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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Lenin y los bolcheviques en 1917 (primera parte)

Hace ya más de un siglo, entre los meses de febrero y octubre de 1917 (según el calendario Juliano), en el inmenso territorio que ocupaba el imperio zarista comenzó la Revolución Rusa. Más precisamente, el 23 de Febrero (que pasaría a ser 8 de Marzo al adoptarse elel calendario Gregoriano) estalló una insurrección que en pocos días terminó con 300 años de reinado autocrático de los Romanov. La “Revolución de Febrero” fue en realidad el comienzo de un complejo y prolongado proceso revolucionario que trastocó el viejo orden en Rusia y en las otras naciones y pueblos incorporados al  Imperio: Ucrania, Polonia, Finlandia, Estonia, Lituania, Georgia, Armenia, pueblos del Cáucaso, etcétera. Un acontecimiento decisivo se produjo ocho meses después, cuando una segunda insurrección (la “Revolución de Octubre”) instituyó la República Soviética con el Sóviet de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom) como órgano ejecutivo. La Revolución “Rusa” debe ser también considerada como revolución internacional, indisociable de las revoluciones que, con diversa suerte, se desarrollaron en los territorios que habían sido colonizados por Rusia, e indisociable también de la ola revolucionaria que conmovió a Alemania y otros países de Europa hasta 1923, para luego extenderse (con un tempo distinto) hacia Oriente y el mundo colonial o dependiente. Y  tuvo también una expresión político-organizativas con la fundación de  la Internacional Comunista (o Tercera Internacional), concebida como Partido Mundial de la Revolución Socialista.

Un nuevo aniversario del nacimiento (el 22 de abril de 1870) de Vladimir Ilitch Ulianov, más conocido por el pseudónimo de Lenin, fue el disparador de éste ensayo que trata de “recortar” en el inmenso fresco de aquella revolución al menos algo del inmenso y original el aporte de Lenin y los bolcheviques en 1917.

Aldo Casas,abril de 2020.

Un difícil comienzo

En enero de 1917, el exiliado Lenin había dicho en una conferencia ofrecida en Suiza que 

 (…) los  años próximos traerán a Europa, precisamente como consecuencia de esta guerra de pillaje, insurrecciones populares dirigidas por el proletariado contra el poder del capital financiero, contra los grandes bancos, contra los capitalistas. Y estas conmociones no podrán terminar más que con la expropiación de la burguesía, con el triunfo del socialismo.

Nosotros, los viejos, quizá no lleguemos a ver las batallas decisivas de esa revolución futura. No obstante, yo creo que puedo expresar con plena seguridad la esperanza de que los jóvenes, que tan magníficamente actúan en el movimiento socialista de Suiza y de todo el mundo, no sólo tendrán la dicha de luchar, sino también la de triunfar en la futura revolución proletaria. .

(Obras Completas, tomo 30: 334)[1]

La anécdota suele citarse como “prueba” de que la revolución sorprendió a quien sería su principal dirigente. Pero si bien se lee, demuestra lo contrario: Lenin destaca la actualidad de la revolución y llama a prepararse para luchar y triunfar en la misma. Por eso mismo, pese a la distancia y a lo fragmentario de la información que le llegaba desde Rusia, ya el 6 de marzo, en nombre de los miembros en el exterior del Comité Central fijó una clara orientación en un telegrama que envió a sus camaradas: “Nuestra táctica: desconfianza absoluta, ningún apoyo al nuevo Gobierno; sospechamos especialmente de Kerenski; la única garantía es armar al proletariado; elecciones inmediatas para Duma Petrogrado; ningún acercamiento a otros partidos. Telegrafíen esto a Petrogrado”. (31: 8).

En Rusia, el ritmo de los acontecimientos era vertiginoso. En la noche del 27 de febrero se había conformado el Sóviet de Petrogrado[2] y al día siguiente los diputados obreros y soldados comenzaron a reunirse en el ala izquierda del Palacio Táuride (hasta poco antes sede de la Duma). Era la expresión político-institucional de la añorada smytchka de obreros y campesinos (corporizados éstos, inicialmente, en los soldados) y, también, de lo que los rusos denominaban la democracia revolucionaria. Contaba, por añadidura, con fuerza militar puesto que controlaba las más importantes y poderosas guarniciones del país (Petrogrado y Moscú), así como la ciudad y base de Kronstadt, sede de la marina de guerra.

Pero los dirigentes del POSDR (menchevique) y del Partido Socialista Revolucionario, bloque ampliamente mayoritario en el Ejecutivo del Sóviet, no quisieron conformar un gobierno revolucionario. Y cuando los políticos burgueses, aterrorizados por el desmoronamiento de la autoridad del Zar y la incontenible fuerza de la huelga general revolucionaria[3] los buscaron para negociar una salida, dejaron el asunto en sus manos.

Así surgió el primer Gobierno Provisional, con el Príncipe Georgy Lvov como figura ceremonial y un gabinete en el que descollaban el ministro de Relaciones Exteriores Pavel Milyukov (líder del liberal partido Demócrata Constitucionalista) y como ministro de Guerra el octubrista AlekxanderGuchkov (poderoso industrial y antiguo presidente de la Duma). También el trudovique Alexander Kerensky, como ministro de Justicia y “puente” oficioso con el Ejecutivo del Sóviet[4].

Mencheviques y eseristas sostenían que siendo una revolución burguesa cuyo cometido era democratizar y modernizar a Rusia, el gobierno correspondía a esa clase, y que el Sóviet debía brindarle apodo en la medida que cumplieran con los reclamos que habían sido presentados y aceptados[5].  Este acuerdo fue aprobado el 2 marzo por el plenario del Sóviet, que designó incluso un comité para controlar las actividades del flamante gobierno. Esta equívoca arquitectura institucional fue llamada diarquia o (más popularmente) poder dual y fue desde el comienzo intrínsecamente inestable.

El gobierno burgués quería terminar  con el desorden revolucionario, relanzar la guerra imperialista y salvaguardar los intereses y privilegios de capitalistas y terratenientes, pero nada podía hacer sin la ayuda de los “socialistas moderados” que estaban al frente del Sóviet. Los dirigentes mencheviques y eseristas querían prestar esa colaboración, pero no podían (ni pudieron) cortar la dinámica expansiva y radical que los Sóviets habían adquirido.

Téngase presente que el Sóviet de Petrogrado había lanzado un llamamiento[6] a organizar el poder del pueblo y daba continuidad o convalidaba lo que había comenzado a hacer la insurrección: había liberado a los presos políticos, disuelto la Ojrana, legalizado los sindicatos, asegurado el transporte y abastecimiento de la ciudad….y el mismo día en que aprobó el acuerdo con el Gobierno Provisional, el Sóviet impartió la célebre Prikaz 1 (Orden 1) disponiendo que se eligieran comités de soldados en todas las unidades, que en cualquier asunto de índole política los soldados sólo deberían cumplir órdenes avaladas por el Sóviet y estableciendo que se debía garantizar el pleno ejercicio de las libertades cívicas a la tropa, incluso en los frentes de guerra. Con lo cual la estructura jerárquica del ejército fue desarticulada de manera irreversible.

En el interior de Rusia, el POSDR (Comité Central)[7] debió correr por detrás de los acontecimientos, que lo tomaron relativamente desorganizado y desorientado[8]. El 23 de febrero, cuando la espontánea movilización de las trabajadoras de Petrogrado detonó la insurrección, algunos de sus cuadros habían desalentado la acción considerando más importante organizar una gran movilización el 1 de mayo. Iniciada la lucha, los militantes bolcheviques participaron con decisión y valentía, pero sin linea ni consignas precisas. A pesar de que estuvieron representados por el metalúrgico Aleksander Chliápnikov en el Comité Ejecutivo Provisional del Sóviet de Petrogrado y se volcaron a las asambleas que en fábricas y cuarteles eligieron a los diputados obreros y soldados, obtuvieron resultados muy decepcionantes. Así lo señala Oskar Anweiler, en un párrafo que también destaca la  impresionante recuperación posterior:

La posición de los Bolcheviques en el Sóviet de Obreros y Soldados de Petrogrado en los primeros meses era débil. La organización bolchevique en Petrogrado estaba diezmada por las detenciones, el exilio y la acción desmoralizadora de la policía secreta; llevó tiempo devolver al partido una sólida estructura. El 9 de marzo se constituyó una fracción independiente de los bolcheviques en el Sóviet. De sus 40 miembros, sólo 2 o 3 eran soldados, una cifra ridícula en relación a los 2.000 o 3000 diputados, muchos de los cuales, a pesar de  no ser miembros de ningún partido, apoyaban políticamente a los Mencheviques y Socialistas Revolucionarios. Después del regreso de Lenin los bolcheviques incrementaron sus esfuerzos en el Sóviet. Agitaron el reclamo de nuevas elecciones; y cuando éstas se realizaron en mayo y junio, lograron aumentar la cantidad de candidatos electos en las fábricas. Según sus propios informes, hacia julio habían ganado más o menos la mitad de los escaños en la Sección de los obreros y casi la cuarta parte en la Sección de los soldados. En septiembre, finalmente, lograron un avance decisivo, y el Sóviet de Petrogrado pasó a ser bolchevique. (Anweiler, 1974: 110-111)

Ello fue posible, según Pierre Broué, porque    

En las manos de Lenin, el partido se convirtió en un instrumento histórico insuperable. Las decenas de miles de militantes ilegales que, tras las jornadas revolucionarias de febrero de 1917, volvían a tomar contacto, estaban a punto de constituir una organización que las amplias masas obreras y, en menor medida, las campesinas, considerarían como propia. Tal organización iba a dirigir su lucha contra el gobierno provisional, conquistar el poder y conservarlo. Por tanto, a pesar de la lucha entre fracciones y de la represión, Lenin y sus compañeros triunfaron allí donde otros marxistas que, en un principio, gozaban de condiciones más favorables, habían fracasado: por primera vez en toda la existencia de los partidos socialistas, uno de ellos iba a vencer. (Broué, 1973: 64)

Habría que agregar que esa marcha a paso forzado estuvo jalonada por tropiezos, debates, errores, rectificaciones y “saltos”, y que en el curso de la misma la intervención de Lenin y su partido y la auto-actividad revolucionaria de las masas se corrigieron y enriquecieron mutuamente. Eso podrá advertirse considerando con más detalle algunos momentos críticos de esa accidenta carrera. Lo que permitirá también comprender mejor a Lenin y el bolchevismo de 1917.

El “rearme” del partido

 Como ya se dijo, los primeros pasos de los bolcheviques al iniciarse la revolución fueron vacilantes. Denunciaron que el Gobierno Provisional conformado entre gallos y medianoche estaba compuesto por “capitalistas y grandes terratenientes”, pero casi de inmediato el Comité de Petrogrado viró hacia un apoyo condicional  muy semejantes al de mencheviques y eseristas. La confusión aumentó a mediados de marzo cuando Nikolái Murálov, Liev Kamenev y Joseph Stalin[9] asumieron la conducción del partido. Kamenev escribió en Pravda artículos proclives al defensismo revolucionario y el 1 de abril la Conferencia del partido adoptó (por moción de Stalin) la táctica de plantear “exigencias” al Gobierno y aceptó entablar negociaciones con los mencheviques para unificar a los socialdemócratas.

Lenin, por el contrario, rechazaba cualquier forma de apoyo al gobierno burgués y de aproximación a los “defensistas revolucionarios”. Cuando llegó a la Estación Finlandia de Petrogrado (el 3 de abril), casi ignoró al menchevique N. Chkheídze que fuera a recibirlo en nombre del Sóviet. Según la crónica de Pravda “en la calle, de pie en un auto blindado, el camarada Lenin saludó al proletariado revolucionario ruso y al ejército revolucionario ruso, que habían sabido no sólo liberar a Rusia del despotismo zarista, sino dar comienzo a la revolución social a escala internacional (O.C. 31: 104). A juicio de un autor anticomunista “Le apoyaban los bolcheviques, que contaban sólo con 26.000 seguidores en abril de 1917. Todos los demás socialistas lo consideraban un loco”. (Milosevich, 2018: 96). Más allá de lo malevolente del comentario, lo cierto es que al llegar ni siquiera lo apoyaban todos los bolcheviques.

Lenin el 4 de abril les reprochó[10] como un un grave error no denunciar claramente al “defensismo revolucionario”, advirtió que tener “alguna confianza en el Gobierno (…) es la muerte del socialismo” y planteó un claro desafío: “Ustedes, camaradas, tienen confianza en el Gobierno. Si esto es así, nuestros caminos son distintos. Prefiero quedar en minoría” (O.C. 31: 113). En el Buro del Comité Central (6 de abril) fue criticado tanto por derecha (Kamenev) como por izquierda (Chliapnikov)…

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Cuando Pravda publicó las Tesis de Abril que Lenin presentó “a título personal”, Kamenev se ocupó de incluir una nota aclarando que ni la redacción del diario,ni el Buro de Comité Central estaban de acuerdo con su “esquema general”:  “nos parece inaceptable, por cuanto su punto de partida es considerar consumada la revolución democrático-burguesa y prevé la inmediata transformación de esta revolución en revolución socialista”. En el Comité de Petrogrado, que se reunió el 8 de abril, la resistencia a las Tesis se expresó en forma de múltiples enmiendas, y la decisión fue remitida a conferencia de la ciudad.

Lenin rechazó las objeciones que planteaban los “viejos bolcheviques” diciendo que argumentos de ese tipo debían ser enviados “al archivo de antigüedades bolcheviques prerrevolucionarias”. Consideraba que quienes pretendían discutir y definir la orientación política a partir de antiguas definiciones de la fracción bolchevique cometían un grave error metodológico, porque la orientación general, las tácticas y las consignas ante la situación abierta por la revolución, no podían ni debían elaborarse a partir de abstracciones, sino del análisis concreto de la situación general y de las relaciones de fuerza entre las distintas clases y partidos.

Sin perder tiempo en la defensa de antiguas posiciones o la redacción de un acabado documento con citas de autoridad, Lenin sostuvo contra viento y marea una decena de sintéticas Tesis escritas a las apuradas con el exclusivo propósito de rearmar a los militantes y al proletariado con una orientación estratégica que permitiera intervenir con eficacia en la lucha que en esos mismos días se agudizaba y en el combate de largo aliento que debía darse para “llevar la revolución hasta el fin”.

Reconociendo que existía en Rusia la excepcional posibilidad de llevar adelante una batalla política revolucionaria con métodos pacíficos, levantando la reivindicación democrática de inmediata convocatoria a elecciones para la Asamblea Constituyente, las Tesis proponían la orientación estratégica de fortalecer y extender la democracia revolucionaria de obreros y campesinos, con la perspectiva de imponer una “república de los Sóviets de diputados obreros, braceros y campesinos”.  Remarcaba: “No una república parlamentaria -volver a ella desde los Sóviets de diputados obreros sería dar un paso atrás-, sino una república de los Sóviets de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo a arriba”.

Para el campo se proponía “Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los Sóviets locales” y “Hacer de cada gran finca (…) una hacienda modelo bajo el control del Sóviet de diputados braceros y sobre bases colectivas”. Para el conjunto de la economía escribió: “No ‘implantación’ del socialismo como nuestra tarea inmediata [la bastardilla es de Lenin], sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Sóviets” y “Banco Nacional único, sometido al control de los Sóviets”.

Y concluía proponiendo la convocatoria de un congreso para modificar algunos aspectos del programa, abordar en profundidad la cuestión del “Estado-Comuna”, cambiar el nombre del partido de Social-Demócrata a Comunista e impulsar la construcción de una Internacional revolucionaria excluyendo a social-chauvinistas y centristas[11].

Mientras los bolcheviques procesaban esta discusión, se produjo la primera crisis del Gobierno Provisional luego de que éste manifestara a los Aliados que Rusia estaba dispuesta a “proseguir la guerra hasta la victoria”, declaración ratificada y reiterada por Miliukov. Ante la indignación y protestas que estas declaraciones desataron, el Ejecutivo del Sóviet sacó una declaración que, sin renunciar al defensismo, se pronunciaba formalmente en favor de la paz y reclamó al gobierno una rectificación que, cuando llegó, pareció más bien una burla: comenzaba repudiando “las Anexiones” pero terminaba afirmando que “la revolución reforzó la voluntad popular de sostener la guerra hasta la victoria”.

El descontento se trasladó a las calles y los días  20 y 21 de abril hubo multitudinarias manifestaciones reclamando la dimisión de Miliukov y Guchkov que fueron atacadas por grupos armados de “patriotas” kadetes y centenanegristas[12]. El Ejecutivo del Sóviet suspendió por 48 horas las manifestaciones y nuevamente reclamó al gobierno una política militar “democrática” y puramente “defensiva”. Los políticos burgueses aparentaron ceder, pero reclamaron el fortalecimiento del gobierno con la incorporación de dirigentes mencheviques y eseristas, extremo que éstos (dejando de lado los principios declamados el mes anterior) aceptaron y el Sóviet convalidó.

La crisis se saldó el 5 de mayo con un quid pro quo: Guchkov y Miliukov dieron un paso al costado, Kerensky asumió la cartera de Guerra e ingresaron al gabinete seis “socialistas moderados” (dos mencheviques, dos eseristas y dos trudoviques) que seguían siendo responsables ante el Sóviet. La diarquía se mantuvo bajo una forma aún más engañosa, pero no menos frágil.

 En el ínterin, Lenin había conseguido (el 14 de abril) que la conferencia de Petrogrado respaldara su posición por 37 votos contra 3 y coronó su batalla en la Conferencia Panrusa del partido, que comenzó el 24 de abril. Allí

(…) Lenin parece triunfar en cuanto se refiere a los puntos fundamentales, oponiéndose alternativamente a mayorías de diferente importancia: sobre la cuestión de la guerra consigue, salvo 7 abstenciones, la unanimidad de la conferencia; en la resolución de «iniciar un trabajo prolongado» con el fin de «transferir a los Sóviets el poder del estado» consigue 122 votos a favor, 3 en contra y 8 abstenciones; sin embargo, en la resolución en que se afirma la necesidad de emprender la vía de la revolución socialista, sólo reúne 71 de un quorum de 118. En las resoluciones que se refieren al partido es vencido, siendo el único en votar a favor de su moción de abandono del nombre de «social-demócratas»; a pesar de su advertencia de que la «unidad con los defensistas supondría una traición», la conferencia acepta la constitución de una comisión mixta de bolcheviques y mencheviques para el estudio de las condiciones de unificación en los términos en que, hacía un mes, había sido defendida por Stalin. A pesar de los viejos bolcheviques, aferrados a antiguos análisis, Lenin ha conseguido «enderezar» al partido; su victoria empero dista mucho de ser total, ya que, de los ocho camaradas que, como él, han sido elegidos para formar parte del Comité Central, uno de ellos, Stalin, ha adoptado sus tesis a última hora, cuatro más, Kámenev, Noguín, Miliutin y Fedorov, son miembros de la oposición de viejos bolcheviques y sólo Zinóviev, Svérdlov y el jovencísimo Smilgá han apoyado a Lenin desde la apertura de la discusión.

(Broué, 1973: 117-118)

Lo que más resistencia generaba era una concepción de la revolución (y de sus instituciones) que chocaba con la idea de revolución en dos etapas (la primera de las cuales sería  democrático-burguesa), muy arraigada en la social-democracia rusa. Lenin había regresado con la convicción de que la revolución iniciada en Rusia era el detonante de la revolución socialista en Alemania y Europa, que la suerte de ambas era indisociable[13] y que se estaba ya en una suerte de transición: 

La revolución socialista, que se desarrolla en Occidente, en Rusia no está directamente al orden del día, pero ya hemos entrado en el estado de transición a la misma. Los Sóviets de diputados obreros, soldados, etc., son la organización del poder con la que tendrá que operar la revolución socialista. (…) De aquí que nuestra tarea consista en fortalecerlos. De aquí que las tareas concretas de los Sóviets de diputados obreros, etc., sean: 1) la nacionalización de la tierra (suprimir la propiedad privada sobre el fundamental instrumento de producción): esto lo exigen los campesinos, 2) la fusión de los bancos privados en un solo Banco del Estado y la nacionalización de las ramas de la producción unidas en consorcios, 3) la implantación del trabajo obligatorio para todos. Los Sóviets de diputados obreros, soldados, etc., son la organización del poder con la que tendrá que operar la revolución socialista […] El camarada Ríkov dice que el socialismo tiene que venir de otros países de industria más desarrollada. Esto no es cierto. No puede decirse quién comenzará ni quién acabará lo comenzado (…)  ha dicho también que no hay fase de transición entre el capitalismo y el socialismo. Eso no es verdad. Eso es romper con el marxismo (…) Esto no es marxismo, sino una parodia del marxismo.

( Obras Completas, tomo 31: 377 y 380)

Lenin se apoyó en el ala izquierda del partido para enfrentar a los sectores  colocados a la derecha o el centro, pero eso no le impidió criticar al Comité de Petrogrado por haber lanzado la consigna “Abajo el gobierno” en la manifestación del 21 de abril. Dijo que había sido “un crimen político” que el Comité Central no podía tolerar. Explicó que era equivocado y dañino pretender estar siempre “más a la izquierda”. Así razonaba Lenin y así dirigió al partido en aquel año crucial.

En definitiva, después de la conferencia se fueron algunos dirigentes identificados con el defensismo, como Voitinsky y Goldemberg, pero se aceleró la incorporación de  muchos mencheviques internacionalistas, de grupos social-demócratas hasta entonces autónomos y de decenas de miles de nuevos militantes.

El 2 de mayo,  un artículo de Lenin reprodujo en letras de molde la consigna “VsyaVlast’ Sovetam”, ¡Todo el Poder a los Sóviets! que había sido vista en una pancarta el 21 de abril. El 7 de mayo, por primera vez en un documento “oficial” se levantó esa consigna . Pocos meses después, en octubre, el partido bolchevique pudo hacerla realidad.

Estrategia y  praxis revolucionaria

Los méritos de Lenin como estratega han sido ampliamente destacados por muy diversos autores, simpatizantes o críticos de Ilitch. Igualmente meritoria (pero menos reconocida) es la capacidad de reconocer y corregir imprecisiones o errores apoyándose en  la praxis revolucionaria. No está de más entonces dar algunos ejemplos. 

Tanto en las “Cartas desde lejos” como en las Tesis y otros artículos, notas e intervenciones de esos días, Lenin se refiere con insistencia a los “Sóviets obreros”, pero menciona poco o nada a los soldados. Esto era una gruesa omisión, porque los soldados, en su inmensa mayoría “campesinos con uniforme”, tenían una importancia difícil de exagerar.

Basta con señalar que el Sóviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado (tal era su nombre completo) estaba integrado por 2.000 diputados soldados elegidos en todos los regimientos, por 800 diputados obreros designados en las fábricas y otros 200 en representación de los barrios proletarios que rodeaban la ciudad (Vyborg, Petergof, Nevki, Narva, Petrogradski, etc.). Lejos de ser un detalle más o menos anecdótico, esto debe ser considerado un rasgo distintivo de los Sóviets de 1917. Como bien señala Oskar Anweiler, autor de una de las mejores obras sobre el tema: “la diferencia más importante con 1905 es que en 1917 fue un Sóviet de obreros y soldados. El rol decisivo de las tropas rebeldes en el triunfo de la revolución fue reconocido incorporando a los soldados en el recién formado Sóviet” (Anweiler, 1974: 106). Dicho de otra manera: el Sóviet de Petrogrado en 1917 nació no sólo con la incontestable legitimidad político-social que surgía del derrocamiento revolucionario de la autocracia, sino también con la fuerza material que le dieron los soldados insurrectos armados. 

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El hecho de que, entre miles de diputados soldados del Sóviet, alcanzaran los dedos de una mano para enumerar a los que se consideraban bolcheviques, constituía una anomalía y una debilidad que los militantes de Petrogrado seguramente señalaron y Lenin debió reconocer. Y  rápida y decididamente se pusieron a corregirla. A mediados de abril el comité de Petrogrado conformó la Organización Militar que desplegó a partir de entonces una intensa actividad de penetración en los regimientos, lanzó el diario Soldatskaiapravda (con una tirada que oscilaba entre 50.000 y 75.000 ejemplares) y montó el Club Pravda como organización no partidaria con actividades recreativas, culturales y políticas para los soldados.

En mayo, a la Organización Militar se sumó Sverdlov (el más calificado organizador bolchevique), y pasó a funcionar en relación directa con el Comité Central, extendiendo su radio de actividad a todo el país. Fue uno de los mayores sucesos político-organizativos del bolchevismo.     

Otro tema sensible y controvertido era la caracterización del campesinado, las políticas para lograr la smytchka obrero-campesina, y los objetivos de la revolución en el campo. Lenin se había caracterizado y distinguido por considerar que la participación del campesinado era imprescindible para la revolución en Rusia, pero también por su insistente caracterización de que la penetración del capitalismo en el campo había quitado toda relevancia a la tradicional comuna rural (Obschina o Mir), que la masa campesina era una inmensa y oscilante capa pequeñoburguesa y que el proletariado debía buscar sus aliados entre braceros y el campesinos pobres para neutralizar la influencia del campesinado rico. El asunto requiere un repaso crítico y auto crítico de largo aliento, revisitando las tempranas caracterizaciones sociales y políticas que sobre el campesinado ruso hicieron los socialdemócratas en general y las de Lenin en particular, sus difíciles relaciones con los eseristas de izquierda, los errores y excesos cometidos por el Partido/Estado cuando intentó “llevar la lucha de clases a la aldea”, las rectificaciones intentadas con la NEP y las últimas e inacabadas reflexiones de Lenin en 1922-1923. Por ahora y a los objetivos de este artículo, basta con señalar que en 1917 esa postura “tradicional” estuvo acompañada por la cautela y el reconocimiento de que a partir de los meses de mayo-junio el campesinado, cansado de esperar que el Gobierno Provisional o los ministros de Agricultura eseristas les entregaran la tierra, se había lanzado tomarlas por su cuenta, comenzando una irrefrenable jacquerie que se prolongaría durante todo el año 1918. Lenin tomó debida nota de lo que ocurría y por eso tanto el “Decreto sobre la tierra” que redactó en octubre de 1917, como la “Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado” de enero de 1918, estuvieron mucho más cerca del programa de los eseristas que de sus propias opiniones… ¿Oportunismo, empirismo, pragmatismo? Todos esos “atributos” (y otros cuantos más) han sido adjudicados a Lenin. Más sensato y objetivo sería reconocer que Lenin, actuando así, demostró ser un político que, despreciando la Realpolitik social-demócrata, se lanzaba al combate con un realismo revolucionario que tenía como base y banco de prueba la praxis del partido y las masas revolucionarias. Ulianov, sin ninguna afectación, era capaz de actuar según aquella máxima de Goethe que también reivindicaba Marx:

“Gris, querido amigo, es toda teoría / y verde el árbol dorado de la vida.”

El partido de la revolución / La revolución en el partido

El “rearme” impulsado por la convicción y firmeza de Lenin, encontró sustento en el cambio radical que se produjo en el partido mismo. Los bolcheviques pudieron dirigir la revolución, porque ésta lo revolucionó. En cuestión de semanas se incorporaron decenas de miles de militantes que, con el empuje y el dinamismo de la revolución en curso, pudieron aprovechar la experiencia acumulada en la organización de Lenin[14] con la ventaja inmensa de no cargar el fardo de prejuicios y rencores nacidos de las antiguas luchas fraccionales. 

Tan vertiginoso crecimiento rompió rutinas teóricas y hábitus organizativos, alteró y mezcló el funcionamiento en todos diversos niveles del partido. El talento organizativo y la capacidad política de Iákov Svérdlov (con unos pocos colaboradores) hizo posible que el partido reclutara más de 10.000 nuevos militantes cada mes, que no eran considerados meros afiliados sino activistas llamados a convertirse en lideres políticos de la clase por una intervención consciente en el proceso revolucionario de las masas y por la “escuela” del permanente (y por momentos duro) debate que el partido debió procesar mes a mes. En el VI Congreso del POSDR (bolchevique), autodenominado “Congreso de Unificación”, que se realizó en la semi-clandestinidad con dirigentes presos y Lenin escondido en Finlandia, en los últimos días de julio y los primeros de agosto, los delegados representaban a 170.000 militantes, 40.000 de ellos en Petrogrado. Estos números, impresionantes de por sí, no bastan para apreciar el temple de la organización. Escribe Broué:  

(…) la fuerza del partido unificado viene de la fusión total de las diferentes corrientes, al menos en tan gran medida como la diversidad de itinerarios que les han llevado, a través de una serie de años de lucha ideológica, a la lucha común en pro de la revolución proletaria. La dirección elegida en agosto es fiel reflejo de la relación de fuerzas. Lenin es elegido miembro del comité central con 133 votos sobre 134 votantes, le sigue Zinóviev con 132 y Trotsky y Kámenev con 131. De los 21 miembros 16 pertenecen a la fracción bolchevique, que incluye al letón Berzin y al polaco Dzerzhinsky. Miliutin, Ríkov, Stalin, Svérdlov, Bubnov, Muránov y Shaumián son los típicos komitetchiki que han estado tantos años encarcelados o deportados como en la clandestinidad y que sólo han pasado breves temporadas en el extranjero. Kámenev, Zinóviev, Noguín, Bujarin, Sokólnikov y Artem-Sergueiev han pasado períodos en el extranjero, compartiendo a veces con Lenin, las responsabilidades de la emigración. La mayoría de ellos ha chocado en algún momento con él: Ríkov cuando en 1905 se erigió en portavoz de los komitetchiki, Noguín y Sokólnikov, junto con Ríkov una vez más, en 1910 como conciliadores, Bujarin y Dzerzhinsky, durante la guerra en lo referente a la cuestión nacional, Muránov, Kámenev, Ríkov, Stalin y Miliutin en el periodo de marzo-abril. Otros han tenido más complejos itinerarios personales en la fracción o al margen de ella: Krestinsky, viejo-bolchevique, trabajó durante la guerra con los mencheviques de izquierda de Máximo Gorki, Sokólnikov, también veterano, ha sido conciliador y, posteriormente, durante la guerra, colaborador de NasheSlovo, antes de volver a Suiza con Lenin. Kolontai, vieja militante, fue menchevique a partir de 1903, empezó a aproximarse a los bolcheviques en 1914 y se unió a ellos en 1915. Por último Trotsky, al igual que Uritsky y el miembro suplente Yoffe, los veteranos de la Pravda vienesa, nunca han sido bolcheviques. El partido bolchevique protagonista de octubre, que para el mundo entero habrá de ser «el partido de Lenin y Trotsky», acaba de nacer: como lo afirma Robert V. Daniels, «la nueva dirección lo era todo salvó un grupo de disciplinados papanatas».

(Broué, 1973: 121-122)

Agregaría a lo antedicho que ese colectivo de militantes con tan diversas trayectorias pudo convertirse en una dirección realmente colectiva, enriquecida por las capacidades individuales de sus miembros, por la absoluta libertad de criterios con que actuaban… y por el rol de Lenin como eje de ese colectivo, tanto por su inmensa autoridad política como por ejercerla de un modo para nada coercitivo. Basta con mirar las actas de las reuniones del Comité Central en aquel año crucial[15], para advertir que la leyenda negra sobre el “monolitismo” del bolchevismo y la “dictadura personal” de Lenin, no tiene absolutamente nada que ver con el real funcionamiento del bolchevismo reloaded de 1917. Dicho lo cual, quiero enfatizar que nada de ello hubiera sido posible sin el excepcional tipo de organización que fue el partido bolchevique de 1917, recargado por la masa de militantes cuasi anónimos que ingresaron al partido para “llevar la revolución hasta el fin”. Un bolchevismo que, sacudido y empujado en las más diversas direcciones por el vendaval de la revolución, supo y pudo al menos en ésta ocasión aplicar la remanida y ambigua fórmula del “centralismo democrático”, de manera efectiva, concreta y flexible, en las antípodas de tantísimas organizaciones “leninistas” en las que esa misma expresión concede peso estatutario al método de “ordeno y mando” de Secretarios generales, Comités Centrales y otros “cuerpos orgánicos”. En 1917 y en más de una ocasión militantes de base y/o cuadros intermedios impusieron cambios a decisiones emanadas del Comité Central o de Comités regionales; otras veces cuestiones especialmente complejas y/o controvertidas fueron discutidas en reuniones ad hoc del Comité Central con la Organización Militar, o con los Comités de Petrogrado y Moscú, o con los delegados bolcheviques al Comité Ejecutivo Central, o con los delegados bolcheviques al Congreso de los Sóviets, o a la Conferencia Democrática, etc.

A lo largo de todo 1917 el POSDR(b) fue sin duda el partido de masas más democrático de Rusia, en donde todo se discutía, desde las posiciones públicas de los principales dirigentes del partido, hasta la resoluciones formalmente adoptadas por mayoría en un Comité Central en el que Lenin no se cansaba de quedar en minoría.  Semejante democracia interna guarda relación con una interacción efectiva y mutuamente enriquecedora entre el partido bolchevique y las masas revolucionarias, así como también entre el partido y los Sóviets, genuina construcción éstos del Narod (obreros, soldados y campesinos…) mantenida a pesar y en contra de los dirigentes conciliadores por ellos mismos encumbrados y poniendo límites a la virulencia del combate político entre los partidos que en su seno intervenían.

Esto nos lleva a refutar la extendida suposición de que el derrocamiento del Zar habría sido poco más que una revolución política que instaló un gobierno burgués, o una revolución “inconsciente” porque la “inmadurez” de los trabajadores, el defensismo patriotero y un tsunami pequeñoburgués habría inundado al Sóviet e “infectado” proletariado haciendo que los bolcheviques quedaran reducidos a una pequeña minoría. Las ideas recibidas sobre la Revolución Rusa suelen idealizar a “la Revolución de Octubre” en detrimento de “la Revolución de Febrero”, pero una abrumadora evidencia histórica indica más bien que el proceso revolucionario asumió desde el primer momento rasgos marcadamente  anticapitalistas, una suerte de revolución social en acto, en la que todas las organizaciones que aspiraban a representar o dirigir las masas revolucionarias debieron actualizar y revalidar sus credenciales.

El dinamismo y “gimnasia” política de la capa de “obreros conscientes” de Petrogrado, Moscú y otros grandes centros industriales explica la casi inmediata conformación de los sóviets en Petrogrado y Moscú, pero de allí no podía surgir una automática hegemonía de clase. Mucho menos cabía esperar que los bolcheviques fuesen reconocidos como representantes cuasi exclusivos del conjunto de  la clase y/o de su conciencia política, aunque esa fuera su auto-percepción. 

Incluso en la roja Petrogrado, el proletariado estaba lejos de constituir una clase indiferenciada y competían en su seno diversas tradiciones políticas. Gran parte de la mano de obra incorporada a la industria durante los años de la guerra conservaba relaciones con las aldeas de las que provenían y tendían a identificarse con la demanda de “Tierra y Libertad” de los eseristas. Algo similar puede decirse de los jóvenes “campesinos con uniforme” que jugaron un rol decisivo en los Sóviets y comités de soldados…Y las grandes masas tradicionalmente marginadas que entraron en acción podían ser analfabetas políticamente, pero dieron sobradas muestras de visceral hostilidad hacia la Nobleza, los Pomeshchiki (terratenientes), los Tsenzovik  (propietarios) y Burzhooi (burgueses). Y todos ellos, con ritmos y formas diversas, fueron haciendo su propia experiencia y co-definiendo los objetivos, prioridades e instituciones de la revolución. Los soldados ajustaron cuentas con los oficiales más odiados, obligaron a que se los tratase con respeto, suspendieron las hostilidades y comenzaron a confraternizar con los alemanes o austríacos que estaban en las trincheras de enfrente. Medio millón de trabajadores (sólo en Petrogrado) hicieron huelgas entre mediados de abril y principios de julio, imponiendo de hecho, en muchas empresas, la jornada de 8 horas. Casi inmediatamente, el descalabro económico, la falta de combustible y materias primas, el sabotaje de las patronales, el intento de deslocalizar la industria instalada en Petrogrado, obligaron a que sóviets y comités de fábrica dispusieran diversos tipos de control obrero y llegado el caso asumir la gestión de empresas abandonadas por sus dueños. Una red de organizaciones cubrió toda Rusia: Sóviets de obreros, soldados y barrios, comités agrarios, Sóviets campesinos, comités de fábrica, sindicatos, comités de soldados, organizaciones juveniles, culturales y educativas proletarias[16] e innumerables comisiones y comités ad hoc para discutir (y hacer) de todo. Tanto en los barrios populares de los grandes centros urbanos, como en muchas ciudades pequeñas, la única autoridad presente solían ser los sóviets. Eso llegó con cierto retraso a la Rusia profunda, a las aldeas en que vivía el 80% de la población, de modo que la revolución en el campo comenzó en mayo o junio de 1917 con ayuda de los soldados-campesinos que regresaban del frente (o desertaban), de los agitadores obreros y de comités agrarios, pero un vez iniciada reveló ser imparable y se prolongó a lo largo de todo el año 1918.

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Lenin tuvo una apreciación distorsionada de las fuerzas sociales y política que se expresaban en el sóviet y en el predominio del bloque “acuerdista” (mencheviques-SR)[17], pero caracterizó correctamente el carácter del Gobierno provisional y de la guerra, y de la capitulación de los  dirigentes “defensistas”. Al mismo tiempo, sostuvo que había que dirigirse a la base de aquellos para “aclararles su error de un modo singularmente minucioso, paciente y perseverante”, “demostrarles que sin derrocar el capital es imposible poner fin a la guerra con una paz verdaderamente democrática”  y hacerlo con “habilidad para adaptarnos a las condiciones especiales de la labor de partido entre masas inusitadamente amplias del proletariado, que acaban de despertar a la vida política”. La clave de la táctica propuesta por Lenin es que, siendo el Sóviet la única posibilidad de gobierno revolucionario existente, pero está dirigido por quienes buscan mantener el gobierno de la burguesía

(…) nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas. Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Sóviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores.

(Tesis, obra ya citada).

La cita demuestra que es evidéntemente falsa y calumniosa la acusación lanzada por Plejanov y desde entonces reiterada por incontables repetidores de que Lenin abogaba por el inmediato derrocamiento del gobierno y la guerra civil. Por el contrario: insiste en que la revolución abrió en Rusia la excepcional posibilidad de librar un lucha política tendiente a la conquista pacífica del poder en el marco de los soviets (mantendrá esta orientación hasta la represión desatada tras las “Jornadas de Julio”. El hilo rojo de su prédica es la denuncia del abismo que existe entre los aspectos formales y “explícitos” del discurso político de los partidarios del gobierno burgués de coalición, y las cuestiones realmente importantes: inmediata paz sin anexiones, detener la catástrofe económica, distribución de la tierra y “Todo el poder a los sóviets”, otra manera de reclamar el desmantelamiento del aparato de estatal existente para sustituirlo por nuevas formas de administración social del tipo de la Comuna. Por eso mismo, la batalla política debía ser también un duro trabajo de reconstrucción social para que el proceso revolucionario iniciado en febrero con su carga de ilusiones y genuina movilización revolucionaria pudiera desarrollarse hasta poder modificar, real y duraderamente, la inercia de la estructura social basada en la explotación y opresión.

Otra acusación repetida hasta el hartazgo es que siempre y en todo momento el objetivo de Lenin no fue otro que imponer su dictadura en el partido y la dictadura del partido en Rusia. Semejante proceso de intención carece de verosimilitud. Pretende ocultar con una descalificación enteramente subjetiva, una colosal batalla política y organizativa llevada adelante por centenares de miles de luchadores populares y militantes, no sólo bolcheviques sino también socialdemócratas internacionalistas, eseristas de izquierda, anarquistas y trabajadores “sin partido”, construyendo, fortaleciendo y extendiendo en ese inmenso territorio una formidable red de sóviets de obreros, soldados y campesinos, sindicatos, comisiones de fábrica, experiencias de control obrero y auto gestión, proyectos culturales y educacionales sostenidos en múltiples formas de auto organización y auto actividad de masas.

En julio de 1917 el Gobierno Provisional y la burguesía habían llegado a la conclusión de que era necesario neutralizar a los soviets y desmovilizar a las masas revolucionarias, por la buenas o más probablemente, por las malas. Aunque no terminaban de ponerse de acuerdo en el cuando y como de la contrarrevolución, crecían la amenaza de guerra civil y diversos preparativos para llevarla adelante. La insurrección de Octubre fue preparada y ejecutada para desbaratar esas maniobras, para impedir que la contrarrevolución liquidara a los soviets y para hacer posible que el II Congreso de los Sóviets de Obreros y Soldados de toda Rusia, sin interferencias, adoptara la soberana decisión de traspasar “Todo el poder a los soviets”. Ese fue el éxito de los bolcheviques y eso es lo que los reaccionarios de todas las épocas nunca perdonarán a Lenin. De eso nos ocuparemos en la segunda parte de este artículo.

Bibliografía citada

Anweiler, Oskar:  The Sóviets. Nueva York, PantheonBooks, 1974. 

Broué, Pierre: El Partido Bolchevique. Barcelona, Editorial Ayuso, 1973.

Lenin, Vladimir I.: Obras Completas, 55 tomos. Moscú, Editorial Progreso, 1981-1988.

Mandel, David: Les Soviets de Petrograd. París, EditionsSyllepse, 2017.

Milosevich, Mira: Breve Historia de la Revolución Rusa. Edición digital Titivillus, 2018

Aldo Casas es integrante del consejo de redacción de Herramienta


[1]Lenin, V. I.: Obras Completas, 55 tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1981-1988. En lo sucesivo, solo se indicará número de tomo y página, por ejemplo (30: 334).

[2]Los mencheviques Guozdev, Chkheidzé y Skobelev, social-demócratas independientes  y representantes de todos los grupos socialistas (trudovikes, eseristas, bolcheviques, grupo interdistrital, bundistas…), unos 40 en total, constituyeron el Comité Ejecutivo Provisional del Sóviet, con amplia mayoría de “socialistas “moderados”.

[3]A pedido del Gobierno Provisional, la huelga general fue levantada por el Sóviet el 5 de marzo.

[4]Kerensky era un antiguo diputado de la Duma y simultáneamente miembro del Ejecutivo del Sóviet. Posteriormente se incorporó al Partido Socialista Revolucionario y en  julio pasó a ser cabeza del tercer Gobierno Provisional.    

[5]Era un documento impreciso que eludía las cuestiones sustantivas:: no fijaba plazos para la convocatoria y elección a la Asamblea Constituyente, ni decía nada sobre lo que para la mayoría de la población resultaba inaplazable: el fin de la guerra que exigían los soldados, la jornada laboral de 8 horas que reclamaban los obreros y la entrega de tierras que demandaba el campesinado.

[6]“Para culminar exitosamente la lucha por la democracia, el pueblo debe organizar su poder. Ayer, el 27 de febrero, se ha fundado en la capital el Sóviet de Diputados Obreros de la capital, constituido por representantes elegidos en las fábricas, en las unidades militares y por los grupos y partidos democráticos y socialistas. El Sóviet de Diputados Obreros (…) considera que sus tareas deben ser: la organización de las fuerzas populares en la lucha por la libertad política y la soberanía popular en Rusia (…) Debemos luchar, todos juntos,  por la aniquilación del viejo régimen y por la convocatoria de una asamblea nacional constituyente, que debe ser elegida por medio del sufragio universal, imparcial, directo y secreto”.

[7]En 1912 se realizó el congreso en el que los bolcheviques pasaron a organizarse no ya como fracción sino como partido (inicialmente con participación de los llamados “mencheviques de partido”) y  se dotó de un Comité Central.  

[8]Los bolcheviques habían dirigido el movimiento huelguista de 1912-1913 ganado un respaldo mucho mayor que el de mencheviques y eseristas. Sin embargo, durante la guerra, los diputados bolcheviques fueron encarcelados, el Comité Central interior desarticulado y la organización clandestina dañada. “Los bolcheviques permanecen 16 meses sin dirección efectiva. Centenares de militantes son detenidos, encarcelados o deportados, otros se encuentran en el ejército (…) Cuando, a partir de 1916, los obreros empiezan a integrarse de nuevo en la lucha, la fracción bolchevique cuenta, como máximo, con 5000 miembros en una organización que poco a poco se ha reconstruido” (Broué, 2005: 34).

[9]Los tres estaban deportados en Siberia y fueron liberados por la revolución.

[10]En una reunión con los delegados que bolcheviques y mencheviques habían enviado a la conferencia de los sóviets reunida en esos días. 

[11]El congreso se reunió, como luego se verá, en agosto de 1917, pero el nombre de Partido Comunista de Rusia (bolchevique) recién se adoptó en el congreso de marzo de 1918. 

[12]Más que una escaramuza con exaltados de derecha, fue una prueba de fuerza. El 21 de Abril el General Kornilov, en acuerdo con Miliukov, había concentrado tropas para de lanzarlas en contra de la izquierda, pero el intento fracasó cuando el Comité Ejecutivo del Sóviet desautorizó ese desplazamiento de efectivos.

[13]Sólo modificará este punto de vista en 1923, después de que la derrota del proletariado alemán alejó por tiempo indefinido la posibilidad de que nuevas victorias de la revolución en Europa quebrasen el aislamiento de la República Soviética.

[14]La invalorable experiencia de los cuadros obreros forjados en la Revolución de 1905, de los “revolucionarios profesionales” que en años de paciente y gris trabajo conspirativo fueron capaces de tejer lazos  con las luchas y lo mejor del activismo, del audaz aprovechamiento de las oportunidades de militancia legal o semi-legal que abriera el ascenso  de 1912-1914.

[15]Ver Los Bolcheviques y la Revolución de Octubre. Actas del CC del POSDR(bolchevique). Córdoba: Pasado y Presente, 1972.

[16]Estos grupos se reunieron en Petrogrado el 16 de octubre de 1917: 208 delegados  de sindicatos, comités de fábrica, grupos juveniles y del ejército, dumas, y representantes de los partidos Bolchevique y SR. De aquí surgió el  Proletkult.

[17]David Mandel en base a sólida documentación sostiene que “La mayoría de los obreros deseaba (…) la cooperación de la burguesía, pero no al precio de renunciar o diluir los objetivos de la revolución. Si llegasen a la conclusión de que era necesario elegir, elegirían la revolución”. Y también: “la desconfianza con respecto a las clases propietarias no dejaba de crecer (…) en general, los obreros daban su apoyo solamente a los ministros socialistas” (2017: 175-176).

Fuente: Herramienta. Revista de debate y critica marxista.

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