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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Setenta y cinco años del fin de Segunda Guerra Mundial.

Especial para ContrahegemoniaWeb

Berlín-Karlshorst, 8 de mayo de 1945, 23:45 Hrs. el mariscal de campo Wilhelm Keitel firma la capitulación incondicional de la Wehrmacht, las fuerzas armadas alemanas.  La rúbrica se efectuó en acuerdo con el presidente del Reich, Karl Dönitz, sucesor oficial de Hitler después de que este se suicidara el 30 de abril. El gobierno de Dönitz, instalado en Flensburgo tras la huida de Berlín, siguió un tiempo formalmente en funciones. Se derrumbaba  del Tercer Reich alemán, terminaba la Segunda Guerra Mundial en Europa. Proseguiría en Asia hasta el 2 de septiembre de 1945, cuando, sobre el puente del acorazado estadounidense Missouri, los representantes de Japón, agobiados por las primeras bombas atómicas, firmaran la rendición de su país.

La Segunda Guerra Mundial fue el momento central del siglo XX. Uno de los acontecimientos más violentos y más destacados de la historia de la humanidad. En primer lugar por su exceso, su extensión sin igual. Con la amplificación y la intensificación progresiva del conflicto, el campo de batalla se extendió a todo el planeta y afectó a todos los continentes. En 1945, casi todos los Estados independientes se encontraban implicados en la guerra. Las grandes potencias imperiales habían arrastrado al enfrentamiento, a sus colonias de África y Asia. Y todos los países de América Latina se habían comprometido en favor de la causa aliada.

La cantidad de soldados movilizados superó todo lo que se había conocido anteriormente. Esta guerra planetaria fue también una “guerra total”, que se caracterizó por el tamaño de la “zona de destrucción” mucho más allá del campo de batalla propiamente dicho. Las poblaciones civiles de toda Europa,  especialmente la de Rusia occidental y de Asia oriental debieron sufrir operaciones militares, la proximidad con los diversos frentes, operaciones de rastrillaje, y represiones o bombardeos sistemáticos. Sin hablar de las persecuciones y masacres por motivos ideológicos o a causa de políticas raciales de las que fueron víctimas millones.

El costo en vidas humanas fue de alrededor de 50 millones. El balance fue más desfavorable en Europa que en Asia, y mucho más en el este europeo que en el oeste. El ejército soviético  perdió unos 14 millones de hombres: 11 millones en los campos de batalla  y 3 millones en los campos alemanes. Entre los Aliados, el total de muertos en combate fue de 300.000 estadounidenses, 250.000 británicos y 200.000 franceses. Japón perdió un millón y medio de combatientes. Pero una de las principales causas de pérdidas de vidas humanas fue el enfrentamiento, en el Este de Europa, entre la Wehrmacht y el Ejército Rojo, que terminó con la muerte de por lo menos 11 millones de soldados de ambos campos y produjo más de 25 millones de heridos;  la cantidad de víctimas civiles superó por lejos la de los militares muertos en combate.

Hubo bombardeos intensivos de las ciudades; todos los beligerantes abandonaron cualquier escrúpulo en relación con los pueblos indefensos. También hubo éxodos o marchas forzadas que produjeron innumerables víctimas entre los prisioneros de guerra, los deportados y las poblaciones desplazadas. Y  sobre todo, el crimen de los crímenes, la exterminación sistemática por parte de los nazis, por razones de odio antisemita, de seis millones de judíos europeos. Por sus dimensiones apocalípticas, y por los huracanes de violencia, de crueldad y de muerte que desató sobre el mundo, la Segunda Guerra Mundial cambió profundamente no sólo la geopolítica internacional sino, las mentalidades.

Las causas inmediatas de la guerra pueden hallarse  en la búsqueda de áreas de acumulación primarias por parte del III Reich  particularmente en el este de Europa, que hacía necesario un ataque contra la Unión Soviética, propósito  evidente desde el ascenso de Hitler al poder en 1933; la burguesía alemana, sumida en una profunda crisis desde 1918, asumió el reto. Recordemos que  entre 1935 y 1939, Alemania presiona en el este y logra la anexión de Checoslovaquia y Polonia, pero  esto lleva a que el  régimen nazi  avance sobre los intereses de  Gran Bretaña y Francia, particularmente el imperialismo británico no podía aceptar el avance del alemán. Esto conduce  a un choque de intereses y como resultado  la invasión de Francia; el miedo  de la burguesía francesa a una posible revolución, facilitó enormemente la caída en poder de los nazis.  Este hecho junto con la batalla de Inglaterra marco un cruce irresuelto, tras ellos los nazis volvieron a su principal propósito,  la invasión de la URSS que en septiembre de 1941 marcó el regreso a los objetivos iniciales; la  confianza de Stalin en que Hitler no atacaría resultó desastrosa, aunque la industrialización del país lo colocaba en una situación ventajosa a más largo plazo.

En forma paralela, en el Pacífico, Japón avanzaba en la conquista de China,  el imperialismo americano no podía consentir el progreso territorial  del japonés por la misma razón, la amenaza para el futuro que suponía la expansión del imperio nipón  era inadmisible y la guerra inevitable. La delicada coyuntura económica de los Estados Unidos con millones de desocupados hacía necesario además un giro hacia el mercado mundial. A pesar de las  operaciones militares de alemanes y japoneses, particularmente sus aspectos estratégicos con la política de la guerra relámpago, el regreso a la guerra móvil,  las tácticas de engaño del enemigo y  los servicios secretos; todo esto con  el objeto de  obtener los recursos necesarios para la guerra, sus cifras de producción de armamento muestran, al ser comparadas con las de los aliados, que no podían aspirar a la victoria.

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La época imperialista daba lugar a fenómenos vinculados, inherentes a las propias contradicciones del capitalismo en decadencia; las guerras, las crisis económicas y las revoluciones. El resultado de la Primera Guerra y la preparación posterior, de una perspectiva interesada en el triunfo de la revolución que volvería a emerger de las entrañas de la nueva Guerra¸ la naturaleza de clase del Estado que hace la guerra y sus intereses, que determinan las consideraciones militares y geopolíticas; la clase dominante nacional está condicionada decisivamente por la relación de fuerzas sociales y materiales.

Otro factor presente fue la contrarrevolución del período de entreguerras,  inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial tuvieron lugar varios procesos revolucionarios. El destacado triunfo en Rusia contrasta con el aplastamiento de numerosos levantamientos (como en Alemania, Hungría, Italia o España, por citar algunos), lo que permitió la movilización de las fuerzas vinculadas al poder. Recordemos  el rol de la burguesía alemana y de sus representantes políticos, Hitler y su partido desencadenaron la guerra tomando su política agresiva particularmente sobre la clase obrera y junto con la necesidad de espacios vitales para sus mercados; la creciente presión salarial de la clase obrera alemana, que prefiguraba un horizonte crítico para la acumulación de capital si no se encontraba nuevo espacio donde valorizar, existió una coalición entre importantes fracciones de la burguesía europea con el nazismo para reforzar la lucha contra la clase obrera.

El objetivo de los aliados no era aplastar el fascismo, sino asegurarse la hegemonía a costa de las burguesías alemana y japonesa; a diferencia de las fuerzas del Eje utilizaban la estrategia de guerra de desgaste en la que llevan las de ganar con su ventaja en recursos. Si bien el antifascismo fue el recurso ideológico fundamental utilizado por las burguesías de los países aliados para ocultar su propio carácter imperialista, Stalin utilizaba el  nacionalismo ruso y eslavismo. Japón y Alemania hicieron uso sobre todo del chovinismo nacionalista y el racismo, que se  enlaza certeramente con una larga tradición de genocidios. Desde el punto de vista ideológico, la principal arma que usaron los Aliados fue el antifascismo, es importante puntualizar que el racismo extremo no fue la exclusividad hitleriana, se ubica congénitamente vinculado al colonialismo e imperialismo, el racismo se encuentra institucionalizado en los distintos regímenes burgueses, que lejos están de haber quedado en el pasado.

Detrás de Adolf Hitler se encontraba el imperialismo y la burguesía alemana que lejos de estar dominado por el atraso poseía, un fuerte potencial industrial mayor al de Francia y Gran Bretaña. Estas últimas, sin embargo, fueron las potencias vencedoras de la Primera  Guerra Mundial y en consecuencia las beneficiadas en el reparto del mundo. Esta contradicción entre su inferioridad económica y su predominio internacional en detrimento de EE.UU. y de Alemania, no sólo no la solucionó la Primera Guerra imperialista sino que se fue acrecentando. El triunfo de la revolución rusa y la difusión su ejemplo hacia Alemania y Europa instaló un manto de temor entre los vencedores y vencidos que hicieron impensable desarmar completamente a Alemania. Derrotada la revolución alemana de 1918, sin colonias y sometida al pillaje de Versalles, Alemania empezó a engendrar el nacionalsocialismo, fueron las contradicciones interimperialistas de las democracias europeas las que crearon, en gran medida, las condiciones para el ascenso del nazismo.

Los regímenes democráticos o el fascismo son formas de dominación que la burguesía utiliza, en función de las condiciones históricas establecidas y la relación de la lucha de clases. En Alemania, amenazada por la crisis y privada de colonias, un sistema democrático burgués era improbable; tenía que derrotar a un proletariado que gozaba de poderosas organizaciones y conquistas, para disputar un mayor predominio a nivel internacional.  En el fascismo, el capital monopolista, se apoya en las capas medias arruinadas por las crisis para destruir las organizaciones de la clase obrera,  las reformas sociales y en el aniquilamiento completo de los derechos democráticos, con el objeto de prevenir la resurrección de la lucha de clases.

La interpretación mayoritaria es que se trataba de un enfrentamiento entre democracia y fascismo, pero la guerra solo puede ser comprendida dentro de la tendencia imperialista por el dominio mundial, cuyo resultado definió el patrón particular de acumulación para todo un período. Intentan negar  el carácter de guerra interimperialista por un nuevo reparto del mundo y que expresaba en definitiva, una sed insaciable de plusvalía. En este sentido, se puso en evidencia la estrecha relación entre las guerras imperialistas, de liberación nacional en las colonias y semicolonias, así como revolucionarias, tanto en la defensa del Estado obrero o como resultado del enfrentamiento de la clase obrera contra la burguesía en los propios países imperialistas.

La Segunda Guerra es definida mayoritariamente como una guerra entre “democracia y fascismo” estuvo signada por el enfrentamiento entre estos dos campos, la única alternativa de la que disponían las masas para su triunfo era unirse al estandarte de la “democracia” levantado por el campo Aliado, no separaba al capitalismo y al comunismo sino lo que el siglo XIX habría llamado ‘progreso’ y ‘reacción’ con la salvedad de que esos términos ya no eran apropiados.  A partir de 1945 la humanidad podía respirar tranquila ya que la guerra no sólo había estado debidamente justificada para terminar con el fascismo sino que la democracia había triunfado, el mundo iba ser mejor.

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La concepción de que la Segunda Guerra Mundial constituyó, en esencia, el enfrentamiento entre dos tipos de regímenes (“democracia y fascismo”), entre progreso y reacción, retrocede en la historia, a la época del capitalismo de libre competencia donde la burguesía liberal cumplía un rol relativamente progresivo frente al feudalismo y el absolutismo, ahora lo sería frente a la burguesía fascista. Excluye el carácter imperialista de la época y los fenómenos que desencadena. Sobre la base de la economía mundial, este punto de vista, comprendía que las rivalidades entre potencias imperialistas en pos de dominar colonias y semicolonias crean las tendencias a la guerra imperialista por el reparto del mundo, inherentes al propio sistema capitalista mundial debido a la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las fronteras nacionales. Esta contradicción se funda en la tendencia monopolista que adopta el capital y la necesidad de los estados nacionales dominantes para imponer y disputar el mercado mundial

Las fuerzas sociales populares empujadas a la contienda van a ella sin ningún entusiasmo, pero en lugares como Yugoslavia o Grecia la resistencia al invasor alemán toma enseguida el carácter de una rebelión  que destruye los cimientos del orden burgués. Las razones para ello radican en determinar si los Estados poseían la capacidad de realizar una movilización total de su población para el esfuerzo de guerra, tanto en términos organizativos y logísticos como “anímicos”. En China y el sudeste de Asia la resistencia al invasor japonés provoca una movilización de los campesinos que escapa del control de las burguesías locales y marcará el futuro de estas regiones. Procesos similares se ponen en marcha en Argelia, Egipto o Líbano contra el dominio occidental, se  yuxtapone conflictos entre imperios y luchas de liberación. No obstante, en este panorama sombrío la conciencia de clase de los explotados logró prender su llama en diversos lugares y tras la guerra avivó hogueras espectaculares en Yugoslavia o China. El rol de la Resistencia fue fundamental y configuró, en cierto modo, otra guerra de carácter popular. Una confrontación  entre los sectores populares, las fuerzas anticapitalistas, los movimientos de liberación nacional y enfrentando a la burguesía mundial que quería ahogar en sangre  el desafío de las clases subalternas. Un conflicto donde se disputaba la salida que se le daría a la contienda;  un capitalismo, aunque sea reformado, o un orden social sustancialmente nuevo.

La resistencia al fascismo, en un principio de vanguardia, va a masificarse, desatando procesos revolucionarios en Yugoslavia, Grecia, Italia, Francia y Bélgica.  En una Europa destruida por la guerra, derrotadas las burguesías nacionales colaboradoras del fascismo y una creciente rebelión  de las masas, la política de los estados ganadores va a ser garantizar la restauración del orden como fuera, es decir, apoyándose también  en sostenedores de los regímenes fascistas. La continuidad entre resistencia al invasor y liberación nacional durante la posguerra en algunas regiones coloniales (desde 1945 al presente) tomaron algunas de sus formas de combate insurgentes y su respuesta, la contrainsurgencia, cobraron centralidad en el desarrollo del acontecer bélico y de la lucha revolucionaria.

Las revoluciones en Yugoslavia y Grecia, la insurrección en el norte de Italia, la generalización de la Resistencia en Francia y otros países europeos a partir de la caída de Mussolini y la derrota decisiva alemana en la batalla de Stalingrado a inicios de 1943 replantean los objetivos de ambos campos. Conseguido el triunfo sobre el Eje, los Aliados occidentales tendrán que derrotar los procesos insurreccionales, cuestión que no lograrán en su totalidad aunque sí en el decisivo escenario europeo; las revoluciones desde abajo resultaron mayormente derrotadas. El rol del Kremlin, fue el engranaje indispensable para garantizar la continuidad del imperialismo, que se adjudicó el triunfo sobre la Alemania de Hitler, como así también el capital y sus Estados, una victoria por la cual, en el mejor de los casos, hicieron poco, y  sin tener en cuenta el  heroísmo del pueblo soviético y los militantes de los partidos comunistas, junto a los partisanos de distintas identidades políticas en estos procesos de resistencia.

Las potencias imperialistas vencedoras van a asumir que el triunfo y el botín de la Segunda Guerra Mundial deberá ser compartido con la URSS. Tal es el contenido que tendrán las conferencias de Teherán en 1943 y posteriormente las de Yalta y Potsdam al finalizar la guerra. La instalación  del proyecto de hegemonía económica global, apoyado en la supremacía militar, comenzó cuando Estados Unidos estableció su predominio mercantil con el sistema Breton Woods, y su supremacía militar con sus bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

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La derrota de las fuerzas del Eje y el debilitamiento de Francia y Gran Bretaña ubicaron a EE.UU. en la cumbre del dominio imperialista. Su base productiva estaba intacta, mientras que la  de Europa estaba en ruinas, tenía un inmenso ejército y el monopolio de las armas nucleares. Podían imponer sus condiciones al resto del mundo. Sólo la Unión Soviética se interponía en su camino, por lo cual tuvo que aceptar las pretensiones territoriales de la URSS en Europa del Este, tambien tuvieron que establecer un pacto estratégico que dividía al mundo en zonas de influencia y la coexistencia pacífica.

Desde 1945 hasta fines de los ‘60 el capitalismo tuvo una era dorada, producto de la reorganización mundial del final de la guerra. Pero los fenómenos más generales que empujaron a la contienda y a los genocidios, a saber el imperialismo y sus consubstanciales rasgos militaristas y racistas, las crisis económicas y la irracionalidad de un modo de producción regulado por el mercado y basado en la explotación, lejos están de haber sido superados. Las tendencias generales que llevaron a la guerra, con su tremendo costo humano, no se encuentran abolidas y que, por tanto, el capitalismo podría producir nuevas catástrofes, señalando que de hecho las produce, pero en escalas menores, de otro tipo y en escenarios considerados periféricos.

La competencia imperialista de las diferentes potencias por el reparto del mundo, la contradicción entre el carácter global de las relaciones de producción y la forma política de los Estados-nación, las disputas y luego antagonismos entre estas entidades; son indispensables para comprender la guerra, la necesidad inaplazable de espacios geográficos donde valorizar ingentes cantidades de capital excedente. Esta guerra, consistió básicamente en una guerra interimperialista, que tras un convulsionado paréntesis de poco más de dos décadas reanudó la labor que había emprendido la Primera Guerra Mundial. La acumulación de capital, más concretamente la necesidad imperiosa de los capitalistas de realizar sus crecientes excedentes de valor en un mercado estancado le brindó el impulso esencial y esto  no es un determinismo económico, sino un determinismo social históricamente situado. Dentro de la guerra había otras guerras, un conjunto de varias guerras, a saber entre grandes potencias, de autodefensa de la URSS, de liberación nacional en el mundo colonial, de liberación nacional en los países europeos ocupados, una guerra  político-ideológica, guerra de clases, una guerra de exterminio de los judíos, en donde se conectan todas; en la visión del mundo nazi los judíos son el cerebro de la URSS, que es un Estado marxista.

Concluida la guerra, la división en zonas de influencia reflejará sobre todo las posiciones alcanzadas en el campo de batalla, en un escenario en el que el debilitamiento de las grandes antiguas potencias imperialistas verá surgir la hegemonía indiscutible de los Estados Unidos y la URSS. No son desdeñables, sin embargo, las luchas de liberación nacional que se activan por todo el mundo, entrelazadas a veces con la revolución social, estos procesos de liberación a la opresión colonial se superponen a las operaciones bélicas y son reprimidas simultáneamente. La Guerra Fría nace ya con la “doctrina Truman” en marzo de 1946, pero son el plan Marshall y las reformas de 1948 las que le dan su fisonomía definitiva; los países ocupados por la URSS se convierten entonces en estados clientelares, y a partir de 1955 se engloban en una alianza militar, mientras los Estados Unidos se concentran en liderar una expansión sin precedentes de la economía capitalista.

La marea de destrucción y barbarie del capitalismo emerge de aquellos años sangrientos con un rostro nuevo, marcado sobre todo por el dominio imperial de los Estados Unidos. Este se apoya en una industria militar de una pujanza desconocida en la historia, que hace valer su poder justo cuando el viejo colonialismo toma la forma de una opresión económica igual de tiránica y fuente continua de conflictos. La Segunda Guerra Mundial fue una guerra imperialista, tanto en su génesis como en los objetivos de conquistar la hegemonía mundial que se trazaron las potencias capitalistas que la protagonizaron; esta guerra no se trató principalmente en  un conflicto entre dictadura nazi-fascista y democracia, como se propagandizó esencialmente.

A pesar del carácter muy diferente de los regímenes políticos en disputa, el principal factor que conduce a la segunda guerra mundial, fue el choque entre los diferentes intereses imperialistas presentes en todos estos regímenes; cuando los intereses esenciales de los capitalistas son amenazados, no importan las exhortaciones previas acerca de la democracia, un régimen político capitalista de un tipo u otro no puede cambiar las bases económicas retrógradas del imperialismo, que es la principal fuerza propulsora de la guerra. De esta forma la ilusión de que basta una ideología para provocar una guerra mundial es absurda en tanto desprecia las condiciones materiales, de la economía, de la relación entre estados y por último y más importante, de la lucha de clases para mover la rueda de la historia.

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