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¿Qué es ser varón hoy?

Luciano Fabbri, autor de La masculinidad incomodada

Compilador, autor de uno de los artículos y editor de La masculinidad incomodada, Luciano Fabbri entrelaza la solidez académica y la convicción política para pensar en las masculinidades, sus tensiones con los feminismos y la necesidad de ampliar las fronteras de los géneros, al mismo tiempo que se escucha la incomodidad para convertirla en pregunta posibilitadora de nuevas experiencias, en lugar de abonar certezas que tiran para atrás.

La masculinidad incomodada. El título del libro compilado por Luciano Fabbri apuesta a la potencia de esa incomodidad, a la posibilidad de abrir preguntas para la transformación. La gama de sensaciones que hoy expresan los varones es amplia, y el libro la va pintando con distintos artículos académicos que amplían la paleta: desconcertada, descentrada, enojada. Las masculinidades, ese plural que se despliega para habilitar experiencias, se van desentrañando para interpelar a la masculinidad, la construcción política que sostiene una jerarquía estructurante. Un proyecto político extractivista, como lo define Fabbri, acostumbrado también a dar talleres en escuelas secundarias, donde les da el espesor de las vivencias cotidianas. “Mi sensación es que muchas veces esa idea de pongámosle la ‘s’ a género, pongámosle la ‘es’ a masculinidad, diluye un poco la posibilidad de seguir comprendiendo que hay dispositivos que construyen desigualdad en base a la diferencia sexual, que es binaria, más allá de que nosotros querramos un mundo que no lo sea. El dispositivo, la norma de género cis hétero patriarcal es binaria”, lanza Fabbri en una entrevista por zoom donde el afán descriptivo y preciso de su intervención académica se cruza con el afán político de aquel estudiante de Ciencia Política que en 2003 se encontró en la marcha de cierre del Encuentro Nacional de Mujeres (así se llamaba entonces) de Rosario, y abrazó los feminismos. 

En ese cruce aparece también la decisión de comprender los mecanismos del backlash antifeminista, esa rebeldía de derecha que tiene en pibes defensores del patriarcado un espacio de cosecha. “Durante mucho tiempo subestimamos ese fenómeno, hicimos consumo irónico, nos dedicamos a hacerles memes. Tenemos que empezar a tomar más en serio la discusión, no sólo en términos de análisis sino sobre todo en términos de orientaciones programáticas para pensar estrategias de intervención tanto en lo pedagógico como en lo comunicacional”, plantea Fabbri en la entrevista.

A una década de la experiencia del primer grupo de Varones Antipatriarcales, Fabbri es uno de los coordinadores –junto a Florencia Rovetto– del Área de Géneros y Sexualidades de la Universidad Nacional de Rosario. Es, justamente, UNR editora –en alianza con la editorial rosarina Homo Sapiens- el sello que lanzó la publicación, primera de una colección con el mismo nombre. Más allá de los pronósticos de las grandes editoriales, que no les auguran éxito a las compilaciones, la primera edición se agotó.

–¿Cuál es el objetivo político de sacar este libro desde la Universidad?

–En principio, se inscribe en este trabajo que venimos haciendo por poner a la Universidad pública a tono con los debates políticos de los movimientos sociales contemporáneos, en toda la agenda de género y diversidades, promoviendo una política editorial que dialogue con esa agenda, que pueda dar lugar también a la producción de materiales actuales, de calidad, que debatan con la coyuntura, que tengan su perspectiva académica y de investigación pero también una clara inscripción política con una disputa de sentido acerca de cómo trabajar esta agenda de manera transversal y en materia de masculinidades venimos bastante más atrás porque es un reflejo o un síntoma también del menor desarrollo del movimiento en términos de activismo o de acumulación organizativa y la apuesta ahí está en empezar a fomentar no sólo la existencia de una línea de trabajo dentro de la gestión universitaria en relación a estos temas, tanto en el campo del conocimiento como de la intervención, de la formación, de la extensión, sino también de la producción editorial.

La compilación pudo publicarse después de “un par de años” de trabajo. “Hubo diferentes idas y vueltas, también con algunas otras editoriales, pandemia mediante y cuando pudimos encontrar esta sinergia de trabajo con la UNR editora y proponerles trabajar sobre masculinidades, hubo mucha receptividad, mucho entusiasmo y eso permitió asociarnos también con Homo Sapiens y pensar en la posibilidad de publicar este material que estaba muy avanzado”, cuenta Fabbri.

Compilador, autor del primer artículo “La masculinidad como proyecto político extractivista. Una propuesta de re-conceptualización”, Fabbri también trabajó como editor, en diálogo con cada uno de los autores y autoras. De allí surgió “la posibilidad de que este sea el primer número de una colección, que va a llevar el mismo nombre que este libro. La idea es que esto fomente que otres se pongan a escribir y a publicar sobre estos temas, un poco con mi rol de acompañar esas producciones desde la dirección de la colección”, lanza también a modo de convite.

El libro tiene tres grandes ejes. “Desconcierto, resistencias y reconfiguraciones” es el primero, y tiene que ver con los debates que hoy están más en agenda, sobre la masculinidad hegemónica y las masculinidades. Psicoanálisis, revisión crítica de “ese deseo llamado Che Guevara”, diálogo con los feminismos, son algunos de los temas que se plantean en artículos firmados por, entre otros, Daniel Jones y Rafael Blanco, Franco Castignani, Ignacio Véliz, Emiliano Exposto. El segundo eje se centra en “disputas y desplazamientos de las fronteras del género”, en la apuesta de no regalarle toda la masculinidad a los varones cis, heterosexuales, blancos, sin discapacidad. El tercer eje, con textos que podrían considerarse programáticos, se centra en “backlash feminista y posmachismo en tiempos de varones enojados”. El foco es pensar en una disputa política con los movimientos conservadores, comprenderlos para contestarles. Backlash, el movimiento de varones enojados, un texto del australiano Michael Flood, traducido por Martín Vainstein, traza un mapa que, siendo quizás lejano, deja abiertas puertas para la acción aquí y ahora.

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–¿Por qué decidiste dividir al libro en estos tres bloques?

–Para mí esto tiene que ver con pensar la agenda de los debates políticos contemporáneos en relación al campo de masculinidades. Una de las cosas que hace tiempo siento, en tanto investigador y activista en estos temas, es que efectivamente ha quedado bastante monopolizado el campo de estudios por los varones cisgénero y heterosexuales en la mayoría de los casos y que los otros debates van por la periferia de ese campo de estudios. Hay de algún modo cierta hegemonía de ese campo y después están las otras masculinidades, que pueden ir más para el campo de estudios de las diversidades y disidencias, de los estudios trans, de los queers, de los lésbicos, también con esta cosa de la hiperespecialización y fragmentar las bibliotecas, de algún modo la masculinidad queda asociada a su identidad más normativa, más hegemónica, y eso también tiene un sustrato o un subtexto que es conceptual y es epistemológico, qué entendemos por la masculinidad y cuáles son los sujetos que están reconocidos para habitarla, y tiene efectos políticos en relación a la invisibilización, a la expulsión, a la abyección de otras subjetividades, otras identidades. Y bueno, un poco esas mismas interpelaciones o esas incomodidades, si se quiere, aludiendo al título, son las que yo mismo he experimentado en mi recorrido como activista y como investigador en estos temas, siendo un varón cisgénero y puto, y viviendo esa situación medio fronteriza en relación a la masculinidad, pero siempre desde un lugar más privilegiado que a otras masculinidades no cisgénero o no varones, entonces, bueno, poder dar lugar a esa incomodidad en un sentido productivo tiene una orientación política militante, pero también tiene una orientación en términos de producción de conocimiento.

–Ahí surge esa ampliación del campo de las masculinidades hacia aquellas que no son justamente las que aparecen a primera vista…

–Esa incomodidad posibilita un desplazamiento epistemológico para dar lugar a otros saberes, a otras experiencias, a otras conceptualizaciones. Ahí creo que mucho tiene que ver con eso ese segundo bloque de artículos en el que participan val flores discutiendo las masculinidades lésbicas, el artículo de Sasa Testa referido a una obra de teatro en particular pero que dialoga sobre la masculinidad como una performatividad, tomando la figura de las Drag Kings, el trabajo que hacen los compañeros del Colectivo de Varones Antipatriarcales de Capital, que tiene que ver con esta tensión entre la identidad varones y las maricas, militando en un mismo colectivo y recuperando los feminismos para disputar esos cuerpos masculinizados y el artículo de Blas Radi y Ezequiel Bassa, que pone en discusión un debate que estuvo atravesando la agenda de los últimos años en la Argentina que es cuáles son los cuerpos y los sujetos del aborto, en relación a cómo aparece después en el proyecto de ley esta figura de los cuerpos gestantes y la discusión acerca de las masculinidades y varones trans como sujetos que pueden transcurrir embarazos y también sus interrupciones. Ese segundo bloque se concentra muy sobre eso.

–En el primero hay una agenda quizás más transitada hoy…

–Tanto el primero como el tercero dan cuenta de dos debates muy contemporáneos de los efectos de la interpelación feminista sobre las masculinidades y sobre los varones. En el primer bloque está más vinculado a los varones sensibilizados con esta problemática, más próximos a la agenda de género, pero desorientados respecto a desde donde aportar y todas las tensiones entre esas masculinidades que ya no son pero que tampoco terminan de cuajar en un proyecto efectivamente contrahegemónico. Si se puede o no ser feminista y desde donde, todas las tensiones de cómo se traduce eso en ciertas nuevas formas de hegemonía o de cinismo, o de oportunismo o de protagonismo o también en las posibilidades de reconfiguración de otras prácticas en un sentido más colectivo que puedan tener un impacto más transformador.

–En el último bloque, la apuesta es a comprender la embestida conservadora para encontrar formas de contrarrestarla.

–Es uno de los bloques que más me gusta, me gusta muchísimo el artículo de Michael Flood, porque es como, cómo esta discusión aunque sea en Australia y las necesidades de contextualización que pueda implicar, es un debate súper vigente, hoy veía, hasta hace un ratito, este grupo NOS, que creo que está ligado a Juan José Gómez Centurión, que cortaban una bandera del orgullo, los debates en contra de la ley trans en España días atrás, dan cuenta del peligro que implica esa avanzada reaccionaria de las nuevas derechas y cómo están encontrando en los varones jóvenes enojados con los feminismos una de sus principales bases de acumulación y cómo además las fogonean desde un discurso de la rebeldía, poniendo al feminismo como la corrección política, impuesta desde el estado, el lobby internacional, etcétera. Me parece que durante mucho tiempo subestimamos ese fenómeno y que tenemos que empezar a tomar más en serio la discusión no sólo en términos de análisis sino sobre todo en términos de orientaciones programáticas para pensar estrategias de intervención tanto en lo pedagógico como en lo comunicacional, que se corran de lo punitivo y que empiecen a tomar en serio esa discusión, fundamentalmente de parte de los varones que venimos militando en estos temas. Muchas veces estamos más acostumbrados a hablar para la tribuna feminista o para los compañeros del mismo palo de nosotros, en un lugar muy endogámico  y que efectivamente implica atravesar una gran incomodidad hablar a esos sectores intentando comprender, me parece que el desafío fundamentalmente es comprender cuáles son las emociones que los movilizan a adherir a esos discursos.

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–En tu artículo, planteas que la masculinidad es un proyecto político extractivista ¿cómo explicás ese concepto?.

–Para mí, la idea de masculinidad en singular tiene que ver un poco con esta idea de dispositivo porque trae un poco a discusión, cómo existe esta red de actores, de discursos, de prácticas, que tienen un objetivo en la reproducción de sujetos, que es producir un sujeto varón, cisgénero, heterosexual, que despliegue ese proyecto político extractivista. Y ese extractivismo tiene que ver con una expropiación sistemática, cotidiana, de los cuerpos, las energías, de las capacidades y de las sexualidades de las mujeres y de las femineidades. A veces intento en espacios pedagógicos y demás, cómo aterrizar esta concepción de la masculinidad como dispositivo de poder que por ahí suena muy abstracta. Entonces, digo, sobre todo en las relaciones heterosexuales sexo afectivas podemos encontrar ejemplos muy cotidianos, imperceptibles y aparentemente inofensivos, que tienen que ver con la expropiación del tiempo, yo vivo con mi pareja mujer, ponele, y me tomo un café con leche y voy y dejo la taza sucia en la bacha y no es que espero encontrar siempre la taza sucia en la bacha. Espero que alguien destine su tiempo a lavar la taza por mí porque yo considero que puedo hacer algo más deseable o importante con mi tiempo que lavar una taza. Normalizo y naturalizo el disponer… al menos espero, puede ser que eso no suceda. Espero que ella lo haga por mí.

–A la vez, ese concepto resuena con los trabajos de los feminismos sobre cuerpos y territorios…

–En una relación sexual heterosexual consentida muchas veces también hay una expectativa por parte del varón de que el cuerpo y la sexualidad de la mujer esté a disposición del propio placer sexual, del propio rendimiento, de la propia ratificación de la virilidad, no hay una necesaria pregunta o preocupación por la distribución del placer sexual en ese vínculo. Yo digo que muchas veces me he encontrado con relatos de varones hétero que me cuentan cómo la pasaron la noche anterior con una mujer o el fin de semana, y todo lo que hicieron, las veces que eyacularon, y esto y lo otro. Y cuando les pregunto “¿y ella cómo la pasó?”, se quedan en cero, silencio. “¿Cómo cómo la pasó?”. “Claro, vos me contás cómo la pasaste vos y ella cómo la pasó”. No, no hay una pregunta por la reciprocidad, hay una pretensión o la expectativa de disponer del cuerpo y la sexualidad, o al menos de esa compañía, para el propio placer sexual. Esos son ejemplos muy cotidianos que a veces hay que poder nombrar para reconocer su existencia, pero el máximo despliegue de ese dispositivo es el femicidio, el transfemicidio, el travesticidio, el disponer de la vida de esas otras en su máxima expresión, porque si no es mía, no es de nadie. Eso se ve mucho en las relaciones interpersonales, pero es efecto de una estructura de poder, de un sistema de organización social, que después lo podemos relacionar en la relación de los hombres con la tierra, con el resto de los animales. De algún modo, todo aparece a disposición de un modelo que es antropocéntrico, pero que también es patriarcal, que también es capitalista, me parece que ahí la idea del proyecto extractivista tiene muchas aristas posibles para ver cómo se pone en juego, cómo se despliega.

Imagen: Andrés Macera.

Un puente para evitar el enojo

Luciano Fabbri conecta dos de los grandes temas que se tratan en el libro La Masculinidad Incomodada. Uno de ellos, es la pregunta por lo verdaderamente transformador de las “nuevas masculinidades”. Si no habrá en esa formulación una especie de gatopardismo, un cambio cosmético en la expresión de esta posición hegemónica. Y al mismo tiempo, el avance de las derechas que reivindican el patriarcado.

–Muchas compañeras ven en algunos varones una pose o una estrategia para no perder los privilegios.

–A mí me parece que ahí lo importante es poder visibilizarlo, poder señalarlo, poder construir anticuerpos colectivos, metodológicos, interpretativos de ese fenómeno y al mismo tiempo, comprender que no es un fenómeno específico de las masculinidades o de los varones, sino que de eso se trata el poder también. El capitalismo es metaestable, el patriarcado es metaestable, en el sentido de cómo van incorporando y metabolizando las propias críticas u objeciones para mantenerse en esa posición hegemónica.

–¿Cómo se combina toda esta discusión con el avance de los sectores de derecha con una reivindicación clara de la masculinidad hegemónica?

–A mí me parece que a veces creemos que son debates totalmente diferenciados, pero las formas en que intervenimos sobre las sospechas que nos generan esas nuevas masculinidades, muchas veces mantienen a los varones que podrían tener algún tipo de sensibilización y cercanía con estas agendas en una situación de parálisis, por no querer errar, no querer quedar expuestos, no querer quedar como aliados, en un sentido peyorativo, como feministos, el aliadín, todas estas figuras que aparecen sembrando una crítica sobre las nuevas prácticas hegemónicas, pero que tienen un riesgo fuerte. Por eso me parece que no son debates tan distintos. Eso tiene que ser una pregunta, no una sentencia. Cuando se transforma en una sentencia se estabiliza, se deja a un montón de pibes que hoy se están pudiendo empezar a preguntar estos temas en un lugar de “mejor no me pregunto esto, si en realidad no me lo está pidiendo nadie, si el resto de los varones espera que yo siga siendo un varón hegemónico y si las compañeras creen que yo no puedo dejar de ser un varón hegemónico, ¿para qué voy a dejar de ser un varón hegemónico?”.

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En este punto, Fabbri recurre a su experiencia. En 2019, en una escuela a la que fue a dar un taller sobre complicidad machista y consentimiento, encontró una escena reveladora. “En uno de los grupos de varones charlaban sobre la presión del grupo de pares para sostener determinados mandatos de masculinidad y yo digo, ‘claro, cómo el grupo presiona para la conquista sexual, el rendimiento, ciertas prácticas de acoso’ y uno de los chicos dice ‘pero eso no es la única presión, porque ahora hay otras presiones, no es la del grupo de pares para mantener el mandato patriarcal. También está la presión de no quedar como un aliado’. En ese relato, aliado era sí o sí una mala palabra. Era una mala palabra para sus compañeros varones, que lo iban a considerar un traidor, un pollerudo, un no sé qué y también era una mala palabra para sus compañeras porque aliado era sinónimo de careta, en ese contexto, o de cinismo, o de oportunismo. Y digo: ese pibe que con 16 años se estaba preguntado qué podía hacer para salir de esa relación de complicidad, parecía no tener mucha salida”, considera Fabbri.

–Según esa observación, se sentía condenado al rechazo.

–Cualquiera de las cosas que podía hacer iba a recibir algún tipo de perjuicio por parte de unos o de otras. Y me parece que hay que atender a ese relato. Por más que haya otras salidas posibles de ahí, que haya otros matices, que haya otras prácticas, si eso es lo que desde el sentido común abonamos desde algunos discursos militantes, tenemos que hacer una observación más autocrítica de nuestros discursos. Creo que lo que les tenemos que ofrecer es ganas de embarcarse en esta, de ensayar, de errar, pero de embarcarse, de salir de la situación de parálisis, de expectativa, de preguntar qué tiene que hacer, dónde tiene que ir o de la indiferencia, y a mí me preocupa esta forma de estabilizar la crítica legítima a partir del enojo y del malestar que genera ver que los cambios no llegan con los ritmos y la contundencia que se necesita, termine fortaleciendo ese repliegue de los varones.

–Al mismo tiempo, volviendo a la idea de masculinidad extractivista, los discursos de la derecha –con bastante anclaje en cierto sentido común—sale a decir que las extractivistas son las mujeres.

–Sí. Me parece que ahí dialoga por un lado ese sentido común con esta tendencia más a la victimización de los varones que expresan su malestar y su enojo en relación a los avances de los feminismos. Reivindican para sí los privilegios que siempre tuvieron y que sienten estar perdiendo, porque suponen que esos privilegios son legítimos por todo lo que ellos “dan” a las mujeres. Suponiendo que la división sexual del trabajo, la domesticación de las mujeres, el techo de cristal, la falta de acceso a oportunidades en el ámbito de lo público, o el jubilarse antes, son privilegios femeninos y que hay una pose en la reivindicación de la igualdad de las mujeres porque no están queriendo esa igualdad sino terminar de arrebatarles esos privilegios a los varones.

–¿Y cómo se interpela ese sentido común?

–Ahí me parece que todo el tiempo es necesaria la pregunta más sobre lo concreto a la hora de intentar interpelar ese sentido común, en el sentido de poder visibilizar cómo se ponen en juego esas desigualdad en el marco de lo cotidiano, de poder pensar cómo se distribuye el tiempo, cómo se distribuyen las tareas domésticas, cómo se distribuye la medicalización del propio cuerpo a la hora del cuidado de la salud sexual y reproductiva, cuáles son las tranquilidades o riesgos que transcurrimos uno y otras a la hora de circular por el espacio público. Y además de todo eso, porque no alcanza, poder disputar la interpretación acerca de los costos que tenemos los varones por los mandatos patriarcales de masculinidad, que me parece que ahí el artículo de Michael Flood es un gran acierto, porque de algún modo estos mismos varones que dicen que las mujeres son privilegiadas y extractivistas, lo que van a utilizar son toda una serie de estadísticas acerca de la morbimortalidad de los varones, que en promedio morimos seis o siete años antes que las mujeres, que tenemos una mayor tasa de suicidio sobre todo en la adolescencia y las juventudes, que tenemos un mayor porcentaje de mortalidad por causas evitables, causas externas ligadas a homicidios, accidentes de tránsito, violencia urbana, violencia institucional. Ellos utilizan estos datos para desmentir la existencia del patriarcado.

–En realidad, es una confirmación de su existencia.

–El gran esfuerzo que tenemos que hacer sobre todo los varones que militamos esta agenda es disputar la interpretación de esos datos, para poder visibilizar que en realidad vienen a demostrar que el patriarcado existe, que tiene mandatos de masculinidad y que esos mandatos que perseguimos los varones para ser reconocidos como tales nos hacen enfermar y morir. Creo que ahí hay una disputa de sentido que tenemos que dar para que esta agenda llegue más allá del corralito de la militancia o del activismo familiarizado con el tema.

Fuente: Página/12

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