Hace 50 años nacían las primeras Ligas Agrarias, la organización campesina que durante los años setenta nucleó a los agricultores y agricultoras ligados a la agroindustria algodonera, yerbatera, tabacalera y tealera del noreste, la región con mayor porcentaje de población campesina en Argentina. En un nuevo aniversario de día mundial de las luchas campesinas, estas notas intentan reconstruir sucintamente la historia de la organización y su represión, que de a poco comienza a ser investigada y juzgada[1]. Y proponen reflexionar sobre la invisibilización del campesinado en Argentina, reproducida en diversos ámbitos como la academia, en particular las ciencias sociales, pero también la prensa y los registros y estadísticas públicas sobre el pasado reciente.
¿Qué fueron las Ligas Agrarias?
Caracterizadas por su masividad, su capacidad de movilización y por sus prematuros y novedosos métodos de organización y formación política ligada a la pedagogía dela liberación, logrando tempranamente formar referentes políticos de extracción netamente campesina, las Ligas Agrarias surgieron al calor del ciclo de protestas y de radicalización política que marcó el inicio del fin de la Dictadura iniciada por Onganía en 1966. En el noreste, este fenómeno se dio en un contexto de doble crisis: del precio de los cultivos, cuya disminución, desde principio de la década del 60 venía acentuando el despoblamiento del campo; y de las organizaciones tradicionales del sector, tras la pérdida de legitimidad de sus dirigentes y de sus acciones gremiales, en particular, de la Federación Agraria.
Las primeras en formarse fueron las Ligas chaqueñas, el 14 de noviembre de 1970, tras la confluencia de la Unión de Jóvenes Cooperativistas y el Movimiento Rural de Acción Católica. Rápidamente se expandieron al resto de las provincias del noreste, y luego también, aunque de manera más incipiente, crecieron en Entre Ríos, Buenos Aires (Lincoln), Córdoba (Villa María) y Santiago del Estero. Impulsaron la distribución y titulación de la tierra, la regulación de la comercialización y la producción por parte del Estado. Enfrentaron a los monopolios de la comercialización y al poder terrateniente.
Las Ligas constituyeron una de las organizaciones más importante de los sectores rurales subalternos en nuestro país, tanto por la masiva adhesión que generaron en el conjunto de las familias rurales como por las conquistas arrancadas al Estado: precios mínimos, cartera indefinida de créditos a cooperativas, condonación de deudas, ley de tierra en el caso de Formosa, y el acceso a la gestión de organismos estatales clave para el sector, como el Instituto de Colonización en Chaco, entre otras. Efectivamente constituyeron una amenaza real para el poder terrateniente y la burguesía agraria local llegando a controlar entre el 60 y 70% de la comercialización del algodón en el caso chaqueño.
Partícipes del proceso de radicalización popular, sufrieron la persecución política desde inicios de 1975, cuando, acusados de subversivos, sus principales dirigentes fueron detenidos y las bases acosadas por fuerzas parapoliciales. La asociación de la organización al “extremismo” y la persecución padecida desde los primeros años setenta, así como la temprana pérdida del apoyo de la cúpula eclesial, allanaron el camino para la pronta desmovilización de las bases campesinas. El 24 de marzo de 1976 la dirigencia estaba presa, desaparecida o clandestinizada en el monte.
Preludios de la represión en el campo
Las
primeras detenciones de campesinos ocurrieron en los primeros meses de 1975,
sobre todo, tras el paro agrario de enero y febrero cuando fue paralizada la
producción y comercialización del algodón y el girasol, luego de un extenso
plan de lucha con un alto nivel de acatamiento. Pese que la medida logró
revertir los precios del girasol, los diarios locales solo enfatizaron la no
entrega de granos y el incendio de los transportes que no acataban la medida de
fuerza. Las detenciones en el campo continuaron en marzo y abril hasta que a
mediados de ese mes se produjo la mayor operación de las fuerzas conjuntas en
el interior provincial con la detención de los máximos cuadros liguistas. El
diario Norte informó que a
partir del 17 de abril la policía de Chaco había orientado
la represión hacia las áreas rurales y advertía sobre la participación activa de integrantes de
las Ligas Agrarias en hechos terroristas como atentados contra Bunge y Born en
1974. Y precisaba que las Ligas Agrarias chaqueñas
realizaban encubiertamente actividades “netamente subversivas” y militaban en
organizaciones proscriptas. Los máximos dirigentes de la organización fueron detenidos, permaneciendo
desaparecidos durante más de 100 días, mientras que los que lograron
escapar fueron declarados “prófugos de la subversión”. Una imagen con su foto y la insignia “buscados”
instaba a su delación entre la población rural, sembrando desconfianza y
estigma.
[1] Durante el primer semestre de 2019 se llevó a cabo el primer juicio por crímenes de lesa humanidad a miembros de las Ligas Agrarias de Chaco. El tribunal Oral de Resistencia dictó cuatro prisiones perpetuas por asesinado y dos penas menores de 4 y 18 años por encubrimiento y privación ilegítima de la libertad y tormentos agravados.

La represión al activismo campesino no quedó circunscripta a desapariciones y detenciones de sus dirigentes sino que se enfocó en el hostigamiento y amedrentamiento cotidiano, lo que incluyó detenciones masivas y trasladados en camiones de animales hacía los centro de detención clandestina (muchos permanecían días o semanas en calidad de “desaparecidos”), robo de animales, violaciones a las mujeres y el permanente sobrevuelo de helicópteros en las chacras. Este fenómeno masivo se caracterizado por la interacción cara a cara, incluso luego del retorno democrático: en el campo los represores y sus cómplices viven y circulan por los parajes y pueblos, son los padres de los actuales comisarios y/o presidentes de las seccionales de la Sociedad Rural.
Recobrada la democracia, las Ligas sufrieron la estigmatización y el silenciamiento tanto en el plano institucional como también entre la población rural que participó de ese pasado. Esto comenzó a revertirse recién a fines de la primera década de 2000, en parte porque los testimonios de ex militantes liguistas comenzaron a ser solicitados desde el ámbito estatal provincial, como la Comisión Provincial por la Memoria, pero sobre todo, por el impacto que generó la reedición de la “Asociación Ligas Agrarias” impulsada por sus emblemáticos dirigentes y sus hijes, y su pronta integración en la estructura estatal local, cuando en 2008 el ex Coordinador Nacional del Movimiento de Ligas Agrarias, Quique Lovey, asumió la conducción de la Subsecretaría de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar de la provincia (hoy Instituto de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar).
La invisibilización del campesinado en Argentina y la actualidad de sus luchas
La cuestión campesina y la dimensión política del sector por mucho tiempo fue marginada en Argentina, por la primacía de una mirada que sostenía (sostiene) que somos un país sin campesinos ni indios. En Chaco, al interior de las familias rurales la transmisión del pasado permaneció circunscripta al ámbito doméstico y privado, producto de la desconfianza que se sembró en relación al activismo político y gremial, que en el campo perduró incluso luego de 1984. Pero también por la invisibilización reproducida desde múltiples sectores del Estado y la opinión pública, que colaboraron para el escaso o tardío surgimiento de testimonios campesinos sobre las luchas y conquistas de las décadas del 70 en el noreste, y su neutralización, previo al golpe. En el siglo XXI esta forma de “violencia epistémica”, al decir de Spivak Chacravorty, comenzó a hacerse evidente por la visibilización de la “cuestión agraria”, esto es, la conflictividad entre los campesinos y el capitalismo, sobre todo en torno a la tierra, fenómeno que aún no muestra señales de agotamiento.
En efecto, si bien el modelo económico de la dictadura y la política del terror transformaron estructuralmente tanto la matriz productiva agraria como los lazos de sociabilidad en el campo chaqueño, forzando el éxodo masivo de familias rurales a las periferias urbanas, desde mediados de la década de 2000 nuevas organizaciones campesinas emergieron en el espacio público. Algunas de ellas centraron sus demandas en el acceso y permanencia en la tierra, la preservación del monte y la producción y el acceso a los alimentos saludables, logrando colocar en la agenda pública consignas como la soberanía alimentaria y la producción agroecológica, lo que el sociólogo Boaventura de Sousa Santos llamó “ruinas emergentes”: pensamientos y experiencias que la modernidad relegó a un segundo plano y que vuelven a aparecer bajo las reivindicaciones de los pueblos originarios y las comunidades rurales.
Pese a sostener otras demandas y desarrollarse en otra coyuntura las nuevas organizaciones reconocen en las Ligas Agrarias de los años setenta un antecedente directo, asumiéndose como continuación de ese legado, no solo porque varios de sus miembros fueron liguistas o sus padres participaron de la mítica organización, sino porque registran que el ideario de conquista de derechos por los que lucharon durante los años setenta aún sigue vigente en el horizonte de sus expectativas.
Una vision clara y contundente del pasado de las ligas Agrarias y su legado a traves de las nuevas generaciones.