Este escrito fue muy duro de mandar, debí enfrentar retenes, esconderme de vecinos espías, evitar policías y esperar buena conexión callejera en una mañana fría y lluviosa, tu lectura hace que valga la pena el sacrificio.
Mari Mari kom pu kom pu lamngen Ka pu wenuy Ka kom pu Che! Kiñeke ñi dungun fachiantu may. Me preguntan mi gente, mis amigues, cómo estoy, y no respondo, mis largos silencios les inquietan, les preocupan, sin embargo este silencio está lleno de palabras. Salgo a caminar x mi Lof, miro la montaña, respiro su aroma otoñal y les hablo a ustedes también, les pienso y ensayo modos telepáticos de comunicarnos, algunes me responden diciendo que me han soñado, otres que mi imagen repentinamente se le ha empozado en su memoria, y así voy sabiendo quiénes apagan la tv y las redes sociales para conectarse de verdad al mundo. Hoy les contaré por aquí como estoy viviendo la cuarentena.
Soy afortunada al haber abandonado la futawarria hace ya tiempo. 20 años atrás tuve la certeza que un territorio me llamaba, lejos de la ciudad, y obedecí su llamado sin dudas. Hoy sé que esas grandes cárceles con barrotes invisibles, llamadas metrópolis, ya no están cercadas sutilmente, los terricidas del mundo han descubierto métodos eficaces de control según pasan los tiempos, saben cómo inocular el terror, cómo invertir millones de dólares en armas químicas, virales, bacteriológicas. Logran convencernos de que ellos, los mismos que nos enferman, nos sanarán; ellos, que nos matan, nos cuidarán; ellos, que nos quitan la libertad, nos convocan a la resignación como resistencia contra un nuevo enemigo: esta vez no es un grupo terrorista, es un virus. Ya no pueden seguir inventando guerras, porque el belicismo pasó de moda, ahora la amenaza no es humana es invisible, es viral. No se habla de otros peligros letales que afectan la salud de los pueblos. Silencian las voces de cuerpos famélicos que gritan gemidos de hambre, porque este sistema construido y sostenido por los terricidas, nos devora y se vuelve obeso con los pueblos que consume.
La cuarentena me agarró en aquí en el Lof Mapuche Pillañ Mahuiza, la vida transcurre en función del tiempo marcado por la naturaleza, nos abrazamos, nos reunimos alrededor del fuego todas las noches, circula la comida comunitaria y la palabra, el cielo estrellado nos ilumina, repartimos tareas en jornadas intensas, somos 8 mujeres, tres hombres y dos niñas. La mayoría estamos en carpa, porque nos agarró la cuarentena construyendo nuestras casas. El estado se niega a permitirnos comprar materiales de construcción, tal vez cree que el Corona virus puede ser contagiado de machimbre a machimbre, de chapa en chapa; pero sí habilita en cambio que vayamos a comprar sin restricción bebidas alcohólicas, las cuales no han sufrido ningún tipo de limitación. Éste ha sido un factor determinante en muchas comunidades indígenas para el aumento de la violencia de género, afortunadamente en nuestro Lof el alcoholismo no existe.
Ha llegado el otoño con sus mágicos colores, pincelando el paisaje de rojos, naranjas y amarillos y con él llegó también mawün, la lluvia, abundante y fría. Entonces comenzaron nuestras primeras frustraciones: las carpas, colchones y frazadas se mojan, todo se inunda, y toca sacar el agua, cansa, da rabia, ¿por qué vivir esto si es posible evitarlo? ¡Porque el centralismo porteño MATA! ¿A ningún funcionario se le ocurrió que debían zonificar las zonas de riesgo en zonas de alto, bajo y nulo? Porque hay micro zonas de nulidad absoluta para el Corona virus, sin embargo la aplicación uniformada de las medidas no las contemplan y éstas se vuelven absurdas, agresivas y temerarias. Han llegado también las heladas y la escarcha se convirtió en un manto gélido y brilloso, aferrándose a las carpas, y ahí sí el riesgo de enfermarse es más fuerte, no de Corona virus sino de neumonía y otras dolencias de este clima. El estado aparece en nuestras vidas como represor, boicoteador y negacionista. Como Mapuche no conozco un estado nación que obre distinto, me pregunto: ¿cómo vivirán la cuarentena mis hermanas zapatistas? ¿Y el digno pueblo de Cherán con su autogobierno? La autogestión y creatividad surgen en nosotras y vamos resolviendo con estufas de barro la lucha contra el frío, cerramos los ambientes colectivos reciclando basura que será, cubierta de arcillas, convertida en robustas paredes, nos reinventamos ropa de abrigo y frazadas, nos organizamos con la comida dosificando el consumo de los productos que inevitablemente debemos comprar y van escaseando. El día se nos va acarreando agua, hachando leña, limpiando los baños secos, recolectando hongos y frutos de temporada, elaborando dulces, haciendo pan. Además nos damos el tiempo para la risa, la palabra, los afectos, juegos, ceremonias como el wixalxipal del alba. En estos días viví de modo muy especial la ceremonia por mi plenopausia, la fertilidad reproductiva ha finalizado en mi cuerpo y deseaba mucho agradecer a la Mapu, a pu ñgen, pu newen y kuifikecheyem por mi maternidad múltiple, no sólo por les hijes que me ha dado sino también por mi nieta y les hijes de mis hijes que vendrán. En aquella ceremonia pedí al leufu sabiduría para asumir un abuelazgo que aporte hacia una humanidad distinta y mejor. Me rapé la cabeza y mi larga trenza fue ofrenda para mi tierra. No fue solo de gratitud y pedido, también recuperé y resignifiqué en mí una partecita de mi historia, de mis primeros momentos de vida. A las semanas de nacer me raparon la cabecita, y una sobrina de mi papá al verme dijo “¡Se parece a Peyenka!” Y eso arrancó risas y desde entonces y durante toda mi niñez, así me llamaron: Peyenka. ¿Pero quién era Peyenka? Lo supe uniendo retazos deshilachados de la memoria materna y de ancianas amigas de mi madre. Peyenka era una mujer tehuelche, alta y bien morena, rostro grande y recio, que en el comienzo de su adolescencia fue violada en manada por soldados argentinos. Luego de ese episodio se rapó el pelo, ella le tenía pavor a los hombres y también desprecio, sólo le hablaba a las mujeres, se vestía con harapos de lo que alguna vez fueron prendas de vestir de su pueblo, y vivía bajo una hueralca de chulengo. Nunca fue asimilada por el estado invasor, jamás se integró, por ello la consideraron loca y se burlaban de ella los “civilizados”. Cuando era niña me avergonzaba que el sobrenombre elegido para mí fuera el nombre de una loca, hoy me honra portar esa huella en mi historia: una mujer valiente y fuerte, que no quiso olvidar ni perdonar ni negar su identidad. De algún modo mi cabeza rapada me recuerda también el chineo y las miles de mujeres violadas, y mi propia violación a los 18 años, que callé por mucho tiempo por vergüenza y miedo. Me recuerda que este estado sigue siendo el mismo, que al igual que Peyenka no confío en él. Me recuerda también cómo arrancaron los poderes a las mujeres del mundo, rompiendo el vínculo sagrado entre el útero de las mujeres y el útero de la tierra. Esta matriz civilizatoria perversa nos convenció de que ese vínculo sagrado solo le pertenecía a nuestra fidelidad al hombre y se lo atribuyó al matrimonio; desmemoriadas, le creímos, pero esa soledad profunda nada tenía que ver con el hallazgo de nuestra media naranja sino con la separación de nuestra tierra. Sé que mi pelo crecerá como debe crecer desde la Mapu nuestra fuerza para vencer el Terricidio.
Los mentores de la muerte, los gobernantes del mundo, no quieren el buen vivir como derecho, no importa cuál sea su escudo, su idioma oficial, su bandera, sus grandes empresas, los terricidas matan. A pesar de que parece que estamos atados de pies y manos, que hoy no podemos decidir porque la situación es confusa, impredecible y amenazante, yo elijo no ser espía del sistema, ni buchona de mi vecino, me niego a que los pueblos seamos reducidos a tan denigrante participación en la autodefensa y seguridad sanitaria para garantizar la vida. Reclamo el derecho a proponer medidas que sean solidarias, contenedoras, resolutivas, pragmáticas y aplicables, respetuosas y no menos preventivas porque en ellas pongamos amorosidad y respeto. La resiliencia de los pueblos indígenas con vasta experiencia en sobreponernos a epidemias, genocidios, epistemicidios y todos los intentos de exterminios puede ser fundamental en la elaboración de un dispositivo de resguardo comunitario y, al mismo tiempo, de desenvolvimiento social y económico, sostenido en nuestras espiritualidades, en la reciprocidad y armonía, en el conocimiento de nuestros territorios. No se podrá sostener por mucho tiempo más esta absurda y opresora medida homogeneizante, en nada se parece la realidad de las megas metrópolis con los territorios indígenas. Es urgente la necesidad de una participación plena y consulta para mitigar los efectos de esta cuarentena, constituyendo consejos comunales de participación territorial para el buen vivir de los pueblos. Claro que es necesaria una cuarentena, pero no es éste el modelo aplicable y si los estados nación se niegan comencemos a construirlo igual, porque la sabiduría no anida en los funcionarios de turno ni en la corporocracia capitalista, racista, patriarcal y especista, sino en la Mapu, Pacha, tierra. Al fin y al cabo somos todos los pueblos del mundo, todos los seres del planeta y las fuerzas que en él habitan una sola identidad: terrícolas, es por ello que el Terricidio debe terminar y debemos perder el miedo y confiar en que no estamos solos para esta tarea, la tierra es nuestra principal aliada.
En estos días al caminar en mi mapu me encontré entre los pinares un álamo altivo y soberbio deshojándose. Observé cómo regaba de hojas amarillas el suelo, y al desnudarse aparecía su verdadera estructura: sus multiformes ramas, algunas cortas, otras largas, armoniosas y altas hasta tocar el cielo las más gruesas; y otras gordas, firmes y en caída hasta rozar el suelo. El abundante follaje que lo cubría no me dejaba ver su verdadera esencia, la hechura de la madera que la constituye, sólo el otoño la enfrenta a su verdad. Ha llegado nuestro otoño, y quiero saber de qué madera estamos hechas sin adornos distractivos, sin falsos colores, despojadas de vanidad. Siento la firmeza de mis raíces, y la sabia milenaria que me nutre. El fin de wingkalandia ésta cerca. Pueblos del mundo: unámonos contra el Terricidio, y sobre todo pueblos y nacionalidades indígenas levantemos autogobiernos territoriales. ¿Acaso las palabras del actual presidente como así también todos los que les han precedido no nos han afirmado que gobiernan para todes les argentines? Nunca ha dicho, ni han dicho que gobiernan para la Plurinacionalidad que habita este país, tal vez ésta sea la verdadera revolución: autogobierno de los pueblos para el buen vivir, construyendo la tierra sin mal.
Finalmente una palabra que aprendí hace años atrás en el mapudungun de mis ancestros: “Yerpun”, atravesar la noche, el luminoso mañana vendrá cuando a la pandemia más letal que nos inocularon hace siglos logremos vencerla definitivamente, la pandemia del miedo. Sin miedo sanaremos de verdad.
Desde Puelwillimapu
Moira Millán, weychafe mapuche