Detrás de la discusión en el gallinero del FDT, con renuncias de altos funcionarixs incluidas, queda sobrevolando la pregunta: ¿el famoso plus del gallo Alberto, que garantizó la victoria en 2019, no será el gran responsable de un camino de derrotas que le devolverá el gobierno a la derecha?
Las derrotas no tienen padres ni madres. Nadie quiere hacerse responsable de ellas y a la hora de evadir responsabilidades los matices se convierten en discusiones de principios. El kirchnerismo acompañó el rumbo elegido por el gobierno de Alberto Fernández. Podrá alegar en su favor que Máximo advirtió en el cierre electoral de Bahia Blanca que había que cuidar la microeconomía, o que Cristina advirtió sobre los funcionarios que no funcionan. Pero también es cierto que quien cerró la discusión sobre qué hacer con los fondos de los Derechos Especiales de Giro (DEG) fue la vicepresidenta y se alineó con la posición de Alberto y del Ministro Guzmán, de destinarlos como resevas, postergando obra pública, suba de jubilaciones y de salarios estatales, etc, etc.
La derrota, como casi siempre sucede, promovió la sobreactuación de diferencias y como ya se acostumbra, se apeló a los eufemismos, que sirven para que las personas de a pie no se enteren de qué se está discutiendo. Tratando de aportar un poco de claridad a estos debates intento traducirlos.
Cuando se dice que el gobierno privilegió la macroeconomía, en realidad se está haciendo referencia a que el gobierno se preocupó más por acordar con los acreedores internacionales, el FMI y los grupos más concentrados de la economía local, y por cumplir sus pautas de ajuste fiscal.
Cuando se dice que el gobierno postergó la microeconomía, se está afirmando que el gobierno no se ocupó de la caída de las jubilaciones y salarios, de las pérdidas de empleos, etc. Tampoco promocionó el consumo interno de la única manera posible poniendo dinero en los bolsillos de las mayorías populares.
Cuando desde la CGT, el massismo y sectores vinculados al presidente se habla de los “votos de las clases medias” y del “plus de Alberto” que garantizó el triunfo de las elecciones de 2019, se hace referencia en realidad a que los renovadores y el massismo les proporcionaban anclajes en grupos de poder, que harían más digeribles una victoria peronista. Alberto y Solá habían apoyado al “campo” en el conflicto de 2008 y construido lazos con el grupo Clarín, Massa era un asiduo asistente a la embajada de Estados Unidos, la CGT mantenía estrechos lazos con la UIA, algunos gobernadores estaban fuertemente vinculados a los agronegocios, las mineras y el proyecto de Vaca Muerta, etc. La inclusión posterior de Guzmán garantizó que no se investigara la deuda externa y que se negociara dentro de parámetros aceptables para los deudores, incluido el FMI. El “plus Alberto” era en realidad la garantía de que el nuevo gobierno no iba a realizar cambios sustanciales de rumbo.
La derrota de las Paso se produjo porque el FDT perdió cuatro millones de votos, dos de los cuales no fueron a votar y otros tantos votaron en blanco, impugnaron el voto o votaron a la izquierda. Los que se negaron a votar al FDT fueron mayoritariamente los más pobres y afectados por la crisis, tal como se demuestra en los registros del conurbano y en las provincias del interior. Resulta claro además que las concesiones a los grandes grupos económicos, al FMI y los acreedores internacionales postergaron la demanda social y pusieron en peligro el valor más preciado para el peronismo que se configuró después de la dictadura: mantenerse en el gobierno y gestionar el Estado. Ya no se trata de discutir quién será el nuevo presidente en 2023, sino si hay 2023 para el peronismo. Y esta es una preocupación no solo del kirchnerismo, sino también de gobernadores e intendentes, que se pusieron muy mal cuando vieron el mapa nacional cubierto de amarillo.
Después de la derrota, el planteo que hizo en forma teatral el kichnerismo, pero también en forma subterránea gobernadores e intendentes, fue que hay que asegurar los votos en noviembre. Y la única forma posible es mejorar las políticas distributivas.
El revuelo en el gallinero expone las disputas internas dentro del Frente de Todos, debilita a todas las partes en conflicto. Todos se desgastan, pero quien más paga es el gallo Alberto, porque queda expuesto que su plus sólo los conduce a una derrota.
Digamos para finalizar que este revuelo no es culpa de la gallina Cristina, ni del gallo Alberto, sino de que fracasaron los diques de contención y administración de recursos que representaron durante estos dos años las centrales sindicales y los movimientos territoriales ligados al oficialismo. Pudieron desmovilizar, postergar demandas y cerrar acuerdos salariales a la baja, pero no pudieron evitar que cuatro millones de votantes del Frente de Todos no fueran a votarlos.
En encrucijadas como esta el gobierno debería acordarse de esta aguda reflexión de Perón: “Los pueblos siguen la táctica del agua; las oligarquías, la de los diques que la contienen, encauzan y explotan. El agua aprisionada se agita, acumula caudal y presión, pugna por desbordar; si no lo consigue, trabaja lentamente sobre la fundación, minándola y buscando filtrarse por debajo; si puede, rodea. Si nada de esto logra, termina en el tiempo por romper el dique y lanzarse en torrente. Son los aluviones. Pero el agua pasa siempre; torrencial y tumultuosamente, cuando la compuerta es impotente para regularla”.
