Hay la tendencia de adjudicarle al tango palabras altisonantes, corajes esquineros, adjetivos rumbosos o crípticos que el no-lego se queda pensándolos, perplejo. Como estableciendo que se trata de hábitos de hombres recios, y de mujeres más o menos puestas en el lugar de deseadas, sometidas y temidas. Son tópicos que desde una apresurada exterioridad han tratado de barruntar sus orígenes echando mano de leyendas o de testimonios simplificadores.
¿Cómo es que se originó? Lo primero que imaginamos es que la gente de la llamada orilla en las ciudades del Río de la Plata, se reunía para divertirse, disfrutar de la vida, propiciar encuentros de los sexos, olvidos de la esforzadas cotidianeidades de desheredados nativos e inmigrantes pobres que cruzaron el océano en búsqueda de mejor vida social.
¿Cuáles eran sus lugares de reunión? Los bodegones, clubes, burdeles, tablados de circos y teatros, las Sociedades de Resistencia, las Casas de Socorros Mutuos. Allí resplandeció una forma de bailar muy original, que desplazaba las figuras abrazadas al son de una música también muy original.
Al asociacionismo para ejercer luchas y mutualidades lo habían llevado los recién llegados de sus respectivos países europeos. Eran italianos, españoles, franceses, rusos, etc., que cargaban con el bagaje de necesidades, persecuciones y anhelos. Se mezclaron en las orillas con los criollos, que en su mayoría fueron gauchos errantes, en un tiempo anterior a la instalación de las alambradas en la pampa. Juntos construyeron un ambiente de encuentros, fiestas, disputas y lances.
En la Babel de lenguas bailaban y bebían, se comunicaban en el abrazo del tango y de su música. Allá por los años 1880, este había empezado a abrirse camino entre otras danzas, cuando se desataron las amarras a la inmigración masiva. Nada extraño resultaba en los aires cosmopolitas de la cultura urbana que marcaban los nuevos tiempos. Con los instrumentos que hubiera a la mano, el bandoneón recién desembarcado de Alemania inclusive, se le daba cuerpo y ciudadanía al tango que hacía furor en calles y garitos.
Habrá mucha danza y música, durante unos cuarenta años, hasta que encuentre la poesía su forma definitiva en la canción con argumento, entonada -en el año 1917-, por Carlos Gardel.
Es un canto que suena por encima de los condicionamientos sociales, de los prejuicios, de las pautas patriarcales que el patriciado enriquecido y mandón tenía preparado para las clases subalternas. El pueblo organiza su fiesta y su discurso. Un discurso a partir de la primera y definitiva letra argumentada, encarnada por un hombre y una mujer cuya fuerza es ser como son, concretos, auténticos existentes en una realidad con los objetos propios del medio cotidiano que habitan. La vida habla, canta. Es el desclasado, el proletario, la mujer que ‘hace la calle”, que puede ser también fabriquera, lavandera, madre venerada. Y encarnar la tentación por su belleza, su forma de bailar, de ser y de amar. Es el hombre confuso entre crisis de valores tradicionales a los que vanamente se aferra, que ve la sociedad organizada en nichos estancos que le llevarán a gastarse la vida y los sueños, tan necesarios como la confianza en días mejores para los pobres.
Con esos personajes, sin la presencia de sentimientos religiosos fuertes, con la calle como escuela y lugar donde encontrarse con los otros, se hace el tango.
¿Quiénes son autores de los poemas de sus canciones? En su mayoría escribidores, saineteros, periodistas, oradores y luchadores sociales que concurren a casas de baile, cabarets, Casas de Socorros Mutuos, donde la gente se mezcla y el pobrerío desahoga frustraciones, busca el aire para distraer su condición de marginado. Un hecho como tantos que el relato de la cultura oficial ha soslayado es que habían recibido la prédica de los anarquistas según prueba la historia social y política. Si bien no son todos los autores, sí quienes conforman la mayoría, o los más importantes. Dieron la pauta de futuro inficionados de la ”idea”, el ideario que puso en marcha y aportó argumento a las aspiraciones de redención humana desde finales del siglo XIX.
Observamos su presencia en el reconocido iniciador Evaristo Carriego, maestro de todos, que era articulista del “La Protesta”; como en el inventor de la primera letra, Pascual Contursi, hombre de militancia libertaria. Resplandece más aún, en el horizonte de aquellos días la impronta de José González Castillo un notorio activista, autor teatral y poeta. Organizaba la educación de los artistas en Peñas barriales; y fundó con otros la Univ. Popular de Boedo, tras retornar a Buenos Aires de su exilio en Chile. A sus tertulias en cafés como a su casa concurrían payadores, músicos y poetas. Poetas señeros como Discépolo, Celedonio Flores, Cátulo Castillo, Osvaldo Manzi, etc.
Diríamos que el magma, la matriz fundacional fue constituida por gente iniciada o influida por el pensamiento libertario. Y el tango es música y letra de cánones, de modelos que desde sus orígenes lo sostienen hasta hoy. Expresa valores vigentes en la sociedad en movimiento donde se engendra y crece. Se verá con el tiempo por un lado el sacudón que significa la puesta en escena de realidades íntimas, convertidas por el arte en lugares comunes. Por otra parte, ciertos ejes de la vida colectiva como la relación campo-ciudad, la condición de la mujer, el trabajo social, la distribución de las clases, las problemáticas del siglo, aireadas en sus letras. Paradigmático será el período de la década de 1940, llamada la Década de Oro cuando la poesía y las orquestaciones alcanzan su esplendor estético. Se superan la rémora de una época marcada por la sociedad machista de principios del siglo XX, se establecen los arreglos que definen estilos en los conjuntos, las letras de las canciones se nutren de las más ambiciosas búsquedas del expresionismo, el surrealismo y la filosofía existencial. Constatan los cambios sociales que trae una pretenciosa industrialización en un arrabal adonde, en los nuevos tiempos “conversa el cielo/ con los sueños/ de un millón de obreros”.
A todas luces, el tango nació con el pentagrama al lado para que sus músicas fueran escritas y se reprodujeran según autor e intérpretes. A su vez, el modelo de letra y forma de ser cantado expuesto por Gardel, se retomará en cada década que fue atravesando. Quizá allí radique la fuerza popular directa de las composiciones, el tratamiento del lenguaje de contar las cosas como son, por más terrible o extrañas que acaecieran, conjuntadas a una música que nos hace bailar. Se comentará la muerte si fuera menester, canalladas, ilusiones, entusiasmos, burlas y rencores, para escucharlos con gravedad, o bailarlos con ese empaque de serenidad y cosa medio sagrada que es un tango bien hecho. Con las alas de la música pueden volar las más variadas situaciones del alma. Soñamos con existencias mejores que se cruzan y anulan, muchas veces, con la “arena en el paladar” de las frustraciones.
Hubo tangos anarquistas, como también hubo militantes de esas ideas entre los payadores, aquellos que en versos repentistas glosaban el vivir y el presente social. Pero sin que pretendieran sus autores encarnar consignas ni programas. La fuerza genérica de las letras del tango estaba en agitar perplejidades, en explorar lo desconocido, en denuncias descarnadas, en manifestar anhelos así fueran imposibles. Si uno indaga el sentido de letras emblemáticas, de esas que superan la erosión del tiempo, encontrará expuesto en lenguaje laborioso y directo, rastros evidentes del pensamiento libertario. Como seguramente de alguna manera, así lo sintieron gentes de diversos puntos del mundo que bailaron y disfrutaron de la belleza de sus canciones.
Siendo un arte popular, lleva impregnadas sus alas del perfume y hálito de todas las realidades que se agitan en sus vastas circunstancias. Habrá, por ende, canciones para muchos gustos. Incluso deleznables, si se buscan. Pero será siempre encontrarse, a la vez, con la afirmación de la libertad individual en el anonimato, con la revelación de una vida común emergida por el misterio del tango, hacia la observación empática de los otros. Con el sentimiento de que estamos aquí en la fugacidad de la vida, y que nadie es más que nadie cuando se asume la existencia en sus pautas esenciales. Canciones en las que se siente la fuerza del ideario de sus inventores, no su literalidad sino ideas libertarias que aparecen en los intersticios de la vida individual y social. Véanse “Quiero morir conmigo/ sin confesión y sin Dios…”; “Te fuiste de tu casa/ tal vez nos enteramos mal…”; “A mí qué me importaba tu pasado/ si tu alma entraba pura a un porvenir…”; “…Ante el sufrir de un hermano/ quisiera llorar con él…”; “…Y a saber que un buen amigo en la vida/ vale más que lo que pueda tener…”; “… Tú, con la magia de tu amor y tu bondad/ me enseñaste a sonreír y a perdonar…”; “… Vi el desfile de las inclemencias/ con mis pobres ojos llorosos y abiertos…”; “…Ya comprendo…que se cuidan los zapatos/ andando de rodillas…”; “…¡Novia querida!/ novia de ayer/ quien más quien menos/ pa`mal comer/ somos la mueca/ de lo que soñamos ser…”. Espigamos y hallamos perlas de esta índole que remiten a la emancipación, a la fraternidad, el fin de las supersticiones religiosas, la solidaridad, el amor entre iguales, el deseo de un mundo mejor… Las banderas, de últimas, de quienes se formaron en la prédica que busca despertar en la gente la posibilidad y el deseo de la redención social.