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Microfascistas en la Comarca Andina: “No podemos tolerar a los intolerantes”, asegura Vargas Ampuero

Entrevista de Lola Sánchez

La apología de la dictadura que realizó recientemente Walter González, presidente del Concejo Deliberante de Epuyén, reinstaló en el debate público los denominados “discursos microfascistas”. A partir del concepto de Gilles Deleuze -retomado por Ezequiel Adamovsky- Lorena Vargas Ampuero realizó un análisis de las microagresiones en redes sociales a partir de la desaparición de Santiago Maldonado en 2017. En diálogo con El Extremo Sur, Ampuero -nacida y criada en la Comarca Andina del Paralelo 42, docente y cursando un doctorado en Historia- destacó que existió “un amplio sector que ante la desaparición de Maldonado no salió a pedir que apareciera con vida, sino que empezó a poner en tela de juicio si estaba bien o no que esto pasara”.

Para su análisis partió de los comentarios en redes sociales como un “espejo de lo que se estaba viviendo en el mundo real”. Subraya que “esta modalidad de agresión no puede relacionarse solamente con la aparición de las redes sociales”, sino que se debe a un “clima generalizado de un ‘nosotros’ y un ‘ellos'”. Además, apunta de forma categórica al rol del Estado como reproductor de una lógica de expropiación y aval de estos discursos peligrosamente cercanos al viejo fascismo.

¿De dónde surge el punto central de tu investigación?

La idea de analizar los discursos microfascistas en esta región no es una idea que me pertenece, lo que hice fue aplicar un artículo que publicó el historiador Ezequiel Adamovsky en la Revista Anfibia. Yo no tenía interés en esta temática; estudio Historia de los músicos, y me dedico a otras cosas, pero la cuestión de los Derechos Humanos y los discursos no eran mi área de interés, ahora sí lo es. Lo que hice fue lo mismo que hizo a nivel nacional este prolífico historiador, pero aplicado a la Comarca Andina. Empezaron a aparecer discursos legitimadores de este tipo de prácticas, que nos hacen pensar que en verdad no hemos aprendido como sociedad o no hemos superado realmente la cuestión básica del derecho a la vida de una persona; ese debería ser nuestro principal acuerdo.

¿Cuál fue tu primera impresión ante estos discursos?

En general, se empezó a poner en tela de juicio si era legítimo o no la desaparición de una persona, si era legítimo o no que a una persona desapareciera, en qué contexto. Eran discursos muy similares a cuando, por ejemplo, se viola a una mujer y se dice “pero estaba con tal ropa, tenía esta actitud, andaba sola”, lo mismo. Se empezaba a poner en contexto la desaparición de una persona para justificarla. Esto me pareció preocupante y si bien hay lugares del país donde se salió muy fuertemente a denostar esta desaparición, en lo que es esta zona hubo una sociedad que legitimó esto, y no lo digo en el sentido de la sociedad es culpable o responsable en el mismo nivel que el Estado, porque son tipos diferentes de responsabilidad, pero si había un amplio sector de la sociedad que ante la desaparición de una persona no salió a pedir que apareciera con vida sino que empezó a discutir estas cuestiones que iban en torno a la legitimación de la desaparición o se empezó a poner en tela de juicio si estaba bien o no que esto pasara.

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¿En qué espacios sociales encontrabas ese tipo de discurso?

Este clima social se vivía no solamente en la calle, en los lugares donde habitualmente recorremos, compramos o nos encontramos. Lo empecé a sentir muy fuertemente en las escuelas, donde alguna autoridad en algún momento dijo que este tema era delicado, así fueron apareciendo los discursos eufemísticos acerca de lo que no se puede nombrar y lo que decimos los, las y lxs adultxs cuando no queremos nombrar algo. En las escuelas se empezó a hablar de tema delicado, es algo que hay que tratar con cuidado. En ningún momento escuché que se dijera “vamos a expresarnos o a hablar de la aparición con vida de una persona”, independientemente del contexto. También lxs estudiantes tenían sus opiniones.

¿Qué opiniones expresaron ellos?

Como docente sé que lxs estudiantes no siempre traen un discurso de la casa, sino que construyen su propio discurso en base a lo que escuchan, van construyendo su opinión. No es tan simple. En mi caso, y a varios docentes nos pasó, al abordar el tema de los Derechos Humanos, ni siquiera hablando particularmente de Maldonado, nos encontramos con ciertas posiciones. En un curso en el que hablé del Plan Cóndor un estudiante me contestó: “Profe, ¿usted no se puso a pensar que si sigue hablando de estas cosas puede desaparecer?”. Este chico no me lo dijo en broma, no fue una humorada, sino que sencillamente me lo planteó como un hecho dado. Por otra parte, volvieron palabras que yo pensé que estaban extintas del vocabulario adolescente como “aquel es un subversivo”, “aquella es subversiva”. En mi inocencia de ese momento, pensaba que esos términos eran desconocidos por los adolescentes y que en algún momento iba a tener que explicarles en qué consisten. Pero no, ellos sabían perfectamente qué significaban y a quiénes se les podía atribuir, según una lógica militar, el perfil de subversivo.

¿Estas cuestiones te llevaron a analizar los discursos microfascistas?

Ante semejante cuadro de situación y de tener varios episodios de llegar del trabajo, sentarme en casa y ponerme a llorar, me costaba aceptar que yo estaba viviendo en esa sociedad, de la cual no estaba para nada orgullosa. Me empezaron a llegar de otros lugares distintos artículos, publicaciones, y Ariel Petruccelli me mandó un enlace de Ezequiel Adamovsky, quien publicó en Anfibia un artículo titulado “¿Qué hacer con el microfascismo?”. Recién en ese momento empecé a pensar que podía llegar a ser un concepto para pensar la región, en clave comarcal. Empecé a notar distintos ejemplos en el periodismo, como Clarín en su momento, que el modelo mapuche correspondía a “Extremistas modelo ISIS”. Se hablaba de barbarie, extremismo, subversión, todo asociado al populismo, a la amenaza indígena o extranjera. Adamovsky analiza esas cuestiones a nivel nacional; lo que yo hice fue aplicar el concepto a la región.

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¿Cuál es la genealogía del término?

Es un concepto acuñado por Gilles Deleuze hace unos 50 años. A él le llamó la atención la emergencia de un neofascismo, que define no como un movimiento ni como una guerra sino como una alianza mundial para la seguridad. Habla de una administración de la paz, no menos terrible, y con una organización coordinada de todos los pequeños miedos, las angustias, que hacen de nosotros unos microfascistas encargados de sofocar el menor gesto, la menor palabra discordante en nuestras calles y barrios. Adamovsky, afirma que la clave es la palabra “nosotros”, porque desde el poder se agita el miedo al otro, a lo diferente, para poder mantenernos a todos y a todas bajo control.

En esta línea, también hablaste de las microagresiones.

Las microagresiones son un conjunto de pequeñas actitudes que la puede tener cualquiera de nosotros, ya no se trata de formar parte de un movimiento ni hay una causa territorial sino que es algo generalizado en todo el país, o por lo menos en el Sur. Aquí el caso de Santiago Maldonado fue un disparador para poner el debate de los pueblos originarios en la agenda pública, aún falta mucho trabajo, pero sí puso sobre el tapete un debate que debíamos darnos, así como dio cuenta de una serie de pensamientos microfacistas en este caso asociados a la figura de Santiago Maldonado y a la figura del Lonko Facundo Jones Huala. Estas microagresiones microfascistas empezaron a formar parte del sentido común. Ya había escritos de historiadores que analizaban este tema. Es necesario hacer aportes que sean discusiones informadas, aportar elementos para poder tomar posiciones de una manera informada, tratando inclusive de salir del propio sentido común, creo que ese es el rol del historiador, del sociólogo, el rol que debería tener un intelectual que vaya más allá de una carrera científica.

¿Esta modalidad de agresión podría estar relacionada a la expansión de las redes sociales?

Estas microagresiones que estudié y que luego plasmé en un artículo son solo un extracto de todo lo que está en las redes. Yo no hice más que analizar un solo medio en la comarca que tenía reunía diferentes opiniones. No creo que esta modalidad de agresión pueda solamente relacionarse con la aparición de las redes sociales. Por una parte sí, porque te permiten expresar tu opinión sin exponerte, sin exponer el cuerpo, la integridad. Pero en sí había en ese momento un clima generalizado de un “nosotros” y un “ellos”. En el tramo de cuatro meses en que analicé un medio de comunicación de El Bolsón, pude investigar también estas agresiones en la vida diaria, en el aula, entre adolescentes, adultos, en este caso yo utilicé las redes como archivo, pero eran un espejo de lo que se estaba viviendo en el mundo real. Hablaban de una cosa absurda, lógicas de sentido común como “nuestro pueblo ya no es el de antes”, “en otras épocas todos convivíamos y nos llevábamos bien”, “no había inseguridad antes de que llegaran ellos”.

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¿La Historia desmiente estas ideas?

Hay muchos historiadores en la zona que realizan otro análisis. Uno de ellos es Ernesto Maggiori, que analiza por ejemplo cómo se fue forjando desde principios del siglo XX una lógica de expropiación territorial de pueblos originarios en esta zona, donde la convivencia nunca fue para nada armónica. Jamás existió un El Bolsón armónico en el que todos se llevaran bien, no existió un Lago Puelo ni un Epuyén armónicos. Siempre hubo una lógica de expropiación de las tierras que habitaban los pueblos originarios. Tendríamos que poder explicar realmente cuál sería el motivo de existencia de esta lógica que apunta a que “todo tiempo pasado fue mejor”. Para eso uno puede tener varias hipótesis, como tratar de pensar que todo tiempo pasado fue mejor para poder continuar viviendo, para no hacer una autocrítica de la historia, para mantener una salud psíquica y mental y seguir adelante. Puede aventurar esas hipótesis, pero forman parte de la agenda de investigación.

Muchos justifican sus ataques en redes con la coartada del derecho a la “libertad de expresión”. ¿Creés que hay discursos que no pueden tolerarse?

Hay discursos que no pueden tolerarse. Fernando Lizárraga afirma que nuestro límite para la libertad de expresión debería ser no tolerar la intolerancia. Puede resultar contradictorio y tautológico, pero sí, estos discursos se escudan para ser dichos en la libertad de expresión. Dentro de lo que es nuestro límite el derecho a la vida debe ser un acuerdo principal. Hay lugares donde no está permitido, por ejemplo, hacer apología del nazismo, es ilegal. Sin embargo, en la Comarca tuvimos muchas esvásticas pintadas en las señalizaciones de la ruta. Me tomé el trabajo de consultar y nadie me decía “yo vi esvásticas pintadas”. Hay una naturalización de estas cuestiones. Nuestro límite debería ser la defensa de los Derechos Humanos. Hay determinados discursos que promueven la intolerancia; no hay que tolerar al intolerante.

¿Qué efectos tienen estos discursos en una sociedad democrática?

En verdad el ponernos a discutir si realmente una persona debe desaparecer o no, o el pensar que algo habrá hecho y por eso desapareció, el solo hecho de discutir en qué contexto desapareció es poner en peligro la democracia en tanto construcción. Podemos decir que vivimos en una sociedad republicana, representativa, federal, pero en sí la democracia es una construcción y es un día a día.

¿Considerás que hay una suerte de aval por parte del Estado para poner en práctica estos discursos?

Hay un aval desde el Estado para este tipo de discursos, porque justamente hay una cuestión que en general no se tiene en cuenta y es el límite que hay entre la igualdad legal y la desigualdad real. Esto quiere decir que por un lado tenemos una igualdad que está escrita en el texto de la Ley, pero tenemos una desigualdad real. En el caso de los pueblos originarios uno se pregunta por qué tienen que estar peleando por sus tierras, reivindicando su territorio. Aquí en la Patagonia quien terminó de quitarle las tierras a los pueblos originarios no fue la Corona Española sino el Estado Nacional. A partir de ahí las tierras de los pueblos originarios pasaron a ser tierras fiscales y se consideran hoy en día tierra pública. Hay una tensión, el mismo Estado tiene que poder garantizar esta cuestión de devolverle a los pueblos originarios sus territorios, porque el Estado argentino se construyó sobre una lógica de expropiación y esto es algo que no se puede negar tan fácilmente. Hay un Estado construido a espaldas de sus habitantes, a espaldas de buena parte de su población, que tiene su origen no en los barcos sino en los pueblos originarios.

Fuente: El extremo sur

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