ContrahegemoniaWeb

Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Regulacionismo y Abolicionismo

Desde ContrahegemoniaWeb queremos aportar al debate, publicando las siguientes tres notas, ubicadas sin orden.

Prostitución: ¿un trabajo o violencia de género?

El Ministerio de Desarrollo Social incluyó el trabajo sexual en el Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular. Luego lo retiró. Y se disparó la polémica.

El Ministerio de Desarrollo Social de la Nación publicó la creación del Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular que incluía el trabajo sexual como una modalidad laboral. Sin embargo, a las pocas horas eliminó esa categoría. Gustavo Vera, director del Comité Ejecutivo de Lucha contra la Trata y Explotación de Personas y para la Asistencia a las Víctimas, lo explicó así en su cuenta de twitter: “Con el Ministro @LicDanielArroyo coincidimos de acuerdo a nuestra legislación y los convenios internacionales que la prostitución no es trabajo. El formulario ya fue bajado”. El episodio reavivó un viejo debate que atraviesa los feminismos y aún no está zanjado. Incluso mujeres y trans que ejercen o estuvieron en situación de prostitución tienen miradas diferentes. Algunas lo consideran un trabajo, otras una forma de violencia de género.

El ministro de Desarrollo Social de la Nación, Daniel Arroyo, lanzó el jueves pasado el Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (ReNaTEP), una herramienta que permitirá acceder a programas de empleo, seguridad social y capacitación. Y facilitará la participación en redes de comercialización y la obtención de herramientas crediticias y de inclusión financiera. El Registro –que se estima tendrá unos 8 millones de usuarios– tiene una primera instancia de inscripción on line y una segunda presencial.

Entre sus beneficiaries incluía a las trabajadoras sexuales, lo que hizo generó un revuelo en las redes. Por ley, Argentina es un país abolicionista, que no persigue la prostitución sino la explotación de la prostitución ajena. El tema es tal vez una de las grietas más grandes que atraviesa al feminismo. Los hashtags lo sintetizaron: #TrabajoSexualEsTrabajo por un lado, #Prostituciónnoestrabajoesviolencia, por el otro.

“Hoy es un día histórico para las trabajadoras sexuales en Argentina: el Estado las reconoce como trabajadoras. El Ministerio de Desarrollo Social creó el Registro Nacional de Trabajadorxs de la Economía Popular y aparecen en el formulario de inscripción. #TrabajoSexualEsTrabajo”, tuiteó ayer la periodista Florencia Alcaraz. “Increíble!!!! Entre gallos medianoches, a partir de mañana entra en vigencia la resolución que reglamenta a “las trabajadoras sexuales” a través del registro de trabajadores de la economía popular”, publicó la activista feminista Monique Alstchul en Facebook.

Sin embargo la categoría “trabajadoras sexuales” solo duró unas horas on line. Lo que pasó en el medio es difícil reconstruirlo. Pero ante la noticia de la baja de la categoría, las mujeres que se reconocen trabajadoras sexuales mostraron su enojo con la medida. “Las putas existimos, lo único que hacen es tirarnos a más clandestinidad. Sigan creyendo que el sexo es sagrado. Sigan confundiendo trata con prostitución. Al no reconocernos como trabajadoras nos estan matando! Nos matan de hambre, nos echan a la calle”, dijo Lola en su cuenta de Twitter.

Georgina Orellano, secretaria general nacional de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) hizo un hilo de tuit al respecto: “Ayer en menos de cinco horas 800 Trabajadorxs Sexuales se inscribieron al Registro Nacional de Trabajadorxs de la Economía Popular, otrxs quedaron en el intento. Era la primera vez que en un registro estatal nos podíamos inscribir con el trabajo que verdaderamente realizamos”: “El trabajo sexual NO es un delito aún así la clandestinidad del mismo y el no reconocimiento del estado nos imposibilitan acceder a derechos laborales o sociales. Siempre teníamos que mentir y figurar bajo otra categoría de manera engañosa para inscribirnos a un monotributo!”; “En minutos nos quitaban esa posibilidad. Podíamos decir q hoy la sociedad fue un poco + justa para las últimas de la fila pero nos despertamos viendo cómo celebran habernos negado esa posibilidad. Mientras tanto no le han salvado la vida a nadie. Seguimos en la clandestinidad”.

La discusión no está zanjada. “Si el Estado quiere censar o conocer nuestras necesidades, no nos dejen afuera a las desocupadas en situación de prostitución y a las sobrevivientes. No queremos llamarnos trabajadoras sexuales para acceder a políticas públicas. #LaProstituciónNoesTrabajoEsViolencia, lo sabemos porque lo vivimos”, publicaron en la cuenta de la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos (Amadh), un desprendimiento de Ammar que se dio en los años 90 cuando estas últimas decidieron sindicalizarse. Una posible reglamentación de la prostitución como trabajo podría dar por tierra con las políticas de restitución de derechos: ¿por qué el Estado destinaría recursos para la inclusión laboral por una actividad que se considera trabajo? Se preguntan las mujeres y trans de AMADH.

Te puede interesar:   Un guion para ser padres y madres

La filósofa feminista Diana Maffía también aportó al debate con un hilo: “Se definan como se definan las personas en un sistema prostituyente, como trabajadoras sexuales, como esclavas, como sobrevivientes, es una definición que hay que escuchar con respeto porque pertenece a sus experiencias y sus alianzas, lo que las fortalece como colectivo”. “Por eso, negar que hay personas en prostitución que son abolicionistas es negarles su identidad y expulsarlas como interlocutoras de la construcción colectiva de derechos. El acceso a los derechos lxs necesita a todxs, respetando sus modos de designarse. Se puede actuar en común”; “Las alianzas para una acción en común deben ser respetuosas. Pero es inaceptable que esas alianzas encubran la justificación de la explotación sexual bajo una figura mercantil que justifica al proxeneta y lo denomina con eufemismos que ocultan su condición de explotador”.

Desde el Ministerio de Desarrollo Social dijeron que dado el debate generado con “algunas categorías” escucharon distintas opiniones y decidieron armar “una mesa de trabajo a la que convocaremos a representantes de los ministerios de Justicia y Derechos Humanos, de Seguridad, de Trabajo y de las Mujeres, Géneros y Diversidad; y a organizaciones sociales y diversos colectivos para analizar las distintas perspectivas”. Hasta tanto eso suceda (sin fecha aún), se eliminó la categoría.

Fuente: página/12



Carta de una puta colombiana a las abolicionistas

Hace unos días la actriz colombiana Margarita Rosa de Francisco publicó un texto contando por qué ya no defiende la prostitución como trabajo. Yoko Ruiz, directora ejecutiva de la Red Comunitaria Trans en Bogotá, responde a sus planteamientos.

Mi vida, como la de todos, es una entre tantas formas de existir y sinceramente me parece bastante tedioso defender la legitimidad de mi oficio frente a personas que, a manera de padres eternos (papá Estado prohibicionista y mamá feminismo abolicionista), nos dicen que así no se vive dignamente, que somos «víctimas» y que nos van a hacer el favor de iluminar la senda para salir de esta fosa de esclavitud patriarcal. Muy a pesar del tedio que esto me produce, me siento a escribir porque la columna Puta y putero, que publicó recientemente la actriz colombiana Margarita Rosa de Francisco en el periódico El Tiempo, ha sacado a relucir lo más paternalista (curioso, ¿no?) y frívolo del feminismo ortodoxo.

Soy Yoko Ruiz, tengo cuarenta años y desde hace veinte soy trabajadora sexual. Soy plenamente consciente de lo que hago, de mi profesión, y por eso desde la Red Comunitaria Trans en Bogotá soy activista por los derechos de las trabajadoras sexuales y las mujeres trans. Es mi responsabilidad levantar la voz -sí, tenemos agencia, Margarita-, y gritar que ya está bueno con la infantilización que hacen de nosotras, que las posturas abolicionistas sólo logran acrecentar el estigma y la persecución hacia el trabajo sexual.

En la columna (corta de más), Margarita replica las desafortunadas ideas de la abogada Helena Hernández, adalid de las buenas costumbres sexuales y prócer del movimiento twittero romántico-gratiniano, quien ve el trabajo sexual como una práctica deplorable, como la forma de violencia de género más arraigada en nuestra sociedad, como la institución fundacional del patriarcado. Lo más grave, sin embargo, es que siguiendo a Helena confunde ramplonamente el trabajo sexual con la trata de personas. Según escribe Margarita, en la prostitución la mujer “vende su derecho sobre su integridad física y mental” y “el hombre paga por violarla”. Brutal.

Frente a este banquete de desaguisados vamos por partes, vamos por partes.

Empecemos por el tema de la trata de personas. La trata y la explotación sexual son crímenes abominables que deben ser perseguidos y juzgados; las mafias transnacionales que se dedican a esto deben ser desmanteladas. En esto estamos completamente de acuerdo: cero tolerancia a la trata de personas y la esclavitud sexual.

Desde la Red Comunitaria Trans hemos denunciado a delincuentes y también hemos acompañado a víctimas que hoy atraviesan un proceso delicado de restitución de derechos. Sin embargo, estos casos no representan la totalidad del trabajo sexual y ni siquiera una buena parte. Así que quítennos la etiqueta de esclavas, pues la situación desafortunada y dolorosa de unas no es suficiente para criminalizar y/o victimizar a todas. La mayoría de prostitutas nos dedicamos a este oficio porque queremos, porque nos gusta disfrutar sin tabúes nuestra sexualidad y porque el derecho a la autonomía implica que podemos decidir cómo ganarnos la vida (en la Sentencia T-629 la Corte Constitucional de Colombia reconoció el trabajo sexual como un trabajo digno).

Te puede interesar:   Antonio Laje y su denuncia de un ataque virulento contra él

Un cliente me contacta y dice lo que quiere, yo acepto o no. Cobro entre 25 mil y 200 mil pesos (entre 7 y 55 dólares) por hora, dependiendo de las especificaciones del servicio. Muchxs proponen cosas curiosas o extravagantes: desde una escucha pasiva hasta pepinos por el culo. Siempre soy YO la que decide si acepta o no; nadie me obliga a hacer algo que no quiera y, por supuesto, hay muchas cosas a las que digo que no, pues siempre procuro sentirme cómoda en el trabajo y cuidarme a mí por encima de todo.

Y los clientes, o «puteros», como los llama Margarita, también son muy diversos. No sólo hay «violadores», como señalan ellas, sino que también hay parejas heterosexuales, hombres derrotados, mujeres curiosas, personas en condición de discapacidad, jóvenes descubriendo el sexo, etc. ¿Qué es lo condenable en ayudar a sublimar las pulsiones sexuales de las personas? ¿Prefieren un mundo en el que la norma sea la insatisfacción? ¿Sin fantasías cumplidas? ¿El onanismo eterno? Muchos clientes sólo buscan ser escuchados, ¿son delincuentes? No puedo negar que hay casos de violencia; en esas situaciones el Estado debería hacer presencia penalizando los brotes de misoginia en vez de nuestro trabajo.

Equiparar el consumo de servicios sexuales con un acto violento como la violación es totalmente desacertado, pues el servicio sexual es más que sexo, es un intercambio psicoafectivo en el que media siempre el consentimiento. ¿Qué pasaría entonces en un servicio en el que me piden asumir la posición dominante y penetrar al cliente? ¿Sería la violada-violadora? ¿O qué pasa con los scorts contratados por otros hombres? ¿En dónde está la violencia de género acá? Por mi parte pienso que la sexualidad es mucho más rica y variada de lo que nos quieren imponer y en ella asumimos roles y jugamos a disfrutar, eso sí siempre de forma voluntaria y consentida. Así que el argumento de que los hombres pagan para violar queda desechado.

¡Dejen de decirnos cómo vivir la sexualidad! No sean entrometidas y no hablen por nosotras porque no necesitamos buenas intenciones solapadas cuando sabemos lo que en realidad piensan: que somos lumpen y que nuestra forma de vida es denigrante. Queridas, nosotras decidimos sobre nuestros cuerpos y para mí hay formas de verdad denigrantes de ganarse la vida en este país, como ser político corrupto.

Mi forma de vida es igual de válida a la de cualquiera: soy una mujer con planes para el futuro, con redes de amigas, organizada políticamente, con familia y trabajo. Un trabajo como cualquier otro, pero que aún no cuenta con las garantías de los demás a pesar del necesario servicio que prestamos y en contravía de los pronunciamientos de la Corte Constitucional. No somos menos víctimas del sistema que el resto de la masa obrera: somos obreras del placer y lo decimos con orgullo.

Esto de «obreras del placer» es una expresión de Lala Switch Alarcón, precursora del movimiento de trabajadoras sexuales en Colombia, movimiento que ustedes desconocen porque desde sus posiciones privilegiadas ignoran que desde la marginalidad haya organización política. No quieren saber que desde la marginalidad también se construye pensamiento y revolución. Un ejemplo: los disturbios de Stonewall en 1969 y el nacimiento del movimiento TLGB en el mundo ocurrieron gracias a Marsha P. Johnson, una prostituta, trans, racializada y pobre.

Margarita, replicando la ligereza del análisis de Helena Hernández, afirma: «es evidente que la prostitución es una consecuencia directa del fenómeno de la pobreza». Aquí el clasismo brilla a más no poder. Se hacen las de la vista gorda frente a la prostitución (abundante) en las clases acomodadas: el intercambio sexual por favores siempre ha estado presente, pero sólo condenan el de las pobres para subsistir. ¿Por qué les duele tanto que saquemos lucro de lo que el patriarcado da por sentado que le pertenece a los hombres (el sexo de las mujeres)?

Te puede interesar:   El agua entre los dedos

Yo con el trabajo sexual he podido desaprender muchas cosas que antes eran tabú para mí, me he desecho de las ideas románticas sobre el sexo como un tesoro restringido quién sabe para quién. He vivido el feminismo a flor de piel en el día a día con mis compañeras. Yo vivo mi sexualidad como me da la gana y además cobro por ello, esto no me hace delincuente.

En un país como Colombia el abolicionismo es obligar a miles de mujeres a la clandestinidad, exponiéndolas a la vulneración de sus derechos por parte de redes de explotación sexual. El prohibicionismo aumenta los prejuicios y la persecución, dándole más poder a la institución que más violenta los derechos de las trabajadoras sexuales: la policía. Porque no nos digamos mentiras: así la prohíban la prostitución no se va a acabar. Es preferible mejorar las condiciones y brindarles seguridad a las mujeres que criminalizarlas o perseguir a su única fuente de ingresos, los clientes.

Margarita, la invitación es a que repiense su cambio de posición y a que seamos empáticas en esta lucha. Yo soy seguidora suya desde hace mucho tiempo y reconozco y valoro muchísimo su talento. Lo mismo esperaría de usted hacia nuestra profesión. La gran mayoría de putas no somos víctimas, no estamos desvalidas ni desahuciadas, estamos en donde estamos porque lo hemos decidido así. Si bien es cierto que el trabajo sexual es el último recurso de muchas y que lo hacen sólo por el beneficio económico, todas deberíamos estar en la capacidad de decidir si queremos seguir en el trabajo sexual o no, así de forma voluntaria, sin imposiciones.

Con rabia organizada, Yoko Ruiz. Directora ejecutiva Red Comunitaria Trans de Bogotá.

Sigue a la Red Comunitaria Trans de Bogotá en Instagram, Twitter y Facebook.

Fuente: Vice



Puta y putero

Es evidente que la prostitución es una consecuencia directa del fenómeno de pobreza.

Yo era de las que defienden la prostitución como un trabajo que debería entrar en la agenda laboral, igual que cualquier otro. Un análisis publicado por la periodista Carol Ann Figueroa en su canal de YouTube me hizo cambiar de opinión.

Su invitada, la abogada penalista Helena Hernández, sostiene que la prostitución no es precisamente “la profesión más antigua del mundo”, sino “la forma de violencia de género más arraigada en nuestra sociedad. Una institución fundacional del patriarcado que atraviesa componentes de sexo y clase”. Necesita ser erradicada porque “es un asunto de dignidad humana que no puede desligarse de la trata de personas, pero, de facto, se está considerando como un trabajo sexual”.

Comprendí que los abolicionistas como la abogada Hernández, y otros autores de algunos artículos que ella me facilitó, hablan de derechos fundamentales. La mujer se prostituye por urgencia económica; y, más que recibir plata por brindar un servicio, lo que hace es vender su derecho sobre su propia integridad física y mental: el hombre paga por violarla. De ahí que el abolicionismo (implementado en países como Suecia, Noruega Islandia y Canadá) pretenda poner el acento punitivo sobre el comprador de sexo y no sobre la mujer prostituida, a quien las políticas públicas deben proteger.

Gracias a la alta demanda de la clientela (99 % masculina), la prostitución es una de las industrias más lucrativas del mercado. Las políticas regulacionistas, como las de Holanda y Alemania, terminan condonando la cadena de trata. Allí hay establecimientos legales en donde mujeres de todos los países pobres del mundo ‘trabajan’ encerradas en pesebreras. Los proxenetas las ofrecen dentro de un menú que incluye una botella de trago y ñapas como permitir que defequen sobre ellas, entre una variedad de opciones impensables.

Es evidente que la prostitución es una consecuencia directa del fenómeno de pobreza y de todo el conjunto de argumentos favorables a que los hombres del planeta entero vayan a donde las putas.

Existe una violencia estructural generalizada contra la mujer que, en Colombia, según Hernández, se resolvería con solo aplicar la Constitución, pero que las instituciones políticas, educativas y judiciales han banalizado. No ven la prostitución como una atrocidad que afecta a la totalidad de las mujeres y, encima, creen que el crimen es de la puta y no del putero.

Fuente: eltiempo


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *