Centros culturales de poder, margen y periferia y otras universalizaciones
La nación: una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana. Imaginada porque aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión. (Anderson, 1993, p.23) 1
Quiero empezar esta reflexión desde la mención de ejemplos muy particulares, para poder comprender luego una cuestión general, sobre la llamada “Literatura Argentina”. Hace poco leía una novela, en donde abundaban datos como: “(…) mi casa de Ramos Mejía”; “(…) en una librería de la Calle Corrientes”, “(…) tomé el tren Sarmiento”, etc. Algo totalmente esperable en una novela, pero de pronto esas referencias me permitieron bosquejar la respuesta a una idea que ocupa mis pensamientos y que últimamente interrumpe mis lecturas. La respuesta apareció en forma de preguntas: ¿Por qué se dan estos datos tan locales sin otra referencia, por ejemplo, de la provincia o la ciudad? ¿Por qué estas referencias “al vacío” funcionan, sin importar de qué parte seamos? ¿Por qué no las percibimos como datos locales?
Adelanto una hipótesis: porque hemos naturalizado un modo de leer “La literatura argentina”
No sé ustedes, pero como lector ya estoy cansado de leer a les escritores de Buenos Aires qué se arrogan la representatividad de “La Literatura argentina”. Y no estoy hablando de les autores mediocres no, hablo de les que admiro y leo. Pero cada vez me molesta más esa escritura localizada que se pretende nacional. Cansado de los relatos con minucioso detalle de calles: “Gaona y Juan B. Justo”, o “La General Paz”, por decir algo. Como lugares comunes que como argentinos deberíamos reconocer y evocar. Como si “El barcito”, “el café porteño” fueran realmente espejos de lo argentino.
A veces arriesgan narraciones fuera de Buenos Aires y aprovechan esa oportunidad para evidenciar las diferencias que hay, para establecer, remarcar, resaltar lo que no es, lo distinto a Buenos Aires: la añoranza del tango, del café del barrio, el clásico y la cancha, los sucesos políticos “importantes”. (Disculpen el abuso de comillas y de paréntesis) Estoy hablando obviamente de la cuestión canónica rioplatense. Es decir: que “Literatura Argentina” en realidad es principalmente Buenos Aires. (si, ya se, me van a nombrar a muches autores que no son o no eran de ahí, esperen ya llego a eso)
Hay que tomar con pinzas lo que digo, porque es una percepción subjetiva, con cortes tal vez un tanto forzados. Y mi muestra de lectura es insuficiente, lo sé. Pero a la vez, estoy convencido de esto.
Si uno va a la librería y pide literatura argentina, lo llevan a las estanterías universalizadas del conjunto Buenos Aires and Friends, donde puede entrar Rosario o Córdoba, pero en poquísima proporción. O bien, autores de reconocimiento nacional,
1 Anderson, Benedict (1993)
Comunidades imaginadas, México.
Fondo de Cultura
Económica.
que han nacido o se han criado en otras provincias y que casi seguro se mudaron, en algún momento, a aquél centro cultural de poder.
En el caso de que uno busque “literatura regional”, como puede ser la patagónica o cosas raras como esa, en la mejor de las situaciones esta está apartada, en otro sector (¿O esa es la peor de las situaciones?)
Entonces, ¿La idea de región aplica a todo menos a Buenos Aires?, ¿Por qué una es Literatura argentina y la otra una cosa regional? ¿Otorgar, asumir, o reconocer el carácter de región, podría ser un elogio o un toque distintivo? No, eso tal vez para el turismo, en literatura no, en literatura se trata de poder, de límites. Por eso jamás voy a defender un regionalismo literario, porque es atacarse así mismo, es marginarse, es adjudicarse una posición especial, sin que lo sea en verdad. No hay nada de especial en la literatura escrita en el NOA, el Litoral, la Mesopotamia, Cuyo, Las Sierras o la Patagonia, salvo la no coincidencia con el canon impuesto sobre lo que debería ser argentino.
Quienes escriben literatura en Buenos Aires dicen que escriben “Literatura argentina” y se autodenominan escritores argentines. Así se los clasifica ¿no? ¿Y el resto de escritores del país cómo se definen?
¿Y qué hace este resto con esta situación? Pues valida esas ridículas representaciones, con estúpido orgullo de pertenencia regional. Así se refuerza la idea de Buenos Aires como representación de la literatura argentina. Desde un lugar en el margen, que no interpela ni está en la pelea por el centro. Solo está ahí de muestra, para que cuando sea necesario exponer la diversidad, tomen un par de nombres hagan una antología y todes felices.
En esas antologías quedan fijados los textos, que engordan el estereotipo construido con la mirada del otro. A veces sostenido por quienes pretenden entrar a la fiesta pidiendo permiso y sentándose a un costado. Se quedan allí toda la noche con el mismo vaso en la mano, tratan de no incomodar para permanecer adentro, aunque sean parte del decorado.
Se hacen esfuerzos monumentales para identificarse con una región. Algune lo hará como estrategia para sobrevivir, para sobresalir, aunque sea un poco, con su “ropaje exótico”, sabiendo que, en este reparto cultural, casi no se tienen chances de aparecer en escena. Sino es desde lo subalterno (¿?), ¿o desde lo ornamental tal vez?
En la auto denominación regional hay un doble juego: el de reconocerse parte de una construcción cultural abreviada y aislada y el de no reconocerse parte de otra construcción más amplia. En concreto: esta operación regionalista provoca la autoexclusión de un conjunto mayor (también arbitrario) concediendo a lo que pasa en Buenos Aires, como lo único válido para constituir y representar lo argentino.
Desde todos los puntos del país somos responsables de alimentar las antinomias: capital/interior, centro/periferia, argentina(BsAs)/región. No solo en el terreno artístico, sino en lo económico, en lo puramente político, en el deporte, etc.
Podemos hacernos les destraídes, pero no podemos dejar de señalar que hay un lugar de poder y otro relegado, con responsabilidades diferentes, según el caso. Donde el mercado editorial es una de los puntos fuertes de acción hegemónica dominante.
A partir de las antinomias es como una y otra vez se
reproducen los mismos tópicos de siempre, las mismas dicotomías, los mismos esquemas,
moldes, tradiciones, estructuras
y lugares comunes de “La Literatura argentina”. En cuanto a quienes pertenecen al centro, lo vemos en sus libros, en entrevistas, en su intervención en las redes y cuando se citan entre sí. Cuando establecen relaciones intrínsecas, se inscriben en tradiciones y rechazan otras. A veces evidencian las discrepancias entre grupos, pero en definitiva juegan el mismo juego.
El canónico enjambre rioplatense se lee a sí mismo; y ojo con las lecturas endogámicas que es como casarse entre primos, los resultados pueden ser desastrosos.
Desde Buenos Aires miran a les escritores del resto del país como miran a sus ciudades: con curiosidad y ternura. Como se mira a una mascota que ha aprendido a dar la pata o a sentarse a la voz de “sit”. A veces miran con esperanza de padre, cuando siente que se los emula. (ese tufillo a civilización y barbarie se sigue oliendo)
Luego siguen inmersos en su mundo de cafés y tradiciones, y cuentan anécdotas de ciudades lejanas donde también hay librerías y donde leyeron unos versos interesantes. Asombran a su auditorio cuando cuentan que allá, en el interior, “también hay semáforos y boliches” Lo exótico tiene ese encanto de reconocimiento y tranquilidad por la lejanía. Lo raro de lo otro da la certeza al centro, la determinación especular invertida.
Hay excepciones, porque son necesarias, entonces de vez en cuando suben al escenario a una o un escritor/a de provincia y aplauden fervientemente. Lo o la dejan cerca para echar mano cuando es necesario dar algún nombre del “interior”. Es el caso de algunos premios nacionales que se están ocupando de maquillar cierto federalismo. (Hasta ahí) Asoman así, tímidamente, Entre Ríos o Neuquén, por ejemplo. No será extraño en estos casos, leer reseñas que resalten el origen de les escritores, como una especie de novedad y gesto inclusivo. Estas reseñas van acompañadas de fotos alusivas a su región o provincia, para que definitivamente quede anclada la imagen a ese imaginario.
Hay excepciones, pero aquí intento evidenciar un mecanismo, que consiste en construir “al otro”, ficcionalizarlo, incluso invisibilizarlo, como forma de autodefinición y reafirmación canónica. Perpetuar el modelo rioplatense, como portador de la argentinidad. Es decir, definir al otro para definirse a sí mismo, se es lo que no es el otro; o bien distanciarse del otro por lo que no es. Para afirmar una identidad propia a través de la construcción de un imaginario del resto. Identidad que se hace extensiva a todo el territorio, con una clara intención homogeneizante y dominante, con el fin de adjudicarse cierta representatividad.
Los centros culturales de poder adiestran sobre el modo de hacer y consumir arte. Nos configuran la mirada, nos acostumbran a un modo de leer y de ver.
Por ejemplo, el cine de Hollywood es un centro cultural de poder, esto es obvio. Hemos sido educados con sus códigos, su lenguaje, fotografía, formas de dirigir, de actuar de guionar, de contar, etc.
En literatura también hay centros de poder, en Argentina tenemos a Buenos Aires and Friends, como ya dije. Este conjunto incluye, de algún modo, a un público generado en parte por el mercado editorial. Donde es justamente la industria la que marca el pulso, a la que le siguen escritores, docentes, instituciones y críticos/as
Como toda respuesta, desde la periferia de esas hegemonías se refuerza la autoridad cultural de los centros
a través del regionalismo barato y muchas
veces de cotillón.
La dominancia cultural es además dueña de rupturas y vanguardias. Es constructora del canon y el contra canon a la vez. No dejan lugar ni para eso. En la configuración del arte dominante está el encastre para el discurso contracanonico. Lo regional jamás es contracanónico, porque va en otro carril. No irrumpe, no se introduce como cuña en el protegido círculo rioplatense. A veces apenas si bordea la orilla. Y es lógico porque no se opone a las propuestas literarias de aquel, sino que actúa con el cosplay que le han confeccionado y que acepta de buena gana o tal vez por resignación.
A lo sumo podríamos decir que es parte, pero como accesorio, no como disputa.
La tradición literaria rioplatese, pretendida de argentina, se compone de esquemas burdos, que no problematizan, pero que han sido altamente eficaces para imponer una representación. Es una simplificación de la realidad, análoga a la denominación: “Literatura universal”. En relación a ese semejante conjunto y concepto “La literatura argentina” también tiene un papel relegado y marginal.
¿Quieren hablar de lo regional? digamos entonces La región rioplatense, Buenos Aires, y que sus calles y sus barrios no son de Argentina, son de esa región. Lo escrito allí no es literatura argentina es de esa región. (Aclaren los límites si es posible)
Dicho todo esto hay que hacer una salvedad: Un arte localizado no tiene porqué ser regional.
Aclaro, yo no planteo la inexistencia de lo regional en sí mismo, sino dentro de la literatura, planteo su estigmatización y que “lo regional” en todo caso, es una cosa más, otro elemento posible, como puede ser cualquier otro aspecto de análisis. No es una esencia. Además, planteo lo difuso de las fronteras, lo difícil que es establecer límites certeros, concretos y válidos para la literatura de una supuesta región. No solo en cuanto a lo geográfico, que ya presenta un problema en tanto responde a decisiones arbitrarias, sino al hecho de los criterios para definir la literatura de esa región. ¿Qué consideramos? ¿El lugar de nacimiento del autor o la autora?, ¿El lugar donde vive? ¿Y si se muda a otra región? ¿Consideramos tópicos, leitmotiv, temas? Entonces no importaría ni origen ni lugar de residencia del escritor o escritora, sino que sus textos respondan a estas categorías o acuerdos, pertenecientes a la región. ¿Consideramos el lugar en donde se desarrolla el relato, o marcas de ese lugar en la poesía?
No me queda claro, en absoluto.
Entonces, insisto: no existe la literatura regional, sino la localizada. (Hay argumentos teóricos válidos para señalar esta distinción) Y si aceptamos, hipotéticamente, que existe La Literatura Regional, por lógica haría desaparecer a la Literatura Argentina, porque si todo es regional, (incluso Buenos Aires), lo único en común que tendría esa literatura sería estar dentro de la misma bolsa, nada más.
Las referencias locales, que fueron el punto de partida de este escrito, no son más que ejemplos, para mostrar la operación canónica. Estos elementos pueden faltar y aun así nos encontraremos ante un modo de escribir y leer marcadamente rioplatense. Habrá otras cuestiones: tópicos, dicotomías, esquemas, moldes, tradiciones, estructuras, etc. Que pueden ser objeto de otro análisis.
Habrá que tomar decisiones teóricas: o todo lo es o nada lo
es y en cualquier caso el problema
siempre son los límites
y los criterios para
definir.
Tres citas útiles:
En definitiva, esta discusión evidencia que la literatura, como decía Piglia, es un campo de lucha.
Tal vez la solución más adecuada sea denominar a la literatura sin adjetivos, como plantea Andruetto cuando habla de la literatura infantil y juvenil. Adhiero.
Y cierro con estas preguntas que enuncia Ángel Uranga en su ensayo: “El eco de la letra”:
“¿Qué es lo que se pregunta cuando nos preguntamos si una literatura es argentina, del noroeste, de la Mesopotamia, de Uruguay o de España? Es decir; ¿qué interés tiene esa pregunta? ¿Definir una identidad “nacional”?, ¿la lengua de un pueblo? ¿o simplemente expresar desde un topos, fatalmente geográfico, una idiosincrasia, sin querer expresar una idiosincrasia?” 2
Ezequiel Murphy
Escritor de literatura del Barrio General Mosconi (al menos hasta que me mude), comodorense, chubutense, patagónica, argentina, latinoamericana, americana, mundial. (¿?)
La abundancia de límites no hace más que desnudar un absurdo. Además, evidencia un uso de lo regional nada ingenuo, construido como otra ficción para detentar el poder cultural. Declararse representantes de un conjunto de por sí tan diverso, que desborda por todas partes.
2 Uranga Ángel, El eco de la letra. Ensayos patagónicos (1997-2011). Ed Jornada.