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El huevo de la Serpiente y la peligrosa naturalización de la violencia

Especial para Contrahegemonia. La violencia no está solamente en los aparatos represivos –estatales o privados – sino que, y primeramente, en los discursos de odio que empiezan a romper los límites convenidos socialmente, incluso en aquellos forjados a partir de tragedias históricas compartidas, y emprenden el camino de la naturalización, disfrazados de épicas rupturas del correctismo político.  Ya advertía Maquiavelo que quien “no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente”.

En el año 1977 cuando en Argentina se vivía a pleno la tragedia del Terrorismo de Estado, el genial director sueco Ingmar Bergman estrenó una película ambientada en el Berlín de los años 20. Se llama “El huevo de la serpiente”, todo aquel que no la haya visto tiene la oportunidad de hacerlo porque está disponible en YouTube. El filme fue producido por Dino de Laurentis y protagonizada por un muy joven David Carradine, quien por esa década también le había puesto el cuerpo al famoso Kwai Chang Caine de la serie Kung Fu.

La película, filmada en blanco y negro, se convirtió en un clásico del cine en el que abundan las fantásticas luchas con “Katanas”, tiroteos y chorros de sangre emanando de cuerpos mutilados protagonizadas por el mismo Carradine en los años 2000; cuando encarnó a Bill, el famoso líder del “Escuadrón de las serpientes asesinas” que Uma Thurman buscaba matar, en la también ya clásica saga de Quentin Tarantino. Bergman nos pasea por el sombrío panorama del Berlín pre-Nazi donde un régimen de barbarie se insinúa, pero aún no acaba de nacer. Desde la teoría se puede enunciar la multicausalidad de los procesos socio-políticos, pero sin dudas el arte tiene la virtud de comprometernos vivencialmente en los mismos.

Cuando Bergman, en los segundos iniciales del filme, intercala con los títulos una toma cerrada de personas caminado en cámara lenta, como desdichados fantasmas hacia un futuro incierto y trágico; logra situar y transmitir la frustración, tristeza, desilusión y miedo de esos tiempos; para luego narrar que “la escena toma lugar en Berlín, la noche del sábado 3 de noviembre de 1923; un paquete de cigarrillos cuesta 4 billones de marcos y casi todos han perdido la fe en el futuro y en el presente”. La serpiente aún no nace, pero en ese contexto angustiante están presentes todas las condiciones predisponentes para que la bestia termine por alcanzar encarnadura social y política.

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La realidad no ficcionada

Las exigencias impuestas a los perdedores de la primera Gran Guerra: frustración, inflación descontrolada, falta de comida, de trabajo; crisis política, económica, financiera, intentonas golpistas, separatistas y en suma, la debilidad política de la República de Weimar, logra configurar los tiempos violentos que se avecinan. Solo faltará avivar el fuego, construir narrativas que aglutinen todo el odio posible y escoger a los culpables.  Claro que sabemos que extrapolar directamente contextos y tiempos históricos diferentes es un sinsentido teórico, sí, pero el fin de este escrito no es más que el de recomendar una vieja película, y de paso advertir que no todo da lo mismo.

En tiempos de “fascismo societal” (tal la caracterización de Sousa Santos) donde la política se reduce a algunos pocos caracteres en redes de odio, creemos que es prudente advertir acerca de la peligrosidad que implica la pérdida de sentido y responsabilidad sobre lo dicho. La violencia no está solamente en los aparatos represivos –estatales o privados – sino que, y primeramente, en los discursos de odio que empiezan a romper los límites convenidos socialmente, incluso en aquellos forjados a partir de tragedias históricas compartidas, y emprenden el camino de la naturalización, disfrazados de épicas rupturas del correctismo político.  Ya advertía Maquiavelo que quien “no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente”.

Lo peligroso que puede resultar desatender el poder de las palabras creyendo que sólo se trata de anuncios huecos y oportunistas de algún outsider de la política, implica no advertir que cada corrimiento en los límites de lo decible genera peligrosas posibilidades materiales de que se legitimen hechos y actos, que hasta hace muy poco parecían impensables. Hace ya tiempo, y quizás al amparo de un contexto pandémico, esos límites en el discurso y la práctica política se han ido rompiendo; las dudas sobre el genocidio y la reivindicación de la dictadura cívico-militar de los 70-80; la exacerbación del punitivismo y la mano dura, el uso de cuerpos en bolsas mortuorias durante un acto político, la quema de barbijos, la violencia verbal, las apelaciones al odio y tantos otros ejemplos dan cuenta de ello.

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Si se observa a un político en campaña electoral -y a sus seguidores enfervorizados- participando de eventos, cabría suponer que se trata de un acto que cualquier manual de Ciencia Política define como de participación política básica. No obstante ello, hace tiempo precandidatos difunden sus campañas políticas en eventos como los descriptos, con las formas y particularidades propias de estos fenómenos. Lo llamativo de ello es que tanto los referentes como sus seguidores se auto-perciben en el afuera del ámbito político al que descalifican como corrupto, propio de una “casta política”.  Se trata de un acto político configurado para sostener la antipolítica.

Hace un tiempo ya, en un evento se expresaron muchas pistas de lo que tratamos de evidenciar y reflejar. El candidato Javier Milei bajo el lema “Ellos contra Nosotros”, enunció una “una batalla moral” emprendida paradójicamente en nombre de la “racionalidad económica” y apelando sin embargo a las pasiones humanas más básicas como el miedo y el odio: “No vengo a guiar corderos, vengo a despertar leones”, dijo el candidato, orientándose a la animalidad de los presentes. No propuso a sus seguidores que actuaran con astucia e inteligencia, simplemente los animó a ser leones, es decir bestiales.

Según expresó con voz encendida “la gesta de la libertad avanza para sacarlos a patadas en el culo”; refiriéndose así a lo que denomina la “casta política”. Para este candidato político meterse “al barro de la política” implica que todo vale, incluso los insultos y la discriminación.  Así, en algún momento del discurso el personaje retomó la vetusta idea de superioridad y advirtió que “el capitalismo y el liberalismo no sólo son superiores en lo productivo, hay una superioridad moral por abrazar los mejores valores de la sociedad de occidente que se transformaron en instituciones que hicieron rico el planeta tierra”… En otro cuadro de la verba exaltada propuso: “Vamos a quemar el Banco Central” ante el clamor de los asistentes.

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Está bien. Algunos dirán que se trata simplemente de un acto político frente a sus partidarios, que las oposiciones son parte de la construcción de identidades políticas, que el giro Trumpista o Bolsonarista se capitaliza electoralmente en algunos sectores, se trata solo de puestas en escena del marketing electoral que incluyen un acting, un paso de comedia, con un lenguaje y hasta una estética determinada. Sin embargo, nos parece que la enunciación aquí no es adversarial, o competitiva para ponerlo en los términos de mercado; muy por el contrario, se trata de una semántica fuertemente schmittiana en el más profundo sentido de lo político, es de un “Ellos contra nosotros” de “Amigo vs Enemigo” y allí reside la peligrosidad del enunciado. 

Al no tratarse de una discusión política más, en el marco de una competencia electoral en una democracia liberal, sino de una “batalla moral”, emerge la eterna obstinación de las derechas por poner en acto de viejas narrativas asociadas a perspectivas racializadas, clasistas y de un alto contenido misógino. Si en nombre de un enfoque económico monetarista, supuestamente racional, se propone la ¿metafórica? quema de una Institución ¿hasta dónde se puede llegar en el propósito de dotar de esa supuesta racionalidad económica las relaciones sociales?  Si no se cansa de comprender a la otredad, a la que denomina “izquierda”, como “hijos de puta” ¿Qué lugar hay para el debate de ideas?  Si se apela a criterios de superioridad moral ¿Cuánto falta para que se empiece a hablar de superioridad estética, sexual, racial, etc? Son solo algunas de las elementales preguntas que emergen en días de elecciones nacionales.

No debería dar lo mismo, no debería ser consuelo que se trate de una disputa “dentro de las derechas” que se terminarán quitando votos. No es una anécdota, antes bien se trata de una vuelta más de tuerca, una nueva resignificación en las relaciones socio-políticas, el establecimiento de una línea abismal, de una narrativa dicotómica que -llegado el caso- podría adquirir la suficiente potencia legitimante para habilitar políticas estatales represivas extremas. Quizás no mañana, ¿Tal vez en diez, veinte años?

En un momento clave del filme de Bergman, el científico Vergérus –una síntesis de racionalidad y locura-  le explica al trapecista Abel Rosenberg, protagonizado por Carradine,  que “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”; mientras se repite la toma cerrada de personas caminado en cámara lenta, como desdichados fantasmas hacia un futuro incierto y trágico

Rubén Mellado[*]

Imagen: diario Clarín


[*] Politologo, docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales-UNCuyo. Co-director del Grupo de Investigación: “Captura del Estado, movimientos, organizaciones populares y construcción de hegemonía en Argentina y América Latina”

rubenmellado@hotmail.com

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