En estas líneas trato de esbozar algunos ejes para analizar la situación de la izquierda en Argentina, con el fin de contribuir a un debate necesario y complejo, que debe ser enriquecido por múltiples miradas. El enfoque general asume la necesidad de que los sectores de izquierda avancen en un proceso se articulación y desarrollo de un programa de transformación política y social orientado a la superación del capitalismo.
Retomando ideas publicadas en distintos escritos por ContrahegemoníaWeb, parto del supuesto de que hay un espacio ideológico propio de una izquierda socialista anticapitalista, con fundamentos marxistas. Se trata de una zona habitada por grupos y organizaciones con bajo nivel de articulación y sin un programa claro que promueva la convergencia en función del logro de un objetivo común. Apuntaré algunos de los aspectos que permiten caracterizar el panorama actual y que, a la vez, constituyen problemas que deberían ser resueltos.
1. Limitaciones de las estructuras partidarias. El espacio ideológico al que nos estamos refiriendo tiene como principales actores institucionales a los partidos de izquierda troskista y al FIT Unidad. Son estructuras de alcance nacional, con fuerte organización interna y activa presencia en luchas sindicales, socioambientales, contra las prácticas represivas del Estado y contra la violencia de género, entre otras. Su principal limitación es la dificultad para crear espacios de debate en los que puedan participar grupos y actores individuales que no forman parte del partido. En este sentido, las organizaciones que integran el FIT Unidad deberían estar más preocupadas en sumar colectivos y personas a su espacio que en incorporar militantes a las estructuras partidarias.
2. Prácticas de fuego amigo. Un inconveniente que conspira contra la unidad del espacio es el efecto del continuo fuego amigo que caracteriza la comunicación extrapartidaria. Los partidos se critican recíprocamente e intercambian acusaciones que apuntan a demostrar que la postura de los otros es menos legítima o menos estratégica que la propia, cuando no directamente una traición a la izquierda revolucionaria. Sería conveniente contar con instancias en las que el debate interno (que es algo siempre necesario, claro) pueda ser efectuado, sin plantear públicamente una imagen de fragmentación y de permanente división y disputa. En todo caso, el cuestionamiento público debería ser una excepción y no una práctica habitual.
3. El peso del juego electoral. La participación de los partidos de izquierda en las elecciones es vista como parte de una estrategia orientada a difundir y legitimar su programa. Se asume que la revolución no llegará a través de las urnas, sino que deberá ser un proceso mucho más profundo y participativo. Ahora bien, el hecho de que haya partidos que (acertadamente, desde mi punto de vista) participen en el juego electoral motiva críticas dentro del mismo espacio. Se habla de la “izquierda parlamentaria”, la que transa con el sistema y se subordina a las estrategias de marketing convencionales. Es necesario discutir la utilidad y el sentido de participar en las elecciones, sobre todo con quienes consideran que la verdadera transformación se hace solo en la calle, a partir de las luchas populares. Lejos de caer en una romantización de las protestas sociales, hay que hacer también un registro histórico de las que se han desarrollado en los últimos diez o quince años y reconocer sus efectos y sus aportes concretos para la derrota del capitalismo. Es decir, ver si solo con eso alcanza.
4. Problemas de interpelación. La ideología de la izquierda anticapitalista ha cambiado en los últimos años. Si antes a algunos les parecía un pensamiento anacrónico y vetusto, ahora puede parecer demasiado aggiornado y variopinto. Antes, el sujeto al que se hablaba era “el trabajador” y, en plural, “los trabajadores”. La clase obrera estaba representada por esta figura masculina. Posteriormente y como parte de una revisión que permitió cuestionar el sesgo patriarcal de la interpelación, se incluyó no solo a la mujer sino también a las personas con género no binario. Este giro ideológico es válido y necesario en una perspectiva que se propone luchar contra las opresiones estructurales y la machista, sin duda, es una de ellas. El sujeto, ahora, es “lxs trabajadorxs” o, mejor, “les trabajadores”. Esta forma lingüística, pese a que es políticamente acertada, genera resistencias en muchos sectores que la asocian a una moda juvenil promovida por grupos feministas.
Además del cambio respecto de la perspectiva de género, la izquierda también adhiere a la lucha de los pueblos originarios, víctimas del imperialismo colonial continuado por la dominación capitalista. El objetivo final de esta lucha no es tomar el control de Estado burgués (para ponerlo al servicio del proletariado) sino establecer una autonomía territorial, política y cultural respecto de ese Estado. Como un tercer eje, la izquierda revolucionaria también fue adoptando supuestos ecológicos cada vez más fuertes. No solo cuestiona los modelos extractivistas y las formas de industrialización, sino que además apoya las luchas socioambientales, protagonizadas por grupos urbanos y rurales, blancos y originarios. Las organizaciones que impulsan estos procesos no hablan de “trabajadorxs” sino de “ciudadanxs”, “vecinxs” o “pobladorxs”. El vínculo que unifica la identidad es la de oponerse, desde abajo, al poder político y empresarial, pero no se vincula de manera clara esta situación con la lucha de clases que entraña el capitalismo.
Se pueden señalar más rasgos y más variantes, pero lo dicho sirve para exponer la complejidad de la interpelación ideológica de la izquierda en este momento: ya no hay un sujeto (¡nunca lo hubo!), sino múltiples y tal multiplicidad debe ser reconfigurada a partir de matrices que demuestren que los diferentes antagonismos deben concluir en la superación del modo de producción capitalista.
5. Dificultades para la convergencia. Los partidos de izquierda (dado el desarrollo de su nivel organizacional) deben ser los promotores de una convergencia amplia mediante la que se encuentren con organizaciones sociales y movimientos populares. Y, por supuesto, los debe unir un programa y no el espanto. Esto implica aceptar, como punto de partida, que no debe haber entrismo ni bajada de línea, sino un diálogo racional y reflexivo, autocrítico y propositivo. Es evidente que, en muchos lugares, los partidos de izquierda son las únicas organizaciones políticas que reivindican con claridad postulados ecologistas, a favor de la diversidad de género y a favor de los derechos de los pueblos originarios. Sin embargo, no ha sido suficiente para que estos grupos sociales apoyen explícitamente la izquierda. En muchos casos, solo hubo lo que podría denominarse consenso implícito: se permite que los militantes de izquierda participen con sus banderas en las movilizaciones, pero no eso no se transforma en una acción política de mayor escala.
Promover una convergencia amplia con el objetivo explícito de elaborar una programa socialista y anticapitalista es una tarea compleja y ambiciosa, pero necesaria. De hecho, no hay otra vía, ya que, en estas condiciones, es imposible que un partido de izquierda (o dos o tres), solos, lideren la radical superación del capitalismo.
6. Sentido común y tradición. Además de todo lo apuntado, están las características de la cultura dominante en Argentina y, en particular, de las prácticas políticas. El capitalismo es preservado y desarrollado por los gobiernos democráticos y las dictaduras militares que han administrado el Estado desde fines del siglo XIX. En los últimos años, los medios de comunicación y los aparatos políticos dominantes instalaron la imagen de la grieta entre el progresismo y el neoliberalismo para concentrar la atención y delimitar el terreno de lo decidible y lo pensable. Elegir es decidir entre uno y otro. Si bien ambos son defensores del capitalismo, no es tan fácil plantearlo abiertamente, cuando la discusión terrenal está atravesada por discursos y emociones (mitologías) en torno a nombres y etiquetas como peronismo, Néstor, Cristina, Macri, Juntos por el Cambio, radicalismo, justicia social, corrupción, desarrollo, modernidad, etc. Lo que se cree conocido es tomado como lo real. El destino de la Patria (la interpelación que no falla) se jugaría en la elección entre esas representaciones. Y, por supuesto, todo seguirá más o menos igual.
En este punto, no viene mal retomar los aportes de Žižek acerca del cinismo del sujeto: no es que él no sepa lo que, en realidad, une al kirchnerismo y al macrismo; lo sabe, pero no le importa. Es decir, no le importa lo suficiente para rebelarse, para cambiar prácticas tradicionales y para militar en la izquierda por una transformación revolucionaria, que tenga como horizonte una sociedad más justa e igualitaria. Hay algo en la cultura capitalista y en la democracia burguesa que genera inmunidad ante el discurso emancipador de la izquierda y analizarlo también es una tarea ineludible.
Sin duda, todo lo dicho es insuficiente y, además, cuestionable. Pero de eso se trata. Si el debate continúa y gana en rigurosidad y amplitud, mejor.
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