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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Las doñas

Cuando llegó el virus y nos dijeron que para evitar los contagios lo mejor era que nos fuéramos a nuestras casas, hubo algunos que no pudieron. Los trabajadores de salud tuvieron que quedarse en primera línea, porque había que ocuparse de los enfermos.  Y después, también se pensó que, si no hay trabajadores que garanticen que tengamos agua, luz, gas, recolección de residuos, producción de alimentos, pequeños comercios o ferias de abastecimiento, el resto de las personas no íbamos a poder transitar la cuarentena.  Y fue entonces que empezó a hablarse de los servicios esenciales. Y todo eso nos ayudó a pensar en que, sin esos trabajadores y trabajadoras, sin esos campesinos, sin esos pequeños comerciantes un país no tiene posibilidades de supervivencia.  Mirando la foto que nos dejaron los primeros tiempos de la peste, podemos discutir sobre si lo que no estuvo presente falta o sobra. Lo que es seguro es que lo que salió en la foto es imprescindible y debe ser valorado y remunerado como corresponde.

Fue en esos primeros tiempos que volvieron a asomarse las doñas. Vinieron hablándonos de sus miedos, pero también de la necesidad. Del miedo a la policía porque, aunque parezca mentira en plena crisis, hay milicos que no perdieron la costumbre de amenazar y de coimear a los vecinos de los barrios populares.  Conscientes de que la peste venía acompañada. Porque sin ser expertas en economía podían darse cuenta que si sus maridos, sus hijas o hijos estaban en la casa sin poder salir a a ganarse la vida, el hambre estaba a la vuelta de la esquina. Asomaron tímidamente. Primero fue un comedor con dos cocineras que hicieron coraje. Después dos, tres, cinco. Uno en cada barrio, y después muchos en el mismo barrio que como coordinan horarios permiten que lunes, miércoles y viernes los vecinos tengan un plato caliente en Madres Unidas y martes, jueves y sábado en Los Amigos y que los chicos vayan al merendero de Los Sueños. Y todo eso sin preocuparse, si esos comedores son de la misma organización social o el club. Son del barrio.

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Si se les pregunta cómo sostienen los comedores, las doñas hablan lisito: “Algo nos dan del municipio, la Provincia y la Nación, pero como eso es muy poquito, tenemos que inventar”.   Y las doñas saben de inventar, porque lo hacen desde hace siglos:  arman fondos para comprar alitas o carcazas de pollo para darle gusto a los guisos, hacen compras comunitarias de verduras a los productores hortícolas y a sus organizaciones, hacen huertas, buscan donaciones, cocinan a leña, hornean el pan y las tortillas.

Las doñas no sólo cocinan, sino que están al tanto de lo que sucede en el barrio y pueden arrimarle un plato de comida a un anciano que se quedó solito y tiene dificultades para movilizarse, o acompañar a la salita o al hospital a una vecina que esta con fiebre. Y nunca dejarán de agradecer que las atiendan gratis, sobre todo si ellas vinieron de Bolivia, Perú o Paraguay.  Porque como ellas dicen: “Vinimos por eso. Porque en este país no hay que pagar para estudiar y para que te atiendan en el hospital.”

Las doñas tienen la costumbre de hablar lisito, por eso no dijeron que a Ramona la mató el coronavirus para que los infectólogos la sumen a la lista. Y tampoco dijeron que la mató el Estado para que los anarquistas y los neoliberales se pongan contentos.  Las doñas de La Poderosa dijeron que a Ramona la mató Larreta.  Y harán lo mismo con gobernadores y partidos que vienen gobernando provincias desde hace más de una década.

Como bien enseña la historia nacional, las cocinas son un espacio más adecuado para las conspiraciones populares, que los pasillos universitarios.  Quizás porque todo lo producido allí debe someterse a la prueba de ser comido, hay espacio para la creación, pero no para el delirio inconducente.  Las doñas mientras cocinan, conspiran. He escuchado algunas frases: “y que vamos a hacer, porque cada vez vienen más vecinos por la viandas?  “Habrá que volver a salir a la calle?”. “Pero cómo vamos a hacer si la gente tiene mucho miedo a contagiarse”. “Y si vamos con barbijos y bien separados”. “Hay que conversarlo con las compas, lo del miedo está, pero también está la necesidad”.

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La crisis global del capitalismo que fue anticipada por la pandemia nos da la oportunidad histórica de construir un país diferente, mucho más cercano al de nuestros mejores sueños. Y para construirlo harán falta muchas voces.  En particular me parece necesario escuchar a todas aquellas que en esta crisis del coronavirus demostraron ser imprescindibles. Y si queremos buen sentido, sensatez y sabiduría, que es patrimonio de quienes ponen el cuerpo cotidianamente, resulta muy aconsejable escuchar a las doñas.

Guillermo Cieza

La Plata 24 de mayo de 2020.

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