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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

El Mayo colombiano, y las noticias sobre el futuro

Especial para Contrahegemonía

Entre lo primero a destacar está que esta rebelión entronca con las de 2019, una de las cuales tuvo lugar en la propia Colombia y hoy vuelve a resurgir con fuerza renovada. Se manifiesta el descontento creciente con las políticas neoliberales, la impugnación de democracias mentirosas dónde solo se dirime entre sectores de la clase dominante, reclamos de clases y sectores postergados desde hace mucho tiempo o desde siempre, protesta contra la mercantilización y “privatización” general de los bienes sociales, lo que incluye a la salud y a la educación. La coyuntura de pandemia agrava el cuadro, la vida misma se halla en juego y el sistema no da respuestas.

Examinemos los antecedentes históricos del país:

-Largas décadas de violencia estatal, lo que algunos llaman “guerra permanente” desde el Estado. La lucha “contrainsurgente”, la “guerra contra el narcotráfico”, la subordinación completa a las políticas de “seguridad” norteamericanas. En los últimos tiempos incumplimiento de los acuerdos de paz, asesinato de dirigentes sociales. El poder apuesta siempre a una naturalización de la violencia y al mismo tiempo a sembrar el temor a las consecuencias represivas de todo acto de movilización o rebeldía. Esto se ha dado históricamente sobre todo en las áreas rurales, hoy se despliega también en el ámbito urbano. Colombia es como una “olla a presión” a punto de estallar, que se expresa ahora: Agotamiento, dolor, descontento raigal contra décadas de atropellos y de violencia. Mientras tanto, las elites políticas siguen imperturbables, asumidas a pleno como dueñas del país. La sociedad presenta hace décadas una carcasa de “ejercicio normal de la hegemonía, con Parlamento, elecciones periódicas, “prensa libre”, pluripartidismo, cobertura bajo la que anida el puño de hierro de un aparato estatal (y paraestatal) que ejerce una violencia extrema, ya  sea abierta o solapada.

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-Colombia, en similitud con Chile, se cuenta  entre los “mejores alumnos” del imperialismo en la región, cumpliendo a rajatabla sus orientaciones políticas, incluido el hostigamiento a la limítrofe Venezuela. El régimen político no se vio “manchado” por el “populismo” y mucho menos por el “socialismo del siglo XXI”. Sus simpatías y alianzas en el subcontinene van en dirección a gobernantes como Sebastián Piñera o Mauricio Macri. El predominio de un asesino de masas erigido en gobernante y líder político, Álvaro Uribe ha recorrido incólume las últimas décadas

-En la coyuntura que desata la rebelión, las clases dominantes apuntan a crear una oportunidad para generar o afianzar reformas estructurales contrarias a los intereses populares, lo más notorio es la reforma tributaria regresiva, que grava a los consumos y a los ingresos populares mientras exime a los grandes capitales. Con pretexto en la necesidad de cubrir los gastos de la pandemia, la caída económica y  el importante déficit fiscal (en parte generado por anteriores exenciones de impuestos a los grandes capitales).

-La situación de pandemia es muy grave en Colombia, más de setenta mil muertos, con agudización de la pobreza (42%) el desempleo (más del 16%) y la desigualdad, en un país ya muy desigual. Hay retraso en el programa de vacunación y se acusa al gobierno de mal manejo, mientras la autoridad política pretende mejorar la situación metiendo la mano en el bolsillo de los sectores populares.

La rebelión colombiana de hoy, como ya dijimos se entronca con los grandes movimientos de protesta que ocurrieron en 2019 en varios puntos de América Latina y también en Colombia. Las luchas desatadas desde el 28 de abril, masivas, plurales en lo sectorial y en lo geográfico, obligaron a retirar el proyecto tributario regresivo y antipopular. Eso lo logró un gran “paro nacional”, con una convergencia de variadas formas de lucha. El Comité Nacional del Paro está integrado por centrales sindicales y muchas otras organizaciones.

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La represión sobrevino desde el primer día, en manos de un aparato represivo multiforme, con cuerpos especiales antidisturbios, que tira a matar con armas de fuego, sobre todo en Cali, con comisión de variados atropellos, incluida la violencia sexual. Se trata a la movilización popular como si fuera un escenario de guerra y eso se expresa en que los muertos se cuenten por decenas.

Los intentos de negociación con anuencia del poder político y “mediadores” de organizaciones internacionales y la Iglesia, vienen de fracaso en fracaso, las movilizaciones siguen en diversos puntos del país, el miércoles 12 marcó un punto alto, con la consiguiente respuesta represiva. La experiencia histórica enseña la desconfianza hacia las mediaciones institucionales, la apreciación del momento puede indicar el refuerzo de la lucha o la tregua que preserva y refuerza.

Las opiniones de la militancia colombiana hacen un balance positivo, pese a lo duro de las reacciones desde el poder estatal. Una joven afirmó estos últimos días: “Ya hay una ganancia enorme porque nos hemos vuelto a tomar de la mano en el país y hemos privilegiado la articulación frente a una fuerza opresora”. En una declaración de variadas organizaciones populares puede leerse acerca de la búsqueda de “…la concreción de una subjetividad política emancipatoria que permita la confluencia de los diferentes sectores de la ciudadanía que se han manifestado y que goce de la legitimidad que le brindaría el tener origen en esta confluencia.” La figura del “paro nacional” ha permitido la salida a la calle de los sectores más diversos, desde los trabajadores formales e informales a los movimientos estudiantiles y de mujeres. En efecto, se insinúa la configuración de una nueva subjetividad.

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Hoy cabe acercarse a la comprensión del proceso colombiano desde la solidaridad latinoamericana, la de un continente que vive procesos de desigualdad e injusticia con rasgos similares. A partir de una elevada valoración de lo ya alcanzado, de modo de apostar a la continuidad en las formas existentes y a la recreación en otras nuevas, se alza la expectativa de que las rebeliones tomen un matiz anticapitalista, un talante de ruptura con el orden social y el poder político existente. En el mientras tanto, pueden habitar las modalidades emergentes de organización y movilización popular y el disfrute de los momentos de libertad, conquistados entre mil obstáculos. Y, por supuesto, la insobornable denuncia de los atentados contra los derechos humanos que llevan adelante los poderosos.

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