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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Bajo el intenso sol de Río

Brasil Aniversario del Golpe de Estado Especial Contrahegemonia – Tan solo habían transcurrido algunas semanas. Cada día que pasaba, cada hora que corría desde aquel acto, el aire parecía volverse más espeso. Las calles y las plazas improvisaban escenarios de fervorosos discursos de agitación política. Las fábricas se transformaban en la escenografía de asambleas permanentes, cuyas listas de oradores amontonaban a centenares de anónimos que discutían con la vehemencia de saberse hacedores en la intensidad del presente. Para ese 13 de marzo de 1964, tan solo habían transcurrido algunas semanas desde aquella movilización que irrumpió en la historia, bautizada por las crónicas rojas de la época como la Huelga de los 700.000.

Medio millón de personas peregrinó bajo el agobiante calor de Río de Janeiro esa tarde de marzo. Inundaron las calles céntricas negros y negras que bajaban de los morros, laburantes encuadrados en sus organizaciones sindicales, pobres de las favelas. Se congregaban para escuchar la alocución de Jango, como cariñosamente lo llamaban quienes históricamente habían sido excluidos de todos los proyectos de nación. João Goulart, frente a la enardecida multitud que cantaba consignas y vitoreaba su nombre, anunciaba un conjunto de medidas que tomaría su gobierno: la nacionalización del petróleo, el techo a los precios de los alquileres urbanos y un proyecto de reforma agraria. Era la primera vez que un movimiento político, aunque tan solo fuera de manera modesta, se atrevía a cuestionar el latifundio brasileño desde el gobierno1. Bajo el intenso sol de Río, una pasión fervorosa de carnaval se precipitaba en el inmenso espíritu de la masa excluida.

La movilización popular, la creciente combatividad del pueblo trabajador urbano y campesino, inspiró un profundo horror en los sectores dominantes, quienes veían cómo se cuestionaba, de manera galopante, su dominio. Este horror exhortó en confabulación a las cúpulas empresarias, las autoridades militares y a la siempre presente Embajada de los Estados Unidos. Tan solo 18 días después de aquel acto de João Goulart, el 31 de marzo de 1964, los militares brasileños dieron el puntapié inicial a una nueva oleada de golpes de estado en el cono sur. Esa mañana, el General Olympio Mourão Filho, comandando las tropas del I Cuerpo de Ejército, uno de los grupos golpistas, marchó desde Minas Gerais hacia Río de Janeiro perpetrando el golpe.

Cada una de las operaciones golpistas se llevaron a cabo bajo la implacable supervisión de la Embajada de los EEUU. Por ese entonces, Dan Mitrione se desempeñaba como asesor de seguridad de los Estados Unidos en América Latina. Fue uno de los responsables de entrenar y preparar a los militares brasileños. Radicado en el gigante sudamericano desde 1960, era conocido entre los círculos castrenses como “el maestro de la tortura”. Mitrione participó personalmente en la preparación y entrenamiento de grupos de tareas que se dedicaban al secuestro y exterminio de militantes políticos, sindicales y sociales. Varios testimonios de la época relatan que, para estos entrenamientos, la modalidad implementada por el asesor de seguridad de los EEUU consistía en el secuestro de indigentes, con quienes las fuerzas represivas realizaban prácticas de sesiones de tortura.

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La dictadura brasileña duró 21 años, buscó desactivar y exterminar las experiencias organizativas y combativas del pueblo trabajador. El encarcelamiento, la tortura, la persecución politica y el asesinato fueron los mecanismos mediante los cuales los sectores dominantes pretendieron sosjuzgar a un pueblo trabajador sublevado. Según el informe de la Comisión Nacional de la Verdad, presentado a 50 años de iniciado el golpe, se instalaron centros ilegales de torturas dentro de las multinacionales Volkswagen, Chrysler, Ford, General Motors, Toyota, Rolls-Royce, Mercedes Benz, además de las brasileñas Petrobras y Embraer. Multinacionales beneficiarias del golpe. En el plano económico, se produjo un enorme proceso de concentración de la riqueza. Tan solo diez años después de iniciado el golpe de estado, para el año 1974, el salario mínimo se contrajo un 50% en su capacidad de compra, la pobreza alcanzó al 49% de la población y 1 de cada 4 personas pasó a vivir en la indigencia. La deuda externa creció de US$3,2 billones en el año 1964 hasta US$105 billones en el año 1985.


La colaboración entre los sectores dominantes en el continente persiguió el mismo objetivo: exterminar a toda una generación nuestra-americana que luchaba por la construcción de una sociedad sin explotación ni opresión. Frenar el creciente cuestionamiento de las y los trabajadores al capitalismo y el sometimiento imperialista. Cuestionamiento que había obtenido una dimensión continental.


Algunos años después de iniciado el régimen militar en Brasil, en 1971, el por entonces presidente de Uruguay Jorge Pacheco Areco ordenaba a las Fuerzas Armadas la conducción de la lucha contra el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. De esta manera, permitió desatar una represión sin precedentes contra la población uruguaya toda. El 2 de agosto de ese año, a través del Comunicado Nº 4, el MLN-T reclamó la libertad de todos los presos políticos, que llegaban a 150, y que se les brindara la posibilidad de salir para México, Perú o Argelia. A cambio, se comprometía a liberar a Den Mitrione, a quien mantenían secuestrado. Mitrione, conocido entre los círculos militares Brasileños como “el maestro de la tortura”, se encontraba en Uruguay desempeñando el cargo oficial de jefe de la oficina pública de seguridad estadounidense desde 1969. En los hechos, sin embargo, su tarea consistía en entrenar a los oficiales uruguayos para la represión interna, como ya lo había hecho algunos años antes en Brasil. Luego de una negociación frustrada, los Tupamaros ajustician a Mitrione, uno de los personajes más siniestros de la historia nuestro americana.

La década de los sesenta y setenta estremeció al continente todo en la lucha por un mundo donde la dignidad humana no esté sacrificada en los altares del capital. Una lucha que sólo podrá volver a soñar si encuentra su destino común nuestro-americano.

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1 Ya desde mediados de la década del ´50, en las zonas rurales habían surgido las Ligas Camponesas, animadas por las organizaciones comunistas, que luchaban por efectivizar la reforma agraria mediante las tomas de tierras.

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