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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Lenin y los bolcheviques en 1917 (segunda parte)

Entre febrero y octubre la revolución avanzó, se estancó, retrocedió y nuevamente avanzó a saltos, podría decirse. Simultáneamente, la crisis general en Rusia no dejaba de agravarse haciendo evidente la impotencia e incapacidad del Gobierno Provisional burgués (y los sucesivos gabinetesde coalición). Durante esos meses febriles, las estrategias, tácticas y alianzas de todas las fuerzas políticas fueron sometidas a dura prueba y la experiencia, determinación y/o expectativas de las clases y grupos sociales en lisa experimentó drásticas modificaciones.  

La burguesía y los remanentes del antiguo régimen (Nobleza, mandos militares, burocracia estatal, Iglesia Ortodoxa) pretendían que el Gobierno Provisional terminara tan rápidamente como pudiera con la agitación revolucionaria, para relanzar la guerra hasta ganarla y reconstruir una economía desquiciada, postergando sine die la prometida Constitución y eventuales reformas estructurales. Pero el gobierno no podía hacer prácticamente nada sin la colaboración de los “socialistas moderados”.   

Por su parte, Mencheviques y Socialistas Revolucionarios, ampliamente mayoritarios en el Comité Ejecutivo del  Sóviet de Petrogrado y luego en los Comités Ejecutivos Centrales (de los Soviets de Obreros y Soldados y de los Sóviets Campesinos de toda Rusia), consideraban imprescindible el acuerdo con la burguesía e hicieron todo tipo de concesiones para sostener al Gobierno Provisional. Fracasaron: porque no pudieron desmovilizar al pueblo y, también, porque no encontraron el modo de terminar con el difuso poder de los soviets sin que desaparecieran ellos mismos. Esos dirigentes (Kérensky, Tseretelli, Chernov, Chkheidzé, Dan, etc.) giraron hacia la derecha y pasaron a ser decididos partidarios del “orden”, al tiempo que la mayor parte de su base social y política evolucionaba exactamente en el sentido opuesto.

La constante agitación de los bolcheviques en contra del “soglashatelstvo” (“acuerdismo”) de los Mencheviques y SRs ayudó a que las masas obreras y campesinas se alejaran de esos dirigentes que por colaborar con los enemigos del pueblo se ponían de espaldas al reclamo cada vez más impaciente de“Paz, Pan y Tierra”. Las exigencias del pueblo trabajador, el Narod, sólo podrían ser satisfechas si la smytcha revolucionaria de obreros y campesinos lograba terminar con la guerra imperialista y detener la catástrofe económico-social con el traspaso de “Todo el poder a los Sóviets”.  La consigna, levantada por los bolcheviques desde mayo, tropezaba con el inconveniente de que los dirigentes del Sóviet rechazaban esa perspectiva y apoyaban al Gobierno burgués. Esto hacía necesario luchar en varios frentes: a) afianzar, profundizar y extender la movilización revolucionaria y la acción práctica de los sóviets; b) combatir a los “acuerdistas” que desde la dirección del Soviet respaldaban al gobierno; c) enfrentar y derrotar los ataques de la contrarrevolución a las masas movilizadas y los sóviets. Fue una encarnizada batalla política, económico-social y militar en muy cambiantes condiciones, y “la línea” de Lenin y su partido contribuyó a orientar la acción de muy amplias masas hasta imponer el poder de los soviets, y construyó al mismo tiempo su hegemonía en el campo de la revolución.

Pudieron hacerlo por méritos propios, pero gracias también a la creativa auto-actividad del Narod que defendió contra viento y marea (incluso cuando los bolcheviques quisieron dejarlos de lado) a los sóviets, como marco general de referencia institucional, social y político que se impuso a todos los partidos de la llamada “democracia revolucionaria” facilitando la experiencia y radicalización política de obreros y campesinos. 

Las raíces del poder soviético

Al mismo tiempo que la insurrección derrocaba al Zar, el Soviet de Petrogrado surgió como representación electa de obreros y soldados que estaban haciendo la revolución, con legitimidad de origen, autoridad política y fuerza militar, atributos de los que en gran medida carecía el Gobierno Provisional. El desmoronamiento de la autocracia y de la antigua maquinaria administrativa “estuvo acompañado por una ola de organización revolucionaria a todos los niveles de la sociedad que tuvo su mayor expresión en la formación de soviets en todas las ciudades del Imperio, desde Finlandia hasta el Océano Pacífico” (Anweiler, 1974: 113). Estos sóviets fueron precisando su estatus “no escrito” y normas de funcionamiento al mismo tiempo que se extendían a toda Rusia.

El Sóviet de Petrogrado, el más fuerte, reconocido e influyente, se dotó de un Comité Ejecutivo (Ispolkom) con 42 miembros y un Buró de 7. La conferencia de Sóviets de Obreros y Soldados (se reunió entre el 29 de marzo y el 3 de abril) sumó al Ejecutivo l6 representantes de las provincias y el Buró pasó tener 24 integrantes. El I Congreso Pan ruso de Sóviets de Diputados Campesinos (sesionó entre el 4 y el 29 de mayo) eligió su propias autoridades[1] y poco después el I Congreso Pan ruso de Soviets de Diputados Obreros y Soldados (entre el 3 y el 24 de junio)[2] amplió su Comité Ejecutivo Central (VTsIK): 104 Mencheviques, 100 SR, 35 Bolcheviques y 18 de otros grupos socialistas, con un Presídium encabezado por Chkheidzé y un Buró de 50 integrantes (con similar criterio de proporcionalidad). A partir del 19 de junio los Ejecutivos Centrales de ambos Sóviets pasaron a sesionar conjuntamente.

En un magnífico libro sobre los sóviets, se observa que en 1917 surgieron a partir 

(…) de la convocatoria de unos pocos dirigentes políticos (representantes del Grupo Obrero y miembros de la Duma) que intentaron formar una especie de “semi-gobierno de reserva” ante el colapso de viejo régimen. Por lo tanto desde el comienzo la intelligentsia socialista influenció decisivamente a los diputados obreros y soldados; hacia fines de marzo, de los 42 miembros del Comité Ejecutivo solo 7 eran obreros. Pero la diferencia más importante con 1905 es que el soviet de 1917 fue un soviet conjunto de obreros y soldados. El rol prominente de las tropas rebeldes en el triunfo de la revolución fue reconocido con la incorporación de los soldados al nuevo soviet. En el Comité Ejecutivo Provisional algunos Mencheviques se opusieron inicialmente  a la admisión de soldados, para preservar un soviet puramente proletario y mantener al Ejército al margen de la lucha política, pero la mayoría decidió asegurar la victoria de la revolución en el ejército mediante una estrecha relación entre los soldados y el sóviet. (Anweiler, 174: 160)

Buscando otros rasgos cuestionables, podría decirse que aumentó desmesuradamente el tamaño de los organismos de dirección con una maraña administrativa aún mayor, y que las atribuciones del Comité Ejecutivo y el Buró se ampliaron hasta convertirlos en la dirección efectiva, aunque fuese ad-referéndum del plenario (asambleario) del Sóviet. Lo que generó un creciente distanciamiento entre éste Sóviet y los trabajadores. También Trotsky, en su Historia de la Revolución Rusa, dedica muchas páginas y ejemplos a poner en evidencia la presión y sobre-representación de la pequeño-burguesía especialmente entre los diputados designados por las tropas en el frente y aún más entre los representantes del campesinado…

Sin embargo, el mismo libro de Anweiler permite advertir que la influencia de la intelligentsia tal vez “decisiva” a nivel del Comité Ejecutivo, dejaba de serlo e incluso desaparecía a medida que las organizaciones soviéticas se aproximaban a la base. Por abajo se imponían las voces y exigencias de soldados que se amotinaban o desertaban, de  las obreras y obreros que hacían huelga, ocupaban empresas  y marchaban en ruidosas manifestaciones a presentar sus exigencias al Comité Ejecutivo, de los campesinos que tomaban en sus propias manos la distribución de la tierra. También la Historia de la Revolución Rusa da ejemplos de esa discordancia y destaca, por ejemplo, que el Congreso de los Sóviets Campesinos tuvo una composición social y política muy distorsionada hacia la derecha… pero la presión de las aldeas eran tan fuerte que esos diputados terminaron votando… ¡la “sovietización” de la tierra![3] Bien se ha señalado, por otra parte, que tanto en los distritos proletarios (Viborg, Nevski, Narva, etc.) de los grandes centros urbanos, como en muchas ciudades pequeñas y a fortiori en las aldeas (donde vivía el 80% de la población) la autoridad que contaba era la de los sóviets, sobre todo desde que la primavera y el verano de aquel 1917 dieron la señal para que el campesinado comenzara la masiva toma de las tierras de la Nobleza, la Iglesia Ortodoxa (e incluso de los kulaks que habían separado sus posesiones de la comuna rural!)[4].

Además, en la revolución rusa más que en cualquier otra, la influencia de los partidos no surgía tanto de las ideas o el prestigio de sus intelectuales, como de la actividad de los militantes. Estos se reclutaban en la franja relativamente reducida de “obreros conscientes” influenciada por las fracciones del POSDR, el PSR, el Bund, maximalistas, anarquistas y activistas “sin partido”, pero también de decenas de miles de nuevos luchadores con poca o nula formación política. De esa mezcla magmática surgieron millares de activistas que los bolcheviques ayudaron a convertir en dirigentes revolucionarios de base, capaces de traducir en iniciativas y acciones prácticas lo discutido en asambleas a veces interminables y  también de hacer escuchar su propia voz cuando consideraban que los líderes vacilaban o se equivocaban. Las masas revolucionarias hicieron de los sóviets el marco organizativo que les permitía incluso discrepar o enfrentar a quienes ellas mismas habían llevado a la cúpula.

Después de Febrero, los soviets pasaron a ser un fenómeno de masas. Surgieron espontáneamente por todas partes, sin preparación teórica, impulsados únicamente por las necesidades prácticas de la revolución. La idea del sóviet – vale decir, de un órgano revolucionario representativo, fácil de instalar rápidamente, en todas partes y en cualquier momento – inmediatamente fue reconocida por los obreros y soldados de Rusia como la mejor forma de unificarse según lineamientos de clase en un momento de rebelión política y social. Los obreros en las ciudades y los soldados en los regimientos y en el frente sintieron instintivamente la necesidad de una organización independiente, acorde a su fuerza numérica y apta para expresar sus energías revolucionarias. El antagonismo de los obreros con la burocracia, los patrones y la burguesía, así como la desconfianza de los soldados hacia los antiguos oficiales, crearon condiciones socio-psicológicas para la extraordinaria difusión de los soviets. (Anweiler, 174: 111).

Cierto es que el funcionamiento conjunto de los Ejecutivos Centrales de ambos Sóviets fortaleció al ala derecha de la “democracia revolucionaria” y que mantenían una composición política que dejó rápidamente de reflejar las discusiones y cambios en las bases, pero eso mismo hizo que tales dirigentes perdieran influencia. Los sóviets no estaban verticalmente estructurados ni existía una autoridad claramente definida: el Comité Ejecutivo Central no tenía autoridad sobre los soviets inferiores que habían surgido en una situación revolucionaria, mantenían vínculos laxos con el centro y actuaban con mucha autonomía aún si frecuentemente seguían el ejemplo de la capital. En tanto que la composición política de los soviets locales se correspondiera con la del Ejecutivo era posible impulsar acciones conjuntas, pero en cuanto esto cambiaba el soviet local podía enfrentarlo apoyándose en su propia base. La relativa pérdida de influencia del aquellos Comités Ejecutivos Centrales se derivó también de la “competencia” del soviet de Petrogrado, con conservaba mayor prestigio e influencia. De manera que cuando los bolcheviques ganaron el Soviet de la capital (en septiembre) se precipitó la bolchevización de los soviets provinciales.

Guerra, antagonismo social y polarización política

El desenlace de las “jornadas de Abril” (ver la primera parte del artículo) tuvo repercusiones diversas y en cierta medida contrapuestas entre los trabajadores de Petrogrado. Por un lado, la mayoría de ellos ratificó su respaldo al bloque de los “moderados”, con la esperanza de que la participación en el gobierno de coalición permitiría “que los dirigentes mencheviques y SR del Sóviet reforzaran su ‘control’ sobre el gobierno provisorio, para asegurar que se respetase el programa del Soviet” (Mandel, 2017: 173). Por otra parte, entre los obreros que se oponían a la coalición, cobró impulso la organización y armamento de los Guardias Rojos a nivel de los soviets locales de Petrogrado[5], se multiplicó la influencia de la Organización Militar bolchevique y en muchas grandes empresas comenzó el desplazamiento de los diputados “moderados” por representantes identificados con la izquierda revolucionaria[6].

Cabe destacar que la desconfianza hacia la burguesía y sus maniobras era patrimonio común de la inmensa mayoría de  los trabajadores. Esto explica que desde el mes de mayo cobraron más importancia los comités de fábrica (más radicalizados que los sindicatos)  y comenzaron a desplegarse diversas formas de control obrero, casi siempre con propósitos defensivos: conservar fuentes y condiciones de trabajo, impedir la des-localización de empresas, enfrentar lockout y maniobras especulativas de las patronales, etc.

La inicial euforia “unitaria” fue siendo reemplazada por una alarmante sensación de crisis económica, polarización social y bloqueo político. Esto se reflejó en las elecciones a Dumas municipales celebradas en varias ciudades a fines de mayo[7]  y, sobre todo, en la conferencia de Comités de Fábrica de Petrogrado (entre el 30 de mayo y el 3 de junio) en la que la moción bolchevique reclamando  “Todo el poder a los soviets” obtuvo 297 votos, contra 85 de los socialistas moderados y 44 de los anarquistas.

Cuando el gobierno comenzó a preparar el reinicio de las operaciones bélicas (“ofensiva de Primavera”) se generó un clima de amotinamiento en la guarnición. La Organización Militar bolchevique advirtió que el 1er. Regimiento de Ametralladoras y otras unidades estaban dispuestas a salir (con sus armas) en manifestación y el 1 de junio en una reunión reservada con enviados de Kronstadt impulsada también por los anarquistas, decidieron hacer una demostración de fuerza el 4 de junio para presionar y “abrir una brecha” en el I Congreso Pan ruso de los Soviets (comenzaba el día 3) y poner a prueba su capacidad operativa. Los miles de marineros y soldados reunidos en una parada de homenaje a los caídos y el estado de ánimo que allí se evidenció, hicieron que el 8 de junio, después de arduas discusiones entre la Organización Militar, el Comité de Petrogrado y el Comité Central, los bolcheviques se decidieron a convocar una manifestación contra el Gobierno el 10 de junio. En el I Congreso Pan ruso de Obreros y Soldados[8] el bloque Menchevique-SR ya había hecho votar el respaldo al Gobierno y al “defensismo” y, tras cartón, prohibió el acto bolchevique diciendo que era una provocación que servía a la contrarrevolución. Para evitar un choque y eventual expulsión de los soviets, el Comité Central del partido debió hacer una reunión de emergencia y “desconvocar” el acto. Alentado por esta “victoria” el Comité Ejecutivo de Petrogrado llamó a una gran manifestación  el 18 de junio “en defensa de la unidad de la democracia revolucionaria y respaldo a los sóviets”.

Es interesante analizar los enfrentamientos internos y malestar que el episodio generó entre los bolcheviques. La Organización Militar exigía la convocatoria del acto y lo discutió con el Comité Central y el Comité Ejecutivo de Petersburgo entre el 6 y 8 de junio. Hubo posturas enfrentadas y matices. Lenin apoyaba la convocatoria: “Es la voluntad de los soldados y el proletariado. Sus consignas son las nuestras. Abajo los ministros capitalistas (…) Transferir el poder al Soviet para que éste inmediatamente proponga la paz”. Y subrayaba que era necesario oponerse al reinicio de las hostilidades (lo apoyaron Sverdlov y Stalin). Krupskaya y otros acordaban con la movilización a condición de que fuera sin armas, algo rotundamente descartado por la Organización Militar.  Zinoviev y Kamenev se oponían sosteniendo que se pondría en peligro el fortalecimiento del partido. La mayoría del Comité de Petersburgo aseguraba que decenas de miles de trabajadores acompañaría a los soldados. Recién en la noche del 8 de junio y en una reunión ampliada se resolvió impulsar la movilización (131 a favor, 6 en contra, 22 abstenciones) con las consignas “¡Abajo la Duma Zarista!; ¡Abajo los 10 ministros capitalistas!; ¡Todo el poder a los Soviets de diputados Obreros, Soldados y Campesinos!; ¡Actualizar la Declaración de Derechos de los Soldados!; ¡Es hora de terminar con la guerra!”. Pero cuando el Congreso de los Sóviets prohibió el acto y organizó un “Buró Para Contrarrestar la Movilización”, fueron los diputados bolcheviques presentes en ese evento los que exigieron que se levantara. Ante la emergencia, a las 2 hs. de la noche y con sólo 5 sus miembros presentes el CC dispuso (por 3 votos, pues Lenin y Sverdlov se abstuvieron) suspender el acto ya convocado.

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El historiador Alexander Rabinowitch, que ha documentado estas discrepancias (que mutatis mutandi reaparecieron en las “jornadas de Julio” y la insurrección de Octubre), sostiene que este funcionamiento colectivo por momentos muy desordenado, con fuertes divergencias y discusiones a todo nivel, reflejaba las relaciones de la militancia con el movimiento de masas e hicieron del partido una organización dinámica, sensible a los bruscos cambios en la situación y, en definitiva, efectiva. En éste caso, Lenin dijo: la dirección estuvo obligada a retroceder, los militantes descontentos tienen plena libertad para criticar esa decisión, pero lo más urgente e importante es revertir la situación haciendo que la movilización convocada por el Ejecutivo del soviet termine siendo un triunfo político de los bolcheviques. Y lo consiguieron:

Para la manifestación del 18 de junio los Bolcheviques hicieron una campaña política muy inteligente, en un país donde las campañas políticas de masas era un arte relativamente desconocido. Libres del peso de la colaboración con la coalición de gobierno, los Bolcheviques podían hacer las críticas y promesas que quisieran. Sus llamados eran sentidos. A la guarnición le decían, si no quieres ir a morir al frente, si no quieres que vuelvan a imponerte la disciplina zarista, si quieres mejores condiciones de vida y la redistribución de las tierras, acompáñanos. Para atraer a los obreros reclamaban, entre otras cosas, aumento de salarios, jornada de 8 horas, control obrero en las fábricas, terminar con la inflación. Y ante todo, los agitadores bolcheviques esgrimían el temible espectro de la contrarrevolución. […] La inmensa manifestación (que se prolongó hasta muy tarde) se convirtió en una clara muestra de la atracción del programa bolchevique y la efectividad de sus tácticas. Distrito por distrito, fábrica por fábrica, pasaron unos 400.000 manifestantes, y todos los diarios coincidieron en que el mar de banderas y pancartas bolcheviques solo ocasionalmente era roto por las consignas del Congreso. Desde todos los barrios, la mayoría de las fábricas y muchas unidades militares (1er. Regimiento de Ametralladoras, Pavlovsky, Granaderos, Moskovsky, Finlandia, Izmailovsky, Egersky, el 1ro. y 171 de Reserva, el 6° Regimiento de Ingenieros…) marchaban con las consignas y pancartas propuestas por los bolcheviques. “De tanto en tanto -recuerda Sujanov- la cadena de banderas y columnas bolcheviques era interrumpida por algunas consignas propias de los SR y el Soviet. Pero quedaban sumergidas en la masa; parecían ser excepciones que venían a confirmar la regla. Una y otra vez, como inalterable expresión de lo más profundo de la capital revolucionaria, como si fuese el destino (…), avanzando hacia nosotros: “¡Todo el poder a los Soviets! ¡Abajo los 10 ministros capitalistas!”. (Rabinowitch, 1991: 117-119).

Las “jornadas de Julio”

La respuesta del gobierno burgués fue inmediata: el allanamiento de la Dacha de Durlovo, un gran parque ubicado en el corazón del barrio Viborg, durante el cual se asesinó a un dirigente anarquista (el 19 de junio). Hubo asambleas, huelgas de solidaridad y una protesta de todos los partidos socialistas. La ofensiva patronal sin embargo se intensificó: más despidos y suspensiones, salarios impagos, deslocalización del parque industrial de la capital. Y lo más grave fue la continuidad de la guerra lanzando una “ofensiva de Primavera” que el contra ataque de las potencias centrales convirtió rápidamente en desastre militar y crisis política. El 2 de julio los kadetes se retiraron del gobierno, 5 días después renunció Lvov, Kérensky quedó al frente de un transitorio “gobierno de Salvación” y la cartera de Guerra… y estalló una cuasi insurrección, expresión del descontento y la radicalización que maduraban por abajo.

Entre los obreros, por ejemplo, “El 1 de julio, el dirigente V. Volodarski aseguró en la conferencia de Petrogrado que el partido [Bolchevique] ya era mayoritario en la Sección Obrera del Soviet. Dos días más tarde (…) la mayoría de los delegados obreros reclamó que el poder fuera transferido a los soviets” (Mandel, 2017: 177-178). La situación era más explosiva entre los soldados, decididos a resistir la orden de trasladar armas y hombres al frente. La indicación dada por Lenin a la Organización Militar era la de mantenerse “atentos y prudentes para evitar provocaciones”)[9], pero los soldados-aktivisti del partido con base en el 1er. Regimiento de Ametralladoras (donde también tenían influencia los anarquistas) se reunieron con los de Kronstadt y decidieron pasar a la acción. El 3 de julio, después de una tensa discusión con la Comisión militar del gobierno, una tumultuosa asamblea de algunos millares de soldados enfurecidos resolvió plantear sus exigencias al Sóviet[10]  y se enviaron emisarios del regimiento (en vehículos artillados) hacia todas las unidades militares y grandes fábricas, llamando a concentrarse frente al Palacio Táurida. En los cuarteles y en masivas asambleas de las grandes fábricas se decidió por aclamación sumarse a la acción; muchos cuadros medios bolcheviques tomados por sorpresa trataron de oponerse pero fueron desbordados y arrastrados por la masa. Poco después, el Comité de Petrogrado consideró que, siendo imposible “levantar” lo que era ya una movilización revolucionaria de masas, la obligación del partido era participar y tratar de imprimirle una dirección correcta. En su comunicado dijo:

La actual crisis de gobierno no podrá resolverse de manera favorable a los intereses del pueblo si el proletariado revolucionario y la guarnición no declaran inmediatamente, con fuerza y decisión, que están a favor de la transferencia del poder al Soviet de Diputados Obreros, Soldados y Campesinos. Teniendo en mente este objetivo, es necesario que los obreros y soldados salgan a la calle de inmediato para demostrar su voluntad. (Citado en Rabinowitch, 1991: 177).

El plenario de la Sección Obrera estaba reunido con Tseretelli discutiendo otras cuestiones cuando llegó la noticia: el dirigente menchevique partió raudamente hacia el Palacio Táurida, pero el plenario resolvió sumarse a la convocatoria: “En vista de la crisis gubernamental, la Sección Obrera insiste en que considera necesario que el Congreso Pan ruso del Soviet de Diputados Obreros, Soldados y Campesinos tome el poder en sus manos” (citado en Rabinowitch, 1991: 183). Las principales avenidas de la capital comenzaron a ser ocupadas por vehículos artillados, columnas de soldados y manifestantes de los barros proletarios que siguieron llegando hasta muy tarde. Hubo incidentes con grupos que hostigaban a los manifestantes, choques armados con junkers (cadetes) y cosacos progubernamentales, desordenados tiroteos con francotiradores… A pesar de la lluvia y pasada la medianoche, 60 ó 70.000 manifestantes, muchos armados, rodeaban el edificio donde el Comité Ejecutivo Central sesionaba a puertas cerradas.

En la mañana del día 4 llegaron los marineros de Kronstadt: 10.000 efectivos armados y con banda musical al frente marcharon hasta la sede del partido bolchevique y después siguieron hacia la sede del Sóviet. En el trayecto se produjeron varios incidentes y tiroteos. Se estima que ese día hubo medio millón de manifestantes, la inmensa mayoría de los obreros de la capital sin duda… pero la participación de los soldados se redujo en cambio a la mitad[11]. Durante esa larga y tensa jornada, una impaciente multitud armada rodeó el edificio en el que estaba reunido el Soviet y hubiera podido tomarlo de haber sido esa la intención. Por la tarde Chernov, líder histórico de los SR, salió para pedir calma y fue rodeado por enfurecidos manifestantes, uno de los cuales le gritó en la cara: “¡Hijo de puta, toma el poder que te estamos dando!”, algunos intentaron retenerlo, pero fue rescatado por Trotsky sin que sufriera daño alguno.

Los Ejecutivos de ambos Sóviets se mostraron intransigentes y pidieron el envío de tropas del frente para sofocar el supuesto intento bolchevique de apoderarse del poder “a punta de bayoneta”. La exigencia de la multitud era el traspaso del poder al Soviet que ellos mismos dirigían, pero insistieron en seguir aferrados a un gobierno burgués fantasmal, a pesar de que los mencheviques internacionalistas (Martov), los eseristas de izquierda (Spiridonova) y los socialdemócratas “sin partido” proponían que se conformara sin más demora un gobierno de los partidos socialistas. Los dirigentes del Sóviet recién por la noche aceptaron recibir a una reducida delegación de las fábricas y aparentaron escuchar sus exigencias, mientras esperaban que el General Polosev reuniera una fuerza militar dispuesta a restablecer el orden. Pasada la medianoche se hicieron cargo del Palacio las tropas “leales” que “a punta de bayoneta” desalojaron a los manifestantes. Ya antes, los bolcheviques habían lanzado un comunicado llamado a desconcentrarse y organizaron el repliegue evitando un choque frontal, pero a ellos se culpó por las bajas producidas durante las dos jornadas.

Con “pruebas” falsificadas por el eserista ministro de Justicia P. N. Pereverzev se ordenó detener a Lenin y Zinoviev por “alta traición” y se instaló un ambiente de linchamiento patriótico-contrarrevolucionario[12]. Fueron asaltados locales e imprentas bolcheviques, se metió en la cárcel a los presuntos involucrados en la insurrección, se anunció el desmembramiento de las unidades “sublevadas” y el desarme de los Guardias Rojos[13]. Durante varios días la contrarrevolución fue dueña del centro de la capital, golpeando a cualquiera que tuviera aspecto de izquierdista u obrero, a punto tal que el Ejecutivo del Sóviet debió condenar los excesos represivos de las fuerzas gubernamentales y las bandas de kadetes y centurionegristas.

La orgía reaccionaria no hizo fuerte al gobierno. La desarticulación de los regimientos “insurgentes” quedó en la mayoría de los casos a mitad de camino o en nada, los Guardias Rojos escondieron sus armas, la prensa bolchevique reapareció bajo nuevos nombres y los revolucionarios no fueron desarticulados por la severa represión. Ya el 17 de julio la Conferencia Interdistrital de sóviets condenó la ofensiva contrarrevolucionaria. Entre los últimos días de julio y los primeros de agosto el POSDR (bolchevique) hizo su VI Congreso casi clandestinamente (Lenin y Zinoviev estaban prófugos, Kamenev y Trotsky en la cárcel). Considerando cerrada la posibilidad un desarrollo pacífico de la revolución, se dejó de lado la consigna “Todo el poder a los sóviets” y se planteó la necesidad de “liquidación total de la burguesía contrarrevolucionaria”, así como la defensa de las organizaciones de masas revolucionarias (incluidos los sóviets) y la lucha contra la contrarrevolución. La orientación anticapitalista y socializante definida en abril fue ratificada, pero el cómo y el cuándo de la lucha por el poder siguió siendo tema siguió siendo tema controvertido.   

Paralelamente, los contrarrevolucionarios que impulsaban y aprovechaban los ataques contra los bolcheviques, insistían en que eso era completamente insuficiente, y que se necesitaba un gobierno fuerte:   

Después de las Jornadas de julio, el espectro de la contrarrevolución comenzó por primera vez a tomar los contornos más concretos de una dictadura militar […] Miliukov, jefe del partido kadete, fue notablemente claro: “(…) Se reinstauró la pena de muerte. Es posible que pronto se adopten otras medidas. Pero nosotros sentimos que es absolutamente necesario que el Ministro-presidente [Kérensky] ceda su lugar o que, en todo caso, apele a la ayuda de militares que tengan autoridad y que éstos militares con autoridad actúen con la independencia y la iniciativa que se requiere.” (Mandel, 2017: 257).

El 22 de julio Kérensky designó al odiado general Kornilov jefe plenipotenciario del Ejército y dos días después los Kadetes reingresaron al gobierno. La nueva coalición no asumió ningún compromiso, los liberales explícitamente rechazaban la tutela del Sóviet y Kérensky quería mostrar que su autoridad estaba por encima del Soviet y de todos los partidos. Anunció “mano dura” y convocó a una Conferencia de Estado en Moscú para el 12 de agosto para establecer “una tregua entre el capital y el trabajo”. Allí presentó a Kornilov como “primer soldado de la revolución”… ¡pero la burguesía lo aclamó como jefe de la contrarrevolución! En cuanto a los sindicatos y comités de fábrica de Moscú, en lugar de disponer una tregua, hicieron una huelga general.

Las “sesiones privadas” de la Duma y el Consejo de Estado (instituciones remanentes de zarismo) eran foros de la contrarrevolución, el “Comité de la Industria Unida” incentivaba las medidas anti obreras y el partido Kadete conspiraba con la extrema derecha (la “Unión de los 12 Ejércitos Cosacos”, la “Liga de los Caballeros de San Jorge”, la “Conferencia de Personalidades Públicas”, etcétera). En el otro extremo, el movimiento obrero trataba de controlar las empresas, en el campo se generalizaba la ocupación de tierras, crecía el respaldo a los bolcheviques, que se orientaban con dificultad en estas condiciones. “Ahora la tarea consiste en tomar el poder nosotros mismos y declararnos Gobierno en nombre de la paz, de la tierra para los campesinos y de la convocatoria de la Asamblea Constituyente” (OC, tomo 34: 82), apuraba desde su refugio Lenin, sin terminar de convencer ni al Comité Central, ni al conjunto del partido.

El 27 de Agosto se produjo otro brusco viraje. Kérensky y Kornilov coincidían en la necesidad de un régimen autoritario y juntos tramaban traer tropas del frente para imponerlo, pero cada uno de ellos se consideraba destinado a ser el Bonaparte. Y las aspiraciones del general estaban fogoneadas por Miliukov, la gran burguesía, conspiradores militares y la extrema derecha. Cuando advirtió el riesgo, Kérensky decidió dejar de lado el acuerdo con los kadetes, gobernar con un Directorio reducido y relevar del mando a Kornilov. Éste denunció que el gobierno y la capital habían caído en manos de “los extremistas” y que por eso marchaba sobre Petrogrado a fin de impedir la destrucción de Rusia (“y ahorcar de ser necesario a los dirigentes del Soviet”).

El ministro-presidente Kérensky debió pedir auxilio. En la madrugada del día 28, con las tropas del Tercer Cuerpo de Ejército próximas a la ciudad, el Comité Ejecutivo Central propuso conformar un “Comité de Lucha Frente a la Contrarrevolución” con Mencheviques, SR y… los Bolcheviques. Éstos rechazaban comprometerse en bloques o acuerdos orgánicos con partidos que en julio se habían pasado a la contrarrevolución, pero querían asegurar la derrota de Kornilov y se volcaron a los Comités de Lucha que brotaron  como hongos: más de 240 en dos días. En el área de Petrogrado, el Sóviet de la capital, los de la Conferencia Interdistrital y otros como los de las bases de Reval, Helsingford y Kronstadt impulsaron innumerables comités ad hoc para movilizar y organizar al pueblo, conseguir armas y municiones, asegurar servicios esenciales. En síntesis: dirigir y coordinar todo lo relacionado con la defensa de la revolución:

(…) todos los agitadores del partido fueron movilizados para actuar al día siguiente en los distritos obreros. Más importante aún, muchos Bolcheviques fueron elegidos para coordinar la preparación de la defensa por las principales organizaciones de masas de la capital. En síntesis, con plena conciencia de las diferencias entre sus propios objetivos y los de Kérensky, y desconfiando de una estrecha colaboración con los socialistas moderados, los militantes del Comité de Petersburgo sumaron sus esfuerzos a los de otros grupos de izquierda y dirigieron su gran capacidad organizativa, recursos y energía a la lucha contra Kornilov. (Rabinowitch, 1976: 173).

Según el mismo historiador, la Organización Militar planteó las mayores prevenciones, pero

(…) ante la emergencia provocada por el avance de las fuerzas de Kornilov, los dirigentes de la Organización Militar, al igual que sus camaradas del Comité de Petersburgo, canalizaron todas sus fuerzas en ayudar a la defensa de la revolución a través de órganos creados especialmente como los Comités de Lucha, las organizaciones de masas no partidarias y los soviets. Trabajando en estas instituciones los miembros de la Organización Militar Bolchevique desempeñaron un papel destacado al ayudar a movilizar y armar una gran cantidad de obreros, soldados y marineros y darles una dirección programática y táctica. La postura oficial del partido queda sintetizada en la directiva política que el Comité Central envió por telegrama a veinte Comités Bolcheviques claves el 29 de agosto: “Con el fin de rechazar a la contrarrevolución, estamos trabajando en colaboración con el Soviet a nivel técnico e informativo, siempre manteniendo nuestra posición política independiente”. (Rabinowitch, 1976: 175).

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El Comité de Lucha que se conformó el 28 quedó finalmente integrado por tres representantes de cada uno de los principales partidos (Menchevique, SR y Bolchevique), cinco de cada uno de los Comités Ejecutivos Centrales, dos de los Sindicatos, dos del Sóviet de Petrogrado y uno de la Conferencia Interdistrital. Pero casi no tuvo oportunidad ni necesidad de actuar porque

(…) todas las organizaciones políticas a la izquierda de los Kadetes, cada organización obrera de alguna importancia,  los comités de soldados y de marineros a todo nivel salieron a luchar contra Kornilov. Sería difícil encontrar, en la historia reciente, un despliegue tan efectivo, poderoso y en gran medida espontáneo de acción política masiva y unitaria. Y la iniciativa, energía y autoridad de la Conferencia Interdistrital de Soviets de Petrogrado durante los días de Kornilov está ampliamente documentada. (…: 176). 

El hecho es que fueron “los extremistas” quienes encabezaron la lucha contra la Kornilovchina. Desde  los sóviets organizaron una movilización de tal magnitud que no sólo detuvo el avance de las tropas enviadas contra Petrogrado: logró que cambiaran de bando y arrestaran al general golpista. También se redujo a grupos que habían estado conspirando y acumulando armas en la capital. Y algunas decenas de oficiales comprometidos en la intentona fueron sumariamente ajusticiados por soldados y marineros. Un historiador concluye:

En el momento decisivo, los bolcheviques han salido de su semi-clandestinidad, pronunciando un llamamiento a la resistencia dentro de los soviets que son los únicos organismos que logran capear el temporal de aquella semana, en que los últimos restos del aparato estatal parecían estar desvaneciéndose. Los marineros de Kronstadt acuden en auxilio de la capital y empiezan por abrir las puertas de las prisiones para liberar a los militantes bolcheviques detenidos durante el mes de julio, encabezados por Trotsky. Por doquier se constituyen destacamentos de guardias rojos, organizados por los bolcheviques; en los regimientos proliferan los soviets de soldados que dan caza a los kornilovistas e infieren a la oficialidad una serie de golpes mortales. Por tanto, el golpe de estado, sirve fundamentalmente para invertir por completo la situación a favor de los bolcheviques que, en lo sucesivo, se beneficiarán de la aureola de prestigio que les da su victoria sobre Kornilov. El día 31 de agosto, el soviet de Petrogrado vota una resolución, presentada por su fracción bolchevique, que reclama todo el poder para los soviets. El espíritu de esta votación se ve solemnemente confirmado el día 9 de septiembre por una condena terminante de la política de coalición con los representantes de la burguesía en el seno de los gobiernos provisionales; los mencheviques, a partir de entonces navegan contra la corriente pues, uno tras otro, los soviets de las grandes ciudades -el de Moscú el día 5 de septiembre y más tarde los de Kiev, Sarátov e Neivano-Voznessensk- alinean su postura con la del soviet de la capital que, el día 23 de septiembre, eleva a Trotsky a la presidencia. A partir de entonces estaba claro que el II Congreso de los Soviets, cuya inauguración estaba prevista para el día 20 de octubre, había de exigir el poder, condenando, al mismo tiempo, la alianza de mencheviques y SR con los ministros burgueses. Frente a esta perspectiva, el Comité Ejecutivo Pan-Ruso de los Sóviets, presidido por el menchevique Tseretelli, trata de ensanchar la base de la coalición a la que apoya, mediante la convocatoria (…) de una Conferencia Democrática que, a su vez, designe un Parlamento provisional. (Broué, 1973: 125-126).

La evidencia de que los kadetes y el mismo Kérensky habían alentado, encubierto o facilitado la acción de la contrarrevolución[14], hizo añicos la confianza en el gobierno, en el Comité Ejecutivo Central que lo apoyaba… y el descrédito alcanzó de lleno a los dirigentes SR. El eserismo comenzó a desmoronarse:

(…) algunos se volcaron hacia el ala izquierda del partido que, al igual que los mencheviques-internacionalistas, se oponía a la coalición sin llegar a reclamar todo el poder a los soviets. Pero muchos se inclinaron hacia los bolcheviques, cuya posición parecía más coherente y estaba libre de compromisos organizativos con los “conciliadores” (…) la organización del PSR sufrió masivas deserciones. En una reunión del Comité de Petrogrado el 23 agosto, los informes de todos los distritos indicaban que la influencia del partido entre los obreros caía en todas partes. Los militantes de base se quejaban de las políticas derechistas del partido y se unían en gran cantidad al partido bolchevique. (Mandel, 2017: 265 y 270).   

Para mantenerse en el gobierno y mitigar la crisis Kérensky designó un mini Directorio de cinco miembros (sin kadetes), declaró que Rusia era una República (?) y apostó a que la Conferencia Democrática convocada por el Comité Ejecutivo Central para discutir la cuestión gubernamental le permitiera ganar tiempo para encontrar otra manera de terminar con los sóviets. La Conferencia no resolvió nada, Mencheviques y SR terminaron aceptando que Kérensky formara otro gobierno de coalición con kadetes y se profundizó la descomposición y desprestigio de los partidarios de la colaboración de clases. Es interesante el análisis que de todo esto ofrece un historiador declaradamente anti leninista:

 (…) el 14 de septiembre, cuando la cuestión del poder tenía que verse resuelta, Lenin apoyó los esfuerzos de Kamenev para persuadir a los mencheviques y a los eseristas de que rompieran con la coalición y se unieran a los bolcheviques en un Gobierno socialista basado en los sóviets. Si los dirigentes del Sóviet aceptaban asumir el poder, los bolcheviques renunciarían a su campaña en favor de un alzamiento armado y competirían por el poder en el seno del movimiento de los sóviets.  Pero la implicación de Lenin seguía siendo clara: si los dirigentes de los sóviets se negaban a hacerlo, el partido debería prepararse para la conquista del poder. […] Después de cuatro días de debate, la conferencia había terminado sin una opinión sobre la cuestión vital para la que se había convocado. (…) Una delegación extraordinaria de los miembros de la conferencia fue convocada apresuradamente para resolver la crisis de gobierno. Estaba dominada por los dirigentes eseristas y mencheviques favorables a una coalición, que en contra del claro voto de la conferencia, inmediatamente abrieron negociaciones con los kadetes. El 24 de septiembre se llegó a un acuerdo, y al día siguiente Kérensky nombró a su Gabinete. En esencia era el mismo compromiso político que la segunda coalición de julio, con los socialistas moderados manteniendo técnicamente una mayoría de las carteras y los kadetes controlando los puestos clave. Clave. Pero la tercera coalición no tenía nada del talento ministerial, por poco que hubiera sido, de su antecesora. Estaba formada por kadetes de segunda fila y oscuros trudoviki provinciales sin ninguna experiencia real de gobierno a escala nacional. Los socialistas hubieran deseado que fuera responsable ante el pre parlamento, un organismo ficticio y en última instancia impotente nombrado por la conferencia democrática con la vana esperanza de proporcionar a la república alguna forma de legitimidad hasta la convocatoria de la Asamblea Constituyente (Plejanov la denominó «la casita de las patas de pollo»). Pero los kadetes los habían obligado a renunciar a esta exigencia como precio por su participación en la coalición. El Gobierno provisional iba a seguir siendo de iure el poder soberano hasta que se reuniera la Asamblea. Pero ¿este nuevo Gabinete de opereta llegaría a durar tanto? Sin el poder de facto, se manifestó incapaz de aprobar una legislación significativa y sólo esperó a mantenerse en el cargo hasta las elecciones de noviembre. Supervivencia durante seis semanas, ése era el resumen de sus minúsculas ambiciones, y, sin embargo, sólo duró cuatro. El fracaso de la conferencia democrática fue una confesión pública de la bancarrota política de los dirigentes del Sóviet. (Figes, 2017: 656-659).

Se pretendió disimular el fracaso de la Conferencia montando un Pre Parlamento sin facultad alguna, como un palco discursivo de “amplia democracia” pudiera oponerse a la democracia revolucionaria que obreros y campesinos construían en los sóviets. Recién después de una furibunda presión de Lenin y el ala más radicalizada del partido, los bolcheviques decidieron “patear el tablero”[15]. El día de la inauguración, Trotsky pidió la palabra, denunció la maniobra y terminó diciendo: “¡La Revolución está en peligro! ¡Todo el poder a los soviets!” tras lo cual los bolcheviques abandonaron el recinto para volcarse a la lucha con los obreros, soldados y campesinos. Miliukov, el jefe de los kadetes, reconoció años después: “Hablaban y obraban como hombres que se sentían apoyados por la fuerza y sabían que el día de mañana les pertenecía”.

El arte de la insurrección: ¿cuándo y cómo?

Se suele decir que la Revolución de Octubre fue un golpe urdido en secreto por un hombre y ejecutado a espaldas del pueblo por una minoría fanatizada. La acusación no resiste la menor confrontación con lo ocurrido. La consigna “Todo el poder a los Sóviets” apareció en las calles en las Jornadas de Abril, fue levantada por centenares de miles en las Jornadas de Junio y de Julio y recién pudo imponerse en Octubre, cuando la amplia mayoría de los trabajadores políticamente activos (muchos de los cuales hasta pocas semanas antes seguía a los eseristas[16]) llegó a la conclusión de que la burguesía estaba decidida a terminar con la revolución y con los soviets, apelando a “la fría y esquelética mano del hambre”[17], a la dictadura militar, a dilaciones y provocaciones que conducían a la desesperación y el caos. Decisiva fue también la acción del campesinado: al advertir que el Gobierno provisional y el partido en el que habían confiado no quería tocar las propiedades de los terratenientes, comenzaron a tomarlas por sí mismos esas tierras; a partir de junio la revolución en el campo se extendió y radicalizó, de modo que la contrarrevolución y la derecha de los SR ya no podía lanzar a los campesinos en contra de los bolcheviques y el poder soviético.

Una documentada investigación centrada en el proletariado de Petrogrado describe cual era la conciencia y estado de ánimo tras las “jornadas de Julio” y la actitud contrarrevolucionaria de los dirigentes del Sóviets:

(…) la generalidad de los obreros no veía posible abandonar los Soviets. Esto hubiera significado romper con los obreros, los soldados y los campesinos del resto de Rusia, que seguían apoyando a los socialistas moderados. Con el peligro de provocar una guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria.

La mayoría de los obreros no apoyó la nueva consigna que Lenin propuso a su partido en las semanas posteriores a las Jornadas de Julio: dictadura del proletariado y de los campesinos pobres, sin mencionar a los soviets. No consideraban que eso fuese una solución. Les parecía que la situación política estaba en un impase. La ocasión de avanzar recién se presentaría hacia el fin del verano, cuando  los soviets del resto de Rusia asumieron el objetivo del poder a los soviets. E incluso entonces, la experiencia traumatizante de las Jornadas de Julio siguió pesando en la moral de los obreros, limitando el espíritu de iniciativa política que habían evidenciado durante los seis primeros meses de la revolución. Porque en Febrero, en Abril y durante las Jornadas de Julio, la iniciativa claramente vino “desde abajo”, y el partido bolchevique la siguió. Después de las Jornadas de Julio, por el contrario, el partido debió tomar la iniciativa y los obreros lo siguieron. En definitiva, el partido representaba la franja más decidida y más audaz de la clase obrera.

Pero, a diferencia de lo que ocurría a nivel político, la base mantuvo su iniciativa en las fábricas. Y a pesar de que los militantes de los comités de fábrica -gran parte de los cuales eran bolcheviques o simpatizantes de los bolcheviques- seguían afirmando que el control obrero no era el socialismo, sino solo una escuela de socialismo, y que no podían asumir la responsabilidad de hacerse cargo de las fábricas, sus bases y la dinámica misma de la situación los empujó, cada vez más, a abandonar la inicial concepción de una revolución democrático-burguesa. (Mandel, 2017: 253).

Mantenido lejos del centro de los acontecimientos por la represión (y una expresa decisión del Comité Central bolchevique) la nueva y escandalosa capitulación de los dirigentes mencheviques y SR en la Conferencia Democrática llevó a que desde mediados de septiembre Lenin comenzara a machacar con la idea de que los bolcheviques podían y debían tomar el poder inmediatamente. Para tratar de entender la discusión interna de los bolcheviques, hay que situarse en el momento. Una buena crónica nos narra que:

En octubre, todas las condiciones se habían reunido y a la luz del día se organizó el levantamiento. Los soldados decían: “¿Hasta cuándo va a durar esta situación insostenible? Si no encontráis una salida vendremos nosotros mismos a echar de aquí a nuestros enemigos, y lo haremos a bayonetazos” (Víctor Serge, El año I de la Revolución Rusa). Los obreros protestaban: “¿Qué han hecho para que tengamos paciencia? ¿Nos ha dado Kérensky más para comer que el zar? Nos dio más palabras y más promesas, ¡pero no nos dio más comida! Hacemos cola toda la noche para obtener algo de carne, pan, zapatos, mientras escribimos como idiotas ‘Libertad’ en nuestras banderas. La única libertad que tenemos es la de ser esclavos y morir de hambre” (Albert Rhys Williams, Through The Russian Revolution). Los campesinos tomaban sus propias decisiones: “La violencia y las ocupaciones de tierras son cada vez más frecuentes […], los campesinos se apoderan arbitrariamente de los pastos y de las tierras, impiden las labores, fijan a su voluntad los arriendos y expulsan a los mayorales y a los gerentes”. Las condiciones de vida eran inaguantables. John Reed escribió: “La ración diaria de pan descendió sucesivamente de una libra y media a una libra, después a tres cuartos de libra, y finalmente a 250 y 125 gramos. Al final, hubo una semana entera sin pan. Se tenía derecho a dos libras de azúcar mensuales, pero era casi imposible encontrarla. Sólo había leche para menos de la mitad de los niños de la ciudad.” […] No, no fue una minoría, ni un golpe de azar, sino el resultado de condiciones políticas y sociales determinadas. El 10 de octubre, la dirección del partido bolchevique acordó la preparación práctica de la insurrección. No fue fácil. Lenin llevaba semanas insistiendo en que debía acelerarse, pero un sector de los dirigentes del partido no estaba de acuerdo y dos de ellos, Zinoviev y Kamenev, votaron en contra. La reunión del II Congreso de los soviets el 25 de octubre era el momento adecuado. Todos los esfuerzos se concentraron en ese objetivo. (Salas, 2017: 45-46).

 Inicialmente Lenin estuvo en completa minoría: Kamenev y la mayoría del Comité Central se oponía a la insurrección, Trotsky estaba a favor, pero consideraba que la insurrección debía prepararse con formulaciones defensivas y en el marco de la legalidad soviética, otros oscilaban. Lenin insistía en que la insurrección era un arte: dejar pasar el momento oportuno arruinaría todo, sería un crimen político. A quienes alegaban que existía cierta pasividad que las masas, o proponían  esperar (al Congreso de los Sóviets o a la Asamblea Constituyente) porque el paso del tiempo favorecería a los bolcheviques, Lenin respondía: contamos con el apoyo de la clase revolucionaria en todas las ciudades importantes, es “Ahora o nunca”. También  Trotsky opinaba que quienes vacilaban se colocaban a la retaguardia de las masas revolucionarias. Sin embargo, los mejores cuadros (los decididos y probados militantes de Viborg, de la Putilov, de Kronstadt, de la Flota del Báltico y de la Organización Militar) coincidían en advertir que trabajadores y soldados esperaban hechos, indicaciones prácticas de que los dirigentes estaban decididos a empeñarse en una batalla decisiva. Señalaban también y sobre todo que se esperaba una convocatoria de los órganos soviéticos, no sólo o directamente del partido bolchevique. El desarrollo de los acontecimientos sugiere que estas dudas y advertencias no estaban desencaminadas. Y puede suponerse que, obligados por las circunstancias o por su gran experiencia e intuición política, Lenin y Trotsky no dejaron de tomarlas en cuenta.

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 Como se dijo ya, recién el 10 de octubre Lenin consiguió que el Comité Central aprobara (10 votos contra 2) la preparación de la  insurrección. Fue necesario que un Comité Central ampliado ratificara las decisión el 16 de octubre para que parara a ser la tarea inmediata de todo el partido. Paralelamente, al menos en Petrogrado, la preparación política e incluso “técnica” de la insurrección era encarada desde un órgano del Sóviet. Trotsky ya había logrado que la guarnición de la capital en su conjunto declarara que sólo obedecería órdenes emanadas del Sóviet de Petrogrado. Y el 9 de octubre, el Soviet aprobó que se constituyera un Comité Militar Revolucionario que asegurase la defensa de la capital y la realización sin interferencias del Congreso de los Soviets.

El órgano que debía conjurar la amenaza de la contrarrevolución y/o la entrega de la ciudad al ejército alemán (que ya se había apoderado de Riga) sería también el de la insurrección. Integrado por cinco eseristas de izquierda, cinco anarquistas y seis bolcheviques, fue conducido por Trotsky, Vladimir Antonov-Ovseenko y el marinero Pável Dybenko (SR de izquierda). El 22 y 23 de octubre envió delegados a todas las unidades militares para asegurar el control de las mismas. Kérensky (tras reclamar sin éxito tropas del frente) lanzó en la noche del 24 un manotazo desesperado: mandó unos pocos efectivos a clausurar los diarios bolcheviques y movilizó a todos los cadetes de la academia militar. La respuesta del CMR fue inmediata: reabrió Pravda, distribuyó armas a los Guardias Rojos, convocó según lo convenido efectivos de Kronstadt y la Flota del Báltico y, dando un paso no ya defensivo sino ofensivo, ordenó que se ocuparan todos los puntos vitales de la ciudad y el arresto de los miembros del Gobierno Provisional para asegurar la apertura y soberano desarrollo del Congreso de los Sóviets.

Todo se desarrolló más o menos como estaba previsto… salvo que el Palacio de Invierno (donde se refugiaron los miembros del depuesto gobierno) recién pudo ser tomado en las primeras horas del día siguiente[18]. Pese a ello, al promediar la mañana pudo difundirse el siguiente comunicado:

¡A los ciudadanos de Rusia!

El Gobierno Provisional ha sido depuesto. El Poder del Estado ha pasado a manos del Comité Militar Revolucionario, que es un órgano del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado y se encuentra al frente del proletariado y de la guarnición de la capital. Los objetivos por los que ha luchado el pueblo –la propuesta inmediata de una paz democrática, la supresión de la propiedad agraria de los terratenientes, el control obrero de la producción y la constitución de un Gobierno Soviético– están asegurados. ¡Viva la revolución de los obreros, soldados y campesinos!

El Comité Militar Revolucionario del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado. 25 de octubre de 1917, 10 de la mañana. (Rabochi y Soldat n° 8, 25 de octubre [7 de noviembre] de 1917).

El II Congreso de los Sóviets de Obreros y Soldados

Ya desde las primeras horas de la mañana del 25 las fracciones de los diversos  partidos habían comenzado a reunirse en el Palacio Smolny. Pero recién a las 22:40 hs. Dan, en su carácter de miembro del Comité Central Ejecutivo saliente, abrió la sesión. De los 670 diputados presentes, 300 eran bolcheviques. En alianza con los eseristas de izquierda, algunos mencheviques internacionalistas y delegados “sin partido” y constituían una sólida mayoría favorable al poder soviético. Los bolcheviques propusieron que la mesa del congreso se conformara con un criterio de proporcionalidad, pero el bloque de derecha se negó a integrarla y el grupo de Martov se abstuvo, por lo que la sesión pasó a ser conducida por 12 bolcheviques y 7 eseristas de izquierda. Martov mocionó y se aprobó casi por unanimidad pasar a cuarto intermedio a fin de que pudiera buscarse un acuerdo entre los partidos socialistas.

Aprovechando el intervalo, la derecha SR se retiró del congreso. Atrás se fueron los Mencheviques. Poco después lo hizo Martov y parte de los Mencheviques de izquierda. Reiniciada la sesión, el eserista de izquierda Kamkov anunció que el ala izquierda de los SR liderada por Mariya Spriridónova permanecería en el congreso, y pidió un nuevo cuarto intermedio para seguir procurando conformar un frente único revolucionario, lo que también se aprueba. A las 2 hs. Kamenev anunció que había sido tomado el Palacio de Invierto y detenidos los antiguos ministros, que Kérensky había escapado y estaba organizando un contra-ataque, pero que los ejércitos de los diversos frentes comunicaban su respaldo a lo actuado por la guarnición de Petrogrado y el Comité Militar Revolucionario. Avanzada la noche, 

Lunacharski encuentra por fin la posibilidad de leer en voz alta un llamamiento a los obreros, soldados y campesinos. Pero no es un simple llamamiento: por la sola exposición de lo que ha sucedido y de lo que se prevé, el documento, redactado a toda prisa, presupone el comienzo de un nuevo régimen estatal. “Los plenos poderes del Comité Ejecutivo Central conciliador han expirado. El Gobierno provisional ha sido depuesto. El Congreso toma el poder en sus manos”. El gobierno soviético propondrá una paz inmediata, entregará la tierra a los campesinos, dará un estatuto democrático al ejército, establecerá un control de la producción, convocará en el momento oportuno la Asamblea constituyente, asegurará el derecho de las naciones de Rusia a disponer de sí mismas. “El Congreso decide que todo el poder, en todas las localidades, es entregado a los soviets”. Cada frase leída provoca una salva de aplausos. “¡Soldados, manteneos en vuestros puestos de guardia! ¡Ferroviarios, detened todos los convoyes dirigidos por Kérensky a Petrogrado!… ¡En vuestras manos están la suerte de la revolución y la de la paz democrática!” (Trotsky, 2016: 1024-25).

El llamamiento fue recibido con entusiasmo, pero la votación se demoró para atender sucesivas mociones reclamando un frente único revolucionario (nuevamente algún menchevique de izquierda, el Partido Socialista Polaco, el Bund…). Finalmente el llamamiento fue aprobado casi por unanimidad (2 votos en contra y 12 abstenciones). A las 6 de la mañana se levantó la sesión.

A las 21 hs. se reinició el Congreso y luego de resolver cuestiones secundarias se concedió la palabra a Lenin:

Su aparición en la tribuna provoca aplausos interminables. Los delegados de las trincheras no se hartan de mirar al hombre misterioso que les han enseñado a detestar y que han aprendido, sin conocerlo, a amar. “Apoyado firmemente en el borde del pupitre y contemplando a la multitud con sus ojos pequeños, Lenin esperaba sin interesarse aparentemente por las ovaciones incesantes que duraron varios minutos. Cuando los aplausos terminaron, dijo simplemente: “Ahora vamos a dedicarnos a edificar el orden socialista”. No ha quedado acta del congreso. Las taquígrafas (…) habían abandonado el Smolny […]. La frase de introducción que John Reed pone en labios de Lenin no se encuentra en ninguna crónica de los periódicos. Pero coincide con el espíritu del orador. Reed no podía inventarla. Es así, precisamente, como Lenin debía empezar su intervención en el Congreso de los soviets, sencillamente, sin pathos, con una seguridad irresistible: “Ahora vamos a dedicarnos a edificar el orden socialista”. (Trotsky, 2016: 1029-30).

Tras aprobar los decretos sobre la paz y sobre la tierra, se pasó a elegir al órgano ejecutivo del régimen soviético. Éste gobierno obrero-campesino se denominaría Concejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), presidido por Lenin, con Trotsky en el Asuntos Exteriores, Stalin en el de Nacionalidades, Kollontay en Asuntos Sociales… todos bolcheviques. La decisión de que el gobierno quedara en manos de un solo partido fue muy controvertida y generó descontento. Algunos suponen que inicialmente se había previsto un gobierno de composición pluralista con mayoría bolchevique, pero que la deserción de los mencheviques internacionalistas de Martov, la reticencia de los eseristas de izquierda y, sobre todo, la proclamación del Comité Pan ruso de Salvación del País y la Revolución por los Mencheviques y SR que desconocían el Congreso de los Sóviets, llevó a escoger un gobierno homogéneo, puramente bolchevique. Estimo que fue un error que tuvo consecuencias a corto y largo plazo[19]. En lo inmediato, sin embargo, predominaba un exaltado entusiasmo por el paso histórico que se había dado y el Congreso pudo completar su labor eligiendo al nuevo Comité Ejecutivo Central del Soviet de Obreros y Soldados, éste sí pluralista: 62 bolcheviques, 29 SR de izquierda y otros 10 socialistas (entre ellos 6 social-demócratas internacionalistas próximos a las posiciones del diario de Gorki (Novaja Zizn’). Así, el ciclo iniciado en febrero tuvo un primer desenlace: todo el poder pasó a los sóviets… y a los bolcheviques.

Después de Octubre, la revolución y los bolcheviques ingresaron en otra fase mucho más crítica y difícil. Excedidos por la agresión de enemigos internos y externos, una miseria extrema agravada por hambrunas y epidemias, golpeados por las derrotas de la revolución en el resto de Europa y también por contradicciones y limitaciones internas que resultaron insalvables, tanto a nivel de masas como de la (o las) vanguardias revolucionarias y sus más talentosos dirigentes. Pero lo que ocurriría en El año I de la Revolución Rusa es materia de otro libro. Este ensayo debe finalizar acá, escogiendo algunos párrafos escritos por un eminente historiador que permiten entrever lo que fue aquel momento fundacional:

Lenin anunció el programa del gobierno soviético: propuesta de paz inmediata a todas las naciones; reparto de la tierra a los campesinos; control obrero de la producción y distribución de mercancías; control nacional de la banca. El Segundo Congreso de los Soviets, que se inauguró aquella misma tarde, aprobó este programa. En los días siguientes se abolieron todas las desigualdades basadas en la clase, el sexo, la nacionalidad y la religión, fueron nacionalizados los bancos, los ferrocarriles, el comercio exterior y algunas grandes industrias.

Al presentar la ley agraria al Congreso de los Soviets, afirmó: «En tanto que gobierno democrático, no podemos ignorar las decisiones tomadas por las masas del pueblo, aun cuando podamos estar en desacuerdo con ellas; en la experiencia misma, aplicando la ley en la práctica hasta el último rincón, los campesinos se darán cuenta al final lo que más les conviene […]. Ahora lo importante es que los campesinos se aseguren de manera absoluta de que ya no hay terratenientes en el país, que ahora son dueños de arreglar su vida como les plazca».

El 8 de noviembre casi todos los funcionarios públicos se encontraban en huelga. Los bolcheviques hicieron entonces un llamamiento a los trabajadores con alguna experiencia administrativa pidiéndoles que se pusieran a disposición de los diferentes departamentos gubernamentales. Las paredes de los edificios de Petrogrado aparecieron cubiertas de carteles en los que se explicaban los perjuicios ocasionados por la huelga y se pedía el apoyo de la población. De esta forma, personas sencillas pasaron a ocupar puestos de confianza en el dispositivo gubernamental; el tradicional resentimiento popular contra las demoras y la ineficiencia burocráticas, en lugar de recaer sobre el gobierno revolucionario se volvió contra los propios huelguistas. Así perdieron una posibilidad de organizar el descontento; el gobierno bolchevique, en cambio, por haber denunciado a los causantes de las dificultades, reforzó aún más su posición. Lo mismo sucedió en el ejército. En efecto, el comandante en jefe, general Dujonin, se negó a obedecer las órdenes del nuevo gobierno de abrir inmediatamente negociaciones con los alemanes para un armisticio; fue depuesto de su mando por ello y sustituido por un simple suboficial, Krilenko. Al mismo tiempo, Lenin lanzó una proclama al ejército en la que explicaba la situación, instaba a las tropas a que detuvieran a los generales contrarrevolucionarios y a poner fin a la guerra; la proclama terminaba así: «¡Soldados! ¡La causa de la paz está en vuestras manos!». Dujonin fue linchado por sus propias tropas; se abrieron negociaciones para un armisticio; ningún general pudo durante varios meses reunir tropas para combatir al gobierno soviético.

En los primeros días de existencia del gobierno soviético se aprobaron numerosas leyes de gran alcance, dentro de un proceso general de educación, pero con escasas posibilidades de ser aplicadas de manera efectiva. Un ejemplo es la ley aprobada el 26 de diciembre de 1919, que obligaba a todos los ciudadanos de la Rusia soviética comprendidos entre los ocho y los cincuenta años que no supieran leer ni escribir —más de la mitad de la población— a estudiar en las escuelas estatales, en sus lenguas nativas o en ruso, según su preferencia. Estas leyes ponían de manifiesto, de todas formas, la intención del gobierno de dar amplio margen a la iniciativa y a la actividad autónoma de los soviets locales.

Hacia esa época, aproximadamente, dos organismos soviéticos entraron en conflicto a propósito de una diferente interpretación de la ley sobre el control obrero de la industria. Uno de esos organismos pidió a Lenin que respaldase legalmente su criterio e instrucciones concretas al respecto y desautorizara a sus oponentes. Tras examinar atentamente sus argumentos, Lenin contestó: «Si de verdad queréis poner enseguida en práctica el control obrero, hacéis mal en querer apoyaros en una autoridad legal y formal. Tenéis que actuar, tenéis que agitar, echar mano del mejor método que encontréis para llevar vuestra idea a las masas. Si esa idea es vital y revolucionaria se abrirá camino por sí misma, al margen de cualquier instrucción e interpretación amorfa y sin vida, por muy legalizada que esté». Detrás de los actos más revolucionarios de Lenin hubo siempre este sólido sentido común. «La vida dirá la última palabra», era una de sus frases favoritas; entretanto, prefería que los principios gozasen de libertad antes que comprometerse él personalmente a dar interpretaciones de detalle. Esto vendría después. Lo primordial era que los principios empezasen a ponerse en práctica. (Christopher Hill, La Revolución Rusa. Barcelona, Ariel/Editorial Planeta, 2017, páginas 121 a 127).

Aldo Casas, junio 2020

Primera parte: https://contrahegemoniaweb.com.ar/2020/05/15/lenin-y-los-bolcheviques-en-1917-primera-parte/

Bibliografía citada

Anweiler, Oskar (1974): The Soviets: The Russian Workers, Peasants and Soldiers Councils, 1905-1921. Nueva York, Pantheon Books.

Dullin, Sabine: (1994): Histoire de l’URSS. Paris, La Decouverte.

Figes, Orlando (2027): La Revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo. Barcelona-Buenos Aires, Edhasa, edición en e-book.   

Hill, Christopher (2017): La Revolución Rusa. Barcelona, Ariel-Editorial Planeta

Mandel, David (2017): Les Soviets de Petrograd. Les travailleurs de Petrograd dans la Revolution Russe (fevrier 1917-juin 1918). Paris, Lausana, Quebec, Éditions Syllepse, Editions  Page 2, M. Éditeur.

Rabinowitch, Alexander (1976): The Bolsheviks come to power. The Revolution of 1917 in Petrograd. Nueva York, W. W. Norton & Company.

Rabinowitch, Alexander (1991): Prelude to revolution: the Petrograd Bolsheviks and the July 1917 uprising. Bloomington, Indiana University Press.

Salas, Miguel (2017): Rusia 1917. La revolución mes a mes. Folleto electrónico reuniendo artículos publicdos en Sin Permiso durante 1917.

Trotsky, León (2017): Historia de la Revolución Rusa. Traducción Andreu Nin. Editor digital: Titivillus ePub base r1.2.


[1] El Congreso Pan ruso de Soviets Campesinos designó un Comité Ejecutivo  integrado sólo por eseristas, entre los cuales Viktor Chernov, Nikolai Avksentiev y Catherine Breshkovsky. Cabe destacar que el Congreso se realizó antes de que se hubiera generalizado la conformación de soviets campesinos con raíces en las aldeas. 

[2] El mecanismo electoral era relativamente simple: soviets que representaran 25.000-50.000 habitantes enviaban 2 delegados; los de 50.000-75.000 3, los de 75.000-100.000 4, los de 100.000-150.000 5, los de 150.000-200.000 6, y con más de 200.000 habitantes 8 (los soviets más pequeños debían unirse a otros o participar como observadores).

[3] En realidad, la política y la firme voluntad de los dirigentes SR era no modificar nada hasta que “la Constituyente” resolviera, pero muy otra fue la disposición de los campesinos que tomaron en sus propias manos la inmediata ejecución de lo votado.

[4] Las primeras ocupaciones fueron impulsadas por los “campesinos con uniforme” que regresaban (o desertaban) del frente,  por agitadores obreros enviados desde los sóviets de ciudades cercanas o por comités agrícolas. Luego tomaron la posta los sóviets campesinos, a pesar de que los líderes SR condenaran esas acciones “ilegales”.   

[5] Aunque no en toda la capital, debido a la oposición del Comité Ejecutivo.

[6] Para esto los bolcheviques comenzaron a unificar campañas y candidaturas con otros grupos de la izquierda social-demócrata. Los mencheviques perdieron rápidamente el apoyo que tenían entre los obreros calificados, pero los eseristas conservaban su liderazgo entre los menos calificados, con vínculos familiares en el campo e identificados con la consigna “Tierra y Libertad”.

[7] Con resultados relativamente buenos tanto para los kadetes como, en el otro extremo, para los bolcheviques, y muy malos para los mencheviques. 

[8] “El Congreso (…) era con toda seguridad el organismo más representativo y democrática de Rusia. Los 1.090 delegados representaban 305 soviets de obreros y de soldados locales, 53 órganos soviéticos regionales y 21 organizaciones militares, 822 con derecho a voto pleno. Políticamente existió un marcado predominio de los Socialistas Revolucionarios con 285 miembros y los mencheviques con 248 delegados, contra 105 bolcheviques y otros miembros de pequeños grupos socialistas y 73 delegados independientes. La superioridad de los dos partidos socialistas moderados en el congreso se debía principalmente a su predominio en los soviets de las provincias y en las organizaciones del frente. En Petrogrado los bolcheviques ya tenían en ese momento muchos más seguidores. Pero en el congreso, sin embargo, la mayoría socialista no tuvo inconvenientes para imponerse en todas las decisiones políticas. (Anweiler, 1974: 124).

[9] Lenin habló el 20 de junio en la conferencia de la Organización Militar.  

[10] La postura de los anarquistas era: “Derrocar al Gobierno Provisional, no para pasar el poder al Soviet ´burgués´, sino para tomarlo en nuestras propias manos” y pretendieron conformar un “Comité Militar Revolucionario”, pero ellos no conducían el movimiento. No parece haber sido esa la orientación de la OM y mucho menos la de Lenin, que estaba en Finlandia y regresó a Petersburgo el mismo día 4 al mediodía.

[11] Durante la noche, el gobierno y el Ejecutivo habían lograron “neutralizar” algunos regimientos exhibiendo “pruebas” de que Lenin era un agente pago de Alemania que había lanzado el golpe para asegurar el triunfo de las potencias centrales.  

[12] En los primeros días de julio la prensa de extrema derecha lanzó la campaña de que Lenin había sido un provocador, un espía y un agente pago al servicio de Alemania, a ella se sumó Plejanov y luego el gobierno falsificó “pruebas” completamente inverosímiles.

[13] Para no ser asesinados, Lenin y Zinoviev debieron pasar a la clandestinidad y ocultarse en Finlandia.  

[14] Se había lanzado el rumor de que al cumplirse los seis meses del inicio de la revolución los bolcheviques darían un golpe. Con este pretexto se comenzó a preparar el traslado de tropas a Petrogrado, se acumularon armas y alistaron grupos de choque. 

[15]  Kamenev y la mayoría de la fracción bolchevique en la Conferencia eran partidarios de permanecer en el Pre parlamento, pero en una “reunión ampliada” con la enérgica presión de los cuadros más ligados al movimiento de masas se impuso la posición defendida por Lenin y Trotsky: boicotear y retirarse del pseudo Parlamento.                   

[16] El impresionante crecimiento de los bolcheviques suele dejar en la sombra el arrollador crecimiento de la popularidad de los SR, que llegó a tener casi un millón de afiliados en la primavera de 1917, tras lo cual el descrédito de la dirección histórica, la expulsión del ala izquierda del partido y la traición a las reivindicaciones del campesinado precipitaron su derrumbe. 

[17] Cruel metáfora utilizada por quien fuera presidente de la Duma, Rodzianko.

[18] Allí fue detenido prácticamente todo el gabinete, salvo Kérensky que con ayuda de algunos diplomáticos pudo huir a Pskov e intentó recuperar el poder con las tropas cosacas del general Krasnov. Éstas fueron repelidas por los bolcheviques en las colinas de Púlkovo y el 31 de octubre temiendo ser entregado por sus propios soldados, escapó nuevamente y semanas después abandonó el país.

[19] Semejante postura condujo casi inmediatamente a una crisis: “11 miembros del gobierno y 5 del Comité Central del partido, entre los cuales Kamenev y Zinoviev, protestaron en contra de ‘mantener un gobierno puramente bolchevique por medio del terror’ y apoyaron las iniciativas de los SR de izquierda y de una fracción de los militantes obreros bolcheviques partidarios de la formación de un gobierno socialista de unidad. Lenin trató de minimizar el asunto, pero cedió al menos parcialmente y el 26 de noviembre entraron al gobierno 3 SR de izquierda.” (Dullin, 1994: 13).

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