Nota en castellano y portugués
I.
No hace mucho tiempo que, a sueldo del capital financiero internacional, el neoliberalismo social brasileño – nuestra parodia neodesarrollista – se mostraba al mundo como ejemplo de prosperidad y contemporización de clases a partir de una periferia en acenso.
Ideológicamente conducido por el lulismo, el programa tuvo éxito y sus resultados positivos fueron distribuidos según el grado de expectativas. Abundantes ganancias para pocos; alivio de la pobreza para muchos, lo que no significaba poca cosa en un país cuya política se había acostumbrado a contemplar sólo los privilegios de las élites. Su longevidad – 12 años de gobierno – se debió al montaje de un intrincado esquema de control de la máquina estatal en todos los niveles de la federación. Y la popularidad vino de los pesados subsidios destinados a sectores de la burguesía brasileña – en avanzado proceso de transnacionalización ya desde la dictadura militar-empresarial -, mientras articulaba exitosas políticas de acción compensatoria, algunas de las cuales se iniciaron en el gobierno de FHC.
Mitigación del hambre, distribución de renta, recuperación de los índices de empleo (de alta rotación y precarización) con cartera firmada y del salario mínimo, ampliación de la esfera nacional de educación superior (y del crédito privado) y fortalecimiento de los Derechos Humanos de matiz liberal enfocados en el individuo – mujer, negro, indígena, LGBTQ – fueron algunas de sus medidas más importantes de cobertura y control social. Pero, como todo en el capitalismo tiene un lado B prominente, signos negativos, en la medida en que aparecían, seguían escusados por la satisfacción de urgencias mayores, en una estrategia política transformada en virtud.
En el curso de aquellos años de bonanza, los más atentos observaban una desaparición paulatina de políticas destinadas a la clase trabajadora – por lo demás, la misma palabra clase trabajadora fue gradualmente suprimida del vocabulario gubernamental. En su lugar surge una noción más amplia y flexible de “clase media” formada por (trabajadores precarios, temporales) empresarios, colaboradores, consumidores y deudores del sistema de crédito financiero. El programa, si no forma una clase media de hecho, forja una poderosa falsa conciencia esencial a la mezquindad creciente de las luchas políticas, sindicales y sociales, a la profundización generalizada de la alienación de un enorme segmento que descubre, mediante políticas afirmativas, una individualidad sin un lugar social definido. De la crisis que se produjo en el país después de 2013 surgió una peligrosa fragmentación, políticamente inculta, que, durante la época de las vacas gordas, no parecía ser tan nociva. Pues fue exactamente esa parte sustantiva de la sociedad que se rebeló contra lo que hoy vienen tratando de “vieja política” apoyando, esperanzada y con expectativas aún más bajas que en 2003, a tal “nueva política” canalizada por la transición del período Temer y efectivada con ferocidad por el gobierno Bolsonaro.
Desde entonces, parece que entramos en un mundo distinto, mucho, mucho peor de lo que podría suponer nuestra peor pesadilla. Sin embargo, a diferencia de lo que muchos afirman, Bolsonaro no es un retroceso, ni un fascismo indiferenciado. Parece un tipo aún más virulento de fascistización alineada a Estados Unidos y destinada a la descalificación material y moral de Brasil en las jerarquías de una nueva división social del trabajo. O sea, el tan soñado “empoderamiento” del país de los BRICS en el IIRSA, en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el FMI, se transforma en polvo, agudizando aún más nuestra histórica condición de dependencia estructural.
La fuente se secó para el neoliberalismo social. Esto quiere decir que el último período “progresista”, barajado por ideas eclécticas, fue instado a ceder espacio a la realidad de los hechos. “Cada mono en su palmera”: burgueses de un lado, precarizados de otro. Sin pacto de clase, sin negociación, sin diálogo
La usurpación ideológica, cebada en los eufemismos palacianos que por años se empeñó en contemporizar la lucha de clases, fue abruptamente sustituida por atributos políticos anti-éticos.[1] El juego irresponsable de la inculcación de clase media consumidora en las masas se transformó en algo impredecible y peligroso. Artificialmente abonadas por crédito fácil, abundante, tentación al endeudamiento, las masas fueron abandonadas a las fieras por sus ídolos pacificadores, ellos mismos encantados y lamidos en sobornos abundantes y fáciles de la época de las vacas gordas de la financiarización internacional
Desesperadas por la forma lamentable con que se derrumbó el pasado reciente, lanzadas sin subterfugios al desempleo y a la informalidad, sometidas diariamente a la rapiña de sus derechos, las masas parecen tener razón en negarse a la política como espacio de “representación honrada”. La cruenta realidad de sus vidas cotidianas sumada a las amargas profundidades de su histórica exclusión política las lleva al campo del circo y del odio inspirados por personajes violentos, jocosos, pornográficos, cínicos, casi todos evangelizados por prédicas satánicas. Capitanes, pastores, monarcas, celebridades de segundo nivel y juristas desequilibrados, muchos de los cuales conocidos aliados del lulismo, reflejan una indigesta predisposición al abismo. De la escena salió la concertación, quedaron las migajas del pan duro y la visión de un espectáculo siniestro.
La sospechosa ascensión del candidato belicista, estrepitosamente votado en aquél domingo 7 de octubre, después del estancamiento e incluso la tendencia a la baja en las encuestas, fue realmente sorprendente. El fenómeno, sin embargo, no se dio de modo espontáneo en la base ignorante de la sociedad, sino como resultado de una articulación muy bien montada entre las fuerzas que representan los actuales intereses de nuestra burguesía y nuestro capitalismo asociado y dependiente, instados a satisfacer las exigencias del nuevo y agresivo patrón de acumulación dictado por Estados Unidos e Israel.
Criminalmente, los mismos medios que compusieron con esmero el Diario de la Puñalada no condenaron ni las travesuras fascistoides de las crías bolsonazi, ni las declaraciones amenazadoras del vice-general. Al mismo tiempo, institutos de investigación de cuestionable reputación “demostraban” el crecimiento de los números Bolsonaro divulgados exhaustivamente por todos los medios de comunicación. Desde el templo de Salomón, Edir Macedo y su Imperio Universal señalaron la ira de los cielos y el camino del infierno a los infieles desviados de su orientación sufragista. Luciano Hang, como padre jefe, destiló el pánico entre sus empleados. Voto de cabresto, fraudes, falsificaciones, trucos, redes sociales y toda clase de medios violentos y engañosos contribuyeron de modo decisivo para el resultado del pleito.
Parece que un tiempo de aclaraciones muy difíciles se abre y desafía a quien se dispusiera a afrontar las verdaderas necesidades de la historia, de nuestra historia brasileña, latinoamericana. El cuadro, por último, nos ayuda a orientar una posible comprensión hacia la apatía popular brasileña frente al Octubre Rojo Latinoamericano. Después de todo, ¿Estamos por detrás o más allá de Chile, Bolivia, Ecuador, Haití, Honduras, Colombia?
En la cancha actual, el Estado brasileño viene dando ejemplos sombríos de cómo arrodillarse ante el imperio y las empresas extranjeras interesadas en nuestros recursos humanos y en nuestros recursos naturales (nuestras tierras, minerales, gas, petróleo y, principalmente, nuestra agua). Profundiza la histórica subalternización del país al orden mundial promoviendo la destrucción masiva de los derechos de la clase obrera que se agiganta de manera absolutamente precarizada El Estado brasileño disuelve agencias de protección ambiental y encubre múltiples ataques a los varios biomas algunos de los cuales con daños irreversibles – Mariana (2015) y Brumadinho (2019), con pérdida de muchas vidas humanas y con enorme degradación de la fauna, de la flora, del ecosistema de la región; alienta la deforestación y los incendios intencionales en la Amazonía, en el Cerrado, en el Pantanal, en todo el territorio nacional; avala las masacres cada vez más frecuentes de líderes indígenas, quilombolas, campesinas y ambientalistas; desatiende la gravedad absurda de la fuga de aceite que contamina toda la costa noreste llegando al Sureste. El Estado brasileño es la inminencia parda de las milicias que asesinan a luchadoras impertinentes como Marielle Franco y exterminan a jóvenes negros y pobres acorralados en guetos urbanos. Es cómplice del brutal aumento de los feminicidios; y agencia el desmonte del sistema público de educación, salud, cultura, de las artes entregando todos los sectores para la privatización internacional.
La única solución encontrada apunta para la línea de bajísima resistencia del Lula Libre, De ahí la pregunta: ¿A qué más el metabolismo de reproducción social del capital podría aspirar, de que a forjar un ultraneoliberalismo para de un mundo donde pueda sobreexplotar hasta el cansancio – y sin reacción – la plena capacidad de trabajo disponible; donde tenga la posesión absoluta – y sin obstáculos legales – de los recursos naturales, por más ocultos y preservados? ¿Un mundo en el que las instituciones correspondan íntegramente a las ganancias más absurdas y a los fetiches más bizarros de sus personificaciones dominantes? ¿Un mundo en el que la satisfacción exclusiva de las necesidades de algunos ricos sea aceptada con resignación por la incontable masa de pobres?
Pues es así, como un laboratorio de control social total, un laboratorio de experimentos pacíficos y violentos de contrarrevolución, que Brasil se presenta al continente que se atrevió a rebelarse contra el ya largo proceso de expoliación neoliberal. De Lula a Bolsonaro, funcionamos como antídoto de las insurgencias populares que estallan en los países vecinos.
En este momento no se puede aún hacer pronósticos sobre el fenómeno, pero la ola de revueltas contra medidas neoliberales impopulares en Ecuador, Chile, Bolivia, Haití, Honduras, Colombia, muestra caminos de organización popular, lejos de la institucionalidad y que por eso mismo comienzan a sacudir la orden. En estos caminos vemos un encuentro interesante de trabajadoras y trabajadores, en activo y jubilados, de indígenas y de campesinos, de estudiantes, de mujeres, hombres, un encuentro racial, de generaciones y de género. Sin jerarquias. Pero nunca está de más recordar que todas estas manifestaciones provienen de la realidad dramática que el capitalismo ofrece a la abrumadora mayoría de la población que depende de la venta de su fuerza de trabajo en todo el mundo. Y a pesar de todos los argumentos contrarios y de todos los desórdenes provocados por el sistema, la más imperiosa necesidad del capital es mantener estricto control sobre el trabajo sea cual sea el formato que tenga: si produce valor absoluto o relativo, si el trabajo es formal o informal, si es legal o esclavo.
En ese sentido, la lucha debe ser llevada al lugar de donde nunca debió haber salido, es decir, al campo de la transición revolucionaria y popular, reconociendo en este proceso la importancia de respetar la singularidad ontogenética de los individuos en combate y el lugar social que ocupan en la sociedad. Estamos hablando de una recalificación de la lucha de clases con sujetos efectivos y conscientes de su papel revolucionario no en las sombras de un partido o movimiento social, sino participando de sus decisiones. Para que esto se realice verdaderamente es necesaria una rigurosa, difícil – en muchos casos imposible -autocrítica sobre los caminos trillados hasta aquí y, a partir de ahí, preguntarse sobre el horizonte a ser conquistado: si un pasado recalentado, si un futuro radicalmente transformado.
Las cuestiones proceden porque, paradójicamente a los agravantes oriundos de la acumulación de contradicciones sociales e do mal funcionamiento del sistema en todo su metabolismo social, la naturalización de su hegemonía, históricamente fundada en ideologías apologéticas y decadentes, ha reducido drásticamente el campo de visión y de acción de las organizaciones de trabajadoras y trabajadores, en los sindicatos, en los partidos políticos, en los movimientos sociales Y precisamente cuando más se necesitan posicionamientos decisivos y firmes contra el capital (y no sólo contra el capitalismo), se amplía la adhesión a la línea de menor resistencia y a la crítica anti-neoliberal (fragmentada y ‘empoderada’ en torno a sí misma) de los años 2000. Recordemos el modelo trazado por el Foro Social Mundial con su eslogan “Otro mundo posible” a partir de una pluralidad totalmente desmenuzada.
Repensando la emancipación
Hace mucho tiempo que la izquierda no juega ningún papel notable. Está perdida, sin dirección, sin función y a la deriva de un politicismo flojo, empeñada en formar parte de un parlamento irremediablemente podrido e incapaz de escucharle. Para esa izquierda, que abdicó del futuro y se inclinó a los llamamientos republicanos, parece insuperable el abismo que nos separa de una existencia substantivamente humana, no alienada y libre para expresarse por medio de representaciones individual y colectivamente ricas en su auténtica diversidad. Ahora bien, esa rebaja de las expectativas tiene lastre.
De modo predominante, el siglo XX legó a las izquierdas dos caminos aparentemente divergentes entre sí.[2] Los hitos históricos de esta supuesta divergencia pueden ser localizados en la ascensión y la caída del socialismo realmente existente. En el principio se levanta un provechoso marxismo instrumental, europeizante, evolucionista, con fuerte apego al desarrollo capitalista y escudado en ideales universalizantes. Para este marxismo positivista, heredado de la II Internacional y hecho oficial en la URSS incluso antes de la ascensión de Stalin, las jerarquías son establecidas como dogmas por la vanguardia del partido (portador de la conciencia) sobre la masa, por el dominio del colectivo sobre el individuo, por el fundamento de un supuesto objetivo sobre la subjetividad, por el ideal revolucionario sobre lo cotidiano y la realidad adversa de la lucha. Ejemplos de las inmensas dificultades de sintonía entre teoría y acción pueden ser observadas ya en la Revolución Rusa [3], en las Luchas de Liberación de África[4] y en la interpretación del capitalismo y de la lucha de clases en América Latina.[5]
En la segunda mitad del siglo XX, el Estado de bienestar social con sus pactos de clase -verdad que distribuido de modo desigual y combinado por el centro y la periferia -, creó un clima de optimismo y un esfuerzo de teorización con perspectivas no conflictivas, todas antimarxistas[6]. De ahí surgen las tesis del final de la historia, del fin de las ideologías y del fin de la sociedad del trabajo. En la misma línea, surgen análisis que traen el identitarismo – nacionalista, negro, femenino, ambiental, – al centro de las preocupaciones con la institucionalización de las particularidades y con la lucha por derechos de igualdad formal dentro de un orden substantivamente desigual.
Hagamos aquí una pausa para pensar en una experiencia
reciente vivida intensamente en casi toda América Latina, cuando una ola de
redemocratización vigilada proviene del largo y brutal período controlado por
dictaduras civiles bajo tutela militar. En el Brasil de los años 1980, la
sociedad civil se reorganiza en los barrios, en las fábricas, en los
sindicatos, en movimientos de lucha por la tierra y en partidos políticos. Las
organizaciones actúan como extensión de la división social del trabajo y de las
jerarquías según la lógica del capital. El brazo agrícola, el brazo industrial,
el brazo parlamentario. Todos reivindicativos, dependientes de políticas
públicas en un país de tradición autocrática (sí, la lucha, sobre todo en el
campo siempre ha sido muy difícil por aquí) y con sus tipos ideales weberianos:
el campesino, el obrero y aquel con vocación política. Una nueva cuestión:
¿Cuál es el papel de ese esquematismo militante en un mundo de hombres y
mujeres cada vez más polivalentes en su extrema miseria y precarización?
Volviendo a la dicotomía que hemos estado examinando, tenemos un dilema
relativo. Por un lado, la teoría revolucionaria apoyada en un sujeto
colectivo/abstracto (el partido como su conciencia posible) alejado del
cotidiano de mujeres y de hombres reales. De otro, una serie de teorías
críticas basadas en un presentismo identitario, fraccionado y sin vislumbre
revolucionario. Un choque agotador, inocuo y, casi siempre restringido a la
Babel académica y productivista entre una izquierda ilustrada incapaz de
comprender la dialéctica fuera de los libros de una izquierda socialdemócrata,
plural e histórica. Pues bien, ni idealismo sin sujeto, ni personas sin lugar
social nos sirven como referencia para las luchas que tendremos que afrontar.
Intentaremos con ello abrir un campo de análisis e intervención a partir de algunas espinas de la historia latinoamericana. Es posible que su actualización nos ayude a encontrar explicaciones y quién sabe salidas de viejos e impenitentes problemas.
Cuando hablamos de combatir el capital no nos referimos sólo a un sistema político y económico que nos oprime y empobrece. Hablamos también de una grave y resistente deformación societaria, de alienación y naturalización de lo que es esencialmente histórico. Por ejemplo, cuando preguntamos acerca de quiénes son los sujetos de la revolución, no nos interesa polemizar sobre lo que es más importante resaltar: si su condición de clase o si su condición humana (si mujer, si negra, si negra, indígena, blanca, si gay, oriental). Desde la forma en que vemos las cosas, eso es ontológicamente imposible. Vamos a superar las dicotomías reproducidas por aquellos antiguos equívocos que colocan de un lado la clase de otro el sexismo, la racialización, la nacionalidad.
El capital en sí no es prejuicioso, ni tiene credo religioso porque es generoso. A la hora de explorar acoge a todos y todas sin distinción, incluso a los ancianos, los niños, los discapacitados, presidiarios. Tienden a darle a eso el nombre de responsabilidad social. Pero las diferencias surgen a la hora de evaluarlos y reprocharlos como mercancías que son. Es precisamente esa jerarquización constituida por la conveniencia del capital que los individuos insertados en esta lógica van a reproducir: una alienación que es autoenajenación al mismo tiempo. Así que vamos a Marx.
Para él, el presupuesto del proceso que produce y reproduce la relación capital puede ser observado en toda historia de la acumulación de riquezas, algo que desde su fase originaria, viene siendo moldeado por
todos los momentos en que grandes masas humanas son arrancadas repentinamente y violentamente de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres como pájaros. La expropiación de la base agraria del productor rural, del campesino, forma la base de todo el proceso. Su historia adquiere colores diferentes en los diferentes países y recorre las diversas fases en secuencia diversa y en diferentes épocas históricas.[7]
La brutalidad que marcó los cercos en Europa fue intensificada por la empresa colonial en el saqueo de mujeres y hombres de África conducidos al infierno de la esclavitud en el “Mundo Nuevo”. Al mismo tiempo, un destino de masacres se abatió sobre las poblaciones nativas de los territorios expoliados. Ya en el pecado original del sistema del capital, europeos, africanos, indígenas, adultos, niños y viejos, asalariados allí, esclavos aquí, en el piso de fábrica, en el eito, todos y todas tendrían su integridad humana y cultural destruidas para ser transformadas en piezas para la producción de cosas, condición de su inserción en la inmensa fuerza de trabajo abstracto.
Mi trabajo no es vida (…) una vez presupuestada la propiedad privada, mi individualidad se pierde a tal punto, que esta actividad se vuelve odiosa, un suplicio y, más que actividad, apariencia de ella; en consecuencia, es también una actividad, aparentemente impuesta y lo único que me obliga a realizarla es una necesidad extrínseca y accidental, no la necesidad interna y necesaria.[8]
De esta manera alienada, expresión de una relación social basada en la propiedad privada, el dinero y el trabajo abstracto, la existencia en el mundo del capital se manifiesta y se desarrolla como existencia deshumanizada, coisificada. Las relaciones sociales, en este caso, se convierten en relaciones entre cosas.
La igualdad de los trabajos humanos adopta la forma material de una objetivación igual de valor de los productos del trabajo, el grado en que se gasta la fuerza humana de trabajo, medido por el tiempo de su duración, reviste la forma de magnitud de valor de los productos del trabajo y, finalmente, las relaciones entre unos y otros productores, relaciones en las que se traduce la función social de sus trabajos, cobra la forma de una relación social entre los propios productos de su trabajo.[9]
Lo que podemos decir al respecto es que cuanto más se alejan los individuos de su condición originaria y más contaminados están por las deformaciones sociales burguesas, más tienden a naturalizar y reproducir los valores del capital contra sí mismos. Su alienación se desarrolla y se agiganta en la misma proporción del desarrollo capitalista. Se entrega a la democracia y a la institucionalidad burguesa. Sus sueños, si alguna vez fueron de liberación, encajan en algunas meras políticas públicas. Se desconoce el sentido más profundo de las luchas de sus antepasados, aunque los admiren. La grandeza de las guerras indígenas contra los colonizadores, de las luchas de los africanos tiranizados contra la sociedad esclavista, del combate de vida y de muerte de aquellas mujeres y hombres contra una civilización buscaba la preservación de su integralidad aún no alienada, ni contaminada por valores corrosivos.
Pensando a través de una línea del tiempo conducida por la imposición del sistema del capital sobre el ser del trabajo abstracto seguido de una naturalización que predispone a la resignación, se comprende la predominancia de la pequeña política, el descenso de las expectativas. Además, se comprende también la tendencia a la fragmentación y autonomismo de las causas (feministas, raciales, sexistas y ambientales).
La propuesta entonces es la recuperación de la conciencia sustantiva de los seres afectados y oprimidos por el capital con vistas a una ofensiva que va mucho más allá de la unidad de fragmentos que practican más el duelo que el encuentro. No se trata de suma de fuerzas, sino de síntesis basada en una solidaridad humana contra un sistema irremediablemente irracional.
El combate o la muerte: la lucha sanguinaria o la
nada. Así es como la cuestión se plantea invenciblemente. Georges
Sand
[1] Cada uno de los ministerios está ocupado por uno o un representante de su negación. Damares, Weintraub, Salles son los que mejor personifican la ruptura de los ilusorios valores universales, del “políticamente correcto”, la inversión de las conquistas en los campos aunque formales de los Derechos Humanos, del feminismo, de la educación y medio ambiente. Dios, Olavo de Carvalho, Steve Bannon en el comando.
[2] No desconocemos las innumerables otras salidas propuestas en el campo de las izquierdas, sólo señalamos las dos que más prevalecieron, como hemos querido mencionar
[3] De todos los factores explicativos sobre la derrota de la experiencia soviética, ningún otro consigue ser más esclarecedor que el dramático cotidiano vivido por las campesinas y proletarias que, juntamente con sus hijos, fueron del cielo al infierno por la Revolución Rusa. Por un lado, la conquista de un audaz aporte de derechos constitucionales que les prometía garantizar los usos de una nueva moral sexual y la liberación de las tareas domésticas. De otro, la realidad dura de una vida de miserias, abandono y explotación del trabajo. Ver al respecto Wendy Goldman. Mulher, Estado e Revolução. São Paulo: Boitempo, 2016.
[4]Kwame Nkrumah, Class Struggle in Africa. Panaf Books, 2006. Frantz Fanon, Em defesa da revolução africana. Portugal, Sá da Costa Editora, 1969. Eric Williams. Capitalismo e escravidão. São Paulo, Cia das Letras, 2012
[5]José Carlos Mariátegui, Sete Ensaios de Interpretação da Realidade Peruana. São Paulo: Alfa Omega, 1975. Florestan Fernandes, Poder e contrapoder na América Latina, Rio de Janeiro, Zahar Editores, 1981.
[6] Marxismo, socialismo y comunismo siempre identificados con la experiencia soviética.
[7] Marx. “A assim chamada acumulação primitiva” em O capital. SP Nova Cultural, 1988.
[8] “Extractos de lectura” em Obras de Marx y Engels OME “Manuscritos de Paris y Anuarios Franco-Alemanes 1844”. Barcelona, Grijalbo, 1978, pgs 293 y 299.
[9] Ibidem, p. 124.
Traducción: Diego Ferrari
Brasil de Lula a Bolsonaro – as diferentes faces da contrarrevolução
I.
Não faz muito tempo que, a soldo do capital financeiro internacional, o neoliberalismo social brasileiro – a nossa paródia neodesenvolvimentista – se apresentava ao mundo como exemplo de contemporização de classes e de prosperidade a partir de uma periferia em ascensão.
Ideologicamente conduzido pelo lulismo, o programa foi bem-sucedido e seus resultados positivos distribuídos conforme o grau das expectativas. Lucros fartos para uns poucos; alívio da pobreza para muitos, o que não significava pouca coisa num país cuja política se habituou a contemplar somente os privilégios das elites. Sua longevidade – 12 anos de Planalto – deveu-se à montagem de intrincado esquema de controle da máquina estatal em todos os níveis da federação. E a popularidade veio dos pesados subsídios destinados a setores da burguesia brasileira – em avançado processo de transnacionalização já desde a ditadura militar-empresarial -, enquanto articulava exitosas políticas de ação compensatória, algumas das quais iniciadas no governo de FHC.
Mitigação da fome, distribuição de renda, recuperação dos índices de empregabilidade (da alta rotatividade e precarização)com carteira assinada e do salário mínimo, ampliação da esfera nacional de educação superior (e do crédito privado) e fortalecimento dos Direitos Humanos de matiz liberal focados no indivíduo – mulher, negro, indígena, LGBTQ – foram algumas das suas mais importantes medidas de abrangência e de controle social. Mas, como tudo no capitalismo tem um lado B proeminente, sinais negativos, na medida em que apareciam, seguiam escusados pela satisfação de urgências maiores, numa estratégia política transformada em virtude.
No decorrer daqueles anos de bonança, os mais atentos observavam um desaparecimento paulatino de políticas destinadas à classe trabalhadora – aliás, a própria palavra classe trabalhadora foi gradativamente suprimida do vocabulário governamental. No lugar dela surge uma noção mais larga e flexível de “classe média” formada de (trabalhadores precários, temporários) empreendedores, colaboradores, consumidores e devedores do sistema de crédito financeiro.
O programa, se não forma uma classe média de fato, forja uma poderosa falsa consciência essencial ao amesquinhamento das lutas política, sindical e social, ao aprofundamento generalizado da alienação de um enorme segmento que descobre, mediante políticas afirmativas, uma individualidade sem lugar social definido. Da crise que se abateu no país depois de 2013 emergiu uma perigosa fragmentação, politicamente inculta, que, durante o tempo das vacas gordas, não parecia assim tão nociva. Pois foi exatamente essa parcela substantiva da sociedadeque se revoltou contra o que hoje vêm tratando de “velha política” apoiando, esperançosa e com expectativas ainda mais rebaixadas do que em 2003, a tal “nova política” encaminhada pela transição do período Temer e efetivada com ferocidade pelo governo Bolsonaro.
Desde então, parece que entramos num mundo distinto, muito, mas muito pior do que poderia supor o nosso pior pesadelo. No entanto, ao contrário do que muitos afirmam, Bolsonaro não é retrocesso, nem um fascismo indiferenciado. Parece um tipo ainda mais virulento de fascistização alinhada aos EUA e destinada à desqualificação material e moral do Brasil nas hierarquias de uma nova divisão social do trabalho. Ou seja, o tão sonhado “empoderamento” do país dos BRICS no IIRSA, no Conselho de Segurança da ONU, no FMI, é transformado em pó, agudizando ainda mais a nossa histórica condição de dependência estrutural.
A fonte secou para o neoliberalismo social. Isso quer dizer que o último período “progressista”, embaralhado por ideias ecléticas, foi instado a ceder espaço paraa realidade dos fatos. “Cada macaco no seu galho”: burgueses de um lado, precarizados de outro. Sem pacto de classe, sem negociação, sem diálogo.
O esbulho ideológico, cevado nos eufemismos palacianos que por anos se empenhou em contemporizar a luta de classes, foi abruptamente substituído por atributos políticos antiéticos.[1] A brincadeira irresponsável da inculcação de classe média consumidora nas massas se transformou em algo imprevisível e perigoso. Artificiosamente abonadas por crédito fácil, abundante, tentação para o endividamento, as massas foram abandonadas às feras por seus ídolos pacificadores, eles mesmos encantados e lambuzados em propinas fartas e fáceis da época das vacas gordas da financeirização internacional.
Desesperançadas pela forma lamentável com que se derrubou o passado recente, lançadas sem subterfúgios ao desemprego e à informalização, submetidas diuturnamente à rapina de seus direitos,as massas parecem ter razão em se recusar à política como espaço de “representação honrada”. A realidade cruenta de suas vidas cotidianas somada às profundezas amargas de sua histórica exclusão política as leva para o campo do circo e do ódio inspirados por personagens violentos, jocosos, pornográficos, cínicos, quase todos evangelizados por pregações satânicas. Capitães, pastores, monarquistas, subcelebridades e juristas tresloucados, muitos dos quais conhecidos aliados do lulismo, refletem uma indigesta predisposição para o abismo. Da cena saiu a concertação, ficaram as migalhas do pão amanhecido e o vislumbre de um espetáculo sinistro.
A suspeitosa ascensão do candidato belicista, estrondosamente votado naquele domingo 7 de outubro, após estagnação e mesmo tendência à queda nas pesquisas, foi realmente surpreendente. O fenômeno, porém, não se deu de modo espontâneo na base ignara da sociedade, senão como resultado de uma articulação muito bem montada entre as forças que representam os atuais interesses da nossa burguesia e nosso capitalismo associado e dependente, instados a atender as exigências do novo e agressivo padrão de acumulação ditado por EUA e Israel.
Criminosamente, a mesma mídia que compôs com esmero o Diário da Facada não condenou nem as traquinagens fascistoides das crias bolsonazi nem as declarações ameaçadoras do vice-general. Ao mesmo tempo, institutos de pesquisa de reputação questionável “comprovavam” o crescimento dos números de Bolsonaro divulgados à exaustão por todos os meios de comunicação. Do templo de Salomão, Edir Macedo e seu Império Universal apontaram para a ira dos céus e a via do inferno para os infiéis desviantes de sua orientação sufragista. Luciano Hang, tal como um pai patrão, destilou pânico entre seus funcionários. Voto de cabresto, fraudes, fakes, truques, redes sociais e toda sorte de meios violentos e enganosos contribuíram de modo decisivo para o resultado do pleito.
Parece que um tempo de esclarecimentos muito difíceis se abre e desafia quem se dispuser a encarar as reais necessidades da história, da nossa história brasileira, latino-americana. O quadro, enfim, nos ajuda a encaminhar uma possível compreensão para a apatia popular brasileira frente ao Outubro Vermelho Latinoamericano. Afinal, estamos no aquém ou no além de Chile, Bolívia, Equador, Haiti, Honduras, Colômbia¿
Na quadra atual, oEstado brasileiro vem dando exemplos sombrios decomo ajoelhar-se diante do império e das empresas estrangeiras interessadas nos nossos recursos humanos enos nossos recursos naturais (nossas terras, minérios, gás, petróleo e, principalmente, nossa água). Aprofunda a histórica subalternização do país à ordem mundial promovendo a destruição massiva dos direitos da classe trabalhadora que se agiganta de maneira absolutamente precarizada. O Estado brasileirodissolve agências de proteção ambiental e acobertamúltiplos ataques aosvários biomas alguns dos quais com danos irreversíveis– Mariana (2015) e Brumadinho (2019), com perdas de muitas vidas humanas e com enorme degradação da fauna, da flora, do ecossistema da região; incentiva o desmatamento e as queimadas na Amazônia, no Cerrado, no Pantanal, em todo território nacional; avaliza os massacrescada vez mais frequentes de lideranças indígenas, quilombolas, camponesas e de ambientalistas; negligencia a gravidade absurda do vazamento de óleo que contamina toda costa do litoral nordestino chegando ao Sudeste. O Estado brasileiroé a iminência parda das milícias queassassinam lutadoras impertinentes comoMarielleFranco e exterminam jovens negros e pobres encurralados em guetos urbanos. É conivente com o aumento brutal dos feminicídios; eagencia o desmonte do sistema público de educação, saúde, cultura, das artesentregando todos os setores para a privatização internacional.
A única solução encontrada aponta para a linha de baixíssima resistência do Lula Livre. Daí a questão: o que mais o metabolismo de reprodução social do capital poderia almejar do que forjar um ultraneoliberalismo para usufruir de um mundo onde possa superexplorar à exaustão – e sem reação – a plena capacidade de trabalho disponível; onde tenha a posse absoluta – e sem obstáculos legais – dos recursos naturais, por mais ocultos e preservados¿ Um mundo em que as instituições correspondam integralmente às ganâncias mais absurdas e fetiches mais bizarros de suas personificações dominantes¿ Um mundo em que a satisfação exclusiva das necessidades de alguns ricos seja aceita com resignação pela massa incontável de pobres¿
Pois é assim, como um laboratório de controle social total, um laboratório de experimentos pacíficos e violentos de contrarrevolução, que o Brasil se apresenta ao continente que ousou se insurgir contra o já longo processo de espoliação neoliberal. De Lula a Bolsonaro, funcionamos como antídoto das insurgências populares que eclodem nos países vizinhos.
Neste exato momento não se pode ainda tecer prognósticos sobre o fenômeno, mas a onda de revoltas contra medidas neoliberais impopulares no Equador, Chile, Bolívia, Haiti, Honduras, Colômbia, mostra caminhos de organização popular, distantes da institucionalidade e que por isso mesmocomeçam a abalar a ordem.Nestes caminhos vemos um encontro interessante de trabalhadoras e trabalhadores, na ativa e aposentadxs, de indígenas e de camponesxs, de estudantes, de mulheres, homens, um encontro racial, de gerações e de gênero. Sem hierarquias. Mas, nunca é demais lembrar que todas essas manifestações advêm da realidade dramática que o capitalismo oferece para a esmagadora maioria da população que depende da venda de sua força de trabalho em todo o mundo. E apesar de todos os argumentos contrários e de todos os desarranjos provocados pelo sistema, a mais imperiosa necessidade do capital é manter estrito controle sobre o trabalho seja lá o formato que ele tenha: se produz mais valia absoluta ou relativa, se o trabalho é formal ou se é informal, se é legal ou escravo.
Nesse sentido, a lutadeve ser reconduzida para o lugar de onde nunca deveria ter saído, ou seja, para o campo da transição revolucionária e popular, reconhecendo-se neste processo a importância de se respeitar a singularidade ontogenética dos indivíduos em combate e o lugar social que ocupam na sociedade.Estamos falando de uma requalificação da luta de classes com sujeitos efetivos e conscientes do seu papel revolucionário não nas sombras de um partido ou movimento social, mas participandode suas decisões. Para que isso se realize verdadeiramente é necessária uma rigorosa, difícil – em muitos casos impossível -autocrítica sobre os caminhos trilhados até aqui e, a partir daí, perguntar-se sobre o horizonte a ser conquistado: se um passado requentado, se um futuro radicalmente transformado.
As questões são procedentes porque, paradoxalmente aos agravamentosoriundos do acúmulo de contradições sociais edo mau funcionamento do sistema em todo seu metabolismo social, a naturalização da sua hegemonia, historicamente fundamentada em ideologias apologéticas e decadentes, reduziu de modo drástico o campo de visão e de ação das organizações de trabalhadoras e trabalhadores, nos sindicatos, nos partidospolíticos, nos movimentos sociais. E justamente quando mais se necessita de posicionamentos decisivos e firmescontra o capital (e não apenas contra o capitalismo)[2], amplia-se a adesão à linha de menor resistência e àcrítica anti-neoliberal(fragmentada e “empoderada” em torno de si mesma)dos anos 2000. Lembremos do modelo traçado pelo Fórum Social Mundial com seu slogan “Um outro mundo possível” a partir de uma pluralidade totalmente esfacelada.
Repensando a emancipação
Há muito tempo que a esquerda não joga qualquer papel digno de nota. Está perdida, sem direção, sem função e à deriva de um politicismo frouxo, teimando em fazer parte de um parlamento irremediavelmente apodrecido e incapaz de sequer lhe dar ouvidos. Para essaesquerda,que abdicou do futuro e se curvou aos apelos republicanos, parece intransponível o abismo que nos separa de uma existência substantivamente humana, não alienada e livre para expressar-se por meio de representações individual e coletivamente ricas em sua autêntica diversidade.Ora, esse rebaixamento das expectativas tem lastro.
De modo predominante, o século XX legou às esquerdas dois caminhos aparentemente divergentes entre si.[3] Os marcos históricos dessa suposta divergência podem ser localizados na ascensão e na queda do socialismo realmente existente.No princípio se ergue um profícuo marxismoinstrumental,europeizante, evolucionista, com forte apego ao desenvolvimentismo capitalista e escudado em ideais universalizantes. Para esse marxismopositivista, herdado da II Internacional e tornado oficial na URSS antes mesmo da ascensão de Stalin, as hierarquias são estabelecidas como dogmas pela vanguarda do partido (portador da consciência) sobre a massa, pelopredomínio do coletivo sobre o indivíduo, pelo fundamentode um suposto objetivo sobre a subjetividade, pelo ideal revolucionárioacimado cotidiano e da realidade adversa da luta. Exemplos das imensas dificuldades de sintonia entre teoria e ação podem ser observadas já na Revolução Russa[4],nas Lutas de Libertação da África[5]e na interpretação do capitalismo e da luta de classes na América Latina.[6]
Na segunda metade do século XX,o Estado de bem-estar social com seus pactos de classe -verdade que distribuído de modo desigual e combinado pelo centro e pela periferia -, criou um clima de otimismoe um esforço de teorização com perspectivas não conflitivas, todas antimarxistas[7]. Surgem daí as teses do fim da história, do fim das ideologias e do fim da sociedade do trabalho. Na mesma linha,surgem análises que trazem o identitarismo – nacionalista, negro, feminino, ambiental, – para o centro das preocupações com ainstitucionalização das particularidades e com a luta por direitos de igualdade formal dentro de uma ordem substantivamente desigual.
Façamos aqui uma pausa para pensarmos uma experiência recente vivida intensamente em quase toda a América Latina, quando uma onda de redemocratização vigiada advém do longo e brutal período controlado por ditaduras civis sob tutela militar. No Brasil dos anos de 1980, a sociedade civil se reorganiza nos bairros, nas fábricas, nos sindicatos, em movimentos de luta pela terra e em partidos políticos. As organizações funcionam como extensão da divisão social do trabalho e das hierarquias conforme a lógica do capital. O braço agrícola, o braço industrial, o braço parlamentar. Todos reivindicativos, dependentes de políticas públicas num país de tradição autocrática (sim, a luta, sobretudo no campo sempre foi muito difícil por aqui) e com seus tipos ideais weberianos: o camponês, o operário e aquele com vocação política. Uma nova questão a se fazer: qual o papel desse esquematismo militante num mundo de homens e de mulheres cada vez mais polivalentes na sua extrema miséria e precarização¿
Voltando, então, para aquela dicotomia que vínhamos analisando, temos aqui um dilema relativo.De um lado, a teoria revolucionária apoiada em um sujeito coletivo/abstrato (o partido como sua consciência possível) afastado do cotidiano de mulheres e dehomens reais. De outro,uma série deteorias críticas baseadas num presentismo identitário, fracionado e sem vislumbre revolucionário. Um embate desgastante, inócuo e, quase sempre restrito à babel acadêmica e produtivistaentre uma esquerda iluminista incapaz de compreender a dialética fora dos livrose uma esquerda social-democrata, plural ea-histórica.Pois bem, nem idealismo sem sujeito, nem indivíduo sem lugar social nos servem como referência para as lutas que teremos de enfrentar.
Tentaremos com issoabrir um campo de análise e intervenção a partir de alguns espinhos da história latino-americana. É possível que a atualização deles nos ajude a encontrar explicações e quem sabe saídas de velhos e impenitentes problemas.
Quando falamos em combater o capital não nos referimos apenas a um sistema político e econômico que nos oprime e empobrece. Falamos também de uma grave e resistente deformação societária, de alienação e naturalização do que é essencialmente histórico. Por exemplo, quando questionamos a respeito de quem são os sujeitos da revolução, não nos interessa polemizar sobre o que é mais importante ressaltar: se a sua condição de classe ou se sua condição humana (se mulher, se negra, se negro, indígena, branco ou branca, se gay, oriental). Desde a forma como encaramos as coisas, isso é ontologicamenteimpossível. Vamos então superar as dicotomias reproduzidas por aqueles antigos equívocos que colocam de um lado a classe de outro o sexismo, a racialização, a nacionalidade.
O capital em si não é preconceituoso, nem tem credo religioso porque seja generoso. Na hora de explorar ele acolhe a todos e todas sem distinção, inclusive os velhos, as crianças, os deficientes, presidiários. Costumam dar a isso o nome de responsabilidade social. Mas as diferenças surgem na hora de avaliá-los e remunerá-los como mercadorias que são.É exatamente essa hierarquização constituída pela conveniência do capital que os indivíduos inseridos nesta lógica irão reproduzir: uma alienação que é autoalienação ao mesmo tempo. Então, vamos a Marx.
Para ele, o pressuposto do processo que produz e reproduz a relação-capital pode ser observado em toda história da acumulação de riquezas, algo que desde a sua fase originária, vem sendo moldada por
todos os momentos em que grandes massas humanas são arrancadas súbita e violentamente de seus meios de subsistência e lançadas no mercado de trabalho como proletários livres como pássaros. A expropriação da base fundiária do produtor rural, do camponês, forma a base de todo o processo. Sua história assume coloridos diferentes nos diferentes países e percorre as várias fases em sequência diversa e em diferentes épocas históricas.[8]
A brutalidade que marcou os cercamentos na Europa foi intensificada pela empresa colonial na pilhagem de mulheres e homens da África conduzidos para o inferno da escravidão no “Mundo Novo”. Ao mesmo tempo, um destino de massacres se abateu sobre as populações nativas dos territórios espoliados. Já no pecado original do sistema do capital, europeus, africanos, indígenas, adultos, crianças e velhos, assalariados lá, escravos aqui, no chão de fábrica, no eito, todos e todas teriam sua integridade humana e cultural destruída para serem transformados em peças para a produção de coisas, condição de sua inserção na imensa força de trabalho abstrato.
Meu trabalho não é vida (…) uma vez pressuposta a propriedade privada, minha individualidade se torna extranhada a tal ponto, que esta atividade se torna odiosa, um suplício e, mais que atividade, aparência dela; em consequência, é também uma atividade, aparentemente imposta e o único que me obriga a realiza-la é uma necessidade extrínseca e acidental, não a necessidade interna e necessária.[9]
É dessa maneira alienada, expressão de uma relação social baseada na propriedade privada, no dinheiro e no trabalho abstrato, que a existência no mundo do capital se manifesta e se desenvolve como existência desumanizada, coisificada. As relações sociais, neste caso, se convertem em relações entre coisas.
A igualdade dos trabalhos humanos assume a forma material de uma objetivação igual de valor dos produtos do trabalho, o grau em que se gaste a força humana de trabalho, medido pelo tempo de sua duração, reveste a forma de magnitude de valor dos produtos do trabalho e, finalmente, as relações entre uns e outros produtores, relações em que se traduz a função social de seus trabalhos, cobra a forma de uma relação social entre os próprios produtos de seu trabalho.[10]
O que podemos adiantar a esse respeito, é que quanto mais os indivíduos se afastam daquela sua condição originária e mais contaminados ficam pelas deformações societais burguesas, mais tendem a naturalizar e a reproduzir os valores do capital contra si mesmos. Sua alienação se desenvolve e se agiganta na mesma proporção do desenvolvimento capitalista. Se entrega à democracia e à institucionalidade burguesa. Seus sonhos, se algum dia foram de libertação, se encaixam em algumas meras políticas públicas. Desconhece-se o sentido mais profundo das lutas de seus antepassados, ainda que os admirem. A grandeza das guerras indígenas contra os colonizadores, das lutas dos africanos tiranizados contra a sociedade escravista, do combate de vida e de morte daquelas mulheres e homens contra uma civilização visava a preservação da sua integralidade ainda não alienada, nem contaminada por valores corrosivos.
Pensando através de uma linha do tempo conduzida pela imposição do sistema do capital sobre o ser do trabalho abstrato seguida de uma naturalização que predispõe à resignação, é que se compreende a predominância da pequena política, o rebaixamento das expectativas. Além disso, se compreende também a tendência à fragmentação e autonomismo das causas (feministas, raciais, sexistas e ambientais).
A proposta então é a retomada da consciência substantiva dos seres atingidos e oprimidos pelo capital tendo em vista uma ofensiva que vai muito além da unidade de fragmentos que praticam mais o duelo do que o encontro. Não se trata de somatória de forças, mas de síntese fundamentada em uma solidariedade humana contra um sistema irremediavelmente irracional.
O combate ou a morte: a luta sanguinária ou o nada. É assim que a questão é invencivelmente posta.
Georges
Sand
[1] Cada uma das pastas ministeriais é ocupada por um ou uma representante da sua negação. Damares, Weintraub, Salles são os que melhor personificam a quebra dos ilusórios valores universais, do “politicamente correto”, a inversão das conquistas nos campos ainda que formais dos Direitos Humanos, do feminismo, da educação e meio ambiente. Deus, Olavo de Carvalho, Steve Bannon no comando.
[2] Ver a distinção entre capital e capitalismo em István Mészáros, Para além do capital. São Paulo: Boitempo, 2002.
[3] Não desconhecemos as inúmeras outras saídas propostas no campo das esquerdas, apenas assinalamos as duas que mais prevaleceram, como fizemos questão de mencionar.
[4] De todos os fatores explicativos sobre a derrota da experiência soviética, nenhum outro consegue ser mais esclarecedor do que o dramático cotidiano vivido pelas camponesas e proletárias que, juntamente com seus filhos, foram do céu ao inferno pela Revolução Russa. De um lado, a conquista de um ousado aporte de direitos constitucionais que lhes prometia garantir os usos de uma nova moral sexual e a libertação das tarefas domésticas. De outro, a realidade dura de uma vida de misérias, abandono e exploração do trabalho. Ver a respeito Wendy Goldman. Mulher, Estado e Revolução. São Paulo: Boitempo, 2016.
[5]KwameNkrumah, ClassStruggle in Africa. Panaf Books, 2006. Frantz Fanon, Em defesa da revolução africana. Portugal, Sá da Costa Editora, 1969. Eric Williams. Capitalismo e escravidão. São Paulo, Cia das Letras, 2012
[6]José Carlos Mariátegui, Sete Ensaios de Interpretação da Realidade Peruana. São Paulo: Alfa Omega, 1975. Florestan Fernandes, Poder e contrapoder na América Latina, Rio de Janeiro, Zahar Editores, 1981.
[7] Marxismo, socialismo e comunismo sempre identificados com a experiência soviética.
[8] Marx. “A assim chamada acumulação primitiva” em O capital. SP Nova Cultural, 1988.
[9] “Extractos de lectura” em Obras de Marx y Engels OME “Manuscritos de Paris y AnuariosFranco-Alemanes 1844”. Barcelona, Grijalbo, 1978, pgs 293 y 299.
[10] Ibidem, p. 124.
2 thoughts on “Brasil de Lula a Bolsonaro – las diferentes caras de la contrarrevolución”