincia, los casos de corrupción estatal alevosa denunciado con todas las pruebas por el periodista Juan Amorín, o más recientemente el encierro en jaulas de quienes violan la cuarentena en el marco de una dantesca persecución policial, la estafa a los hoteles que se utilizan para la cuarentena denunciada por el dueño del hotel Fenicia, y un largo larguísimo etcétera. 

¿Qué sucedió con “el contador”? Quizás lo que sucedió es que, tras un largo trayecto de derrota tras derrota (por más ajustadas que fuesen), Morales encontró una estrategia para ganar captando como nadie el “espíritu bolsonarista”, y lo captó en el mejor lugar para hacerlo: una provincia pobre, clientelar al extremo, con una división de clase mezclada con la racial como en ninguna otra. Provincia fronteriza que extremó también históricamente la xenofobia al boliviano (por cierto, Morales es nieto de bolivianos), y en la que la enorme presencia de movimientos sociales (que exceden a la Tupak Amaru pero que evidentemente ésta hegemonizó) habían generado –con sobradas razones- una cotidianeidad de lucha, movilización y cortes de puentes que incomunican una geográficamente accidentada ciudad capital, haciendo que se perciba como caótica e inhabitable. Era el lugar ideal para re-ensayar el odio a la “otredad” como mecanismo de poder. Cada día más, y llegando hoy al paroxismo con el coronavirus, Morales fue exacerbando el odio racial que cundía ya en la provincia, bien sedimentado durante décadas. Las redes y los medios de comunicación lo ayudaron, las notas xenófobas que publican los medios locales deberían rápidamente ser sancionadas por el INADI o por algún tipo de mecanismo de control, pero no, son parte del círculo vicioso en el que Morales es el único ganador.

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Esto llevó hace pocos días a un fuerte conflicto diplomático con Colombia y Perú por la expulsión de Jujuy de ciudadanos de esos países en plena pandemia. La escena recuerda a aquel capítulo de Los Simpsons cuando, jaqueado por las protestas ante la suba de impuestos dada para financiar la “patrulla anti osos”, el alcalde Diamante acusa a los inmigrantes de todos los males y propone su expulsión, logrando desviar la atención de todo Springfield. Obviamente el conflicto diplomático no fue cubierto por los grandes medios (sí los festejos locales), pero Horacio Verbitsky se lo preguntó a Alberto en su reciente entrevista, y la pregunta fue formulada con una caterva de insultos del periodista a Morales. Alberto sonrió cómplice, pero luego con las palabras se desdijo, el horno parece no está para bollos. El asunto tiene abierta hoy una causa judicial.

La escenificación política fascistoide para seguir cosechando adhesiones, superó el punto caricaturesco hace pocos días cuando Gerardo Morales, sin tapujos ni tapabocas, declaró en televisión: “si los dos test dan negativos, TE levanto la cuarentena. Mientras tanto van a estar en cuarentena todos y le vamos a poner una faja en la casa, de que esa casa está en cuarentena, y toda la familita está en cuarentena. Y le vamos a decir a los vecinos de la cuadra y de la manzana que esa familia, la familia Pérez, García, Morales, la que fuera, está en cuarentena”. Huelga trazar los paralelismos históricos de la medida, el meme se hace solo.

Morales encontró la receta para seguir acumulando poder y no va a frenar. Quizás está en nosotros, quizás debamos afinar las miradas, salir de las coyunturas, bajar de la espuma y atender a las profundidades para frenar a tiempo las tendencias históricas, no ceder siempre a la contradicción del momento y construir alternativas desde los pueblos; allí está el pasado para permitirnos desconfiar de las palabras momentáneas de los gobernantes tradicionales.


[1] Citado por Kindgard, Adriana: “La política jujeña en los 90. Partidos y actores de poder”. En Lagos, Marcelo (Comp.): Jujuy bajo el signo neoliberal. Ed. de la UNJU. San Salvador de Jujuy, 2009.  Pág. 153.

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