Vivir: Del lat. Vivĕre. 1. Tener vida. 2. Intr. Durar con vida. 3. Intr. Dicho de una cosa: durar. 4. Intr. Pasar y mantener la vida. Francisco tiene con qué vivir. Vivo DE mi trabajo. 5. Intr. Habitar o morar en un lugar o país. U.t.c.tr. 6. Intr. Obrar siguiendo algún tenor o modo en las acciones, en cuanto miran a la razón y la ley. 7. Intr. Mantenerse o durar en la fama o en la memoria después de muerto. 8. Intr. Acomodarse a las circunstancias o aprovecharlas para lograr sus propias conveniencias. Enseñar a vivir. Saber vivir. 9 intr. Estar presente o perdurar en la memoria, en la voluntad o en la consideración. Su recuerdo vivirá EN nosotros. 10. Intr. Estar (permanecer con cierta estabilidad). Vivir descuidado. Vivir ignorante de algo. 11. Tr. Sentir o experimentar la impresión producida por algún hecho o acaecimiento. Hemos vivido momentos de inquietud. Todas sus alegrías y sus penas las vivimos nosotros. Expresiones y locuciones verbales: 1. Bueno es vivir para ver. Expr. Vivir para ver. 2. No dejar vivir a alguien. Loc. verb. coloq. Molestarlo, fastidiarlo. 3. No dejar vivir algo a alguien. Loc. verb. coloq. Ser motivo de remordimiento o inquietud. 4. ¿Quién vive? Expr. U. por el soldado que está de centinela para preguntar quién es el que llega o pasa. U. t. c. s. m. 5. Viva. Interj. U. para expressar alegría o aplauso. U. t. c.s.m. 6. Viva quien vence. Loc. interj.. U. para explicar la disposición pronta del ánimo a seguir a quien está en prosperidad y a huir de quien está caído. 7. Viva, o vivan. Expr. U. para expresar deseos de exaltación u homenaje hacia los mencionados. ¡Vivan los novios! 8. Vive. Interj. U. como juramento con algún nombre que lo expresa, o con alguna voz inventada para evitarlo. ¡Vive Dios! ¡Vive Cribas! 9. Vivir alguien aprisa. Loc. verb. Vivir alguien deprisa. 10. Vivir alguien deprisa. Tb. ~de prisa. Loc. verb. Trabajar demasiado, o gastar sin reparo la salud. 11. Vivir para ver. Expr. U. para manifestar la extrañeza que causa algo que no se esperaba de la persona de quien se habla, especialmente cuando es de mala correspondencia.
Diccionario de la Real Academia Española
Hace un año, en plena pandemia, 2500 familias vivieron una experiencia rara, después de haber ocupado tierras públicas en Guernica. Estamos aquí para aprender con ella. Esas familias, la mayoría formadas por madres sólo y sus hijes, se vieron en la situación de perder sus trabajos, de los cuales vivían y quedaron sin condiciones de pagar el alquiler. Algunas de esas mujeres, precisaron salir de sus casas para salvar sus vidas y las de los suyos, por la violencia doméstica que aumentó durante el aislamiento.
Esto es lo conocido. También que, en poco tiempo, y en invierno, levantaron sus casillas con lo que conseguían y allá se instalaron. En asambleas, crearon normas de convivencia y trazaron estrategias para organizar el espacio y disputarlo frente al Estado. Así podrían, con el tiempo, levantar techo y paredes más sólidas, construir una casa en el lote, para abrigarse y vivir.

Formas de habitar, formas de vivir
Pero pensemos: ¿qué es vivir en tierra urbana? ¿Qué “vivir” imaginamos posible sobre una porción de tierra urbana? Confiamos que la tierra rural produzca alimentos, pero no tenemos esa expectativa para la tierra urbana, en las ciudades imaginamos plantar casas apenas, pero si nos ponemos a pensar, en definitiva, es la misma tierra.
En la segunda mitad del siglo XIX, en las sociedades industriales de Europa y Estados Unidos, se instaló una forma de organización, nuclear, de la familia proletaria, que hasta entonces no existía: mujeres y niñes, que antes trabajaban en las fábricas, se recogieron a sus hogares. Estas nuevas relaciones eran necesarias para garantizar el cuidado y la reproducción de los trabajadores que, después de reponer las energías gastadas en la industria, volverían al día siguiente a la fábrica y mantendrían funcionando los engranajes de la producción de valor, con una tecnología más sofisticada que en las décadas anteriores. Una de las formas de consolidar ese proceso fue la creación de barrios operarios, en torno de las fábricas, constituidos por casitas en las que cabía una familia nuclear. El pequeño espacio de tierra alrededor de estas casas tenía sólo una finalidad ornamental y recreativa. En el marco del objetivo de contar con operarios que trabajasen a cambio de un salario, esta forma de ocupación de la tierra urbana tenía un sentido. El lote alcanzaba para levantar una casa. La alimentación pasó a ser casi exclusivamente comprada, en la feria, en el mercado, a los vendedores ambulantes que venían de las áreas periféricas, todavía semirrurales. Con el tiempo, ambulantes y ferias, pasaron a competir con almacenes, que fueron perdiendo relevancia frente al crecimiento exponencial de grandes cadenas intermediarias, como son los grandes supermercados, hasta tal punto que hoy ni siquiera imaginamos posible dentro de las ciudades conseguir alimentos sin mediación de dinero, que permita comprar esas mercancías, dinero ganado laburando o proveniente del estado, de las iglesias, de las acciones filantrópicas.
La comida, todo el resto de las cosas que necesitamos para vivir, fueron tornándose mercancías, y eso no sucede apenas por la forma en que se producen o porque pagamos por ellas, sino también porque nos fuimos convenciendo, o siendo convencides de que es así como son las cosas. Pero desconvencerse de eso, no es algo que se haga con las ideas, es preciso ver, oler, producir comida que no sea mercancía.
En Argentina, allá por la década del 30 del siglo XX, gente inmigrante o del interior que buscaba trabajo en las ciudades, trataba de salir de pensiones y conventillos y hacerse una casita en el conurbano, con una quintita en el fondo. Así, completaba su alimentación con verduras, legumbres y alguna fruta sin precisar comprarlas. Así se hacía frente a los períodos de desempleo o inclusive para sustentarse durante las huelgas.
Durante el primer peronismo, los planes de habitación tendían a la construcción de viviendas con muchas habitaciones, con patio y jardín, pero sin suficiente terreno para huerta. Al mismo tiempo, se hacía una propaganda para que las mujeres abdicasen del trabajo fabril y se dedicasen a las actividades domésticas. Ya desde la década del 50 en adelante, esa dinámica familiar se tornó muy difícil de sustentar, con el creciente desempleo. En ese período, y con nuevas migraciones en busca de trabajo, se multiplican las villas, que se llamaban “de emergencia”, para dar la impresión de que se trataría de una situación provisoria.
¿Cómo vivir cuando no hay laburo?
Después de la dictadura y la desindustrialización entonces iniciada, una gran parte de trabajadores dejaron de ser temporariamente desempleados para transformarse en trabajadores sin registro, flexibles, informales.
Así, la mayor parte de les trabajadores perdieron la relación con un salario, no sólo porque muchas fábricas cerraron, sino también porque las que existen fueron reduciendo la cantidad de empleados. A eses trabajadores, la mayoría, que ya no tienen un salario que les permita organizarse para pagar un alquiler, tener una noción de cuánto van a poder gastar en comida, trazar estrategias como comprar al por mayor para que el salario rinda más, ya no les sirve vivir en estructuras y relaciones creadas para vivir con un salario.
Si el dinero entra de vez en cuando, y la comida depende solo del salario, cada vez la familia come más salteado. Cuando se come salteado, la preocupación es matar el hambre. Nutrir el cuerpo, mantenerlo saludable deja de ser algo por lo cual preocuparse, porque no hay condiciones concretas para hacerlo. Para pensar la distancia entre matar el hambre y alimentarse, podemos pensar en la diferencia entre sobrevivir y buenvivir, si acaso sobrevivir se torna el imperativo del momento, porque es necesario preservar la vida, no podemos perder el buenvivir como horizonte de futuro de nuestros proyectos.
Así, es preciso movilizar una imaginación práctica, que nos permita construir autonomía frente a la falta de salario. ¿De qué vivir? Soberanía alimentaria, espacios de producción de la propia comida, huertas, familiares o comunitarias. Y eso precisa estar contemplado cuando pensamos en la ocupación de la tierra. Para que ésta no sea apenas tierra para sobrevivir, sino “tierra para (buen)vivir”.
Josefina Mastropaolo[1] y Silvia Adoue[2]
Imagen: Che Alejandra
IG @chealejandra_da
[1] Trabajadora Social. Profesora de la Escuela de Servicio Social de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Actúa en la Red Brasileira de Asistentes Sociales por el Derecho a Decidir.
[2] Educadora de la Escuela Nacional Florestan Fernandes y de la Universidad Estadual Paulista.