La versión original de este articulo fue publicada en: Pozzi, Pablo y Godinho, Paula, Insistir con la esperanza, Buenos Aires, Clacso, 2019.
- Resistencias, movimiento piquetero y educación popular
El despliegue del neoliberalismo en Argentina contó con diversos dispositivos que actuaron como mecanismos de disciplinamiento sobre los trabajadores y las clases populares. El terrorismo de Estado que introdujo la última dictadura militar (1976-1983) logró internalizar en amplias franjas de la sociedad una pedagogía del terror. Con el retorno de la democracia, la hiperinflación de 1989 durante el gobierno de Raúl Alfonsín dejó como saldo la terrible experiencia de liquidación en días de la capacidad adquisitiva del salario y el descenso a la pobreza de millones de personas.
Sin esa brutal experiencia, difícilmente el gobierno de Carlos Menem podría haber aplicado su recetario extremo de políticas neoliberales. En el proceso menemista, se agregó la profundización de un tercer mecanismo de disciplinamiento que ya venía en crecimiento desde la dictadura: la multiplicación de la desocupación, que alcanzaría las cifras más altas de la historia del país. Terror, hiperinflación y desempleo se aunaron para construir un elemento central de control social, la heterogeneización y fragmentación de las clases populares.
El peso de una clase obrera con altos niveles de sindicalización; importante calificación y escolaridad; capacidad organizativa en las fábricas a partir de la expansión de comisiones internas y cuerpos de delegados; unificación política desde una identidad común mayoritariamente peronista; fuertes espacios de sociabilidad y construcciones identitarias que se desplegaban desde la fábrica al territorio junto a una combatividad muy alta, se había modificado profundamente. Dejaba, lenta pero constantemente, su lugar a altos niveles de desempleo, cuentapropismo y diversas formas de precarización laboral que dibujaban un escenario mucho más diverso y dividido de la clase trabajadora. El puntero barrial, con su mecanismo de mediación selectiva y clientelar para el acceso a recursos provistos por el Estado para los habitantes del Conurbano profundo, reemplazaba el papel de los sindicatos y su rol de negociación con el Estado.[1]
En ese marco, no faltaron distintas resistencias sociales a la reestructuración socioeconómica regresiva que vivió la Argentina; sin embargo, la mayoría de ellas fueron vencidas. En particular, las derrotas de importantes huelgas, como las de los telefónicos o los ferroviarios que enfrentaron las privatizaciones del primer gobierno menemista, actuaron como mecanismo aleccionador para el conjunto de las clases populares.
Durante el segundo gobierno de Menem (1995-1999), en el interior del país comenzaron a producirse nuevas formas de conflictividad que tuvieron repercusiones inesperadas. En los pueblos de Cutral Có y Plaza Huincul de la provincia de Neuquén primero, en Tartagal (Salta) y diversas zonas de Jujuy después, se organizaron puebladas y acciones de protesta que trajeron como novedad el corte de ruta. Al interrumpir los circuitos de comercialización del capital y ocupar el espacio público, pusieron en evidencia lo que ya no se podía visibilizar desde la fábrica producto del desempleo. En aquellos lugares del interior, quienes motorizaban las acciones eran ex trabajadores de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), emblemática empresa estatal que al ser privatizada redujo drásticamente su personal. Muchas de estas ciudades, dependientes de esta fuente de trabajo, habían quedado condenadas a su extinción.
Los multitudinarios cortes produjeron otras novedades: un creciente protagonismo juvenil; decisiones tomadas en asambleas, en pos de un fuerte rechazo a los mecanismos delegativos de representación; un importante nivel de combatividad y aparición de formas de manifestarse que se volverían prototípicas del futuro movimiento piquetero, como la quema de neumáticos, la cara tapada y las barricadas que impedían el paso. La pronta respuesta del Estado, que de la represión masiva pasó a la expansión del Plan Trabajar[2], generaría derivas inesperadas para el poder. Los cortes de ruta llegaron durante 1998 a la determinante Provincia de Buenos Aires y se expandieron, a pesar de las agudas represiones con las que fueron recibidos.
Por esa época, diferentes grupos provenientes de tradiciones políticas emancipatorias muy diversas habían comenzado un trabajo de inserción en las barriadas más pobres del Conurbano bonaerense. Tenían en común su rechazo a la participación electoral, su búsqueda de poner en el centro de la organización al desempleado y su predilección por la acción directa como forma de protesta. Las puebladas del interior pasaron a formar parte de la construcción simbólica e identitaria de la mayoría de esos grupos, por representar la rebelión popular que anhelaban. Esas construcciones pronto empezaron a conectarse con procesos de lucha anteriores, como las tomas de tierras y la presencia en el trabajo territorial de espacios relacionados con la Iglesia católica y las comunidades cristianas de base, que recogían ecos de la vieja teología de la liberación[3]. Así nacía el “milagro sociológico” del movimiento piquetero, organizando a los desocupados/as urbanos. Su explosión mayor ocurrió durante el gobierno de Fernando De la Rúa (1999-2001), candidato de la Alianza, que desplazó al PJ del gobierno, manteniendo el Plan de Convertibilidad[4] y el conjunto de las políticas neoliberales implementadas por el gobierno anterior.
Rápidamente el campo de protesta piquetero se articuló en vertientes, organizadas por su pertenencia a diferentes matrices ideológicas. En un proceso relativamente veloz se esbozó, por un lado, una tradición nacional-popular afín al peronismo y con canales con el Partido Justicialista, en especial la Federación de Tierra y Vivienda (FTV) encabezada por Luis D’Elia, con epicentro en La Matanza[5]. A su vez, los partidos de izquierda organizaron sus propias corrientes piqueteras como la Corriente Clasista y Combativa (CCC) dirigida por el maoísta Partido Comunista Revolucionario (PCR). En su mayoría, sin embargo, se constituyeron de manera diferenciada, como el Polo Obrero referenciado en el trotskista Partido Obrero (PO) y una constelación de organizaciones piqueteras vinculadas a diversas orgánicas de izquierda.
Por otro lado, se articulaba una tercera vertiente, en particular en la zona sur de la Provincia de Buenos Aires, caracterizada por su énfasis en la construcción de base, su preocupación por las prácticas asamblearias no delegativas y las acciones directas que confrontaran con el poder. Tempranamente, esta vertiente mostró una voluntad firme por la formación política de los miles de desocupados que convocaba la tríada organizativa de cortes de ruta, asambleas, Planes Trabajar y alimentos arrancados al Estado por la lucha. Con una impronta autonomista, esos espacios veían estas conquistas como un paso para la construcción de otras formas de sociabilidad, con eje en la autoorganización y autoemancipación de las clases populares. Esa mirada coaguló, poco tiempo más tarde, en la concepción de Poder Popular[6], en referencia a la convicción de que no puede existir trasformación revolucionaria sin la construcción de formas prefigurativas de valores y prácticas que vayan erigiendo los embriones de la sociedad venidera. Para esta corriente, la nueva subjetividad no puede esperar a la hipotética toma revolucionaría del poder estatal, sino que debe impulsarse aquí y ahora, sin disociar medios de fines.
El proceso de recomposición de las luchas iniciado en 1996 en los cortes de Cutral Có se condensó en las jornadas rebeldes del 2001, que obligaron a renunciar primero al Ministro de Economía Domingo Cavallo -creador de la convertibilidad menemista- y finalmente al propio De la Rúa. Los sentidos y miradas que circularon aquí fueron múltiples, pero desde nuestra perspectiva, lo esencial del 2001 es quesimboliza el quiebre de los viejos dispositivos de control social vigentes desde la dictadura. Sus grandes protagonistas fueron no sólo el movimiento piquetero, sin dudas su actor más dinámico, sino también fábricas recuperadas por los trabajadores y asambleas populares, que se multiplicaron tanto en el Conurbano como en Capital Federal. Todo ello implicó la aparición de prácticas que refundaban la política como praxis transformadora y a su vez, ponían en cuestión paradigmas y pensamientos emancipadores previos, incorporando otras concepciones y formas de construcción.
La experiencia de formación que relataré fue hija de este largo proceso de recomposición de la capacidad de lucha de las clases subalternas, en especial de la tercera vertiente del movimiento piquetero. El cuestionamiento a la lógica de representación y la delegación; la necesidad de prefigurar otros valores; el requerimiento de que las asambleas no sean un mero espacio informativo manejado sólo por referentes, sino de genuina deliberación -lo que implica la circulación de información producida colectivamente y la disminución de las brechas formativas de los participantes- fueron preocupaciones que potenciaron la democracia de base.
A la hora de construir espacios de formación, uno de los preceptos fundamentales de esta concepción consistió en no escindir los momentos de acción de las instancias de reflexión. La lucha, aquí, es considerada parte del proceso de cambio de las subjetividades y debe estar acompañada de instancias que la analicen y tiendan puentes con otras experiencias, tanto latinoamericanas como históricas, así como con los saberes de compañeros/as de mayor recorrido en las experiencias populares. La síntesis de esta idea se recoge en la consigna: “El que lucha ya sabe, pero el que reflexiona sobre sus luchas, lucha mejor”.
Con la firme creencia de que sólo la participación popular masiva puede lograr procesos de cambio genuinos, achicar la brecha entre los que participaban más y los que lo hacían menos se tornó primordial. Uno de los objetivos de lo que comenzaba a concebirse como Educación Popular[7]se centraba en cuestionar esa escisión, sin que ello implicara negar el papel de quienes actuaban como núcleo dinamizador de todas las construcciones de base.
De esa manera, se rechazaron tanto las visiones autonomistas extremas, que hacían hincapié exclusivamente en una supuesta horizontalidad, como aquellas que se erigían desde un culto a las direcciones y escindían al partido -depositario del saber político de la vanguardia- de los frentes de masa. Se trató de una impronta que retomaba planteos de ciertas corrientes de los 60’ y 70’, pero sobre todo los aportes de Paulo Freire, de quien se recuperaba aquella frase “Todos nosotros sabemos algo, todos nosotros ignoramos algo. Por eso, aprendemos siempre”.[8] Ello permitió cuestionar la idea del aprendizaje como mera recepción y repetición de conocimientos de otros que portan el saber. Estas visiones se reforzaron aún más al establecer una relación con el Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil y su escuela Florestan Fernandes, que recibía todos los años decenas de militantes de los movimientos populares latinoamericanos, permitiendo además consolidar la importancia de otra perspectiva: la mística.
En síntesis: esta práctica formativa pretendió, con sus aciertos y errores, poner en cuestión el predominio absoluto de la razón y la negación del cuerpo, las emociones, los deseos y todo el universo de lo simbólico bajo el calificativo de ‘irracionalidad’. Por el contrario, los espacios formativos y los espacios cotidianos de construcción debían estar atravesados por instancias y momentos que recogieran las distintas formas de sentir y de existir. El festejo, las vivencias colectivas, la rebeldía ante las injusticias, el traer a la formación otras dimensiones –canciones, poesías, novelas, cánticos, dibujos, momentos de teatralización, etc.- permitían restituir otros planos de la subjetividad de los participantes. Si en el MST esa concepción tenía que ver con la influencia de las comunidades cristianas de base en su conformación, en los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) conectaba con otros aspectos de la cultura popular. En los MTD se constituyeron espacios de formación –áreas en la jerga de los movimientos-, que en conexión con diversos colectivos educativos, militantes de procesos de lucha anteriores e intelectuales orgánicos pusieron en marcha diversas instancias de reflexión y aprendizaje en las barriadas más humildes del Conurbano.[9]
Estas instancias, desde una época temprana, no se limitaron a los talleres de formación de base. Para los/as referentes de los movimientos y los activistas con mayor protagonismo -aunque abiertos a quien quisiera participar- se generaban también espacios formativos. En ese sentido, recuerdo haber participado y co-organizado alrededor del año 2000, junto a Miguel Mazzeo, Axel Castellano y Fernando Pita, un taller acerca de las luchas populares a lo largo de la historia argentina del Siglo XX en la ranchada del MTD de Solano, con la participación de miembros de ese movimiento, del MTD Brown y de Lanús[10]. El lugar físico eran galpones de piso de tierra, troncos usados como asientos y mesas improvisadas con maderas y caballetes. La descripción ilustra la precariedad en la que se desarrolló el nuevo ciclo de luchas y la formación en esa etapa.
Como anécdota que evidencia algunas de las tensiones que recorrían los movimientos, al abordar el proceso del peronismo -desde una visión crítica, pero que ponía en valor ciertas dimensiones de aquel momento histórico- una compañera, hasta ese momento muy activa y participativa en talleres anteriores, cambió de actitud -incluso corporal- manifestando un fuerte rechazo durante el desarrollo de este tema. Aquí puede verse una cuestión no menor que cruzaba a los movimientos, cuando se ponía en discusión esa identidad política con fuerte presencia en el presente. Mientras que los mayores -sobre todo hombres con alguna experiencia sindical previa- recuperaban positivamente esta experiencia desde el pasado, los más jóvenes tendían a repudiarlo en bloque. Para ellos/as el peronismo era lo que se estaba viviendo en el menemismo, el gobierno de Duhalde (2001-2002) y con el puntero del Partido Justicialista (PJ) como símbolo de opresión en las barriadas. Es una extensa discusión -que no puede ser abordada aquí- si el ciclo kirchnerista (2003-2015) modificó o no esa percepción y ese corte generacional. Al respecto creo que en este período, si bien franjas juveniles provenientes de la clase media progresista se acercaron a la identidad peronista y resignificaron la tradición nacional popular, ese proceso no tuvo para nada la misma intensidad en los jóvenes de las barriadas populares.
La masacre de Avellaneda[11], con el asesinato por la policía bonaerense de los militantes de los MTD Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en Junio del 2002, preparada y avalada por las máximas instancias políticas del gobierno de Duhalde, produjo una fuerte reacción popular y el adelantamiento de las elecciones. En los movimientos se generó una cierta pérdida de la masividad -al menos en los MTD- pero también un fortalecimiento de una franja de activistas de los barrios, una reafirmación de la identidad y un acercamiento de centenares de jóvenes, en gran parte provenientes de la clase media, atraídos por las concepciones de los MTD y por la figura simbólica de Darío Santillán. Al mismo tiempo, se redobló la preocupación por las instancias de formación como una forma de cohesionar identitaria y conceptualmente los movimientos frente a la feroz ofensiva represiva.[12]
Tiempo después de la masacre de Avellaneda, el MTD Aníbal Verón[13] se fractura y una parte mayoritaria del movimiento piquetero autónomo converge en Marzo del 2004 en la creación del Frente Popular Darío Santillán (FPDS). En aquel contexto, el frente pretende recoger gran parte de las experiencias y valoraciones del ciclo de lucha 1996-2002. Coincidentemente, su fundación ocurre casi en paralelo al acceso de Néstor Kirchner (2003-2007) a la presidencia del país.
- 2- Los desafíos del ciclo K y la coyuntura del 2008
La caracterización del kirchnerismo no puede ser desarrollada detenidamente aquí, pero sin dudas constituye uno de los núcleos del debate de las organizaciones populares en todo el período.
Desde nuestra perspectiva, compartimos aquellas lecturas que problematizan el ciclo kirchnerista y no tienen una mirada superficial que lo concibe o como un proyecto genuino de liberación nacional o como mera continuidad del neoliberalismo. El proyecto hegemónico de esa etapa pudo construir una alianza que abarcó desde fracciones de la clase dominante hasta franjas mayoritarias de las clases subalternas, porque comprendió que, después del 2001, la gobernabilidad requería tomar en cuenta e incorporar determinadas demandas de ese ciclo de luchas.
La combinación de crecimiento económico, con cierto desarrollo del mercado interno y la industria, junto a los recursos provenientes del extractivismo –con los superávit mellizos comercial y fiscal– más la legitimidad social obtenida por su política de derechos humanos, la ampliación y nacionalización de las jubilaciones, la Ley de Medios, la Asignación Universal por Hijo y una política internacional de perfil latinoamericanista, le permitió la reconstrucción de la gobernabilidad y el despliegue de una enorme capacidad de asimilación e integración de buena parte de los movimientos populares.
Ese mismo modelo se conformó sobre la base de la continuidad de aspectos claves del neoliberalismo. A nivel de los servicios públicos y el sistema de trasporte mantuvo[14] el predominio de grandes grupos económicos extranjeros y locales. La tasa de ganancia de muchos de esos grupos se garantizó por medio de enormes subsidios estatales, que tenían la contracara de mantener en niveles bajos las tarifas de los servicios. Como los sueños de una burguesía nacional resultan en la actual etapa del capitalismo muchísimo más utópicos que cualquier proyecto socialista, la burguesía beneficiada con esos ingresos no reinvirtió una parte de sus ganancias, sino que los volcó al sector financiero y desarrolló la consabida estrategia de fuga de capitales.
La acentuación del extractivismo, por medio de los agronegocios y la megaminería a cielo abierto llevó aparejado, además de la destrucción de bienes comunes como el agua o la tierra, brutales costos socioeconómicos -muertes por envenenamiento, alergias, enfermedades de distinto tipo- que se tornan un costo social sobre el sistema de salud y el bienestar de todos/as los habitantes. Además, su expansión repercute directamente sobre miles de familias campesinas e indígenas que se ven despojadas de sus tierras y obligadas a trasladarse a las megalópolis, sin posibilidades de acceso a la vivienda y con servicios colapsados.
A su vez, si grandes franjas de trabajadores mejoraron su acceso al empleo y sus ingresos, vía paritarias y mayor nivel de conflictividad sindical, al mismo tiempo se profundizaron los quiebres y las diferenciaciones al interior de la clase trabajadora. Por un lado, porque el trabajo en negro abarcó en el país a más de un tercio de la fuerza de trabajo. Por el otro, porque como lo señaló el informe anual del año 2015 de la Organización Internacional del Trabajo para el conjunto de la región, las franjas más altas y minoritarias de los asalariados se llevaban la mayoría de la masa salarial, mientras que los trabajadores ubicados en el nivel más bajo se repartían apenas el 5%. Se consolidaba así una escisión al interior del movimiento obrero entre un sector con trabajo en blanco, salarios más altos y acceso a determinados beneficios vs una gran masa de “precariado” privada de esos derechos.
En el caso del FPDS, se tomó la decisión política de no incorporarse al armado del kirchnerismo a pesar de ser recibidos, aún como parte del MTD Aníbal Verón, por el propio presidente en los primeros meses de gestión. La piedra de la discordia fue el no cumplimiento de la promesa de creación de una comisión que investigara a fondo las responsabilidades políticas de la masacre de Avellaneda. A pesar de su posterior enfrentamiento con el duhaldismo, el apoyo decisivo de esa corriente para que Kirchner llegara a la presidencia primero, y la intención de captar para su estructura a los referentes del duhaldismo después, pesaron mucho más para terminar por cerrar e impedir la vía de castigo a los autores intelectuales de la represión. El rechazo, por quienes poco después formarían el FPDS y que ya confluían al interior de la Verón en lo que se denominaba “espacio de afinidad”, se acentuó ante la indicación de que se podía acceder a recursos y candidaturas en los territorios si se abandonaba la calle y el corte mensual en cada 26 de Junio -fecha de la masacre- del estratégico Puente Pueyrredón, que une Avellaneda con Buenos Aires. La propuesta empalmaba con un clima de época basado en la normalización institucional que requería quitar a los movimientos de la calle.
La Verón se fractura nuevamente, ya que mientras el MTD de Varela[15] se muestra más receptivo –al menos parcialmente- con la propuesta, la mayoría de los movimientos inician el camino que coronaría con la aparición del FPDS.
En la creación de la nueva organización se condensan los postulados de Poder Popular con construcciones que impulsen prácticas prefigurativas, la democracia de base con impronta asamblearia, la formación como pilar imprescindible para posibilitar los dos postulados anteriores y una forma organizativa que comienza a plantearse como una “pirámide invertida”. En ese esquema las asambleas de los movimientos aparecen en la punta de la pirámide. El resto de las instancias organizativas, de tipo delegativo, se encuentran subordinadas –o al menos, esa es la intención- a espacios asamblearios y plenarios nacionales de la militancia.[16]
Como uno de los balances principales del ciclo de luchas anterior, se cuestiona el haber puesto en los MTD una referencia exclusiva. De este modo, se comienza a concebir al FPDS como un espacio multisectorial, que junto a las construcciones territoriales debía incluir organizaciones estudiantiles, campesinas, de trabajadores, y desarrollar una política que se definiera explícitamente como antipatriarcal. Esta última definición fue producto de la conformación del espacio de género -pionero en ese plano en lo que respecta a los movimientos- que tendrá su génesis durante un corte del Puente Pueyrredón. Con respecto al trabajo territorial, se postula que debe dejar de colocar la obtención de planes de empleo y alimentos como reivindicación principal, para abocarse a profundizar el trabajo educativo, las experiencias culturales y la lucha por otras demandas desde donde organizar las barriadas. A corto plazo, esa reformulación deriva en la expansión de los bachilleratos populares y la acción de diversos colectivos que se acercan a las luchas desde una impronta cultural.
A nivel de la formación se conforma el área en 2005, una extensión natural de los espacios de los movimientos. Estaba compuesta, sobre todo, por compañeros designados por los movimientos y sectores de construcción de la organización. Por otra parte, se toma la decisión de lanzar los campamentos nacionales de formación como instancia pedagógica privilegiada que convoque a la militancia de todo el país.
No casualmente, el eje del primer campamento en 2006 es el de Poder Popular.[17] En ese sentido, la noción de Poder Popular modificó el enfoque de autonomía elaborado en la etapa anterior. La autonomía pasó a ser entendida cada vez más como capacidad del pueblo de organizarse por sí mismo y no sólo como independencia del Estado, los partidos políticos y la iglesia, como se enunciaba previamente. Mientras tanto, en el país se desemboca en el 2008, ya con Cristina Kirchner en su primer mandato como presidenta (2007-2011).
En el transcurso de ese año, estalla un virulento conflicto entre el gobierno y el agronegocio, relación que hasta allí había marchado sin tropiezos. Ante el ciclo de aguda suba de los precios de los bienes primarios, en especial de la soja transgénica, la administración kirchnerista diseña la resolución 125, que proponía incrementar las retenciones a las exportaciones. El afán de acceder a mayores recursos fiscales por parte del gobierno quedaba en evidencia, ya que la resolución no distinguía al interior del agro entre las enormes diferencias respecto al tamaño de las explotaciones, capacidad productiva, de comercialización, etc. Esa indiferenciación contribuyó a potenciar el arco opositor a la medida y su capacidad de movilización.[18] Por primera vez, se consolidaba un bloque opositor que, con epicentro en el agronegocio, se articulaba con otras fracciones del bloque dominante, con grandes grupos monopólicos de la información como Clarín y la Nación, convocaba a gran parte de las clases medias urbanas y articulaba partidos opositores de derecha –e insólitamente también algunos de izquierda- que hasta allí no habían conseguido audiencia mayoritaria para sus planteos. Visto retrospectivamente, se amasaba en ese conflicto una subjetividad con fuerte impronta reaccionaria que el macrismo lograría unificar electoralmente en 2015.
En paralelo, se desataban a nivel mundial las primeras manifestaciones de lo que desde el FPDS se leyó posteriormente como una crisis mundial que conjugaba tres niveles: una económica sistémica, una ecológica-ambiental y una crisis civilizatoria.[19] El ciclo de suba aguda de las materias primas comenzaba a llegar a su fin.
En ese contexto es que comienza a desarrollarse la primera experiencia de formación en una escuela de carácter permanente, que compartirá de allí en más su importancia junto a los campamentos nacionales.
- 3- La escuela de formación y los intelectuales orgánicos
En este trabajo concebimos a los participantes del área de formación como intelectuales orgánicos, partiendo de la definición de Antonio Gramsci que afirma “…Por intelectuales es preciso entender no sólo aquellas capas comúnmente designadas con esta denominación sino en general toda la masa social que ejerce funciones organizativas en un sentido lato, tanto en el campo de la producción como en el de la cultura y en el político-administrativo.” Esos intelectuales que cumplen funciones organizativas, educativas, políticas y culturales juegan un papel determinante para que las clases subalternas dejen de serlo ya que “…La autoconciencia significa históricamente creación de una vanguardia de intelectuales, que dé cohesión y homogeneidad a la organización de masas…una masa no se ‘distingue’ y no se vuelve independiente por si misma sin organizarse… y no hay organización sin intelectuales, o sea sin organizadores y dirigentes”[20] De esa manera, para lograr romper con la hegemonía de las clases dominantes y construir una contrahegemonía de las clases subalternas, para que éstas puedan en un proceso autogobernarse, hay un rol de articulación que debe jugar esta capa de intelectuales orgánicos.
Desde ya, si partimos de Gramsci, esa calificación le corresponde a todo un activismo, que excede plenamente a quienes conformaban el área de formación. Pero si nos detenemos en esta cuestión es porque del área formaba parte una franja con participación en el campo académico. Esa pertenencia suele asociarse en el sentido dominante y en las concepciones de las instituciones educativas oficiales como los intelectuales reconocidos como tales. Se trata de lo que Gramsci denominaba intelectuales tradicionales, aquellos que “…sienten con ‘espíritu de cuerpo’ su ininterrumpida continuidad histórica y su ‘calificación’, de igual manera se ven a sí mismas como autónomas e independientes del grupo social dominante (…). Esto da lugar a una ‘utopía social’ por la que los intelectuales se creen independientes (…) investidos de características propias”[21]. Por el contrario, uno de los elementos fundamentales del FPDS consistía en poner en tensión la idea de la externalidad del intelectual y su autoproclamación de experto en el conocimiento.
La formación y las concepciones que la articulaban se habían formulado en un largo proceso de recomposición de la capacidad de lucha de las clases subalternas. Como había sucedido en otros procesos latinoamericanos, la aparición de un amplio campo de protesta y de renovación del repertorio de luchas que las clases populares portaban, encarnó en un multifacético movimiento popular que incluyó piqueteros, fábricas recuperadas, asambleas, movimientos campesinos. Eso atrajo militantes y activistas formados en períodos históricos anteriores, impulsando el acercamiento de docentes e investigadores vinculados al campo académico, pero con preocupaciones políticas. Empalmó con el proceso de descenso social de amplias capas de las clases medias, lo que las conectó a problemáticas, vivencias y demandas de las clases populares que desconocían hasta ese entonces. Vinculó un sector de jóvenes a las organizaciones presentes en las barriadas, en especial tras el 2001, a la vez que se politizaba una parte de las clases populares en el marco de la conflictividad.
Todas esas transformaciones se condensan en el FPDS –aunque están presentes en otras organizaciones populares- y en el área que se va conformando y va a coordinar la escuela de formación que se prolongará de 2008 a 2011. La pertenencia al área incluye entonces proveniencias, generaciones y saberes muy disímiles. Son los principios que describimos y la construcción identitaria común, el sentido de pertenencia a un ‘nosotros’ que cohesiona, lo que evita que esas diferencias actúen como dispositivos que fragmentan y dividen.
Las diferentes regionales[22] que integran el FPDS -con claro predominio de las asentadas en el Conurbano y la Ciudad de Buenos Aires- designan compañeras/os que se suman al área. También forman parte de ella quienes son convocados específicamente para esa tarea. Más aún, en algún caso, producto del respeto y la confianza que esos compañeros se ganan, ni siquiera hay pertenencia orgánica explícita al FPDS. Es decir que se participa cotidianamente de la planificación y de las tareas que ésta implica sin pertenecer a la organización. Además, se convoca a referentes reconocidos, externos al frente, a participar de actividades y volcar sus planteos.[23] Ese nivel de apertura sólo es posible porque no se concibe a la instancia formativa como un dispositivo que deba bajar una línea ya elaborada por una dirección centralizada. Por el contrario, al entender la transformación revolucionaria como una práctica de autoemancipación es fundamental instalar una lectura crítica y no canonizadora de las categorías y experiencias que se abordan. Se parte de no absolutizar saberes -o eso se intenta- sino de ponerlos en diálogo y cruzarlos con las experiencias de lucha. Esto implica un proceso de educación de las clases populares, pero también de los propios intelectuales orgánicos que se relacionan y se forman en esas luchas, así como en las instancias de reflexión.
- 4- La escuela de formación: selección de temas, tareas y objetivos en sus inicios
En el 2008 comenzaba una formación específica dirigida a compañeras/os que tenían un rol dinamizador en las diferentes construcciones de base territoriales, de ocupados, rural y estudiantil. Inicialmente, los participantes no eran de todo el país sino del AMBA (Área Metropolitana que incluye la Capital Federal y el Conurbano bonaerense). Dado que se pensaba en mantener una dinámica de encuentros mensual o bimestral, los costos de traslado resultaban difíciles de afrontar para las organizaciones de otros puntos del país. Por otra parte, los encuentros no eran realizados en Buenos Aires exclusivamente por ser la regional con mayor desarrollo de construcciones de base y militancia, sino por estar ubicada en un punto intermedio respecto a los compañeros de la Patagonia y el Norte. Además, el mayor desarrollo político implicaba la existencia de determinados espacios -como Roca Negra en Lanús o el centro Olga Vázquez en La Plata- que estaban en condiciones de albergar decenas de compañeros por varios días. De allí que cuando la escuela tome características nacionales, a partir del 2010, el lugar geográfico elegido siga siendo el AMBA.
En el transcurso del 2008 se mantendrán varios encuentros; incluso algunos de ellos en lugares no gestionados directamente por el FPDS, pero sí por los espacios recuperados desde los movimientos sociales en el ciclo de luchas del 2001 (como el denominado espacio del Cid, ubicado en la Capital Federal y denominado así por su cercanía espacial con el monumento al Cid Campeador). Que la escuela transitara por estos espacios no era azaroso; éstos condensaban experiencias de luchas populares y un modelo autogestivo de la gestión, cuya reivindicación, valoración y apropiación era parte de la formación de los participantes. Lo espacial reflejaba una historia que debía ser reconocida.
En el caso del 2008, los temas seleccionados fueron las tradiciones revolucionarias tanto en Latinoamérica como en Argentina. El bloque I abarcaba la revolución mexicana; el pensamiento de José Carlos Mariátegui; la revolución cubana y el pensamiento del Che; el nacionalismo popular revolucionario con figuras como Juan José Hernández Arregui, John William Cooke y Alicia Eguren; la teología de liberación y los aportes de la tradición anarquista. Este recorrido se sintetizaba en dos cuadernos, modalidad que de allí en más se usaría a lo largo de toda la existencia de la escuela de formación: presentar en cartillas -que debían ser distribuidas y leídas previamente- buena parte del material que se trabajaría en las jornadas. Las publicaciones permitían además llegar al conjunto de la militancia con los materiales, difundirlos en organizaciones hermanas e intentar reproducir los temas de la escuela. De este modo, se pretendía que los primeros participantes pudieran contar con el material necesario para actuar a su vez como formadores en sus ámbitos de construcción de base.
Las cartillas trabajaban textos clásicos y fuentes históricas representativas de los procesos abordados. A modo de ejemplo, la primera incluía el Plan de Ayala elaborado por el zapatismo y una selección de textos, realizada por los /as participantes del área, tanto de Mariátegui como “El Socialismo y el hombre en Cuba”, el célebre trabajo del Che publicado en la revista uruguaya Marcha en 1965. La segunda cartilla tomaba fragmentos del trabajo pionero del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez sobre la “Teología de la liberación” y de uno de los animadores del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo en Argentina, Rubén Dri. Para el nacionalismo revolucionario se incluían textos de Hernández Arregui de “La formación de la conciencia nacional”, el poco conocido trabajo de Cooke -que nunca superó el estado de borrador- “Apuntes sobre el Che”, elaborado tras la caída del Che en Bolivia. Se agregaba una semblanza de Alicia Eguren, que mostraba la preocupación por recuperar el papel olvidado de las compañeras en las orgánicas revolucionarias de los 60’, 70’. El texto biográfico de Alicia introducía otra novedad: la elaboración de trabajos de compañeros del área en las cartillas (en este caso, de Miguel Mazzeo).
Las cartillas incluían de esa manera elementos diversos, que iban desde textos clásicos ‘pedagogizados’ previamente a través de una selección de fragmentos hasta fuentes elaboradas por los propios actores de los procesos revolucionarios, entrevistas a referentes de experiencias emblemáticas y textos realizados por los organizadores de las formaciones. Estos podían ser firmados de manera individual o elaborados colectivamente -y presentados como tales- por el área de formación en su conjunto, como empezó a suceder con frecuencia a partir del 2009.
La selección de tradiciones emancipatorias partía de la definición política de que las nuevas identidades revolucionarias debían expresar una necesaria síntesis de diversos pensamientos revolucionarios. Por ello, Latinoamérica se concibió como un campo de elaboración de enorme riqueza que debía ser explorado sistemáticamente. Sin embargo, no se trató de un rescate meramente celebratorio. Como señala la primer cartilla “Se trata de rescatar esas tradiciones, pero desde un lugar crítico y de reelaboración, no desde el eslogan y el congelamiento, viendo sus límites, falencias y fracasos tanto como sus aportes imprescindibles para elaborar una praxis de poder popular hoy (…) Se trata de una traducción de esas tradiciones a las necesidades de nuestro tiempo, nuestro proyecto y nuestros sueños”.[24]
En la segunda parte del año se trabajó mediante dos cartillas y sucesivos encuentros. El segundo bloque buscaba analizar tanto las estrategias actuales de dominación del imperialismo en el mundo y en la región, como los movimientos populares y procesos revolucionarios surgidos en la actualidad durante las resistencias contra el neoliberalismo. En el primer eje, se introdujeron textos de intelectuales como Claudio Katz, quien analizaba las relaciones de fuerza en el subcontinente, y como el geógrafo David Harvey, de quien se retoma su categoría de acumulación por desposesión. Esto último refleja la preocupación del FPDS por enfrentar el extractivismo y el saqueo de los bienes comunes de la naturaleza, proceso que se profundizaba en toda la región, incluso durante los gobiernos progresistas. En el segundo eje, se presentaba al nuevo zapatismo mexicano -buscando analizar similitudes y diferencias con el primero-, el Movimiento Sin Tierra de Brasil (tan importante como vimos para la génesis del FPDS), las experiencias de Bolivia, Colombia y en particular de Venezuela, que comenzaba a transformarse en una influencia decisiva para la vertiente de la nueva izquierda surgida en el proceso de lucha 1996-2002.
En el caso de las regionales de otras provincias, se organizaban viajes de compañeros/as del área para desarrollar talleres de formación que concentraban en pocos días algunos de los temas de las cartillas. Los procesos elegidos eran los que la militancia de cada regional consideraba prioritarios. La primera experiencia de ese tipo se llevó adelante en Tucumán y en Rosario, regiones que contaban con un crecimiento importante de su activismo.
Una deuda pendiente quedaba respecto al plan original. La cartilla inicial anunciaba que se trabajaría el escenario argentino y en particular la construcción de insumos para el análisis del kirchnerismo, pero esa intención inicial no se llevaría adelante ese año -ni el siguiente-, siendo reemplazada por otras demandas de la militancia para el área. Los cambios, probablemente no discutidos suficientemente en ese momento, reflejaban una tensión entre la necesidad de afinar caracterizaciones, en particular sobre el proyecto hegemónico impulsado por el kirchnerismo, y otras urgencias y preocupaciones que surgían de los movimientos, sectores, espacios y las instancias de síntesis del FPDS.
Los temas elegidos en la escuela -tanto en el 2008 como en los años siguientes- no fueron producto de la decisión autónoma del área de formación, ni de los compañeros/as convocados específicamente para la tarea, y tampoco un mero reflejo de preocupaciones originadas en la coyuntura. Sin dudas, el contexto del 2008 jugaba un papel para acentuar la preocupación por la formación crítica del conjunto del activo militante; pero el interés por los temas abordados estaba presente desde mucho antes. A modo de ejemplo, durante 2003, el MTD de Almirante Brown se propuso la realización de una instancia formativa cada 21 días, dirigida a los más activos del movimiento y dividida en dos bloques. El primero se centraba en los mecanismos de dominación del imperialismo en la región y en la Argentina y en cómo se articulaba con la estructura socioeconómica y las clases dominantes. El segundo bloque incluía experiencias de lucha latinoamericanas, pasando por el MST y el zapatismo entre otras, a la vez que abordaba la perspectiva de construcción histórica de los propios MTDs, junto a otros movimientos urbanos y campesinos del país.[25] Otro ejemplo de esa preocupación previa por una formación más específica, dirigida a compañeros/as que asumieran tareas y lugares de referencia, se dio durante todo el 2004, en pleno proceso de conformación del FPDS. Los movimientos que formaban el espacio de afinidad desde la experiencia de la Verón llevaron adelante una escuela de formación que recorrió toda la historia de Argentina durante el siglo XX, con encuentros mensuales fijos de todo un día.
De esa manera, se puede ver cómo los temas de la escuela de formación y sus cartillas en ese y en todos los años subsiguientes surgieron de las preocupaciones de los movimientos y sectores del frente, así como de la instancia de mesa metropolitana y/o nacional. Además, cada propuesta global no sólo era discutida en el área, sino que se enviaba a las mesas de síntesis política y a cada movimiento y espacio del país para que fuera aprobada. Ocurría de este modo porque cada movimiento o sector debía elegir quiénes participaban aquel año del espacio de la escuela. Fue así en el AMBA en el 2008, 2009 y más aún en el 2010-2011, cuando la escuela tomó dimensiones verdaderamente nacionales.
- 5- La escuela de formación en el ciclo 2009-2011
El 2009 continuó con mayoría de participantes del AMBA -aunque algunas regionales más cercanas enviaron compañeros/as a algunos encuentros- y una modalidad de encuentros mensuales con el material de base sintetizado en cartillas.
Una de las novedades fue la temática. La militancia evaluaba una fuerte falencia al respecto de su conocimiento sobre marxismo, considerada la principal vertiente emancipatoria, y analizaba que debía ser transitada mucho más rigurosamente. Ese recorrido incluía una visita a los clásicos, pero desde una mirada qué “…debe ser permanente y estar alejada de todo recetismo y bajada de línea”.[26]
Se recoge aquí un cuestionamiento que provenía de la etapa fundacional de los movimientos: el rechazo a las pedagogías de las organizaciones tradicionales de la izquierda y sus clásicas escuelitas de marxismo. En lugar de concebir un marxismo unívoco y homogéneo, se parte de una visión que identifica vertientes, tensiones y enfoques diferentes a su interior. Se prioriza, entonces, un acercamiento a lo que se consideraban sus corrientes no dogmáticas, y se debatía con aquellas posturas que pudieran ser consideradas fuertemente deterministas. Ello implica un enfoque que entiende el desarrollo de una revolución socialista como fruto de la construcción de una nueva conciencia. Se formula, así, una concepción pedagógica que polemiza agudamente con una ideología cuyos supuestos teóricos deben ser repetidos una y otra vez en todo tipo de circunstancias y procesos históricos. En síntesis, se trataba de un enorme esfuerzo por lograr que las categorías marxistas encarnaran en los sujetos cotidianos del mundo de lo plebeyo, sacándolas de la academia o de los grupos que se las apropian como ejercicio ritual de recitación de versículos bíblicos. Pero además, existe otro peligro sobre el que se advertía: la banalización de categorías para que pudieran ser asimiladas. “Al respecto decía el Che, ‘lo que entiende todo el mundo’ es lo que entienden los funcionarios”.[27]
Como se ve, se formularon objetivos generales de la escuela mucho más explicitados que en el 2008; justamente, porque se partía de la discusión de una experiencia previa. Entre ellos, se recogía la necesidad de “…asumir que el estudio ininterrumpido es un medio para apropiarnos de la realidad, para desarrollar la conciencia, y para transformar la realidad (…) desarrollar la capacidad de análisis, interpretación y crítica, para que las compañeras y compañeros(…) puedan manejarse en forma autónoma frente a las diferentes situaciones planteadas(…) desarrollar la conciencia colectiva de la capacidad transformadora que poseen los seres humanos como sujetos sociales hacedores de la historia y de su propio lugar como sujetos hacedores de los cambios”.[28]
Esos objetivos se retomaban en las cuatro cartillas producidas durante el 2009, de la serie “Marxismo y pensamiento crítico. Principales herramientas teóricas para el cambio social”, partiendo de la discusión sobre porqué abordar detenidamente el marxismo. En estos encuentros, se acercaba el estudio del sistema capitalista presente en El Capital de Marx; se discutía el problema del poder y del Estado capitalista, así como las categorías de clase, lucha de clases y del sujeto revolucionario; se abordaban los conceptos de ideología, conciencia y hegemonía; se introducía la discusión sobre el imperialismo y las diferentes teorías existentes. Para finalizar, el eje planteado era la herramienta revolucionaria y la discusión acerca del partido revolucionario de tipo leninista como forma principal de construcción de una herramienta política. En el desarrollo de esas temáticas aparecen una selección de textos de Karl Marx, Vladimir I. Lenin, Antonio Gramsci y Rosa Luxemburgo; pero también de intelectuales posteriores de la tradición marxista (algunos de ellos poco transitados por las organizaciones revolucionarias de hoy), tales como Henri Lefebvre, Louis Althusser, E. P. Thompson, Eric Olin Wright, entre otros.
El crecimiento del área se advierte, entre otras cosas, en que cada uno de los conceptos teóricos puestos en discusión cuenta con una introducción a los textos elegidos elaborada y firmada por el área de formación. La existencia de ese trabajo colectivo evidencia la multiplicación de miembros del área. Esto ocurrió, en gran parte, a consecuencia de la evaluación favorable que se hacía en el activismo del FPDS de la escuela y la consolidación de la pertenencia al área de militantes de larga trayectoria y sólida formación teórica; pero, sobre todo, por una vocación de construir un espacio colectivo. Las diferentes introducciones de cada tema fueron elaboradas por uno o más compañeros de acuerdo a un reparto interno de tareas, que intentaba aprovechar el conocimiento o la mayor empatía de cada uno de sus miembros con los temas respectivos.
En todos los casos, el texto debía circular previamente a su publicación entre los integrantes del área, para introducir los debates y las correcciones que se consideraran necesarias. Eso no significa que todos/as las integrantes participaran de la misma manera en cada uno de los temas. Los saberes previos, las trayectorias militantes, la densidad de los problemas teóricos abordados, inevitablemente introducían en ese plano una diferenciación al interior de quienes participaban del área. Más allá de ello, estos debates siempre eran abiertos, procesados en reuniones plenarias y con un oído atento al gran problema de la transposición didáctica de los conceptos. De allí que otra innovación fue agregar una guía de lectura a cada texto introductorio para facilitar el trabajo de los participantes de la escuela previo al encuentro. Si se piensa en una dinámica de no menos de 8 encuentros anuales y la elaboración de 4 cartillas con textos introductorios y guía de lectura, es visible lo necesaria que era la presencia de otros compañeros del frente que se encargaran de la edición e impresión de las cartillas. Sólo así, encausado por medio de la construcción de una voluntad colectiva, el funcionamiento del área adquiría un ritmo de trabajo constante y fructífero.
Las cartillas del 2009 traen otras novedades: la introducción de fragmentos de historietas, como el “Gramsci para principiantes” elaborado por Néstor Kohan y con dibujos de Rep, el “Marx para principiantes” de Rius –pseudónimo del caricaturista mexicano Humberto del Río García- o los dibujos y textos sobre “El Capital” realizados por Max y Miner. Su utilización introdujo un elemento de apoyo para el problema pedagógico de abordar categorías complejas desde un lugar menos árido y acartonado. Otro elemento innovador fue la multiplicación de aportes de compañeros de la organización -que no pertenecían al área de formación-, en especial a la hora de desarrollar las discusiones acerca de la herramienta política y la categoría de Poder Popular. Tanto los trabajos de Pablo Solanas como de Guillermo Cieza buscaban historizar el proceso que desembocó en la creación del FPDS y reflexionar acerca de las enseñanzas políticas que se podían extraer del ciclo 1996-2002.
Los años 2010 y 20011 traen cambios fundamentales. El más decisivoes la transformación definitiva de la escuela en nacional. Ya en el 2009 ciertas regionales más cercanas al AMBA habían participado de algunos encuentros. Pero desde 2010 todas, tomando en consideración su grado de desarrollo, debían mandatar compañeros para ser parte de la formación. Si los dos primeros años participan entre 50 y 60 militantes, con absoluto predominio del AMBA, esa relación se modifica: alrededor de un 40% de los 70 a 80 participantes provenían de otros lugares del país.
El cambio implicó concentrar los esfuerzos en 3 encuentros en el año de 3 días de duración cada uno. Con respecto a la importancia de la formación en la práctica militante, la modificación era un paso adelante significativo. Nuevamente las tareas del área se multiplicaron. El armado de las escuelas nunca consistió solamente en la selección y elaboración de materiales y la planificación de las actividades. El dispositivo pedagógico incluía espacios destinados a la mística, en especial al inicio y al cierre de cada encuentro de la escuela. Éste no era en absoluto un aspecto secundario; permitió trabajar las subjetividades desde otros planos, desde una recuperación simbólica de luchas populares y las referencias que sintetizaran. El abordaje de esta subjetividad comenzó por Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, pasando por un amplio arco de referencias de la historia argentina y latinoamericana. Fue, a su vez, una forma de repensar otras opresiones, como la del sistema patriarcal, que inauguró la coordinación de tareas con el área de cultura.
En particular, la concentración de participantes en varios días modificaba la escala de la logística necesaria para sostener la actividad. Cuestiones tales como la comida, los lugares y recursos disponibles para pernoctar, la limpieza cotidiana del lugar, las reglas de convivencia durante esos días adquieren suma importancia. La concepción política de la formación parte de un nuevo precepto: estos problemas deben ser discutidos y solucionados colectivamente, y ello, en sí, es también parte fundamental de la tarea formativa. No es posible escindir la convivencia cotidiana de los momentos específicos de discusión sobre autores y procesos. Por el contrario, la idea de prefiguración de otros valores debía necesariamente ponerse en juego en la propia escuela. De allí la división en grupos de los participantes, cada uno a cargo de una tarea diaria.
El resultado de cada encuentro de 3 días era discutido colectivamente de manera plenarial por todos/as los participantes como tarea de finalización, discusión que era retomada en la siguiente reunión del área, a la vez que cada movimiento y sector debía continuar con ese balance. Fue de ese proceso que surgió una modificación importante en la dinámica de la escuela.
Se advertía que en muchos casos no existía por parte de los participantes una sistemática devolución a sus espacios de base sobre la experiencia formativa. Tomando nota de ese problema, la primer cartilla del 2010 explicaba que “…al final del primer encuentro se organizarán grupos de trabajo, de unos 8 integrantes, que repartidos en ejes tendrán la tarea de abordar un tema con investigación. Estos grupos, formados de acuerdo a una cercanía geográfica, deberán reunirse una vez por mes con un coordinador (propuesto por el área) para encarar un trabajo sistemático de recopilación y análisis con el fin de realizar una exposición en el tercer y último encuentro del año (…) así como en perspectiva de publicar un cuadernillo donde se presente al resto de los cumpas del FPDS una síntesis de los resultados sobre el tema investigado”. Entre los temas sugeridos por el área, a los que los participantes podían y debían agregar temáticas y modificarlas, se incluía “…El Bloque dominante: cambios a nivel económico, en su composición y en las formas de acción. Estrategias de control social (…) la clase obrera: su situación actual, su composición y sus experiencias de lucha…experiencias de poder popular y de autogestión de los trabajadores (…) los movimientos populares. Organizaciones territoriales, luchas ambientales, campesinas y de los pueblos originarios (…) colectivos culturales, movimiento estudiantil, luchas contra el patriarcado. Género y feminismo. La experiencia de los Encuentros Nacionales de Mujeres”.[29]
La nueva modalidad atacaba el problema de la falta de continuidad del estudio y la sistematización de su práctica en espacios que no fueran los de la escuela. Permitía, además, que compañeros/as de diversos lugares del país le transmitieran al conjunto el tipo de estructura socioeconómica y las especificidades culturales de cada región, contribuyendo a una mirada menos porteño-céntrica y más nacional.
Como herramientas para el análisis, los 3 cuadernillos del 2010 transitaban el estudio comparativo de lo que se consideraban dos grandes crisis orgánicas del sistema de dominación en Argentina: aquella que se abrió con el Cordobazo[30] en 1969 y la que se condensó en el 2001. Esta ultima contaba con un trabajo firmado por el área que analizaba la crisis del 2001, abordaba la etapa duhaldista y elaboraba una caracterización del ciclo kirchnerista que, vista retrospectivamente, ponía más el acento en marcar las continuidades respecto a los gobiernos anteriores que sus diferencias.
Se agregaba un recorrido con documentos y declaraciones de herramientas de lucha, que iban desde la Confederación General del Trabajo de los Argentinos (CGTA), el sindicato SITRAC-SITRAM y las coordinadoras fabriles de mediados de los 70’, hasta experiencias cercanas como las de los trabajadores del subterráneo, la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC) que articulaba la mayoría de las luchas ambientales y el Encuentro Nacional de Organizaciones Estudiantiles de Base (ENEOB). A su vez, las cartillas incluían caracterizaciones de la crisis del sistema capitalista abierta en 2008 y de la coyuntura latinoamericana, con trabajos de Aldo Casas y José Seoane respectivamente, quienes además eran miembros del área.
En el 2011, el eje temático se traslada a “Poder Popular y lucha política. La política y las clases y sectores subalternos”, tal como anunciaban las dos cartillas que se produjeron aquel año. Se incluían nuevamente trabajos de miembros del área y una producción colectiva denominada “Argentina 2011: pensar las fisuras en la dominación”. En la segunda cartilla, se desarrollaron sobre todo textos -Marx, Lenin, Nicos Poulantzas, Aníbal Quijano[31]– que permitieran nuevamente abordar el problema del Estado. El retorno de ese eje tenía una relación directa con la candente discusión al interior del FPDS sobre cuál debía ser la estrategia respecto al Estado, desde una concepción que pensara la política desde el Poder Popular. Lo que subyacía tras la preocupación acentuada respecto a cómo intervenir en la coyuntura era el reflejo en las producciones del área de un largo debate político en el seno del FPDS, cuya existencia podía rastrearse al menos desde el 2010 y que culminaría con la ruptura del espacio político a fines del 2012.
- 6- La crisis del FPDS
Este debate se ha simplificado fuertemente, al reducirlo a una discusión acerca de la necesidad de participar electoralmente disputando la institucionalidad estatal, en oposición a quienes rechazaban esa posibilidad, contraponiendo autonomía y construcciones de base a una deriva estatalista. Otras miradas leyeron esta polémica en clave de las tensiones existentes dentro del FPDS entre espacios estudiantiles, culturales y sindicales (supuestamente más proclives a la primera opción por predominar en su seno militantes provenientes de la clase media) enfrentados a movimientos territoriales, particularmente los MTD, producto de su rechazo a esa política[32]. Algunos trabajos ubicaron la producción y las iniciativas del área de formación como posicionadas en el primer campo de las opciones políticas, con un nivel importante de autonomización y desarrollando iniciativas político-pedagógicas contrapuestas a las del sector territorial.[33]
En líneas generales, esas elaboraciones recogen posturas existentes en la ruptura con poco análisis crítico sobre esas reflexiones. En el caso del área de formación, la idea de autonomización es insostenible. Ya hemos visto como los ejes temáticos surgieron en su enorme mayoría de las propias construcciones de base, sean de movimientos de desocupados, culturales, sindicales, de género, educativas, fruto de un FPDS que se complejizaba en su desarrollo. Lo que se modificaba eran las preocupaciones principales de la militancia del FPDS al calor de los diferentes desafíos que imponía la coyuntura.
A su vez, aquí hemos realizado un significativo recorte de la producción en formación del FPDS y el trabajo del área. Más allá de la importancia que alcanzó la escuela, su papel central fue compartido con los campamentos anuales de formación, pensados explícitamente con características distintas a la escuela. Los campamentos eran mucho más masivos, su composición nacional partía de la concurrencia de decenas de compañeras/os provenientes de cada regional del país y su impronta ponía mucho más énfasis en estrategias pedagógicas de educación de base. Eran, además, una instancia de integración nacional de la militancia clave para una organización cuyos lazos de articulación eran mucho más flexibles que los de una organización centralizada. Gran parte de su planificación contaba con el protagonismo de compañeros del área, muchos de los cuales también militaban en las áreas de formación de sus respectivas regionales y movimientos.
Al mismo tiempo, el área intervenía, por ejemplo, en la discusión de quienes participaron de la escuela internacional Florestan Fernandes del Movimiento Sin Tierra de Brasil, en representación del FPDS y del espacio de formación. Muchos de sus miembros colaboraban -aunque no pertenecieran a un movimiento- en la formación de base de los espacios territoriales, sea en la planificación, como en el rol de expositores o coordinadores de las jornadas. Por otra parte, los campamentos de formación del espacio de géneros comienzan a tener una notable producción propia y allí participan compañeras con un rol relevante en el área de formación.
Además, el dispositivo de producción de conocimiento y de intervención político-pedagógica excedía las instancias propias de formación. Durante el 2007, hacía su aparición “El Colectivo Editorial” con una importante producción de libros -varios de ellos elaborados por militantes del FPDS- cuya influencia en sectores de la militancia excedió por mucho la pertenencia al frente.
Por ende, la idea de escisión y autonomización del área de formación omite la diversidad de cruces, participaciones y militancias de sus miembros. En su seno convivieron compañeros/as que en el momento de la ruptura estuvieron ubicados en miradas políticas diferentes, lo que tornaba imposible la toma de posición como área -de haber existido la probabilidad de algo así- en el debate interno del FPDS.
Las razones de la ruptura exceden por mucho el espacio que disponemos aquí. Desde nuestra mirada, un aspecto insoslayable consistió en las renovadas presiones del K sobre la militancia de un espacio que había evitado hasta allí el proceso de cooptación, estatización e institucionalización de las organizaciones populares ensayado por el gobierno, pero tampoco se sentía representado en el acuerdo de partidos trotskistas que diera lugar al nacimiento del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT).
Tras el enfrentamiento en el 2008 del K con el bloque social encabezado por el agronegocio, que luego coagularía en el macrismo, importantes espacios, referentes y agrupaciones, que hasta allí se habían mantenido distantes del gobierno, empezaron un proceso de incorporación a la fuerza gubernamental bajo el discurso de que había que oponerse a la renacida derecha. Esa actitud revela, a su vez, que las organizaciones populares habían mutado profundamente respecto a su génesis en el ciclo 1996-2002.
La reelección de Cristina en el 2011 con el 54% de los votos llevó al cenit esa política. Era evidente que no bastaba con afianzar las construcciones de base y que una política que no se planteara determinados grados de disputa y de visibilización social caía en la esterilidad de sus acciones, más allá de su voluntad.
En el seno del FPDS se comenzaron a observar posiciones que, por un lado, reducían la política al nivel de desarrollo alcanzado por la fuerza propia en la sociedad. Se confundía la idea de construcciones prefigurativas -imprescindibles- con la postura de que la construcción de relaciones de fuerza diferentes en la sociedad civil sería fruto del mero crecimiento cuantitativo de las construcciones de base minimizando o negando la necesidad de proyección política, que no es lo mismo y requiere de otras tareas. A su vez, por otro lado y antagónicamente, comenzaron a crecer miradas que absolutizaban la disputa institucional sin entender que su desarrollo tiene que ir acompañado también -y sobre todo- de procesos de empoderamiento de nuestro pueblo sin los que la construcción electoral, realizada en un terreno hostil y controlado por el enemigo, corre el peligro de una deriva que la subsuma dentro de las variables reformistas.
La cultura militante y las micropolíticas identitarias, tan imprescindibles en la recomposición del proceso anterior, mostraban sus límites cuando confrontaban en el largo plazo con proyectos con capacidad de construcción hegemónica.
Concepción de la política y del Estado, la necesidad de estrategias que se pensaran de manera integral y en diferentes planos, como enfrentar y pararse frente a la nueva fase de construcción hegemónica articulada por el K, fueron elementos que formaban parte -explicitados o no- de la discusión en el seno del FPDS. Estas variables -y otras que no podemos desarrollar- no fueron las que aparecieron en la centralidad del debate; por el contrario, predominó una polarización que mostró aspectos de lucha de poder, sectarismos, descalificaciones y un nivel de virulencia en la que incurrimos, en mayor o menor grado, la mayoría de quienes participábamos en esa discusión. La ruptura final del FPDS no siguió simétricamente ese pregonado enfrentamiento entre franjas de las clases medias y movimientos territoriales, sino que fue mucho más compleja y asumió, con algunas excepciones, características nacionales de alineamiento mayoritario en bloque de las construcciones de base a partir de las regionales. Esto no significa negar la existencia de tensiones al interior de la multisectorialidad que componía la organización, por ejemplo entre espacio estudiantil o territorial, aspecto que amerita un análisis pormenorizado que aquí no podemos ofrecer.
La complejidad de ese proceso no podía ser resuelto y ni siquiera atenuado desde el área, por más que se propusiera impulsar debates y lecturas que dieran más insumos para leer la coyuntura, como se advierte en las cartillas del 2011. La disminución de la producción del área en ese plano es probablemente un síntoma de ese proceso. Fue sintomático que el año siguiente -2012- no se pudiera realizar el campamento nacional ni una nueva edición de la escuela. Los alineamientos en bloque dinamitaban esa posibilidad.
Ese desenlace no debería obturar un balance de la experiencia del conjunto de la formación ni de sus prácticas específicas, como la escuela de formación.
7- Un balance de la escuela de formación y conclusiones
El rescate que hacemos de la experiencia de formación del FPDS en general y de la escuela en particular, no puede omitir señalamientos críticos acerca de las tensiones que la recorrieron.
Ya hemos visto la dificultad que aparecía para que los/as participantes realizaran una devolución de su proceso de aprendizaje al interior de su construcción de base, o los problemas para sistematizar e incorporar la lectura y el estudio como parte de la militancia cotidiana. Posiblemente el predominio de una concepción militante que revalorizaba la práctica de poner el cuerpo e involucrarse en la acción directa, tenía como contraparte no deseada una tendencia al desprecio sobre la reflexión teórica o una mirada que tiende a minimizar tareas que se perciben desde el sentido común como “intelectuales”. Eso persistía, más allá de los amplios esfuerzos que hemos descripto para consolidar un concepto de praxis que no escindiera acción de teoría. La propia escuela, como explicamos, modificó su funcionamiento a partir de que esos problemas se evidenciaban en los balances colectivos.
Aún así, el resultado final de ese cambio fue disímil y con dificultades para garantizar las reuniones de algunos grupos. Un argumento reiterado que aparecía para justificar esos inconvenientes era que las tareas cotidianas de la militancia impedían un trabajo grupal más sistemático.
Que la resistencia a encarar y sostener los procesos de formación eran más fuertes que lo que los discursos predominantes en el FPDS sostenían, se pone en evidencia con la discusión acerca de la necesidad de participación en la escuela de todos/as los que tomaban tareas nacionales centralizadas en la organización. Aunque ese planteo fue refrendado por las principales instancias nacionales, muchos de esos referentes evitaron su cumplimiento y por la vía de los hechos consumados no participaron de la escuela. En paralelo, un porcentaje no menor al 35% de los designados por sus construcciones de base para sostener todo el año su participación en la escuela dejaban de concurrir, y sólo un porcentaje menor de esa deserción se explica por problemas familiares o laborales que avalen esa decisión. Hay allí cuestiones vinculadas con estructuras profundas y que se relacionan con el tipo de cultura militante que se condensa en determinados espacios, que deben ser abordadas más detenidamente.
De la misma manera la escuela y todas las instancias de formación multisectoriales debían hacer frente a una gran diversidad de trayectorias militantes previas, de composición social muy diferente y con notables disparidades de género e incluso etarias, aunque predominaban tanto una generación vinculada a la militancia en el ciclo que se condensó en el 2001 como, sobre todo, una generación incorporada posteriormente. La capacidad de resolver esos desafíos, así como el gran problema de la transposición didáctica de textos clásicos como los mencionados, sin que éstos perdieran rigurosidad, tensionaron permanentemente la práctica de la escuela. La resolución de esas cuestiones -siempre coyuntural, ya que algunas de ellas reaparecían en otro encuentro- se logró, con mayor o menor eficacia según la actividad, pero en todos los casos esos problemas, cuando aparecieron, fueron siempre explicitados.
Mirándola retrospectivamente, una experiencia de formación de este tipo requeriría hoy de un acercamiento más transversal y permanente de dos ejes primordiales: la problemática de género y la cuestión de la colonialidad del poder. Ninguno de ellos debe ser comprendido simplemente como un tema más de los que hay que abordar -aún con la relevancia que se le daba en la escuela-; es necesario cruzar con estas dimensiones el conjunto de los temas de formación.
A su vez, como vimos, una discusión política cada vez más polarizada en la organización no podía sino expresarse en el seno de la formación, aunque en lo que respecta a la mayoría de los integrantes del área, la fraternidad y el respeto mutuo no se perdió en ningún momento[34].
Con todos los inconvenientes, dificultades y tensiones que señalamos, el resultado final fue enormemente positivo. No sólo para los miembros del área, sino en especial para el conjunto de los compañeros/as que transitaron la escuela. Así lo hicieron saber en cada ocasión en que se discutían balances. Colectivamente se puso cada vez más esfuerzo en la formación, a consecuencia de esa valoración que se recogía en el seno de los espacios de base.
La enorme potencia de debates que involucraban a compañero/as desocupados, asalariados, estudiantes, campesinos, mujeres y hombres, jóvenes y no tanto, militantes de larga trayectoria junto a quienes se incorporaban recientemente, resuena aún en todos lo que pudimos ser parte de esa experiencia. Se trata de la sensación intransferible de compartir el intento de cambiar el mundo, de camaradería y hermandad, de entrever que es posible generar espacios donde todas las miserias que impone el sistema, al menos por un momento, son desalojadas. Esos instantes donde se puede llegar a vislumbrar la posibilidad de otros vínculos entre los explotados, es algo que no puede olvidarse jamás por aquellos que los vivimos, sea en la calle, en el conflicto o en la creación de espacios de sociabilidad propios, como los destinados a la formación.
La experiencia del FPDS y el esfuerzo de la formación sintetizaron aportes de varias generaciones. Fue parida por la reconstrucción de organizaciones populares surgidas desde abajo, en condiciones de extrema adversidad. Se amasó en la resistencia a la larga noche neoliberal y sus formas de entender la emancipación social se construyeron en ese camino.
Recuperó las mejores tradiciones de autoeducación de la etapa de conformación del movimiento obrero, que dejaron una lección política que es necesario tener siempre presente.
Se nutrió y sostuvo por ser heredera de ese estado de asamblea y deliberación permanente que permaneció, por algún tiempo, en las clases populares desde las jornadas del 2001.
Partió de la igualdad como principio, en especial la igualdad de las inteligencias.
Peleó y rompió con las escisiones dirigentes/dirigidos o sabios/legos.
Convencidos de que la liberación de los trabajadores sólo puede ser obra de ellos mismos hubo una enorme búsqueda para apuntar a recuperar saberes colectivos, experiencias de resistencia, gestos de negación del poder, todos ellos presentes en algún lugar de la memoria de nuestro pueblo.
En el recorrido, en más de una oportunidad encontramos compañeros y compañeras que habían participado en alguna lucha o mantenido una vinculación con las organizaciones revolucionarias de los 70’. Que recordaban una huelga importante o una toma de tierras en los 80’. Que relacionaban rápidamente textos clásicos o procesos de otras partes del mundo con sus vivencias cotidianas. Que recuperaban su autoconfianza, la valoración de sí mismos como individuos y como clase, aspectos imprescindibles para poder luchar y mantener la esperanza. Cada uno de esos momentos le otorgó sentido a la parábola de nuestras vidas y a la distancia aún lo sigue haciendo.
Bibliografía
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Miguel Mazzeo, El Sueño de una cosa (introducción al poder popular), Buenos Aires, Editorial El colectivo, 2007.
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Documentos y cartillas
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Cartilla 1,2, 3 y 4, Tradiciones revolucionarias latinoamericanas y la revolución hoy, Área de formación del Frente Popular Darío Santillán, 2008.
Cartilla 1, 2, 3 y 4, Marxismo y pensamiento crítico. Principales herramientas teóricas para el cambio social, Área de formación del Frente Popular Darío Santillán, 2009.
Cartilla 1, 2 y 3, Crisis de dominación y Poder Popular. Herramientas de análisis para el cambio social, Área de formación del Frente Popular Darío Santillán, 2010.
Cartilla 1 y 2, Poder popular y lucha política. Herramientas de análisis para el cambio social, Área de formación del Frente Popular Darío Santillán, 2011.
Entrevistas
A
Florencia Vespignani, archivo del autor.
[1] Sobre el sentido de esas transformaciones sociales ver, María Maneiro, De encuentros y desencuentros. Estado, gobiernos y movimientos de trabajadores desocupados, Buenos Aires, Biblos, 2012.
[2] Plan social focalizado, dirigido a los desempleados.
[3] Para un detallado estudio de ese proceso es imprescindible consultar el trabajo de Mariano Pacheco, De Cutral-Có a Puente Pueyrredón. Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, Buenos Aires, Editorial El colectivo, 2010.
4 Paridad cambiaria fija e inamovible creada durante la etapa menemista, que estableció un peso por un dólar.
5 Ciudad del Conurbano bonaerense de la zona oeste, caracterizado por su composición social popular y la enorme cantidad de habitantes, que la transforman en el distrito más poblado de la Provincia de Buenos Aires.
6 El ensayo que más profundamente despliega las implicancias y significados de esa categoría es el de Miguel Mazzeo, El Sueño de una cosa (introducción al poder popular), Buenos Aires, Editorial El colectivo, 2007.
[7] Desde la perspectiva de este trabajo la Educación Popular no puede reducirse a técnicas que garanticen mayor participación en el proceso educativo. Tampoco porque se desarrolle dentro o fuera del Estado. Su sentido se define por la capacidad de educar desde una perspectiva liberadora y de clase que genere herramientas para la autoemancipación de los explotados, por colaborar con recuperar saberes de las clases populares, potenciando sus núcleos de “buen sentido” y ayudar a cuestionar todas las dimensiones de la dominación. A su vez, vista en perspectiva histórica, recupera las experiencias pioneras de educación del movimiento obrero de principios del siglo XX impulsadas por el socialismo y, en particular, por el anarquismo.
[8] Paulo Freire, Cartas a quien pretende enseñar, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.
[9] Ver Mariano,Pacheco, Op. Citado, Páginas 161 a 166, 203 a 209 y 365 a 372.
[10] Localidades del sur del Conurbano bonaerense que albergan altos índices de pobreza y precarización del trabajo.
[11] Distrito del sur del Conurbano bonaerense, que linda con Capital Federal. La Masacre ocurrió cuando los MTDs intentaban cortar el Puente Pueyrredón que une ambos distritos.
[12] Pacheco, Mariano, Op. Citado, Página 365.
[13] Coordinadora de MTDs que toma su nombre de un trabajador asesinado por la represión en una protesta en Salta. Era parte fundamental de lo que se describió como tercer vertiente del movimiento piquetero.
[14] A excepción de Correos (que de todas maneras siguió manejada por ejecutivos pertenecientes al grupo económico de los Macri, beneficiado inicialmente por su privatización), Aguas Argentinas y las más que tardías nacionalizaciones parciales de YPF y algunos ramales ferroviarios.
[15] MTD ubicado en esa ciudad del sur del Conurbano bonaerense, caracterizada por su alta composición popular.
[16] Para el desarrollo de esa concepción político-organizativa ver, Guillermo, Cieza Borradores sobre la lucha popular y la organización, Buenos aires, Manuel Suárez editor, 2006 y Nuestra Política para construir un presente y un futuro con Trabajo Dignidad y Cambio Social, documento elaborado por el espacio de afinidad en el MTD AV, Mimeó, 2003.
[17] Ver cartilla, Construcción de Poder Popular, Area de formación del Frente Popular Darío Santillán, Agosto 2006.
[18]
C. M. Vilas, Política, estado y clases en
el kirchnerismo, Buenos Aires, Realidad Económica Nº 305, página 55, 2017.
19
Aldo
Casas, la crisis del capital(ismo) es una
crisis civilizatoria, cartilla de formación del FPDS, Crisis de dominación
y poder popular, Julio del 2010,)
[20] Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, Tomo V, Pág. 412 y Tomo IV, Pág. 253, México, Editorial Era y Universidad de Puebla, 1999.
[21] Antonio Gramsci, Op. Citado, tomo IV, Pág. 354.
[22] Forma de organización del FPDS que articula organizaciones de base en función de su pertenencia geográfica.
23 Podemos mencionar, entre otros/as, a Rubén Dri, Graciela Daleo, Claudia Korol, Modesto Guerrero, Claudio Katz, Hernan Ouviña, Eduardo Lucita.
[24] Cartilla 1, Tradiciones revolucionarias latinoamericanas y la revolución hoy, Frente Popular Darío Santillán, Marzo 2008.
[25] Mariano Pacheco, Op. Citado Pág. 369.
[26] Cartilla 1, Marxismo y pensamiento crítico. Principales herramientas teóricas para el cambio social, Frente Popular Darío Santillán, Marzo-Abril 2009.
[27] Cartilla 1, Op Citada, Marzo-Abril 2009.
[28] Cartilla 1, Op Citada, Marzo-Abril 2009.
[29] Cartilla 1, Crisis de dominación y Poder Popular. Herramientas de análisis para el cambio social, Frente Popular Darío Santillán, Abril del 2010.
[30] Levantamiento popular sucedido en Córdoba Capital en Mayo de 1969 durante la dictadura de Onganía.
[31] En el caso de Quijano, se le dedicó especial atención al problema de la colonialidad del poder en las sociedades y estados de América Latina.
32 Un ejemplo de esa perspectiva es el trabajo, por lo demás muy interesante, de Francisco Longa, ¿Entre la autonomía y la disputa institucional?El dilema de los movimientos sociales ante el Estado. Los casos del Frente Popular Darío Santillán y elMovimiento Evita. Argentina, 2003-2015, Tesis doctoral, Mimeó, Facultad de Ciencias Sociales, 2016.
33 Ver,Daniela Bruno, Redefiniciones político-ideológicas e identitarias de las organizaciones populares autónomas. Estudio retrospectivo del discurso del área nacional de formación del Frente Popular Darío Santillán entre 2001 y 2011, Tesis doctoral, Mimeó, Facultad de Ciencias Sociales, 2015.
[34] En ese sentido vale una mención de quienes, en distintos años, compartimos la militancia en la formación y en especial en la escuela. Me refiero a Aldo Casas, Cecilia Espinoza, Clarisa Elgarrasta, Florencia Fajardo, Pablo Solanas, Joaquín Gómez, Constanza “Costi” Aceto, Francisco “Panchito” Alvaréz, Eugenia Marengo, Celina Rodríguez, Leandro Volonte, Ayelen Alvarez, Miguel Mazzeo, Florencia Vespignani, José Seoane, Alejandra Andreone. Con muchos/as aún compartimos espacios y vínculos afectivos. Con todos/as un recuerdo imborrable. Si con alguien cometo un olvido van las disculpas del caso y la excusa de los trastornos que nos depara la edad.