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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Limpieza étnica y colonización. El movimiento sionista y sus mitos movilizadores

Introducción

La publicación de este dossier en conmemoración de la Nakba palestina constituye una oportunidad para tematizar algunas narrativas elaboradas en torno al movimiento sionista y al Estado de Israel que, a nuestro juicio, buscan opacar su impronta colonial y excluyente. En el presente artículo nos proponemos abordar algunos elementos clave del imaginario construido alrededor del sionismo y el Estado de Israel, sus usos y manipulaciones. Nos referimos básicamente a aquellos elementos y trayectorias históricas que han permitido a los dirigentes sionistas presentar su proyecto como una empresa utópica, idealista, de vocación igualitaria y humanista, de cara a la opinión pública, a las propias comunidades judías y a sí mismos, a la par que avanzaban hacia la conquista y la limpieza étnica de Palestina.

Sionismo e identidad judía

Al momento de analizar los factores que explican el éxito del movimiento sionista para construir un Estado judío en Palestina, es indispensable tener en cuenta algunas tramas ideológicas y trayectorias de dicho movimiento, que dan cuenta de su atractivo de cara a las potencias imperiales y definen parte de su impronta y su identidad.

Entre los discursos a los que el sionismo ha apelado para legitimarse, un elemento clave lo constituye su impronta orientalista. Como lo señalara Edward Said (1979), en sus trascendentales y fundacionales trabajos, por orientalismo debe entenderse el imaginario cultural que históricamente ha tendido a presentar, interpretar y definir a “Oriente” y a los “orientales” en una relación de alteridad negativa respecto a la propia imagen que los europeos elaboraran de sí mismos. Una alteridad en la que tanto la geografía como los habitantes de aquello definido como “oriental” son percibidos como un espacio y una población homogéneos, que habitan un territorio derruido, padecen el atraso económico y cultural y requieren del influjo de la iniciativa europea para salir del letargo.

Este imaginario orientalista, como bien lo señalara Said, sin dudas atraviesa el pensamiento de los dirigentes sionistas y explica en cierto punto el carácter simbiótico del vínculo entre el sionismo y el imperialismo británico desde el mismo momento de surgimiento de su proyecto a mediados del siglo XIX. En efecto, desde Moses Hess (1860) a Theodore Herzl (1896), y luego hasta Weizmann y Ben Gurión, en su génesis y en su praxis cotidiana de seducción de los dirigentes europeos, el sionismo busca presentarse como un enclave occidental “en medio de un oscuro mar islámico” (Said, 1979). Parte del atractivo de su empresa radica en presentar la construcción de un Estado Judío en Palestina como una “occidentalización” del país o —en algunos casos— como la recuperación de Palestina para “Occidente” luego de las derrotas de las cruzadas (Sivinian, 2019).

Un elemento adicional, al momento de pensar las formas y los discursos a los que el naciente movimiento sionista ha apelado, tiene que ver con los usos de las Escrituras y la tradición religiosa para justificar su derecho a la conquista de Palestina. Como lo muestra Shlomo Sand (2011), estos usos tienen que ver con una lectura secularizada de los textos bíblicos (entre otros), que se interpretan como documentos históricos en función de la construcción de una identidad judía en clave nacional. En efecto, estas lecturas de los textos sagrados como narración histórica, que detalla las penurias de un pueblo homogéneo (concebido como etnia), destituido de una improbable existencia nacional en un improbable Estado Judío en Canaán, tienen como objetivo presentar al sionismo, un proyecto de colonización y conquista, como el mero “regreso” de una nación a su tierra ancestral.

Sumado a esto, aquí nos interesa remarcar un elemento adicional que, a nuestro juicio, explica también el atractivo del movimiento sionista frente a las dirigencias europeas, y que tiene que ver con el carácter anti-asimilacionista del sionismo. Nos referimos a la impronta “reaccionaria” del movimiento sionista, que interpreta con renuencia y desconfianza el proceso de integración sociocultural que tiene lugar en las sociedades europeas del siglo XIX, proceso del que los judíos toman parte con afán.

Este carácter del sionismo, que puede encontrarse embrionariamente en los escritos de Moses Hess, sin dudas adquiere relevancia a partir de 1882 con los escritos de Leon Pinsker y luego más fuertemente con la edición de El Estado Judío de Theodore Herzl [1896]. En estos escritos, y posteriormente en las reuniones partidarias de los sucesivos Congresos Sionistas que tienen lugar a partir de 1897, el movimiento sionista se presenta como un proyecto que pretende dar respuesta a dos aspectos de lo que se conoce como “la cuestión judía”. Por un lado, el antisemitismo, más marcado en el Este europeo, y con peso creciente en el centro de Europa. Por el otro, el riesgo de desaparición de la identidad judía, como consecuencia del proceso de secularización e integración de los judíos en las patrias en que viven.

El sionismo se presenta como un proyecto que busca resolver estas dos problemáticas a partir de la migración masiva a Palestina. Esto conlleva, como vimos, un esfuerzo continuo por presentar a Palestina como una geografía desocupada. Pero también implica la conceptualización de los judíos como una nación aparte, desamparada, que solo puede alcanzar la autonomía y librarse de la discriminación en el seno de un Estado solo para judíos. De esta manera, para el sionismo, el principal objetivo pasa por reconvertir la identidad judía en una identidad nacional, homogénea y llevar a cabo la construcción de un Estado solo para judíos como la única garantía para la preservación de esa identidad. Así lo sentían los principales dirigentes sionistas. Como lo señalaba Aaron David Gordon, uno de los principales referentes del sionismo en Palestina:

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Si no podemos vivir una vida nacional plena y completa, da lo mismo asimilarnos totalmente. Si no colocamos el ideal nacional por encima de cualquier otra consideración, terminemos de una buena vez con esto, dejémonos fundir para siempre con los pueblos entre quienes estamos dispersos. Hay que comprender claramente que, si no tomamos la delantera, la asimilación se hará de manera natural. Dado que el peso de la religión ya no es lo que era, las cosas irán más rápido cuando la situación de los judíos mejore verdaderamente.(Citado en Sternhell, 2013: 76)

Estas concepciones entrarán en pugna con las posturas “asimilacionistas” de distintos tipos. Por un lado, con las posiciones liberales de los judíos franceses, británicos y europeos occidentales en general, que veían con buenos ojos y de manera incuestionable la creciente participación de los judíos en dichas sociedades Por otro lado, el sionismo entra en competencia y rivalidad con un fenómeno que estaba tomando forma en el Este europeo, que tiene que ver con la numerosa adscripción de los judíos a los partidos y organizaciones de trabajadores, socialistas y revolucionarias (Karady, 2000; Mendes, 2014; Traverso, 2014). Con ello hacemos referencia al Bund (La Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia), a los partidos comunistas ruso y polaco y al Poalei Zion (Kuhn, 2011). Cada una de estas corrientes, de clara formación marxista, con diferencias y oposiciones fuertes entre sí, se ocupó de organizar políticamente a los trabajadores judíos en función de sus intereses y necesidades (materiales y de seguridad frente a la avanzada pogromista) y presentó diferentes nociones acerca de cómo responder a las encrucijadas del período que los tendría en el centro de la escena.

Como lo muestran Brossat y Klingberg (2016), fueron estos judíos de la clase trabajadora del Imperio zarista y de Polonia los que, a partir de la construcción de organizaciones de trabajadores judíos, constituyeron la base de lo que luego serían los partidos socialdemócratas y revolucionarios del Imperio zarista y demás países del yiddishland. Hasta la Revolución bolchevique, fue el Bundel partido de izquierda que logró mayor adhesión en el mundo yiddish. Este partido, que combinaba la actividad cultural y la organización política de los trabajadores judíos, tuvo como objetivos no solo la reivindicación de una cultura judía urbana y específicamente europea oriental, sino que también buscaba hacer frente a la miseria y la desigualdad que padecían los judíos. De formación marxista, los militantes bundistas entraronen tensión entre el particularismo judío y el universalismo a lo largo de todo el período que transcurrió desde su formación en 1897 hasta 1948.

Laborismo, socialismo y colonización

Es en este marco que el Poalei Zion (Trabajadores de Sion), surgido hacia fines del siglo XIX, emergió como una corriente interna del movimiento sionista reivindicando una impronta marxista y socialista. Originalmente nacido de la mano de Borojov (1868-1906), este sionismo socialista llevó adelante una prédica orientada al proletariado judío, mediante la apelación a la lucha de clases y la postulación de la construcción de una sociedad nueva, mayormente judía, desestimando la presencia de los palestinos en el territorio que anhelaban.

Esta particular versión de un “socialismo nacional” en un único país y para un único colectivo tuvo un impacto por demás significativo en la historia del sionismo y de Palestina. Aunque a mediano plazo sus dirigentes, programas e instituciones serían marginalizados paulatinamente del movimiento, la prédica socialista y la apelación a los trabajadores fueron de suma importancia como “mitos movilizadores” (Sternhell, 2013) que ayudarían al sionismo en su proceso de acumulación: de capital, de inmigrantes, de volumen político, de legitimidad.

En efecto, la ideología difusa del sionismo socialista acompañóa muchos de los que llegaron a Palestina hacia fines del siglo XIX, y movilizó la creación de los primeros kibutz y moshavs, así como las primeras instituciones de orientación sionista. Este movimiento colectivista constituyó uno de los primeros movimientos para poblar el territorio y fue su impronta la que dirigió con escaso éxito la colonización sionista de Palestina.

Sin embargo, como lo muestra Sternhell (2013), con la llegada de la segunda ola migratoria hacia 1905, comenzó un proceso que tomaría fuerza hacia el final de la Primera Guerra Mundial, con la conquista de Palestina por parte de los británicos. A partir de entonces, se inició un movimiento complejo en donde confluyeron la voluntad y las gestiones de Chaim Weizmann en Europa para unir los intereses de sionistas y británicos, con la emergencia de un liderazgo y un proyecto claro en Palestina, encarnado en la figura de Ben Gurion. Es este dirigente, emigrado a Palestina en 1906, integrante del Poalei Zion palestino, quien encabezaría el proceso de conformación del sionismo laborista. Un movimiento orientado a seducir, movilizar, organizar y garantizar la integración de los inmigrantes judíos de la clase trabajadora, concebidos como la materia prima indispensable para la construcción de una sociedad judía en Palestina. Para Ben Gurion:

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Nuestro problema aquí no es adaptar nuestra vida a tal doctrina antes que a tal otra…Nuestro gran problema, nuestro principal problema es la inmigración masiva de los trabajadores…Nos hace falta darles trabajo y establecerlos en la tierra. Tal es y tal debe ser nuestra misión principal. (Sternhell, 2013:115)

Este emergente sionismo laborista fue el resultado de la confluencia ideológica, política y pragmática de un conjunto de dirigentes con origen disímil, y conllevó la paulatina marginación, al interior del sionismo socialista, de aquellos dirigentes y posiciones más cercanas al clasismo, al internacionalismo y al humanismo, en favor de nociones más cercanas al nacionalismo tribal. En efecto, fue el propio Ben Gurion quien favoreció la disolución del Poalei Zion primero, para dar luz a un nuevo partido, el Ajdut Ha Avodat, conformado y liderado por él mismo, y acompañado por dirigentes que, aunque sostenían la adhesión del partido a la Segunda Internacional Socialista, representaban posiciones alejadas del internacionalismo marxista. Hacia 1920, este partido confluyó con el nacionalismo organicista más clásico del partido Hapoel Hatzair para dar lugar a la creación de la Histadrut (Federación General de Trabajadores de la Tierra de Israel) primero, y al Mapai (Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel) una década después.

La creación de estas dos instituciones significó le emergencia y consolidación de un sionismo laborista que logró combinar exitosamente, en su prédica, la reivindicación de los trabajadores como el sujeto histórico y protagonista de su empresa, la defensa de sus intereses y necesidades y, al mismo tiempo, su interdependencia mutua con respecto a la nación. En efecto, como lo muestra Sternhell (2013), en este movimiento se combinaban la reivindicación de lo colectivo por sobre el individualismo, la preponderancia de las necesidades e intereses de la naciente “nación” judía por sobre cualquier interés de clase y, al mismo tiempo, la reivindicación del trabajador como el motor del proyecto. Esta identidad puede entenderse, en parte, como el resultado de la subsunción del ideario socialista y su reconfiguración bajo el mando de la lógica nacionalista.

Un ejemplo de esta reconfiguración puede encontrase en la reivindicación que realiza el laborismo del “trabajo judío” y los trabajadores judíos. La valoración continua del trabajo manual, físico en colonias agrícolas en Palestina, es presentado por el discurso laborista como una forma de “redención”, una vía hacia la liberación y la emancipación. Representa un elemento clave en el proyecto de “revolución cultural” que el laborismo propone en reemplazo o como alternativa de una revolución socialista. En efecto, para el laborismo, el trabajo en el campo representa una manera de superar un “estadio” perjudicial de los judíos europeos, orientados (según este movimiento) mayormente hacia labores especulativas y poco productivas, que serían causa de la bancarrota moral de los judíos europeos, parte de una tradición histórica que el sionismo busca dejar de lado.

Así, frente a la figura del proletario como sujeto histórico de la revolución social, el laborismo reivindica al trabajador agrícola como protagonista de un cambio cultural, como vanguardia de un renacimiento nacional, la creación de un “hombre nuevo” judío, más digno y vital que los judíos del pasado (Zertal, 2010).

Al mismo tiempo, esta “redención” a partir del trabajo, también se aplica a la tierra labrada. Anclado en el ideario orientalista, según el cual la tierra que habitan los palestinos es considerada en abandono, el quehacer del trabajador judío se presenta como una tarea primordial para recuperar territorio, judaizarlo, e incorporarlo al universo de la producción, la eficiencia y la modernidad.

Esta orientación hacia el trabajo y el trabajador judío no solo es importante para el proyecto de reconfiguración de la identidad judía, sino también como la piedra basal de la construcción de una sociedad, una economía y una institucionalidad paraestatal judías. Ejemplo de ello es la interrelación de la Histadrut y el colectivismo agrícola, las formas en que una y otro orientan su acción, se influyen mutuamente y conforman los dos polos de un entramado institucional que permitió al sionismo palestino canalizar y convertir un proyecto abstracto, elaborado y fomentado en los salones europeos, en una realidad concreta sobre el terreno.

Como ya dijimos, la Histadrut, creada en 1920, nació con el nombre de Federación de Trabajadores, aunque desde sus primeros años, progresivamente, se convertiría en una red de instituciones que aspiraba a controlar, regular y satisfacer las necesidades de los trabajadores judíos en cada uno de los ámbitos de su existencia. Con un discurso y una prédica colectivistas, de centralismo estatal, prontamente la Histadrut (comandada por los dirigentes laboristas) se convirtió en propietaria de empresas públicas, instituciones educativas, servicios de salud y logística. Tuvo entre sus objetivos regular y controlar el flujo de trabajo judío, las relaciones entre empresarios y trabajadores, abogar por los derechos de estos últimos, siempre y cuando sus demandas no obstruyeran ni cuestionaran el interés supremo, el interés nacional. Asimismo, esta Federación orientó sus esfuerzos a garantizar el trabajo para los judíos, favoreció la exclusión de los palestinos, y prohibió su afiliación al sindicato. Finalmente, operó de correa de transmisión entre los recursos económicos provenientes de las distintas agencias recaudadoras alrededor del mundo y los asentamientos agrícolas sionistas.

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Por su parte, la red de kibutz y moshavi, con su forma de vida comunal, su producción cooperativa, y la red de instituciones creadas para garantizar una vida autónoma en las colonias presentan una trayectoria por demás ilustrativa de los modos en que el laborismo reconfiguró instituciones y creaciones originalmente alineadas con el utopismo en función de su proyecto de conquista y colonización.

Nacidas a finales del siglo XIX, atravesadas por el ideario idealista (socialista, anarquista)de algunos de sus integrantes, la economía colectivista agrícola se transformó en una institución central en el movimiento laborista, que hizo de estos establecimientos el núcleo de sus políticas. Ello no porque estas instituciones representaran algún tipo de cuestionamiento a las formas capitalistas tradicionales, o porque constituyeran el embrión de una sociedad futura igualitaria, sino en tanto y en cuanto se presentaran como una alternativa más segura frente a las colonias agrícolas capitalistas, tendientes en general a utilizar trabajadores palestinos.

Incorporados a la red institucional elaborada por el laborismo, a los circuitos productivos y económicos que ella construyó, estas colonias cumplieron el doble papel de cobijar, dar un trabajo, una ocupación y un sustento a los inmigrantes, al mismo tiempo que sirvieron de bastión judío en el territorio a conquistar, garantizando una presencia judía sustentable y autónoma, sin necesidad de recurrir al contacto y al trabajo con los palestinos.

Consideraciones finales

La interdependencia mutua de las colonias agrícolas y la Histadrut que hemos mencionado es ilustrativa del rol del laborismo como articulador, primero, y dirigente, luego, de un proceso histórico donde diversos actores, asociaciones y trayectorias fueron incorporados a un proyecto concreto de colonialismo de asentamiento. En efecto, es esta red de instituciones creadas por el movimiento laborista desde 1920 la que le permite organizar la inmigración, garantizar el trabajo y la producción, fomentar el crecimiento de una sociedad y una economía judía autónoma y dar volumen político institucional a la comunidad judía en Palestina de forma independiente respecto a los palestinos y a la propia estatalidad británica. Como señala Said (1979), se trata de la creación de una red de instituciones coloniales autónomas que paulatinamente crece en paralelo a la presencia palestina, no destruye lo que existe, sino que tapa, bloquea la presencia palestina y produce una separación tajante, irreversible.

Pero no solo ello. La paulatina incorporación de algunos elementos del ideario socialista, la reconfiguración y mantenimiento de algunas creaciones orientadas originalmente por un espíritu utópico, la apelación continua al rol y protagonismo de los trabajadores,- todos ellos elementos originarios de discursos y posiciones paulatinamente marginalizadas dentro del sionismo- permiten a este movimiento, hasta el día de hoy presentar al suyo como un proyecto utópico y bien intencionado.

La integración de aquellos elementos utópicos elaborados hacia fines del siglo XIX en la amplia red del laborismo, despojados de toda su potencia, subsumidos en una narrativa y en un conjunto de instituciones de naturaleza distinta, orientadas crecientemente por el nacionalismo tribal exclusivista, permitieron al sionismo dotar a su proyecto de una pátina de legitimidad y de un cierto atractivo. Un proyecto que, desnudo del ropaje socialista que utiliza, no representa otra cosa que un plan de conquista y expulsión de los palestinos (Pappe, 2014).

Finalmente, cuando el conjunto de instituciones creadas por el sionismo laborista hubieron madurado, cuando los inmigrantes fueron número suficiente y la economía y la estatalidad paralela elaborada por el sionismo hubieron adquirido el volumen suficiente, fue éste sionismo “socialista” quien llevó adelante, con convicción, la limpieza étnica de Palestina.

Lautaro Masri

Profesor de Antropología, FFyL. UBA. Investigador y docente en la Cátedra Libre de Estudios Palestinos Edward W. Said.

Lautaro.masri@gmail.com

Imagen del artista palestino Sliman Mansour

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