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El Trinche: La última leyenda urbana del fútbol

Especial para Contrahegemonía

Esta mañana se apagó la última luz de romanticismo que le quedaba al fútbol. Producto de las heridas causadas por un fuerte golpe en la cabeza mientras le robaban su bicicleta, Tomás Felipe Carlovich nos dejó y así agigantó aún más esa leyenda de un futbolista condenado al éxito que logró eludir su destino para seguir haciendo lo que más le gustaba: jugar a la pelota.

En estos tiempos en los que sobreabundan videos de equipos antológicos, en donde cada minuto se suben a YouTube millones de megas de imágenes que quedarán como archivo para la posteridad, y donde ya casi ninguna escena de la vida cotidiana parece escapar de una cámara, resulta difícil -y quizás hasta inútil- explicarle a un centenial quien o qué era el “Trinche” Carlovich. Un jugador -quizás el mejor de todos según exageran quienes lo vieron- del que no hay ni siquiera un registro fílmico y que apenas jugó dos partidos en primera división.

Sólo nos queda recurrir a alguna de las cientos de adulaciones que hoy salen a flote en el inmenso océano informático. “Gracias por la presentación, pero aquí en Rosario ya jugó el mejor, un tal Carlovich”, le respondió Diego Armando Maradona a un periodista durante su presentación oficial en Newell´s Old Boys. Precisamente una de las últimas apariciones públicas del esquivo Trinche fue junto al 10, cuando finalmente se conocieron y el ahora DT de Gimnasia y Esgrima de La Plata le firmó una camiseta junto a un mensaje que decía: “Fuiste mejor que yo”.

Pero más allá de las gambetas invisibles, de su comentada elegancia y precisión para jugar, el Trinche encarna ese personaje qijotesco del que resulta imposible no enamorarse. Ese, que no quería más que “disfrazarse de futbolista” y jugar a la pelota. El que envuelto en talento gambeteaba una y mil veces a la fortuna y sus millones; le hacía un caño, la esperaba, y volvía a meterle otro caño, igual que lo hacía con sus rivales.

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Referencia obligada entre los personajes más ilustres de una generación, como Jorge Valdano, Marcelo Bielsa, César Luis Menotti y el propio Maradona, el Trinche se encargó de alimentar su propia leyenda con innumerables historias que marcaban una personalidad casi tan impredecible como su estilo de juego: Así fue como cuando integraba el plantel de Rosario Central pidió bajarse del colectivo para buscar un bolso del vestuario y no volvió más, o cuando se excusó de no poder llegar a una convocatoria a un preseleccionado de la Selección Argentina debido a la crecida de un río, o cuando tras firmar contrato con Independiente de Rivadavia en Mendoza agarró el flamante Fiat 125 que le habían dado como parte de pago y regresó a Rosario sin aviso mediante. 

“Le gustaba más jugar al fútbol que ser profesional”, comenta Menotti en el impecable retrato “El Trinche fue el más grande” realizado hace un lustro por el también recientemente fallecido Michel Robinson. “A veces no se da. No es que uno no quiera. Pero siempre que me preguntan la respuesta es la misma. Lo volvería a hacer porque yo lo disfruté mucho”, contaba Carlovich sin temor a arrepentirse. A pesar de las mil historias que se cuentan en Rosario, juraba y perjuraba que no había sido la bebida ni la pesca lo que lo alejó de los flashes y la firma de los grandes contratos.

¿Qué fue entonces lo que impidió que el Trinche triunfara? ¿Es que realmente el Trinche fracasó? En una sociedad acostumbrada a premiar los éxitos y medirlos en trofeos o dígitos en una cuenta bancaria, a aplaudir el “bigger, stronger, faster” (más grande, más fuerte, más rápido) que pregona el deporte de alto rendimiento y fundamentalmente sus auspiciantes, este rosarino parece ser el último gran antihéroe que por simple gusto elige darle la espalda a las luces y los aplausos que lo esperan del otro lado del telón. Una historia que sin dudas podría haber sido recopilada por Manuel Mandeb en su antología de renuncias memorables y aplaudida por el resto de los Hombres Sensibles en Flores.

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Mientras en esta cuarentena un mundo globalizado celebra a través de Netflix las victorias de Michael Jordan junto sus Chicago Bulls, y su lucha por ganar, ganar, en la brillante “Last Dance”. El destino inventa una pirueta tragicómica que nos permite contar la historia de una leyenda cuya carrera nunca pudo superar el breve mapa de una provincia.

 

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