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Extractivismos y resistencias populares: algunos apuntes

Extractivismos y resistencias populares: algunos apuntes

El sábado 2 de octubre, desde Contrahegemoniaweb, organizamos un taller de formación titulado Neoextractivismos, modelos de desarrollo y resistencias populares. Tuvimos la enorme satisfacción de contar con la participación de tres personas destacadas por su claridad teórica y por su compromiso militante: Horacio Machado Aráoz, Marina Richeri y Guillermo Folguera. Los aportes de cada une contribuyeron a plantear un enfoque crítico y reflexivo de los extractivismos, de su espesor histórico, su trasfondo político y sus limitaciones inherentes.

Horacio Machado Aráoz es politólogo, sociólogo y docente de la Facultad de Humanidades (Universidad Nacional de Catamarca) e investigador del CONICET en el Colectivo de Investigación de Ecología Política del Sur, Instituto Regional de Estudios Socioculturales (IRES-Conicet-Catamarca). Es Integrante de diferentes espacios asamblearios contra la minería transnacional y militante de colectivos regionales vinculados al ecologismo popular.

Marina Richeri es bióloga, docente universitaria de la Facultad de Ciencias Naturales y de la Salud (Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco). Vive en Puerto Madryn, Chubut, desde hace más de 20 años, e integra distintos espacios de lucha. Algunos de ellos son: la Cátedra Libre de Agricultura, Salud y Alimentación CaLiASA (UNPSJB), la asamblea en defensa del territorio-Puerto Madryn y el grupo Semillas Madryn. Hace 6 años, organiza desde estos espacios acciones contra la instalación de la megaminería y el avance de otros extractivismos en Chubut y otras regiones  amigas. 

Guillermo Folguera es biólogo y filósofo (UBA), investigador del CONICET y profesor de la UBA. Fue integrante del Grupo de Reflexión Rural. Forma parte del Grupo de Filosofía de la Biología y participa en el Colectivo “Después de la Deriva” en FM La Tribu. Hace más de dos décadas se vinculó con las problemáticas socioambientales de nuestra región.

En un contexto en el que el gobierno de Alberto Fernández confirma que, en la promoción del extractivismo, no hay grieta que lo separe de Mauricio Macri, es fundamental que desde un socialismo popular debatamos sobre las nefastas consecuencias de este modelo, sobre la oscura trama de complicidades que vincula a empresarios, gobernadores y funcionarios de rango secundario, y sobre la importancia de las luchas populares.

A continuación, resumimos algunas líneas de cada exposición.

Machado Aráoz: el extractivismo como anacronismo irresoluble

El extractivismo manifiesta un patrón de explotación de la naturaleza que no puede ser escindida de la explotación de la tierra. Los cuerpos son tierra. Nosotrxs somos tierra. Y es un patrón oligárquico de explotación y apropiación de la naturaleza, originado en el modo en que el capitalismo ha organizado la vida y ha planificado su desarrollo. Explota la naturaleza como un modo desigual de producción de mercancía.

Comienza en 1492, con la única guerra realmente mundial, contra el Abya Yala, contra los pueblos y la naturaleza. Desde entonces, el capitalismo se ha expandido ensanchando las fronteras de mercantilización, basado en la violencia como modo de relación entre lxs seres humanxs y entre los seres humanxs y la naturaleza.

El extractivismo es inseparable del capitalismo y del colonialismo. Está en la matriz de la llamada civilización occidental moderna y, por eso, hay un universo institucional y un modo de subjetividad del capitalismo y del colonialismo hegemónico.

Son víctimas las mujeres y disidencias, y las culturas degradadas por ser consideradas primitivas o bárbaras. Esta violencia exacerbada es totalmente comprensible: a mayor extractivismo, menos justicia social, menos democracia y más autoritarismo.

La defensa del extractivismo supone un anacronismo político, porque la idea de los sectores populistas sigue alienada con el imaginario del desarrollo. Es un modelo que ha fracasado.

Es una contradicción para estos sectores que se dicen progresistas y latinoamericanistas, pero desconocen que el desarrollo al que aspiran está basado en los privilegios de las economías centrales y colonialistas.

También es una contradicción que posturas marxistas y socialistas adhieran al desarrollismo y al extractivismo, porque manifiesta una imposibilidad de plantear un modelo realmente anticapitalista.

En términos económicos, es un anacronismo porque no promueve el bienestar o el crecimiento. Los últimos 50 años son claros en este sentido. La economía convencional está reducida al mundo del dinero, mira los procesos económicos por el velo del mercado financiero. Hace caso omiso de los procesos materiales, climáticos y atmosféricos de la economía humana en términos generales. Porque la economía humana es ecodependiente, es necesario asumir que no producimos cobre o petróleo: apenas los extraemos. Y cuánto extraemos nos muestra los límites del proceso ecológico. No puede haber un crecimiento indefinido en un planeta finito, limitado. El conflicto Este-Oeste y fundamentalmente el conflicto Norte-Sur profundizó la legitimidad de un modelo contradictorio, que no puede dar respuesta a todos los países, todas las regiones, todas las clases.

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Como producto de la crisis de los recursos naturales, nace el neoliberalismo, un modelo mediante el cual las potencias del Norte pretenden garantizarse la provisión de recursos. El neoliberalismo nace con el golpe de Estado de Pinochet, algo que deja en evidencia muchas de sus facetas violentas y autoritarias.

Estas políticas intensificaron una matriz de racismo ambiental. Los países del norte avanzaron con políticas ambientales de securitización y la militarización de la naturaleza. Allí, se pueden observar políticas de regulación y de descontaminación progresiva, como una estrategia para disimular el agotamiento y la escasez de recursos en sus territorios, mientras profundizan la contaminación en los países subordinados.

El tercer tipo de anacronismo ligado al extractivismo es el histórico-geológico. Obedece a una concepción del mundo propia del siglo XIX o anterior, incluso. Este camino nos ha llevado a un innegable escenario de crisis ecológica. Nueve millones de personas por año están muriendo por el denominado “calentamiento global” que, en realidad, es una crisis ecológica global. Asistimos a un escenario de degradación de la vida humana. Hoy, ser realistas analizar los límites para la existencia humana.

Por último, avalar el extractivismo es una anacronía epistémica porque nos retrotrae a un modelo de ciencia baconiano o newtoniano, propio del siglo XVII. Desde mediados del siglo pasado hay un giro epistemológico que nos dice lo que los pueblos originarios sabían desde siempre: la tierra es un ser vivo.

No es “pachamamismo” (como se dice colonialmente y despectivamente): en un sentido filosófico y científico. Hablar de Madre Tierra implica comprender que la especie humana nace y se desarrolla de ella. Esto requiere una perspectiva diacrónica y sincrónica, porque tenemos que estar en comunión con las otras especies. La vida es un fenómeno comunitario.

Richieri: los múltiples extractivismos que atraviesan Chubut

Los Estados y los gobiernos deben disimular, maquillar la verdadera naturaleza del extractivismo para poder seguir contaminando y asesinando la naturaleza. Chubut es una provincia en la que se observa con facilidad los aspectos generales de la cosmética ambiental.

Si une busca en Internet “Chubut”, aparecen imágenes idílicas de la naturaleza: la cordillera, las ballenas, la meseta, el río Chubut. Sin embargo, lo real es que Chubut está muy lejos de esa imagen publicitada. Es un territorio que está a punto de desaparecer, en tanto lugar natural parecido a esa imagen publicitada.

En sus más de 224.000 km² de superficie, la provincia padece diferentes formas de extractivismo.

“El gobernador Mariano Arcioni repite en los medios “Chubut es petrolera”. En su sentencia se vislumbra la visión puramente reduccionista, servilista y extractivista propia del mandatario provincial. A pesar de que Chubut cuenta con la posibilidad de diversificar y fomentar las economías regionales, Arcioni sólo ve en Chubut la inmensa área habilitada para extraer petróleo que supera la superficie provincial (sumando superficie bajo el Mar Argentino).

Sin embargo, pese a la explotación petrolera, la provincia está en crisis. Tiene una deuda imposible de pagar y realiza un gran ajuste a los trabajadores. Es un claro ejemplo de que el extractivismo (en más de 100 años) no soluciona los problemas sociales, ni genera igualdad ni el mentado desarrollo social.

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Hace poco comenzó el fracking. Todes sabemos el impacto ambiental que produce. Menos conocido es lo que ocurre con un negocio asociado, el de la extracción de las arenas silíceas: uno de los insumos para este tipo de extracción, inyectado en la superficie terrestre junto con el agua para provocar que, por presión, salga el petróleo a la superficie. Esto se usa, por ejemplo, en Vaca Muerta.

De hecho, en Chubut había una cantera que proveía a Vaca Muerta, relativamente próxima a Trelew y Puerto Madryn. Estaba situada cerca de Dolavon, una comunidad ubicada en el valle inferior del río Chubut. Desde su inicio provocó enfermedades de diferente tipo, sin el debido control ni prevención de parte del Estado. Finalmente, la cantera dejó de funcionar, no por efecto de las denuncias sanitarias, sino porque Vaca Muerta decidió comprar esas arenas en otro lado. Esto también demuestra la fragilidad de este sistema económico. La extracción sólo dejó personas enfermas y desempleadas.

Hace un tiempo fue noticia una laguna de color rosa intenso en Rawson. Esa coloración se debe al efecto de los desechos de la explotación de langostinos, principalmente. Esto fue conocido por denuncias de vecinos y vecinas, pese a que las autoridades sanitarias del gobierno dijeron que era algo normal y que en pocos días la coloración extraña iba a desaparecer. En este momento, dos meses después, la laguna está de color púrpura.

Esto demuestra que los problemas ambientales surgen por denuncias de vecines, a veces demasiado tarde. El Estado no es el precursor en este problema.

Otro problema de Chubut es la megapinería. Tras el discurso de forestar el desierto y repoblar los bosques, se establecieron extensas plantaciones de una especie de pino (pinus ponderosa) que no es autóctona. No es una especie maderable, se usa en general para hacer pasta, como pastera. “No son bosques sino desiertos verdes”, dice Lino Pizzolón, un destacado biólogo de la provincia. Él también explicó que el incendio de la cordillera de este año fue devastador porque este tipo de pino incrementa la propagación del fuego.

La megapinería está asociada al descenso del caudal del río Chubut, porque aumenta la evaporación y se deforesta el bosque nativo.

Todavía no hay mucha conciencia en la provincia acerca de este problema. Sucede también con otros extractivismos. No ocurre así, sin embargo, con el caso de la megaminería. Desde el año 2002, el pueblo chubutense lucha contra la instalación de esta industria devastadora. Se puede decir que la lucha socioambiental comenzó antes, en la década de los ‘90, cuando el gobierno de Menem pretendió instalar un basurero nuclear en Gastre.

También hay un extractivismo ligado a la agroindustria, que afecta el consumo de agua. Hay industrias que arrojan sus desechos al río Chubut, sin que el Estado controle ni sancione. Además, hay proyectos para instalar, en el valle del río, granjas porcinas.

En Madryn, la electricidad depende de la represa Futaleufú. Quieren ampliar la cantidad de represas, en Carrelenfú (en Corcovado) y en río Seguerr. Sabemos lo que implica la construcción de represas, sobre todo cuando lo que se prioriza es abastecer a las grandes empresas.

Todo esto se relaciona con lo señalado por Horacio, respecto del vínculo entre el cuerpo y la naturaleza. Existe una estrecha relación entre el genocidio y el terricidio. El genocidio es el exterminio humano y el desarrollo en el marco del capitalismo implica, además del genocidio, un modo de producción que lleva a un terricidio. Se ataca la naturaleza.

Esto es así pese a la retórica de estos grupos promotores del extractivismo y el desarrollo. Hablan de desarrollo y crecimiento pero no de enfermedad y muerte. Ocultan lo que producen.

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Desde nuestros lugares de lucha, en la calle, es necesario contribuir a que la sociedad se saque el velo.

Folguera: cinco ejes para pensar el extractivismo

En nombre de una balanza comercial, del progreso o del desarrollo, se sigue una lógica económico-monetaria particular. Lo único que importa es la plata, finalmente.

Entonces, es necesario preguntarse qué se hizo con la riqueza del mundo para que esto sea posible, cómo se empaquetó el extractivismo para que éste sea nuestro presente.

Asumo que no es cuestión de mejorar el modelo o buscar un extractivismo verde o sustentable. Es una discusión imposible. No tiene sentido hablar de progreso o trabajo o sustentabilidad porque no les interesa.

Propongo cinco ejes para caracterizar el extractivismo.

1. El extractivismo presupone un  tiempo sin pasado y sin futuro (el capitalismo, también). Hay solo un ahora. En particular, esto justifica el discurso que refiere a la necesidad de obtener dólares “ahora” Se sedimenta en la urgencia del presente, sin tener en cuenta los costos.

Hay una negación ontológica del pasado y del futuro, no hay causas y no hay consecuencias. Todo ocurre a largo plazo. No se discuten los efectos crónicos, es decir, las afecciones que no son agudas y que no determinan una muerte rápida. Por ejemplo, no se analiza realmente la relación entre el cáncer y el extractivismo.

2. El espacio es tratado como homogéneo y vacío. Se lo concibe como un lugar homogéneo, siempre igual, con las mismas condiciones ambientales. Así, por ejemplo, se pretenden instalar proyectos mineros, sojeros o granjas porcinas en todo el territorio nacional, sin reconocer las diferencias. Se evita pensar que las disponibilidades y las necesidades de agua cambian, también los riesgos pandémicos. En un terreno homogéneo y vacío, no importan las gestiones, los responsables locales y circunstanciales. No hay nombres propios en el extractivismo, las responsabilidades se diluyen

3. El extractivismo presupone una población que él mismo fue moldeando. No apunta a diversificar la matriz productiva ni a multiplicar las posibilidades de trabajo y de ascenso social. Profundiza la exclusión, la migración a las ciudades, para alimentar el imaginario de una clase media urbana: la idea de que en un punto lejano, se generan los recursos que luego vuelven en forma de alimentos o tecnología. Mientras, en las poblaciones del interior y en los cordones suburbanos de las ciudades, están lxs pobres a lxs que recluta, como mano de obra obediente. Y, cuando se van, eso es lo que dejan en el territorio: pobres.

4. Siguiendo la lógica propia del capitalismo, el extractivismo asume que vivir es usar el territorio, explotarlo, extraer recursos. No proyecta un futuro a largo plazo, no propicia la interrelación de los territorios. El espacio, cada uno tomado aisladamente, está vacío y, entonces, hay que utilizarlo, explotarlo. Hacer útil lo que es inútil y está vacío. La relación entre la humanidad y la naturaleza se reduce a eso: a un aprovechamiento de recursos para satisfacer las demandas del mercado.

5. Vivimos en un extractivismo donde el riesgo es naturalizado, donde el accidente es visto como algo que simplemente ocurre, donde las promesas se plantean como si fueran parte de una publicidad, con falta de responsables. ¿Qué pasa si una población se queda sin agua? ¿Lo llamo accidente? ¿Y un derrame de petróleo? ¿Está bien asumir que hay actividades con alto riesgo de contaminación? ¿Quién alerta sobre las consecuencias?

Los estudios de impacto ambiental que presentan las empresas para demostrar la factibilidad y la seguridad de los respectivos emprendimientos son poco fiables. Además, el Estado no solo no los examina con seriedad, sino que además ignora a lxs vecinxs que hacen las denuncias que corresponden.

Algunas conclusiones

El desafío es tratar de acordar un criterio de acción. Responde a la pregunta “¿qué hacemos?”, pero sobre todo al inmenso interrogante de cómo es una vida que valga la pena ser vivida, incluso –y aún más– en un contexto de crisis y de urgencias.

En nuestro país, el capitalismo extractivista sigue prometiendo falsas soluciones, enarbolando el mito del “progreso”, aplicando más tecnología para lograr una mejor producción, impulsando megaproyectos de industrialización animal (como el que busca cerrar el gobierno con China), pretendiendo sancionar  las leyes de Fomento a la Agroindustria y de Promoción de Inversiones Hidrocarburíferas.

Ante su férrea defensa de valores hegemónicos antropocéntricos, patriarcales, coloniales y racistas, es fundamental que quienes nos sentimos parte de las tramas de lucha colectiva por la defensa de la Tierra, acudamos al banco de semillas de la historia[1]: la lucha de pueblos originarios, de mujeres y disidencias, de trabajadorxs, de todxs lxs oprimidxs del mundo. Todas ellas son necesarias, ninguna es por sí misma. El desafío, entonces, radica en articular las resistencias dispersas en un horizonte común, acuerpando las propuestas de las organizaciones sociales y comunidades que construyen otras territorialidades, basadas en soberanía alimentaria, soberanía energética e hídrica como pilares fundamentales[2]. En poder construir una sinfonía de pensamientos, corrientes emancipatorias y luchas populares.


[1] Machado, Horacio, 2021.

[2] Broffoni, Flavia, 2021.

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