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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Aniversario de la salida del Granma desde México-Conferencia de Fidel en Brasil 1990.

En noviembre del año 1971, como parte de la visita de Fidel Castro al Chile de Salvador Allende y el gobierno de la Unidad Popular, se realizó en la residencia presidencial un interesante intercambio entre ambos mandatarios, que afortunadamente quedó registrado en una filmación disponible en internet. Con respeto y evidente afecto, el jefe de Estado cubano hacía hincapié en prepararse para la defensa político-militar ante la inminente agresión imperialista, para lo cual planteaba la importancia de contar con un sujeto popular organizado, y no depositar exclusivamente la confianza en la disciplina constitucional de las FFAA.

Allende, por su parte, apoyaba y aplaudía el ejemplo caribeño (cabe recordar que pocos años antes había presidido la delegación chilena en la OLAS impulsada por Cuba), pero enfatizaba las diferencias entre las tradiciones de aquel país respecto del chileno en ese punto (insistía en “la tradición constitucional de las FFAA” chilenas). Son apuestas, decisiones políticas que se toman en determinados escenarios. La decisión de Allende de responder a una crisis política aprobando la designación de Pinochet al mando del Ejército, el 23 de agosto de 1973, fue un error irreversible. Sólo 19 días después, el 11 de septiembre, la infamia autodenominada como “Plan Cóndor” bombardeaba el Palacio de la Moneda. Nos quedó para las generaciones posteriores el registro fotográfico del presidente chileno en la casa de gobierno, dispuesto a resistir en soledad, acompañado por un puñado de militantes miembros de la custodia personal conocida informalmente como GAP (Grupo de Amigos Personales). Allende tuvo que mirar a la muerte de frente y aceptar las consecuencias, con su casco puesto, sus lentes, y el fusil personal que le había entregado Fidel tiempo antes. ¿Qué respuesta imaginaría el líder socialista, en aquel momento dramático, que adoptaría el pueblo tras el impacto de semejante noticia: nada menos que la muerte en combate del presidente en la mismísima Casa de Gobierno, a la vista de todo el mundo?

La calidad ideológica y política del liderazgo de Salvador Allende no fue puesta en duda tras la derrota. El problema no era la voluntad de lucha del presidente, sino que el pueblo se encontró paralizado y sin capacidad de defenderse ante la magnitud de la ofensiva. Era un planteo que venían haciendo los militantes del MIR. Comenzaba ahora en Chile la larga noche neoliberal. Medio siglo después, entre octubre y noviembre del 2019 ese modelo económico y cultural, que venía crujiendo, estalló en pedazos. Hace unos días enterraron por el voto popular a la constitución pinochetista. Veremos qué tipo de Democracia irá construyendo ahora el pueblo chileno, lo que está claro es que se sacaron una loza de encima.

A mediados de la década del 80, desde Cuba, Fidel Castro hizo un insistente llamado a la unidad de los gobiernos y pueblos latinoamericanos para no dejarse extorsionar por la estafa financiera que, gracias a los medios empresariales de comunicación, logró ser instalada en el sentido común con el eufemismo de la “deuda externa”. No se pudo. Por distintas o similares razones, lo cierto es que ni los gobiernos ni los pueblos acudieron al llamado de unidad para desmarcarse de las estafas financieras “occidentales”. Tres décadas después, estamos como estamos.

En este sentido, puede decirse que no será evidentemente un problema entre rubias y morochas, o entre inmigrantes y autóctonos, sino más bien entre los pueblos, por un lado, y el FMI, junto a su reverso militar, por otro: la CIA-Pentágono-OTAN y la red de embajadas norteamericanas con sus resortes locales. En este sentido, la conciencia política de las masas está en disputa y en movimiento. A modo ilustrativo: no es lo mismo ver un hombre de traje y micrófono creyendo que es un simple periodista, o un opinólogo más, a saber que se mueve con un fierro en la cintura para reunirse en salas de hoteles vip con gente más que turbia y recibir los sobres mensuales de la embajada norteamericana.

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Después del Terrorismo de Estado impulsado y coordinado a través del llamado “Plan Cóndor”, el saqueo se prolongaba ahora en los divididos países latinoamericanos mediante un invisible pero letal desangre financiero. La “gente” se fue quedando sin trabajo y sin entender muy bien por qué, creyendo que era por su propia culpa, o por la mala suerte. El cierre de fábricas cambiaba, a su vez, el escenario estructural para la experiencia acumulada sobreviviente en el activismo sindical. Y un nuevo eufemismo a la orden del día: el “neoliberalismo”. Para el caso argentino, terminó como tenía que terminar: con el presidente huyendo en helicóptero de la Casa Rosada el 20 de diciembre del 2001 tras una insurrección popular. Había llegado por el voto dos años antes, y tras la falta de cumplimiento en las promesas de resolver la situación económica, los argumentos del pueblo en la calle adelantaron el final del “mandato constitucional”. El vacío de poder fue capitalizado por el PJ a través de sus “pilotos de tormenta” y sus contactos con la Bonaerense. La situación del Banco Provincia, por ejemplo, entraba en el centro del candelero aunque entre sombras y disimulos de semiclandestinidad. Los frentes de conflicto que desafiaban la capacidad “metabólica” del sistema político eran numerosos. Las acciones colectivas de todo un entramado de activistas y trabajadores/as ocupados o desocupadas se convertía en un laboratorio de experimentación social. En ese escenario, cada sujeto se fue posicionando y moviendo sus piezas con mayor o menor conciencia sobre los rumbos a seguir. Luego se abriría la interna entre el duhaldismo y el kirchnerismo al interior del peronismo.

Pasados los años, tanto para quienes defienden como para quienes critican, parece estar haciéndose cada vez más claro en ciertos sectores de la sociedad que el problema, más que el neoliberalismo, es el capitalismo. En esa distinción se juegan quizá aristas que cada quien procesa según sus propios lentes. Por ejemplo, en la conciencia sobre el problema medioambiental y la relación con sus causas de fondo. El laberinto es el mismo, lo que cambian son las brújulas y sus calidades. Un segundo ejemplo en este aspecto: no es lo mismo ver en la salida al exilio de Evo Morales una defección y una traición, o por el contrario interpretarlo como una política de preservación de cuadros.

Los embriones de sociedad post capitalista afloran por distintos rincones del país como procesos de mediano y largo plazo. Desde las colonias rurales con perspectiva agroecológica, a las sobrevivientes y curtidas fábricas recuperadas, puestas en funcionamiento mediante gestiones obreras y solidarias (aún con retrocesos dolorosos como el tener que resignar el espacio físico del Bauen); desde los sindicatos combativos y las tramas comunitarias construidas por les trabajadores/as de la Salud y la Educación, a las múltiples experiencias del movimiento de mujeres y disidencias (devenido en movimiento de masas en los últimos años); desde los colectivos de comunicación alternativa a la diversidad de organizaciones populares, entre tantos otros “vectores” y sujetos que activan movimientos más o menos silenciosos o ruidosos según la ocasión.

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Las recientes ocupaciones de tierras en distintos puntos del país, por su parte, aportan a la ampliación en el repertorio de luchas por la vía de la acción directa. Entre los terratenientes afectados, tenemos a empresas constructoras de “countries” (como “El Bellaco” en el caso de Guernica) y los distintos paladines del negocio inmobiliario; a familias oligarcas de la Sociedad Rural (como los Etchevere en Entre Ríos), o los grupos económicos que controlan lagos y montañas en la Patagonia (caso de los Benetton y los Lewis); también las posesiones latifundistas de la Iglesia católica (como en el caso del Obispado de San Isidro en el sur). Entre los sujetos ocupantes, por su parte, hay que mencionar a las familias desempleadas de barrios populares que se apoyaron en la experiencia acumulada del movimiento piquetero, así como a organizaciones de productores rurales o comunidades mapuches, entre otros.

Cada quien con sus aportes, errores y limitaciones. Cada quien con sus sectarismos, mezquindades, sus preguntas y las pequeñas grandezas cotidianas. El problema, se dice y se repite, y no por repetido es menos necesario de nombrar: cómo convertir la fragmentación en unidad política del campo popular.

Comenzaba la década del 90 cuando Fidel Castro estuvo de gira por Brasil dando incansablemente la batalla de ideas, apostando a la argumentación aún en medio de urgencias múltiples. En la Isla tenían claridad sobre la magnitud del desafío por enfrentar: se estaba desmoronando el bloque articulado en torno a la Unión Soviética, que era el principal sostén económico y geopolítico de Cuba, en un contexto de gran aislamiento continental tras la victoria estratégica del Plan Cóndor en el cono sur, con la mayoría de los países latinoamericanos subidos al nuevo tren neoliberal, ya sea por voluntad ideológica o forzosamente debido la evolución negativa de la correlación de fuerzas.

El bloqueo norteamericano sobre la isla se mantenía implacable. La sociedad cubana estaba entrando en un momento crítico, tanto en lo económico (con desabastecimientos, recordado como el “período especial”), como en lo ideológico y político (horizonte de incertidumbres, aislamiento diplomático y amenaza de agresiones imperialistas). Al mismo tiempo, muchos colectivos y militantes de izquierda, de diferentes partes del mundo, encontraban ahora nuevos márgenes para poder pensar y “reactualizar” la idea del Socialismo como horizonte histórico de sentido, y la noción de Revolución como matriz semántica desde la cual irradiar y proyectar energías transformadoras.

Al igual que el pueblo venezolano durante los últimos años, la sociedad cubana revalidó a la dirección revolucionaria en la difícil coyuntura de fines de los ´80 y principios de los ´90. Si los dirigentes se sostuvieron, fue sólo porque el pueblo confió en ellos para enfrentar los desafíos concretos que se presentaban. No había otra fuente de poder que lxs respaldara, ni por el lado de los recursos económicos, ni por el lado de los apoyos militares y geopolíticos. Lo que sí había eran carencias y presiones de toda índole, y una Obra que defender. Y allí estuvieron los cubanos sin embargo aportando inteligencia política y militar a los pueblos africanos, así como al venezolano tanto a mediados de los noventa, como a principios de los 2000, y a lo largo de todos estos años. Y en particular, en los meses de enero y febrero del 2019, cuando el chavismo resistió la ofensiva sobre la base de preservar la unidad cívico-militar. Mientras la jefatura revolucionaria encarnada en la dirigencia del chavismo gobernante, junto con las organizaciones populares de base, movilizaban por aquellos días a las milicias bolivarianas, en la Isla, simultáneamente (febrero de 2019) el pueblo cubano votaba la nueva Constitución, coronando con amplia participación un largo y metódico proceso de debate a escala masiva.

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Está claro que “nadie la tiene atada”, como suele decirse en el fóbal. No se trata de idealizar, pero tampoco perder de vista que el pueblo de Cuba levantó la vara, y por eso mismo debió aprender a transitar las insistentes críticas y demandas de sus vecinos cercanos y lejanos, e incluso escuchar pacientemente a periodistas sudamericanxs que le digan cómo tienen que hacer las cosas, cuando en sus propios países se arrastran (arrastramos) desde hace décadas los problemas básicos de salud, alimentación y educación del propio pueblo, siempre y cada vez más castigado con el pasar de los años.

En Bolivia, aun teniendo la economía bastante ordenada, el gobierno del MAS se comió un sorpresivo golpazo en noviembre de ese mismo año 2019. No fue sin embargo un nockaut. Lograron revertir la adversidad, nada menos que ante un golpe de Estado consumado y exitoso en términos militares, convirtiendo el mismo escenario planteado por el enemigo en una contraofensiva electoral mediante la cual obtuvieron una victoria política importantísima. Salvando incomparables distancias en cuanto a contexto, costos y profundidad de la agresión y persecución política, puede sugerirse que en Bolivia les sucedió a los golpistas de ahora lo que les había pasado ya a los milicos en Argentina: una cosa es ganar la guerra, otra cosa es ganar en política, es decir, organizar una salida institucional que garantice la paz posterior, el nuevo orden legítimo. Hay en esta comparación una diferencia por registrar: si tras la dictadura argentina se había desarticulado todo un entramado de sujetos de resistencia y proyección política, tal cosa que no parece haber sucedido en Bolivia, sino más bien al contrario, ya que la sensación parece ser la de haber salido fortalecidos en términos subjetivos y de cohesión política, a pesar del costo pagado por enfrentar la represión estatal ordenada o avalada por el gobierno de Añez. Quizás haya habido en los estrategas del imperialismo un razonamiento del tipo: “en todo caso, si se complica la gobernabilidad, al menos le propinamos una derrota a los indios del MAS y les desorganizamos un poco el rancho”. Sin embargo, el sorpresivo ataque recibido obligó al pueblo boliviano a movilizarse, revalidar o correr dirigentes, y reencontrarse con un sentido de lo épico en las acciones del movimiento popular contra la dictadura instalada en el país. 

Volviendo al Chile de Allende y la Unidad Popular, podría decirse que venían ganando en política, al impulsar una dialéctica de radicalización hacia un programa que incluía como medidas prácticas la nacionalización del cobre, la profundización de la reforma agraria, el avance en la expropiación de ciertas empresas transnacionales, la incipiente organización de los cordones industriales, etc. El problema fue que perdieron en la guerra: no se prepararon suficientemente para el desafío que tuvieron que afrontar. Lxs cubanos, con su Ejército Rebelde como instrumento, ganaron en las dos cosas. Lxs venezolanos/as todavía están dando batalla.

Con respecto al escenario abierto en Bolivia, habrá miradas atentas observando qué hará el legítimo gobierno de Arce-Choquehuanca con los (ilegítimos) aparatos represivos del estado burgués, patriarcal y racista de ese país. En este sentido, los máximos dirigentes del movimiento han manifestado claridad sobre la sutil distinción entre recuperar el Gobierno y recuperar la Democracia. Y nos siguen resonando entonces las invitaciones para escuchar y discutir a Fidel, y a través de él, al pueblo de Cuba. Acá una más de sus semillas. Para coincidir o para disentir, nos parece que es un buen material para interpelarnos respecto de qué tipo de democracia tenemos, o imaginamos que tenemos, cuál queremos y cuál nos merecemos.

25 de noviembre 2020

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