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Oda a la pobreza

Avellaneda, Buenos Aires, 1 de Junio de 2020

Al aislamiento del COVID 19 se nos adosa un aislamiento mucho más peligroso: el de algunos actores de la comunidad educativa.

En los breves momentos de encuentro, el sentimiento de comunión renace. Eso parece suceder en la entrega de bolsones alimentarios, pero luego fácilmente se disipa y quedamos al imperio de la virtualidad.

A esta distancia se le adosan las presiones jerárquicas sobre relevamientos, seguimientos, ubicuidad virtual, etc. Muchas de estas pretensiones son, cuando menos, productivistas y acarrean riesgos más disciplinadores a futuro y con ribetes de sobreexplotación aun mayor a los que nos encontramos los trabajadores de la educación.

Al sistema educativo, en este diagrama de funcionamiento regido por el ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), se le escapan muchas cosas y ha depositado en la comunidad educativa toda una urgencia visceral desde el inicio de la cuarentena, que impidió detenerse un momento para pensar y organizar los recursos y los modos de vinculación entre las partes intervinientes del sistema educativo.

Sorprende el grado de automatismo que tenemos introyectado, la alta predisposición a accionar por reflejo de orden y la escasa creatividad que se nos exige, así como el poco margen de acción que se les permite a las instituciones educativas con los recursos que realmente tienen. Una cuestión adicional, no menos importante, es el rol de salvadores en esta situación, que creemos ostentar, y que no pocas veces contribuye a una saturación de la dinámica de los hogares.

Más allá de la verídica crítica compartida sobre la escasa o nula capacitación en TICS (que debería ser impartida dentro de las horas laborales) o la inexistente política pública de desarrollo de aulas virtuales e infraestructura se nos escapan algunas cuestiones que invisibilizan el lugar del otro: ¿A que otro me refiero? A los pibes, pibas y sus familias: es sobre ellas y ellos de lo que se habla en la redacción de normativas públicas, lo que los documentos de cientistas sociales siempre nombran, el fin último de la educación: Su sostén, el acompañamiento, la oportunidad.

Los pobres están invisibilizados y más que nunca en este contexto. En esas realidades lo pedagógico no es central, impera en esas familias la escasez económica primero y otras opresiones. Las familias sin ningún tipo de conectividad deben aceptar los cuadernillos pensados para ello, los cuales sorprenden por su escasez: casi no llegan a las escuelas, pero la DGCYE – Dirección General de Cultura y Educacion de la Provincia de Buenos Aires, Argentina – deja en las cadenas del Hipermercado Coto pilas enormes de aquellos, aunque el Señor Coto, empresario propietario, ha sido denunciado en reiteradas veces por problemas de asepsia y violencia en la explotación contractual de sus empleados. Una cuestión no menor de los tan mentados cuadernillos, que todos sabemos, pero nadie se sincera en enunciar, es su dificultad para asignarlos a ser corregidos y la resistencia que esto conlleva.

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En las últimas semanas parecen haber decenas de miles de netbooks prontas a ser despachadas a las escuelas: sin wifi pública, de calidad y gratuita, en los barrios más postergados, poco más que la nada.

En este derrotero se enmarca la pretendida continuidad pedagógica que no es más que una contingencia ¿Que continúa si los chicos desde fines del ciclo lectivo de noviembre de 2019 prácticamente no han tenido más que un par de días de clases? En la docencia estamos intentando hacer funcionar algo imposible (como la educación a distancia sin acceso a las herramientas para llevarla adelante) y algo tan inhumano y frío como mantener un falso contacto por un dispositivo que más que acercar nos aísla. Aun así, movidos por una culpa de mandato sagrado hacemos lo imposible por acercarnos en la virtualidad. El tema es quienes nos encontramos allí, mientras otros y otras quedan afuera de ese intercambio.

Sumado a estas dificultades, se evidencian fracturas entre los criterios de las políticas para los diferentes niveles educativos: mientras en el nivel primario la vinculación escuela y comunidad se sostiene y se ha intensificado, en el nivel secundario esa vinculación se hace más problemática, lo que se muestra en el fenómeno de varias escuelas que renunciaron a la entrega de bolsones alimentarios, aunque la gran mayoría tenía cupo real para ejecutarlos. Le cuesta mucho a la escuela secundaria la vinculación con la comunidad, pero por empatía y presión de los distintos actores se va haciendo.

Hagamos un esfuerzo como educadores para ponernos en el lugar de esa familia que, muchas veces, desde un teléfono celular propio o ajeno compartido por varias personas debe bajar cada tarea a realizar. Muchas veces no se suben las tareas supuestamente resueltas porque no hay recursos económicos para datos celulares. También existe la negación de muchos equipos directivos a recibir tareas físicas por pretendidas cuestiones de asepsia que esconden otras cuestiones no explicitadas, por ejemplo, la manera como organizar un volumen de folios y hojas para ser distribuidas a los distintos profesores y cómo hacerlo con asepsia.

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En el nivel inicial en el encuentro con las familias para retiro de alimentos el intercambio de carpetas y tareas de los pibes fluye con relativa normalidad. En cambio, en el nivel secundario en ambas situaciones (cuadernillos y tareas en papel para los que no pueden subirlas) se genera un quiebre, pues se les dice “hagan las tareas que al retornar a la cursada normal se entregarán y calificarán”. A nivel personal, todos sabemos que esto es una gran mentira, ya que esas pirámides de hojas no serán fácilmente procesadas ante un supuesto retorno y nos mentimos diciendo que al menos las familias tienen algo para entretener a los chicos y chicas, como si eso fuera un proceso educativo o algo parecido.

Se corre en este marco riesgo de otro tipo de contagio, bajo el sentido de un “por qué voy a seguir haciendo tareas si van a aprobar a todos y por qué sigo haciendo tarea virtual si sé que esos que no se conectan e ‘inventan’ imposibilidades van a ser igualmente aprobados. Dos escenarios, entre muchos más, que están sucediendo y cada vez más en el desgrane de la participación de los cursos.

La información pública del estado sobre la duración del virus en superficie no está comunicada, pero en los diferentes niveles escolares adoptamos criterios no congruentes. Lo que se oculta detrás del velo en esta diferencia de interpretación es un dato real: no es la misma realidad la de una maestra a diferencia del volumen de alumnos que tiene un profesor, a esto se vincula la realidad del “profe taxi”. Pero eso no nos exime de pensar en el otro que no se conecta, tenemos que poder pensar en otras estrategias. Comparto una que se me ocurrió en virtud de esto:

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Si el virus dura 3 o 4 días en plástico y solo un día en cartón o papel por qué no recibir las tareas los días de entrega de alimentos (lo que acontece aproximadamente cada 15 días) con la condición de que vengan en papel y que las depositen los padres en un aula y luego de dos días armar un equipo de trabajo que venga a ordenarlas por año y materia y distribuirlas vía WhatsApp. A riesgo de ganar enemigos: ¿acaso no hay actores institucionales que están con disponibilidad de tiempo para hacer tareas de este tipo? En gran cantidad de escuelas todos sabemos que sí y, en las que no, resulta urgente habilitar todos los cargos de la POFA – Planta Orgánico Funcional- eternamente soterrados, ya que la exigencia en este marco lo amerita.

Es un desafío que atañe complejidad, pero si no pensamos en esto, ¿a qué nos arriesgamos como sociedad perpetuando lo que seguimos haciendo? ¿cuántos pibes y pibas que ya no hacen las tareas son más difíciles de contener en los hogares en el aislamiento? ¿cómo se sienten esas familias que no saben cuál va a ser el método de evaluación y suponen haber perdido el año?  y, por último, ¿cómo nos pensamos reencontrándonos con estas tensiones y subjetividades golpeadas al volver a la escuela? ¿cuánto se va a ensanchar la brecha educativa, que ya teníamos dentro del curso, con esta nueva desigualdad solapada?

Los sindicatos o funcionarios deberían haber abordado propuestas, pero están enmarañados en otras cuestiones…

Dotar de recursos para la asepsia de las escuelas en las entregas de bolsones y de algunos celulares, con conectividad institucional, tampoco parecen recursos desorbitados. Tampoco, una impresora para imprimir las devoluciones a las familias desconectadas. De hecho, una política mucho más acertada, que la de los cuadernillos, sería la de distribuir, durante la entrega de alimentos, tarjetas de datos celulares a las familias que lo necesiten.

Tampoco estos desafíos deben recaer como una tarea más en los directivos. Éste es uno de entre tantos dilemas que debe ser abordado por todos, como actores empoderados de la comunidad educativa, los cuales necesitaríamos tiempos institucionales pagos para el encuentro y debate en torno a estas cuestiones y no dejar de reclamar servicios públicos gratuitos y asignaciones económicas universales para que esto no acontezca a futuro.

Debemos exigir mucho más presupuesto para el sistema educativo estatal y dejar de subvencionar al sistema privado al que estas situaciones parecen no tocarle. Será la presión social y política la que tenga que hacer ingresar en agenda esta necesidad para quebrar con tanta desigualdad.

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