Especial para Contrahegemonía
“É aprender com tudo o que foi feito
e também com tudo que deixou de ser feito,
como rasgar o caminho da esperança
que lateja, que lateja,
na frágua da paciência operária.”
Thiago de Mello – “Aprendizagem no vento”[1]
Estas palabras no pretenden encasillarse entre fronteras nacionales. Pero creo que es fundamental contar que escribo desde Brasil donde vivo hace más de 7 años. Aquí progresivamente la muerte masiva toma cuenta del cotidiano, y el desprecio por los más débiles envuelve el pensamiento hegemónico.
Hoy en Brasil organizaciones sociales y políticas están convocando actos antirracistas y antifascistas. En un momento en que todxs deberíamos estar en casa cuidándonos, llamaron a salir a las calles de diversas ciudades por todo el país para afirmar entre otras cosas que la Vida debe estar por encima de los Lucros, y en solidaridad con quienes no pueden realizar la cuarentena ya sea por sus trabajos o por las condiciones de vida en las periferias. Tímidamente, el grito de “fora Bolsonaro” va creciendo y se va articulando a lo largo y ancho del mayor país de America Latina.
En este territorio desde hace semanas, la convivencia con la pandemia produce alrededor de una muerte por minuto, y todos los gráficos muestran que la línea de propagación de la COVID 19 continúa en ascenso sin proyectar ningún tipo de curva. Esta situación nacional específica es principalmente producto de las políticas eugenistas que aceleran la muerte de los más débiles consolidando un genocidio. Son ampliamente conocidas y divulgadas las acciones del gobierno neofascista brasileño. Seria inagotable la cantidad de barbaridades que pueden enumerarse para describir este gobierno que mientras brinda con leche por la supremacía blanca y garantiza la propagación del virus a través de la fiesta de la mercancías, apoya la creación de movimientos autónomos de extrema derecha y ataca la división de poderes dentro del propio estado dinamizando sus propios conflictos internos para ocupar todo el escenario político institucional, impide sistemáticamente el accionar de profesionales de salud y hasta reprime manifestaciones por la vida. Más de un centenar de manifestantes fueran presos hoy.
El debate sobre las manifestaciones de hoy fue intenso y dividió a las personas que quieren cuidar y manifestarse a favor de la vida en este escenario. ¿Cómo manifestarse en un contexto así? ¿Será responsable llamar a encontrarse en las calles en este contexto? ¿Es posible continuar sin expresar la indignación frente a tanta muerte? Si en Estados Unidos, epicentro de la pandemia, el pueblo salió a la calle contra el racismo ¿Por qué no vamos a salir contra el Fascismo? Y pensando un poco mejor: ¿Por qué no salimos a final de 2019, cuando en Haití, Ecuador, Chile, Colombia, y otros lugares la ola de revueltas populares agitó toda la región? Motivos para salir contra este gobierno basado en el crimen no faltaban. Hoy es domingo… ¿Por qué no hacerlo un día de semana impactando el funcionamiento “normal” de las instituciones? Los frentes que reúnen a movimientos sociales llaman a un acto virtual nacional para el próximo sábado 13 de junio. Todo está muy confuso. Y toda opinión parece válida. Pero no. En un país donde el terraplanismo y las fake-news demostraron un poder importante, es muy arriesgado afirmar que toda opinión vale lo mismo. La confusión sigue y aumenta la angustia. Una cosa es cierta: El virus impone que para el cuidado de la vida se mantengan solamente activos los servicios esenciales. ¿La lucha contra el neo-fascismo será un servicio esencial para realizar durante los finales de semana?
Veamos (si es posible) a través y más allá de la coyuntura.
No podemos culpar a Dios por traer el virus, y mucho menos agradecérselo. El Coronavirus tampoco es un invento de laboratorio con fines de guerra bacteriológica, aunque los tiempos geopolíticos aporten múltiples elementos para seguir ese presagio. Y tampoco podemos culpar al virus por la crisis en la que se sumerge actualmente el sistema económico. Podemos afirmar que el virus surge provocado por la dinámica societaria que da orden a la producción y reproducción de la vida humana en la actualidad. Hace siglos que la lógica de la mercancía impone ciertas relaciones con el medio ambiente y relaciones sociales entre personas obligadas a comprar y vender de para vivir. Les seres humanos nos relacionamos cotidianamente garantizando la producción, circulación y consumo de mercancías. La extensión mundial y la intensidad de esta lógica societaria en la actualidad determinó la forma fatal y pandémica en que el virus propaga en relación con los humanos. Es una realidad comprobada: el capitalismo, además de producir cada vez más riqueza y pobreza en el mismo proceso de producción, también produce cíclicamente (entre otros elementos) crisis, revueltas populares y pandemias; y cada vez en un nivel más profundo, global y difícil de controlar. En fin, como bien afirma Marina[2], la culpa de la crisis no es del virus.
La pandemia, y las acciones implementadas frente a ella, provocan que las contradicciones más profundas logren evidenciarse más nítidamente en la superficie. En el sistema actual, sin trabajadorxs no hay producción de riqueza. Si paramos la producción, el sistema tambalea. Este fenómeno pandémico, inédito en nuestra historia y en un momento de gran velocidad de las comunicaciones a nivel global, exige a la fábrica de pensamiento de las ciencias sociales, y a todas las mediaciones formadoras de opinión, la explicación de intelectuales científicos y opinólogos consagrados que además de aportar importantes y fundamentales datos sobre lo que está aconteciendo, se han animado también proyectar afirmaciones que más tienen que ver con deseos personales y colectivos, que con tendencias reales que encierra el análisis del movimiento de lo real. Nadie se ha quedado sin hablar de la pandemia, en notas de opinión, conversatorios en vivo por internet (“lives”), memes, y otras formas precarias en que se expande hoy el debate político. Así pasamos de leer y escuchar desde un posible “knockout al capital”, “el fin del neoliberalismo”, el impacto sobre el medio ambiente que ahora respira y trae esperanza, hasta animales políticos consagrados que se animaron a festejar que la presencia del virus traía la evidencia de la necesidad de más estado para combatir el mercado[3].
Todo parece cambiar a partir de la pandemia. Pero al mismo tiempo, todo indica que la lógica de la mercancía no se superó, sino que continúa. La disputa entre estados por las compras de mercancías necesarias para la atención de la pandemia marca de manera ejemplar la falta de solidaridad y la competencia que caracteriza el mercado y se expresan como práctica que antecede y atraviesa el fenómeno traumático. Los señores de todo lo actual, ya están promoviendo el retorno a esa siniestra normalidad. China se promueve y marca tendencia como potencia hegemónica mundial, y desde sus representantes promueve la globalización y el libre comercio por sobre las economías nacionales: “Querer repartir el OCÉANO de la economía mundial en una serie de pequeños lagos bien separados unos de otros, no sólo es imposible sino que, además, va a contracorriente de la historia”[4]. Y los Estados Unidos en plena pandemia, dieron muestras concretas de que buscan una nueva solución bélica a la decadencia del imperio. Muches de nosotres soñamos con un mundo en que el ejemplo cubano, que distribuyó 30mil médicxs y enfermeras por más de 66 países se multiplique, pero no parece que vaya a viralizar ese tipo de comportamiento entre los poderosos.
Me temo que aquellos que oportunamente observan la extensión y profundidad única del fenómeno pandémico e insisten en afirmar la consagración de un eterno presente, serán sorprendidos más una vez. Esta pandemia no es el fin de la historia. Si bien como seres humanos nos caracterizamos por nuestra capacidad teleológica, o sea que proyectamos lo que queremos realizar y creamos los medios para lograrlo (aunque muchas veces eso que creamos se vuelva contra nosotres y sea nuestro principal problema); todavía no podemos acertar en la definición de un futuro de forma predictiva. Si podemos trazar tendencias para observar hacia donde se dirige la dinámica societaria, movida por sus propias contradicciones internas, y evaluar nuestra intervención. Como descubrió el Fausto de Goethe: “En el principio era la Acción”. Somos nosotrxs lo que hacemos el futuro, pero como ya fuimos avisades, lo hacemos sobre determinadas condiciones. En este presente de pandemia mundial resulta elemental la acción en dos sentidos: atender la emergencia humanitaria y actuar sobre el futuro. La historia está abierta.
Parece que en muchas cuestiones, más allá de nuestros deseos e intensiones prácticas, la sociedad global cambiará para seguir igual. Como aquel rio de Heráclito, en el que podemos (y no podemos) bañarnos dos veces porque es (y ya no es) el mismo rio; la realidad social del planeta cambia y no cambia. El filósofo griego también decía que el FUEGO es el elemento primario de este mundo que a veces encendiéndose, creciendo, y otras veces apagándose, va moldeando el mundo en permanente transformación. El escritor y educador popular brasileño Mauro Iasi, afirma: “Después de la pandemia, el mundo será y no será el mismo, un mundo en que es urgente una revolución.”[5] Partiendo de esta conclusiva obviedad como base, podemos arriesgarnos a pronunciar que será un mundo en el que el fuego de las revueltas sociales continuará encendiéndose de forma imprevisible (al igual que las crisis aunque no necesariamente en sintonía con ellas). Y será un mundo en que se torna cada vez más necesario para la izquierda organizarse para entrar activamente en la disputa del sentido de las rebeliones populares.
Es posible que el paso que hayamos dado, quienes estamos del lado de quienes dependen de la venta de su capacidad de trabajo para vivir, sea el de perder la paciencia. Tal vez salgamos de las precarias cuarentenas con la rebeldía a flor de piel, habiendo identificado colectivamente donde direccionar nuestra digna rabia para abrir espacio a nuevas formas de producir y reproducir la vida humana, destruyendo lo que sea necesario destruir para abrir espacio a lo nuevo. Con ese principio de esperanza activo, yo que soy muy lento, me animo a escribir ahora (después de más de un año sin poder hacerlo) para registrar el pensamiento generado por muchos debates y lecturas entre compañeres de diversas latitudes[6]. Es un momento de escribir, de lanzar mensajes inflamables al mar en una botella, en la esperanza de que con alguna chispa podamos “incendiar el océano.”
Todavía en la introducción y volviendo a la realidad nacional en la que habito. Aquí el negacionismo se constituye como método de gobierno desde hace décadas[7] (como mínimo). En el período anterior al golpe de 2016, los gobiernos del PT negaban el antagonismo entre las clases mientras abrazaban la utópica la posibilidad eterna del pacto social. Nunca llamó al pueblo a manifestarse en las calles y se dedicó a “contener la revuelta social” mientras fue posible. Como la realidad está en permanente movimiento, su negación crea nuevas realidades y la enorme paciencia cultivada en ese negacionismo utópico alimentó el proceso de debacle humanitaria que luego de algunos años llevó a la consolidación de este gobierno neo fascista (alimentada por una dinámica de conflicto interno permanente). Un exceso de obediencia, sembrado religiosamente, genera la inercia de una población que sorprende por su capacidad de convivir con la indignidad en límites inesperados. Aunque nostálgicas recuerdos de tiempos recientes en que los pobres podían consumir más y mejor planteen algunos espasmos de resistencias en acciones performáticas, y algunas narrativas épicas latinoamericanas intenten resucitar políticamente héroes pasados; la lucha de clases es dinámica y no se detiene, ni se concilia, y avanza subterránea por los procesos de conciencia en una tendencia que alimenta la esperanza de saber que algún día la indignación explota. Lxs que todavía estamos vivxs aprenderemos con el viento como dice el poeta. Y para eso necesitamos hablar, necesitamos gritar algunas verdades.
Pero también sabemos que tenemos la capacidad de abstraernos de las determinaciones concretas impuestas por el territorio que habitamos y observar la dinámica de la totalidad. Y más que nunca en este contexto necesitamos evaluar de qué forma esa dinámica se reproduce a nivel global y se expresa e impacta en cada uno de nuestros territorios, para evaluar que es lo que podemos hacer desde nuestras organizaciones y como orientar nuestra participación política.
Algunos elementos de debate que trajo la pandemia.
Como vimos, antes de la pandemia vivíamos en una sociedad que no solo producía y reproducía la vida humana de una cierta forma, sino que también elaboraba una política correspondiente para administrar la muerte. En aproximadamente los últimos 300 años en que esta forma de sociedad nació, creció y se extendió con aceleración desenfrenada hasta dominar el conjunto del planeta aparentando sucesivamente e insistentemente consagrar el final de la historia humana. El capitalismo en sus diferentes fases, fue estableciendo y consolidando una verdad en la práctica: Casi todos los seres humanos en esta sociedad precisan vender y comprar para vivir. De esta forma, la dinámica del conjunto de la vida social en el planeta está mediada por la lógica de la mercancía. Cualquier pensamiento que niegue o ignore esta determinación fundamental de la actual realidad social, se convierte en una expresión de deseo, abstracta, poética que bien puede alimentar la lógica que intenta combatir: la muerte en esta sociedad se administra de tal forma que se torna más accesible para quienes tienen dificultades de obtener el equivalente general que le permita comprar las cosas que necesitan para vivir.
– La crisis económica, que ya estaba en curso como una nueva oleada del gran impacto del 2007-2008, se profundizó con la pandemia caracterizando una crisis sin igual que provoca la caída del crecimiento económico en casi todos los países. En este tiempo extraordinario se desaceleró la producción, pero la capacidad productiva se mantiene intacta. Y aunque la necesidad de un piloto de tormentas específico corra del protagonismo de los organismos internacionales al FMI, el banco mundial e otras entidades económicas y la Organización Mundial de la Salud gane el lugar central de legitimidad. La necesidad humana de mantenerse vivos, de resolver sus necesidades, o sea de comprar y vender, traerá nuevamente centralidad a esos organismos para garantizar los procesos de concentración y centralización que impone la reproducción ampliada del capital. Y lo hará de forma más acelerada. Para la salud del perverso sistema que nos trajo hasta acá, todavía la lógica del capital ficticio domina la dinámica societaria: Es imperioso que se mantenga la garantía de realizar hoy el valor de aquello que será producido en el futuro. O sea, vivir hoy el mañana, por lo tanto, anular hoy la posibilidad de un mañana diferente.
– Sabemos que históricamente, la salida de la crisis
para los capitalistas impone medidas que colocan la dignidad humana de quienes
necesitan vender su capacidad de trabajo para vivir en una situación crítica. Si
el lenguaje de gestión de la Pandemia en la mayoría de los países, es un
lenguaje de guerra, no creo que sea casualidad. Se trata del capitalismo en su
fase neoliberal, que anda necesitando de profundizar la precarización de la
vida como en las guerras. No es casualidad que el epicentro de la actual
pandemia, sea el mismo que tuvieron “las políticas de austeridad” después de la
crisis de 2008. Una cosa fue llevando a la otra y consolidando el escenario de
guerra de no deja de presentarse como tendencia posible.
– Las contradicciones que ya estaban expuestas se desarrollan con mayor
celeridad. Los sistemas de salud colapsados, el mundo de la cultura mediatizado
por la internet, la centralidad de algunas empresas de aplicaciones que
aumentaron de forma exorbitante sus lucros, la ampliación y ramificación de las
formas de tele-trabajo, los comportamientos ecodepredadores, la educación a
distancia favoreciendo la desigualdad y la precarización educativa al punto de
reconfigurar el vinculo pedagógico, el desarrollo todavía mas acelerado de la polémica
Inteligencia Artificial, etc. son sólo algunos de los inquietantes problemas
que la pandemia potencializó resolviendo cada problemática a través del aumento
de la mercantilización.
– En la mayoría de los países se han implementado acciones emergenciales con respecto a la asistencia social. La existencia temporaria de subsidios económicos para el sector informal, aumenta las expectativas de la implementación de una renda básica (urgente y necesaria) que cumple la doble función de conquista de condiciones menos indignas para lxs de abajo en el aquí y ahora, y una garantía de sobre vida y legitimación de las formas capitalistas de resolver las necesidades humanas.
– La ciencia se configura todavía más como un campo de disputa estratégico. Los genocidas (como el presidente brasileño) la niegan abiertamente. Y quienes se interesan por administrar racionalmente el sistema la instrumentalizan eficientemente para mercantilizar gradualmente lo que todavía no es mercantil. La legitimidad de la ciencia usada para fortalecer el estado que controla: Es una verdad práctica en este momento. Pero al mismo tiempo la ciencia, en diálogo permanente con los saberes populares es un instrumento eficaz para transformar y conocer la realidad, y puede usarse en defensa de la vida frente aquello mismo que produjimos y se vuelve contra nosotrxs. Es evidente la necesidad de emancipar a la ciencia de la lógica de la mercancía para que realmente sea transformadora, aunque no es con súplicas moralistas que vamos a conseguirlo.
“No hay alternativas” afirmaban desde Inglaterra en el laboratorio neoliberal, y ante la evidencia de la falsedad de esa afirmación, en su dinámica cíclica, aparentemente la sociedad actual coloca algunas polarizaciones como caminos por los cuales optar. Opciones diversas que se renuevan permanentemente al resolverse repitiendo ciclos y ocultando las contradicciones más profundas que precisamos resolver para una transformación radical. En la Pandemia no es diferente, aparecen nuevas polarizaciones que precisamos observar más de cerca para ver lo que esconden.
Entre las principales debemos refutar la polaridad estado-mercado, ya que se trata de una necesidad material de la dinámica del capitalismo y que en su fase actual del capital-imperialismo garantiza la unidad de concentración y centralización de los medios de producción en la competencia monopolista. Siempre en el capitalismo hubo sintonía y división de tareas entre mercado y estado por momentos destacando las funciones de uno y en otros momentos por la de otro.
Defender una política de administración de la pandemia como el máximo virtuosismo es defender la administración de este sistema que desde su nacimiento afirma cada avance ‘civilizatorio pasado’ sobre una base criminal y asesina. Retomar la producción y reproducción de la vida en cada país, sin cuestionar de fondo la organización de la vida social que cada vez produce más destrucción y pobreza es negar la realidad del socio-metabolismo del capital que es incontrolable. Y ya vimos la realidad que el negacionismo produce. Defender y cuidar la vida no es algo específico de este momento de pandemia. Defender la vida exige no volver a producir riquezas con las manos manchadas de sangre trabajadora.
No podemos volver a lo “normal”, la pandemia llegó e impactó en nuestras vidas de forma profunda. Y no se irá hasta que se descubra la vacuna. Tampoco podemos salir de esa perversa “normalidad” en la que vivimos sea porque todavía tendremos una sociedad divida en clases, y aunque los límites naturales del planeta se imponen todavía no habremos inventado en este tiempo traumático una nueva forma de organizar la producción y reproducción de la vida humana. Como salida de la crisis, en el mundo pos-pandemia lo que se vislumbra es mas capitalismo. La crisis tiene esa función de superarse expropiando mas medios de vida para transformarlos en capital, disputando nuevamente lo que había otorgado en forma de derechos o fondos públicos, aumentando la convivencia entre Estado y Mercado, reunificando lo que aparentaba ser separado.
Y entonces… ¿qué podemos hacer para transformar?
En todo proceso de transformación es necesario contar con una gran insatisfacción popular, compartir un horizonte estratégico y juntar fuerza para dar los primeros pasos superando la resistencia que puedan ofrecer las fuerzas conservadoras. En ese sentido, para alimentar el diálogo necesario entre los de abajo quiero arriesgar un camino para la unidad, creo que el primer paso es organizarse para la rebelión.
A lo largo de la historia se ha demostrado que la propia dinámica del capital genera explosiones del movimiento de masas. Revueltas populares que emergen de forma impredecibles en un momento de fusión de las masas. Una reacción que actúa como desencadenante de la lucha de clases en la superficie del cotidiano. En el período anterior a la caída del muro[8] que dividía el mundo en dos grandes polos con propuestas societarias diferentes, esas explosiones sociales eran disputadas y reprimidas en un sentido o en otro en función de reorientar las transformaciones que desde abajo se imponían. Durante la última década, así como la crisis, también las revueltas populares estaban explotando con mayor intensidad en diversos puntos del planeta y con características ariscas a cualquier clasificación.
Surgen de forma inesperada, con un gatillo desconocido e impredecible[9], y son chispas que encendieron el fuego de transformaciones en sentidos abiertos y disputables. Como decía Rosa Luxemburgo al referirse a la huelgas de masa, los estallidos sociales nacen siempre de incidentes particulares locales fortuitos y no surgen de un plan preconcebido e deliberado. Volverán a nacer, porque la vida amenazada insiste en florecer aunque la brutal lógica de la mercancía insista en sojuzgarla. La necesidad explota en rabia frente a tanta desigualdad. Es el momento en que se deja de añorar la nostalgia de lo que ya fue o pudo ser, se pierde el miedo (a enfermarse, a morir, a ser reprimido/a o preso/a), es un momento en que las personas colectivamente son empujadas por la necesidad a transgredir, a rebelarse, a desobedecer, a buscar una salida por afuera de los marcos establecidos ya que dentro de las normas no hay solución.
Indignada por las muertes de vecinos a manos de la intervención militar que entró en la favela con la excusa de una “guerra a las drogas” que deja la droga circular por la ciudad y siembra la muerte de jóvenes pobres en las favelas de Rio, una vecina me preguntaba hace unos años: ¿A quién le sirve el pacifismo, Diego? Todavía no encontré la respuesta. O si, pero es irritantemente violenta como para expresarla. Mientras el capitalismo se apoya en la violencia sistemática contra las vidas humanas, en las rebeliones populares usamos la violencia en defensa de la vida. La revuelta es contra la guerra impuesta por las necesidades de la mercancía. Nuestra violencia rebelde es contra las cosas. Ya vimos que las chispas encienden el fuego en los bancos, en los depósitos de mercancías, y en los micros que transportan humanos como mercancía, vimos fuego en las comisarías y en los palacios y soñamos con que el FUEGO alcance “el OCÉANO de la economía mundial”.
La rebelión en sí misma no es una revolución, no cambia todo lo que debe ser cambiado y a veces, por diversos factores, la explosión se vuelve contra los rebeldes. La energía liberada por la revuelta puede ser dirigida y organizada, o sin un sentido efectivo afectar la lucha por un lugar en la agenda de reivindicaciones, puede abrir disputa entre diferentes identidades oprimidas que conforman la clase trabajadora, o quedar suelta diluyéndose en el cotidiano.
La necesidad profunda que impulsa la revuelta de la humanidad es crear otra forma de producir y reproducir la vida, una alternativa societaria que deje de atacar a la naturaleza y pueda desarrollarse en sintonía con ella, con su abundancia. Una organización de las relaciones sociales que nos iguale a partir del respeto por nuestras diferencias, anulando principalmente la división entre propietarios y no propietarios.
Se abre un tiempo en que, una vez más, defender la vida humana es provocar la revuelta. Es tiempo de incendiar el océano, y que el fuego (que todo lo transforma) crezca y se mantenga encendido durante un buen tiempo.
¿Cómo pueden vincularse nuestras organizaciones con la revuelta popular?
Desde nuestro amplio abanico colorido, las izquierdas actualmente debemos replantearnos lo que consideramos como organicidad y acumulo de fuerzas en un tiempo que se acelera. Desde una praxis reflexiva es necesario partir de balances sinceros de nuestras luchas históricas.
Existen gestos de nuestra izquierda latinoamericana que emocionan profundamente. La solidaridad desplegada en medio de la pandemia es muestra de una humanidad que organizada resiste a la economía de muerte. Pero es necesario que podamos mirar crítica y autocríticamente nuestras prácticas. La solidaridad filantrópica que busca contener y evitar una revuelta popular “inorgánica”, configura actualmente parte de la política de una socialdemocracia aggiornada con poderes vaticanos. La solidaridad que actúa con miedo a lo que una rebelión “inorgánica” puede provocar no es una solidaridad que traiga esperanza. Se trata de una concepción de la solidaridad en función de una acumulación de fuerzas en la perspectiva de una izquierda estadolatra, que a veces de forma táctica y otras de forma estratégica, apuestan a la conciliación de clases como un camino posible.
La rebeldía es actuar en el presente por el presente mismo, como único camino de “abrir el camino de la esperanza”. Aquella “izquierda” que intenta evitar o contener la revuelta con la trillada amenaza de “hacerle el juego a la derecha”, trae algunos problemas para el movimiento revolucionario. Estos grupos que hacen gala de la “no violencia” son hoy lo que Fanon caracterizaba como “vanguardia de las negociaciones y de la transacción”[10], apareciendo en la revuelta con la función de apagar el fuego, se sientan para arreglar el conflicto sobre el mantel verde de una mesa de juegos. Porque en “el principio de todo es la acción”, no se trata de domesticar la acción de los rebeldes, sino de imposibilitar la acción de los dominadores, de la burguesía, de quienes promueven sus lucros por encima de cualquier tipo de vida. Aunque sea cierto que la derecha desarrolla su política sobre la revuelta. Nuestra política sobre la revuelta no debería ser la de contención, ni mucho menos de represión (como otros lo hicieron en Kronstadt). Será aprendiendo a pensar y actuar en un contexto de revuelta permanente que elaboraremos el programa necesario.
Solo la rebelión, el rechazo de lo existente, abre la posibilidad de afirmar un nuevo futuro. Y no en abstracto, sino en concreto. Por eso es el primer paso necesario. Organizar la revuelta es tan necesario como dejar el aire de su espontaneidad a la “autoactividad de las masas”. Organizarla incluye saber que tenemos un horizonte estratégico a donde orientarla. Y que su sentido será disputado. Estar atento a no reproducir cierto culto a la espontaneidad mesiánica y empezar a discutir los primeros pasos firmes, sin perder de vista la totalidad del horizonte estratégico.
Considero el gran desafío de la unidad en la izquierda debe observar detenidamente las posiciones que tomamos a la hora de estos primeros pasos. El estallido social abre nuevos horizontes e impone una agenda desde abajo. Obliga a los poderes establecidos a correr atrás de las agendas impuestas por sus reivindicaciones, cambiando la lógica cotidiana en que las organizaciones populares corremos atrás de lo que las instituciones pautan. La acertada dirección táctica y estratégica del estallido social requiere mucha formación y debates previos sobre un abanico de posibilidades que será visualizada al calor de la revuelta. Precisamos apoyarnos en las experiencias de una solidaridad rebelde, que aporte combustible a la rebelión popular.
Surgirán focos de rebeldía inorgánicos a los grandes movimientos sociales que realizan un culto a la distribución de tareas para mantener la propia estructura y demandan una gigante cantidad de esfuerzos militantes autocentrados. Para ser militantes orgánicos con la revuelta tal vez sea necesario dejar de pensar la sociedad desde una lógica de gestión estatal y empezar a desafiar el estado visto desde la sociedad. No sabemos desde que sector surgirá la explosión. No se trata de estar encendiendo chispas por doquier, sino de cómo nuestras organizaciones, pueden ser orgánicas al fuego, inflamables. En la medida que lo mantengan vivo y lo amplíen a otros sectores, sea cual fuere el sector del pueblo en lucha.
La situación de pandemia nos exige más. Más esfuerzos para no volver a lo mismo. Mas cuidados y autocuidados, más crítica y autocritica, más radicalidad. Más creatividad, más alegría, más unidad en las diferencias, más dialogo entre las izquierdas, más profundidad en el intercambio de ideas, más dignidad, más rebeldía… Todo se acelera y el desafío se presenta tan gigante, enorme, como realmente es.
Me arriesgo a apoyarme en la tendencia de que la dinámica de las luchas será al ritmo de las revueltas sociales, inevitables en tiempos de hambre y pretensiones de aceleración de la producción de mercancías. Es necesario mezclarnos, provocar ese caos creativo en la revuelta. No tenemos un programa mayor que la potencia de la insatisfacción. No sabemos los detalles de aquello en lo que el fuego se transformará al apagarse. Tal vez podamos prepararnos para hablar sobre eso durante los focos de rebeldía, donde surgirán nuevas ideas, ya que las ideas no nacen de la nada, sino de una determinada base social. Necesitamos ese nuevo contexto. La necesidad es de una revuelta global. Sabiendo que los detalles en cada lugar serán determinados por cada país, dadas las características de cada formación social. Durante y después de la pandemia, y en el tiempo entre pandemias que vendrán, cuando el fuego crezca, todavía estaremos aquí y será fundamental observar de qué lado de la revuelta nos encontraremos. Será lo que habremos aprendido en el viento.
Salgamos del aislamiento social con la revuelta a flor de piel, para identificar y superar violentamente todo lo que nos trajo hasta aquí. El apoyo y la organización a las revueltas permanentes que destruya el capitalismo, se constituye en un paso necesario e indispensable para crear una nueva forma de producir y reproducir la vida social en el planeta.
Por otro lado, es igualmente necesario e indispensable prepararse en el largo plazo, desarrollando una praxis de la organización predispuesta a garantizar la vida humana en el colapso más allá de la crisis y el estallido social. Sin una praxis revolucionaria no habrá revolución. De la misma forma, no podemos prescindir de una práctica comunitaria para instalar lo que viene. Necesitamos superar la lógica de la producción de mercancías en gran escala que se alimenta de la relación aparentemente contradictoria entre el estado y el mercado y está orientada a la acumulación. ¿Podemos intentar poner en práctica una lógica comunal que posibilite una producción local basada en alimentos y otros elementos básicos que precisamos para vivir en abundancia y sintonía con la naturaleza?
En tiempos de colapso inminente, de vida amenazada, el llamado es a observar lo básico. Saber hacer por nosotres mismes para sobrevivir con autogestión a los tiempos que vienen. Rebelarnos exigiendo que cosas elementales para la vida (alimentos, ropas, viviendas, salud, educación, transporte) no deben ser mercancías. Mirar el horizonte estratégico hacia el que caminamos, y avanzar, producir lo necesario para vivir bien, distribuir el trabajo aprovechando las máquinas para trabajar menos y no para producir más. Es posible planificar nuestras vidas con libertad para vivir más y mejor. Iremos produciendo nuevas revueltas para abrir nuevos horizontes. Hasta que entendamos que la libertad de uno empieza donde también empieza la del otro, y termina donde la del otro también termina. Hasta que no existan clases, ni ideologías.
Después de la pandemia quienes sobrevivamos seguiremos con gravísimos problemas. Cuidar de la vida es dedicarla a esa causa, antes que sea más tarde de lo que ya está siendo. Que sepamos transitar esta pandemia incorporando una lógica de cuidados, y alimentando la rebelión.
Como dice el poeta: que sepamos incorporar las experiencias para que cuando a los trabajadores y a las trabajadoras se les agote la paciencia sepamos “abrir caminos de esperanza” por medio de rebeliones que pongan, críticamente renovado, el socialismo en la agenda del día.
DIEGO FERRARI
Boa Esperança – Lumiar RJ. Brasil
07/06/2020
[1] Aprender con todo lo que se hizo / y también con todo lo que se dejó de hacer, / como abrir el camino a la esperanza / que palpita, que palpita, / en la fragua de la paciencia obrera. Thiago de Mello “Aprendizaje en el viento”. ‘Poesía comprometida con mi vida y la tuya’, 1975
[2] “A culpa da crise não é do vírus” Marina Machado Gouveia. “Em tempos de pandemia: propostas para defesa da vida e de direitos sociais. Organizadores: Elaine Moreira, Rachel Gouveia (et all). Rio de Janeiro – UFRJ. CFCH-ESS. 2020. (pag 19-28)
[3] https://g1.globo.com/politica/noticia/2020/05/19/ainda-bem-que-monstro-do-coronavirus-veio-para-demonstrar-necessidade-do-estado-diz-lula.ghtml
[4] Discurso del Presidente Xi Jinping en la ceremonia de apertura de la Conferencia Anual de 2017 del Foro Económico Global en Davos.
[5] https://contrahegemoniaweb.com.ar/2020/04/30/pre-historia-pos-pandemia-y-lo-que-vendra/
[6] Esta producción por lo tanto es y no es un texto personal, surge alimentada de ese pensamiento colectivo y en una tentativa crítica pretende volver para alimentar ese pensamiento colectivo.
[7] Algunas notas son necesarias porque internamente continuo dialogando con cierto espacio militante que aprendió a etiquetar pensamientos en cajitas separadas para despreciar antes de incorporar críticamente el argumento. Claro que NO SON LO MISMO, y evidentemente apuntaban a direcciones opuestas dentro del campo abierto por el mismo sistema. La continuidad de la negación como método de gobierno requiere que se produzcan cambios abruptos para renovar el impulso de las reformas que el capitalismo necesita.
[8] Período sobre el cual la izquierda debe profundizar su análisis autocritico, para superar incorporando los límites y las potencialidades abiertas por la primera y principal experiencia de transición societaria superadora del capitalismo. Debemos superar aquellas evaluaciones que acompañan un movimiento pendular entre la aceptación incondicional y defensa acrítica de la experiencia y aquellos que lo niegan despreciando los niveles de emancipación más elevados que la clase trabajadora haya alcanzado a nivel mundial.
[9] El asesinato de un hombre negro en EEUU, la evasión de les pibes en el metro Chileno, el Ni una Menos en Argentina, el pase libre en junio de 2013 en Brasil, entre o tantos otros innumerables episodios.
[10] “Los condenados de la tierra” Frantz Fanon. Fondo editorial casa de las Americas, Cuba. 2011 (P 28)