Por Cecilia Piérola
Docente universitaria.
Miembro de la ME de AGD-UBA
por Movimiento Docente (representación por minoría)
1. Un debate en la política gremial de la docencia universitaria
En las últimas semanas se cristalizó un debate que subyace en cada decisión tomada en los últimos dos meses por AGD, y también en el cuerpo docente de la UBA. Se trata de con qué política gremial posicionarse frente a la situación de teletrabajo docente, que incluye una generalización inédita de las herramientas virtuales para las prácticas de enseñanza (y aprendizaje, claro). ¿Debemos oponernos a estas modalidades de trabajo o buscar su regulación?
En la asamblea de AGD del día martes 26/05 este debate se reflejó fundamentalmente en la votación a favor o en contra de consignas tales como “No a la virtualización forzosa” o “que toda tarea docente sea optativa”, versus la votación a favor o en contra de la conformación de una comisión de trabajo para elaborar las demandas específicas que, junto a la defensa del CCT, deben impulsarse para regular la enseñanza remota, al menos en la UBA. En una asamblea difícil por las circunstancias extraordinarias, con algo menos de 200 personas al momento de votar, ganaron las primeras consignas y perdió la propuesta del trabajo por la regulación. Movimiento Docente junto a otros espacios del gremio y docentes no agrupados votamos por el trabajo gremial en favor de la regulación.
2. Sobre la necesidad de dar cuenta de la situación real
A los pocos días de comenzado el relativamente inesperado aislamiento social preventivo obligatorio, la UBA, así como todas las Universidades del país, planteó la incorporación de tareas virtuales novedosas para la docencia. Eso fue hace ya dos meses, y en ese momento se imaginaba para ello un periodo relativamente breve, tras el cual volveríamos a la enseñanza habitual, con presencialidad. Eso no fue así, y la situación actual es que la enseñanza está inmersa de manera desigual y heterogénea en la virtualidad. Y podemos estimar que la vuelta a la presencialidad en la UBA se demorará algunos meses más y con protocolos que impliquen una gestión no totalmente presencial de la enseñanza, sino semi-presencial, es decir con fuerte carga a distancia o virtual.
Esto no es una completa novedad para el mundo de la educación superior. Miles de docentes enseñan en formatos a distancia o semi-presenciales que incluyen tareas en línea o remotas. Como en la docencia en general, en algunos casos las condiciones laborales son precarias o están flexibilizadas, y en otros casos las tareas remotas están reconocidas como parte de las tareas laborales y por tanto en la carga horaria del cargo, rigiéndose por las generales del derecho laboral. También como es frecuente, algunos dispositivos están elaborados tomando en cuenta las necesidades específicas para generar buenos procesos de aprendizaje y evitar la deserción, y otros no.
Además, el trabajo en el ámbito del hogar es una práctica habitual en las tareas docentes. La enseñanza supone tareas a veces invisibles por no llevarse adelante frente a cursos, como estudiar temas o actualizarse, planificar, construir secuencias de actividades, elaborar dispositivos de evaluación, escribir devoluciones a las producciones estudiantiles, corregir exámenes, entre otras (algunas, incluso, “administrativas”). En nuestro país la ausencia de espacios de trabajo para realizar esas tareas (o para atender consultas de alumnxs) es generalizada, y la enorme mayoría de quienes enseñamos, las llevamos adelante en el ámbito físico y relacional de nuestros hogares. Es decir, en el espacio habitacional con que contamos, y bajo las condiciones familiares que tenemos allí. Estas tareas y sus condiciones nunca o casi nunca están en la primera plana de las demandas gremiales que lxs docentes llevamos adelante, aunque siempre sabemos que son problemáticas.
Sin embargo, aun así, la situación actual es completamente novedosa por diferentes motivos, y muy en particular para la UBA. La principal causa explicativa de las características de la situación actual es que el paso a la enseñanza remota no fue planificado, porque la pandemia irrumpió sin haberse podido prever con suficiente tiempo de anticipación. La segunda causa es que la UBA tiene una organización interna impregnada de vicios burocráticos producto de los sectores de poder que la gobiernan o han gobernado, en su totalidad o de manera parcelada como feudos (es decir, con sus propias lógicas de poder), a quienes poco les importa la calidad efectiva de las prácticas educativas (aunque sí les importa salir en los rankings y en los diarios) y que a su vez tiene atrofiada la participación de quienes efectivamente están en los cursos y llevando adelante las distintas tareas de la enseñanza y el aprendizaje: la mayoría de los docentes y el estudiantado. Esto llevó a una improvisación que, en las dimensiones y características de la UBA era muy probable que se dirigiera a una catástrofe organizativa. Además, en las prácticas docentes de nuestra universidad en particular no se encontraba incorporada a niveles amplios la enseñanza remota, y por tanto tampoco era un aspecto que aspirantes a estudiar en la UBA debieran considerar al momento de elegirla para su formación. Por último, no se pensó a nivel institucional en las especificidades pedagógico-didácticas de este tipo de enseñanza, que están muy estudiadas en las últimas décadas y no son las mismas que las de la presencialidad, ni son iguales o posibles en cualquier materia de conocimiento. Todo esto que podía ser comprensible en los primeros momentos, o tolerable para unos pocos días, ya no puede defenderse dos meses después, cuando hace por lo menos uno y medio que tenemos claro que el aislamiento no se trata de una medida por unos pocos días. La improvisación inicial relativamente entendible ahora es inoperancia, irresponsabilidad y destrato para con docentes y estudiantes.
El escenario actual en la UBA es de una enorme dispersión de situaciones diversas, desorientación y unilateralidad en la toma de decisiones, muchas veces por parte de funcionarixs que no tienen la experiencia directa de enseñar en estas condiciones. Así, una gran cantidad de docentes se encuentran sobrecargadxs de tareas, haciendo un trabajo para el que no se sienten segurxs, en un contexto crítico y angustiante (por la conciencia de la importancia sanitaria de la cuarentena pero las dificultades del encierro, con personas a cargo, etc.), estresadxs y presionadxs, ensayando a la deriva sin intercambiar experiencias, con infraestructura limitada (tanto en el propio hogar como desde la institución, por ejemplo limitados por malos funcionamientos en las plataformas), etc. A su vez, otrxs docentes no están teniendo contacto con estudiantes, lo cual impacta en una gran angustia y desorientación en éstos. Todas esas situaciones son igual de posibles en la UBA. Algunas se justifican por la diferencia en la materia de enseñanza, que a veces admite el trabajo remoto para ciertos contenidos y otras veces no admite trabajo remoto alguno. Otras, simplemente por la desorganización reinante.
3. Política abolicionista o regulacionista y los riesgos del negacionismo
Frente a esta situación, las distintas corrientes que participamos de la vida del sindicato hemos tomado diferentes posicionamientos. Una primera distinción es que algunxs hemos pensado que las demandas debían ser dinámicas, atentas a la evolución de la situación (siempre orientadas a la defensa de los derechos, claro), mientras que otrxs buscan sostener las mismas demandas con pequeños cambios de formulaciones. Ejemplo de esto último, que es lo que sostiene la parte mayoritaria de la conducción del gremio, es que la consigna “contra la virtualización forzosa” es la misma desde marzo y hasta ahora. Obviamente no está mal en sí mismo sostener una misma demanda, siempre que sea apropiada para las circunstancias. Quienes formamos parte de la corriente de opinión dentro del sindicato representada por Movimiento Docente creemos que la situación ha cambiado lo suficiente como para reformular las demandas tal que se vuelvan más operativas en la defensa de los derechos.
Una segunda distinción, quizás la más importante, es en el contenido del posicionamiento. Lxs compañerxs de la mayoría en la conducción del gremio sostienen que debe rechazarse todo intento de virtualización. Al principio el énfasis lo ponían en que la virtualización lleva necesariamente a la precarización y flexibilización del trabajo (posición que ya han tomado en oportunidades pretéritas), mientras que en el último tiempo el énfasis lo ubican en lo “forzoso” de la misma. Como la virtualización en estas condiciones no puede sino ser “forzosa”, porque es forzada por las circunstancias (aunque claramente podría haberse llevado adelante de manera democrática y participativa, pero aún así se habría impuesto), la alternativa es negarse al trabajo virtual (que en los hechos es negarse a cumplir tareas se enseñanza). Aclaremos, aunque posiblemente no haga falta, que naturalmente hay docentes que no pueden trabajar en estas condiciones críticas, para lo cual todas las licencias y suplencias deben estar a disposición, porque los derechos laborales rigen en cualquier caso. También aclaremos que hay materias cuyos contenidos no pueden dictarse de manera virtual, o que hacerlo implicaría un trabajo didáctico-pedagógico que imposible de llevar adelante en estas condiciones (piénsese, por ejemplo, en construir simulaciones para ciertas operaciones en distintas disciplinas, etc.). Pero la posición de lxs compañerxs excede estas situaciones y remite a todxs lxs docentes y materias: nadie debería estar obligadx a trabajar en forma virtual. La otra cara de esta moneda es la demanda por parte del sindicato docente de que lxs estudiantes sean “regularizadxs” en las materias en que se anotaron, es decir que sean aprobadas sus cursadas o trabajos prácticos. Lxs docentes pueden o no enseñar, y lxs estudiantes deben tener sus cursadas aprobadas (quedando así expuestxs a un examen final para el que es posible que nadie lxs haya preparado). Respecto de este último punto, el argumento de lxs compañerxs aparenta ser inclusivo: dado que muchxs estudiantes no tienen las condiciones para cursar de este modo, hay que aprobar la cursada de todxs por igual (haya o no su docente podido dictar clase). Este modo de razonar, entonces, obtura en los hechos cualquier reclamo por las condiciones necesarias para evitar la elitización y deserción que amenaza en este estado de cosas. Se igualaría o incluiría no garantizando las condiciones, sino aprobando las cursadas. De este modo, lxs estudiantes siguen sin las condiciones para aprender en este contexto, y se admite que sean arrojadxs a un examen final sin ninguna preparación. Esto a su vez atenta contra una política unitaria con el estudiantado para conquistar las condiciones de todo tipo, necesarias para cualquier proceso virtual.
Quienes hace años seguimos los debates en el gremio sabemos que lo que hay de fondo en la posición de lxs compañerxs es la primera idea: que la virtualización por su naturaleza es precarizadora y flexibilizadora. Por lo cual no queda más que rechazarla, buscar abolirla.
Pues bien, quienes participamos en Movimiento Docente no estamos de acuerdo con esta máxima. Creemos que en el caso de la UBA hay motivos para sospechar que la búsqueda de virtualizar la enseñanza está orientada por el ahorro presupuestario, como tantas otras medidas. Pero también pensamos que las herramientas virtuales si bien no son neutrales, su valor en última instancia está dado por aspectos contextuales. En particular, su capacidad de empeoramiento de las condiciones laborales es una función de la correlación de fuerzas que se logre tal que la docencia (y lxs estudiantes) pueda (o no) incidir en la implementación de la misma (lo mismo corre para abolir la virtualización: se logrará solo si hay una correlación de fuerzas favorable). Esto sucede con muchos otros aspectos que cambian o aparecen como novedades en la vida universitaria. O incluso con entidades bien establecidas como las becas de investigación. Para tomar este ejemplo, tras el reclamo de derechos laborales para lxs becarixs subyace la caracterización de que el cuerpo de becarixs realiza tareas precarizadas, y esto es de alguna manera por la misma “naturaleza” de la relación entre la institución y la persona becada, que por ello no cobra un salario sino un estipendio. Sin embargo, el sistema de becas y su reconstrucción fue una conquista (progresiva) y no pedimos su abolición, sino que se apliquen los derechos que regulen su actividad como una actividad laboral. La organización ha logrado ya algunas victorias en este ámbito. Podría argumentarse que hay una diferencia en la relación actual con las becas, que es un artefacto ya establecido, respecto de la virtualización, que es algo que se está intentando establecer. ¿Es realmente así?
Hace más o menos un mes y medio la conducción de AGD celebraba que había fracasado la virtualización. Nosotrxs decíamos que no era esa la situación real, al menos si se trataba de una afirmación descriptiva, como es de pensar que lo era. Por ahora la enseñanza virtual como método pedagógicamente adecuado para garantizar la enseñanza inclusiva y de calidad al menos en los niveles (ya críticos…) de la presencialidad previa en la UBA, está fracasando; en la mayoría de los casos (aunque no en todos) no se está logrando sostener los estándares de la enseñanza presencial, ni en términos pedagógicos ni en términos de condiciones laborales. Pero no es cierto que fracasó el objetivo de imponer el trabajo virtual a miles de docentes en la UBA. La inmensa mayoría de lxs docentes de la UBA están llevando adelante algún tipo de tarea virtual de enseñanza que no hacían antes. Es un hecho. También está planteado el escenario de una mayor virtualización de la enseñanza en el contexto post-pandemia, como dijimos antes orientada, en el caso de la UBA, por el ahorro presupuestario que supone en diferentes áreas.
En este contexto, la consecuencia objetiva de seguir levantando el rechazo a la virtualización y avalar la opcionalidad del trabajo docente es consagrar la situación actual: ninguna regulación para quienes están trabajando de manera flexibilizada por las condiciones dadas, y ninguna demanda por las condiciones de infraestructura necesarias para lxs docentes que no cuentan con ellas. Ninguna idea de cómo vamos a tratar la virtualización post-pandemia. También, como corolario de esta política, se desestima la demanda a la UBA para que se garanticen las condiciones necesarias para lxs estudiantes y el pedido de equipos de pedagógxs y docentes que pongan en pie una propuesta inclusiva y de calidad en estas circunstancias (propuesta que la mayoría de la conducción rechazó ayer explícitamente).
4. ¿Qué método para elaborar política sindical?
Aquí hay de fondo un problema de método en la práctica política gremial. En primer lugar, desde nuestro punto de vista, toda política debe ser antecedida por un reconocimiento honesto y objetivo de la situación realmente existente. Analizar la realidad sin sesgos, sabemos, no es fácil y quizás no es lograble siquiera. Pero hay una diferencia notoria en algo que intenta ser una descripción no orientada por las propias convicciones y otra forzada para encajar con la línea propia. Es la diferencia entre afirmar que la virtualización amplificó enormemente su implantación en la UBA y sostener que la virtualización fracasó o decir que “no comenzó la actividad en el CBC”.
En segundo lugar, desde nuestro punto de vista de lo que se trata es del interjuego entre las demandas y la construcción de la correlación de fuerzas antes mencionada. La correlación de fuerzas está dada en un momento dado y sobre alguna demanda específica (especialmente en el ámbito gremial), pero puede cambiar por la acción sindical. Los instrumentos de organización y lucha son herramientas para ello. Pero la formulación de demandas o consignas también son herramientas de construcción de la correlación de fuerzas. Es decir, no son solamente el objetivo externo para el que ponemos en funcionamiento nuestra fuerza como trabajadorxs, sino que son ellas mismas constructoras (o bloqueadoras) de mejores condiciones para la conquista de los derechos. Porque para que lxs docentes nos movilicemos es necesario que las demandas sean sentidas, que sean deseadas y que sean percibidas como posibles. Esto es lo contrario tanto a acomodarse de manera conformista a las cosas tal como están, como a orientarse por consignas abstractas, que no tienen posibilidad de implantarse en la conciencia de lxs trabajadorxs, no porque sea “atrasada” sino porque no dialoga con la situación realmente vivida. En cambio, creemos que debemos levantar demandas que estén en el horizonte de posibilidad de las expectativas de lxs trabajadorxs, al tiempo que son demandas que condensan lo fundamental del programa de defensa y conquista de derechos laborales.
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En este sentido, seguimos convencidxs que la tarea que lxs docentes de la UBA debemos llevar adelante hoy es trabajar en un pliego de demandas para reglamentar el trabajo virtual en curso, que está sucediendo en los hechos, afectando las condiciones laborales de decenas de miles de colegas, así como las condiciones de aprendizaje de cientos de miles de estudiantes.
Fuente: democraciasocialista.org