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Entrevista a Miryam Gorban, histórica nutricionista, sobre nuestra alimentación, nuestra cultura y nuestra tierra

Referente de la Soberanía Alimentaria en nuestro país, explica por qué es urgente una estrategia política para aprovechar el territorio a favor del pueblo. 

Entrevista Laura Litvinoff

Aunque en teoría supuestamente debería ser al revés, lo primero que hace después de saludar cuando atiende el teléfono Miryam Gorban -histórica nutricionista, investigadora y militante- es una pregunta clave: “¿De dónde viene tu apellido?”

Miryam está interesada en los orígenes, quiere saber de dónde venimos, y le llaman la atención todos los temas que pueden llegar a vincularse con la identidad. Tal vez sea por eso también que, con dos doctorados Honoris Causa (UBA y UNR) recibidos por su trabajo pionero en el país, esta señora que a los 88 años no para un segundo de dar charlas, clases y entrevistas se convirtió en la gran referente de Argentina a la hora de hablar sobre Soberanía Alimentaria.

“La Soberanía Alimentaria es el derecho y la autonomía de los pueblos a elaborar y regir su propia estrategia y programa alimentario en relación con las condiciones físicas, económicas, climáticas, culturales, institucionales y políticas que existen en cada territorio”, explica Miryam, con quien enseguida conversar se vuelve sinónimo de aprender: aprender sobre nuestro cuerpo, nuestra alimentación, nuestra cultura, nuestra tierra, nuestras producciones y, sobre todas las cosas, aprender sobre nosotrxs mismxs.

¿De dónde nace el término de Soberanía Alimentaria y porqué es tan importante que podamos llevarla a la práctica en nuestro país?

–El término nace en 1996 de la mano de los movimientos sociales, sobre todo de la vía campesina, que lleva la temática a la Cumbre Mundial de la Alimentación en Roma, donde yo también participé como delegada argentina de las nutricionistas. Hoy quienes más la incursan en Argentina son la UTT, el Movimiento Nacional Campesino Indígena y el Movimiento Campesino Liberación. El término surge ahí pero luego va hacia la universidad y después vuelve, porque en realidad es un diálogo de saberes. Y que podamos llevarlo a la práctica es importante básicamente porque los países que lo pueden hacer son países independientes, y aquellos que no tienen su libertad amenazada. El ejemplo más claro es Venezuela, que por el monocultivo del petróleo abandonó su condición agrícola-ganadera, necesita importar una gran cantidad de alimentos para resolver la vida de su pueblo y eso lo vuelve totalmente dependiente de la relación política con otros países para poder desarrollarse.

¿Cómo está Argentina hoy en relación a eso?

–Nuestras condiciones son excepcionales, tenemos una extensión territorial demográficamente poco ocupada y una variedad muy extensa de climas. Eso nos da la posibilidad de producir todo tipo de alimentos en cualquier parte del terreno. Por eso por ejemplo pudimos soportar la crisis del 2001, porque somos suficientes y no dependemos de la importación para subsistir. Pero lo único que puede ayudarnos a resolver verdaderamente nuestra Soberanía Alimentaria son las políticas públicas. Y si bien en ese sentido se vienen dando algunos avances, también hay muchas ambigüedades y retrocesos. Se crea por ejemplo la Dirección Nacional de Agroecología, que sería un primer paso hacia un cambio del sistema productivo, pero a la vez aparecen proyectos como el de las megagranjas chinas o el del trigo transgénico, cuando ya está más que comprobado que seguir sosteniendo ese modelo hegemónico de producción significa poner cada vez más en riesgo la salud de las personas y el medio ambiente.

También mientras sigue habiendo un puñado de familias que son dueñas de casi la mitad del territorio, el índice de pobreza ya supera el 40 por ciento…

–Sí, llegamos al 2020 violando el derecho humano a la alimentación porque no estamos en condiciones de garantizar la comida completa y adecuada para todxs. Al estar bajo el influjo de la especulación y la inflación, el alimento es cada vez más caro y los sectores más necesitados no pueden acceder a él. A esto hay que sumarle el acceso a la información, porque hoy se viola la ley de información pública: no sabemos realmente qué es lo que estamos comiendo. Y por el lado de la persistencia de los sistemas feudales en la propiedad de la tierra, es justamente lo que se estuvo viendo toda la semana pasada: mientras se hacía un verdurazo en el Congreso porque se debatía el proyecto de ley de acceso a la tierra para pequeñxs agricultorxs y poblaciones originarias, que son quienes además producen los alimentos que cubren un 70 por ciento de nuestra mesa, algunas familias terratenientes hacían una manifestación porque creen que su propiedad privada se está viendo amenazada por un conflicto familiar.

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¿Qué pensás sobre el hecho de que sea una mujer la que aparece como emblema de los conflictos por las tierras?

–Creo que eso es algo que hay que levantar como bandera, porque es una mujer muy valiente y porque este conflicto representa un tema estructural de nuestro país: es la expresión concreta de lo que viene pasando desde su fundación. Pero tampoco es la primera vez que una mujer aparece como emblema en los conflictos por las tierras. Durante el menemismo las mujeres productoras salieron a protestar y a hacer cortes para que no les hipotecaran los campos; quien funda la historia de los agrotóxicos y del efecto de los venenos en la producción de alimentos es una mujer estadounidense, Rachel Carson; y en Argentina este tema empieza a tener visibilidad gracias a las madres de Ituzaingó, que fueron históricamente las primeras en llevar esa causa adelante.

¿Y por qué te parece que esto es así?

–Es algo que se da un poco naturalmente y también porque la sociedad ha dejado en nuestras manos la función de la alimentación: la planificación de la comida, el presupuesto y la elaboración del menú, entre otras cosas, son cuestiones de las que generalmente nos ocupamos nosotras. Por eso hablar de las mujeres también es hablar de nutrir, y nutrir es dar vida. Eso es lo que hacemos, entre tantas otras tareas invisibilizadas que tenemos. El kilómetro cero de la Soberanía Alimentaria es la lactancia materna, es parecido a lo que sucede con el parto natural y la cesárea: el bienestar y la garantía de salud de nuestrxs hijxs, si es que decidimos ser madres, depende bastante de seguir esos ciclos de la vida. Pero tenemos una falta de educación muy grande con esos temas. Porque para ponernos en culo y tetas y volvernos objeto, la sociedad no tiene problema, pero para hacer una publicidad que incentive, por ejemplo, la lactancia materna, no porque no vende. Y esas son todas cuestiones que también tienen que ver con las políticas públicas.

¿Cuáles son esos avances a los que te referías antes?

–Uno de los más importantes es que el Senado acaba de aprobar un proyecto de ley de etiquetado frontal de alimentos, algo que se viene haciendo también en otros países vecinos. Se trata de unas etiquetas que van en los envases para advertir sobre el exceso de azúcar, sal, grasas, sodio y calorías mediante un dibujo de octógonos que hasta un chicx que no sabe leer o escribir puede entenderlo. Las únicas que se oponen a este proyecto son las empresas, porque serían las más perjudicadas. También se presentó un proyecto importante de ley de huertas agroecológicas en escuelas porteñas, pero necesitamos que sea nacional: una huerta, una escuela, como ya sucede en Misiones. Cada pueblo, cada ciudad, tiene que tener autosuficiencia alimentaria. En vez de estar rodeados de countries, tenemos que tener quintas, huertas y faenas artesanales que garanticen ese autoabastecimiento. Eso también reduciría el costo de los alimentos, porque no se tendría que seguir atravesando vía terrestre todo este territorio tan extenso. En lugares como Gualeguaychú, Tapalqué y 25 de Mayo ya se está haciendo; son cambios estructurales y decisiones políticas fundamentales para avanzar en el sentido de la defensa de la salud, de la vida, y también de la economía, porque en esto no hay división de poderes: el único poder es nutrir.

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¿Cuáles serían las políticas públicas que se tendrían que implementar para lograr eso?

–En primer lugar, la ley del acceso a la tierra, y también una ley que controle los precios, porque mientras no tengamos esa regulación vamos a seguir en esta crisis económica profunda que ahora se agravó por la pandemia. Hasta que la distonía entre los salarios y los precios no se solucione va a ser muy difícil resolver el problema del acceso a los alimentos, porque hay un proceso de intermediación y de fijación de precios que escapa a lxs productorxs: ellxs cobran monedas y quienes los consumimos pagamos muchísimo. El Estado tiene que ocuparse de garantizar el acceso a alimentos sanos, seguros y soberanos a precios accesibles. Y esto incluye también que paren de fumigarnos y un cambio progresivo hacia la agroecología como sistema alimentario.

¿Qué puede ir haciendo cada persona hasta que eso suceda?

–En principio entender que esta deformación estructural que no permite el acceso a la tierra es uno de los problemas fundamentales que tenemos. Por eso también los alimentos son tan caros, porque quienes los que producen tienen que pagar el alquiler en dólares de las pequeñas parcelas que utilizan. Y tenemos que ir optando por alimentos que sean agroecológicos. Hoy es cada vez más fácil porque ya hay muchísimos almacenes, ferias, bolsones, nodos, entregas a domicilio, y eso se tiene que multiplicar todavía más. Y si aún no conseguimos eso, hay que ir a la verdulería del barrio. Lo más importante es alejarse de los supermercados, porque ahí están todos los alimentos procesados de las grandes compañías productoras. Tenemos que consumir alimentos que sean lo más frescos posibles, y en los supermercados estos productos no existen o están relegados en un rincón y son de muy mala calidad.

¿Cuáles serían los alimentos que no hay que consumir?

–Básicamente los alimentos ultraprocesados, que son todos los que vienen empaquetados con espejitos de colores, como nos vendían en la colonia. No hay que dejarse llevar por la publicidad engañosa porque esos productos son lo peor, están llenos de conservantes, aditivos y químicos. Todo eso altera y enlentece el metabolismo por el exceso de energía, de nutrientes, de sal, de azúcar y de grasas, y son los grandes responsables de la pandemia previa a esta que estamos viviendo y que asola al mundo, que es la pandemia de la obesidad y el sobrepeso.

¿Podrías explicar cómo es esa pandemia?

La obesidad y el sobrepeso no son, como tanto nos quieren hacer creer, algo menos grave que la desnutrición. No es cierto que una mata y la otra no. La obesidad y el sobrepeso son muy graves también, y además son una de las causales del agravamiento de la covid. Ambas se asientan sobre una disminución en la inmunidad y en una mala alimentación, y afectan especialmente a lxs niñxs en edad escolar. Lo que sucede con las gaseosas es un claro ejemplo de eso: antes las consumíamos en las fiestas y ahora directamente ya sustituyen al agua. En las escuelas ya no hay más bebederos, no hay acceso al agua potable, que es otra de las condiciones fundamentales soberanas, y lxs chicxs van al kiosco a consumir gaseosas, lo que significa una mayor carga de azúcar y mayores condiciones para aumentar el sobrepeso y la obesidad. Por eso es fundamental que los kioscos de las escuelas sean saludables, no es que tengan que prohibir las gaseosas y las golosinas, pero tienen que tener una oferta diferente, con productos como por ejemplo la leche, el yogurt, la ensalada de fruta o las frutas frescas.

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Consumir más alimentos frescos también significa volver a la cocina entonces, ¿no?

–Sí, tenemos que volver a la elaboración, algo que abandonamos por el mito de que la cocina es una tarea pesada. Eso ya no es así porque ahora tenemos muchos más recursos que antes, y además pueden ser cosas simples; un hervido, una cocción al horno, a la plancha, o la parrilla. Tenemos que tener una alimentación completa, de calidad, con armonía y con adecuación. Eso es lo que nos va a garantizar un nivel más alto de inmunidad, una mejor defensa contra las plagas y las pandemias que estamos viviendo y una mayor resistencia a todas las adversidades. En vez de comer una pizza o una empanada congelada, tenemos que hacernos una buena ensalada o un guiso con toda la cantidad de verduras disponibles que tenemos a nuestro alrededor.

O sea que también es importante consumir alimentos que sean producidos en las cercanías de los territorios…

–Exactamente. En Formosa, por ejemplo, se tira una tonelada de mangos por día que no se utilizan, porque para nosotrxs la fruta en general es la manzana, la naranja o la banana, cuando también tenemos uvas u otras frutas que son exóticas para el resto del mundo. Tenemos una gran producción de paltas en la zona del NEA y del NOA que no consumimos, y todo eso forma parte del problema de cultura y de educación alimentaria que tenemos. Tampoco está la promoción de alimentos saludables en nuestros medios de comunicación, y esa es otra política pública que hay que encarar, porque no tenemos la menor idea de cuál es el valor alimentario por ejemplo de la palta, del mango, de los higos. No los utilizamos porque no sabemos aprovechar la biodiversidad que tiene nuestra producción alimentaria, y tampoco los usamos para exportar. Con muchos productos que exportamos pasa lo mismo: las cerezas de Santa Cruz y los arándanos de Tucumán, por nombrar algunos, rara vez aparecen en nuestra mesa familiar.

¿Cuál es la cultura alimentaria que tenemos en Argentina?

Nuestra cultura es la de la carne, que ha sido influenciada fundamentalmente por la inmigración europea, porque en su momento era lo que abundaba en la colonia, se exportaba el cuero y se tiraba la carne. Cuando llegan los europeos a fines del siglo XVIII aparecen las quintas y las huertas, y recién ahí aparecen las verduras y las frutas. Por esa misma influencia es que somos también de la cultura del trigo, que es la cultura de los países ricos, porque el resto de América tiene la cultura del maíz, o en oriente está la del arroz. A esa cultura alimentaria básica tenemos que completarla con verduras y frutas, porque el consumo de esos alimentos acá es muy deficiente. La recomendación nutricional es de cinco porciones de verduras y de frutas diarias, y si todxs consumiéramos eso no nos alcanzaría la producción porque no tenemos la misma disponibilidad de verduras y frutas que de carne por ejemplo.

Hay mucha gente que hoy ni siquiera puede acceder a un plato de comida ¿Qué hacemos para solucionar el hambre?

–El mundo entero está criticando el sistema hegemónico capitalista de producción y lo está señalando como el principal causante de esta pandemia. Hoy, quien dirige qué comemos y qué producimos es el mercado, y eso es lo que nos ha llevado a esta situación extrema de crisis civilizatoria. Por eso al hambre solo lo vamos a resolver cuando haya pleno empleo, salarios dignos y precios justos. Todo lo demás es parche o situación de emergencia. Recién cuando podamos salir de la emergencia y resolver eso, vamos a garantizar la soberanía y la seguridad alimentaria para todxs, porque ya no habrá más hambre en nuestro país ni en ninguna parte del mundo, y ese será el momento en el que por fin podremos decir que somos libres, soberanxs e independientes.

Fuente: Página 12

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