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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Bolivia. La geopolítica del nuevo intento golpista

Lo que en Bolivia se viene activando es una variante de la doctrina Rumsfeld-Cebrowsky. Una vez que USA pierde el control de Medio Oriente, donde la Federación Rusa recupera su inmediato ámbito disuasivo, frente a la geopolítica energética occidental, los intereses del primer mundo, expuestos en la COP 26, no hallan otra forma de liderar la “transición energética” si no es mediante un nuevo despojo vía la propagación del “caos constructivo” (que en realidad es caos infinito).

Las desastrosas experiencias desatadas en Irak, Siria y Libia ‒y ahora montándose en Sudan‒, pretenden ser diseminadas en el arco sudamericano. El Imperio en decadencia no necesita su involucramiento directo sino por medio de las oligarquías vecinas, sobre todo la chilena, para contener la posibilidad de que Bolivia se incline hacia la Ruta de la Seda (constituyéndose en corredor geoestratégico de la integración de la economía sudamericana al pacífico) y, de ese modo, desacoplarse de la geoeconomía del dólar.

En Sudan se desató ya el “aparente” conflicto entre regiones, cuando en realidad es orquestado por mercenarios al servicio de empresas privadas de seguridad como DynCorp International. De igual modo, en Bolivia se pretende inflamar un conflicto regional, teniendo a Santa Cruz como el nicho de resistencia ante un supuesto gobierno autoritario. Esto con el fin de reforzar la leyenda anti-colla que funcionaliza muy bien las demandas orientales (cruceñas, sobre todo), por medio del chivo expiatorio “Estado colla”, como el “culpable de todos los males”; argumento de sus grupos de poder, cuando se desembarazan de cualquier responsabilidad ante problemas locales.

Es digno de destacar que el regionalismo camba no surge de los movimientos federalistas como suele hacer hincapié la historia oficial, a la cual recurre la elite cruceña. Tampoco el federalismo es un proyecto sólo atribuible a Santa Cruz. No en vano, a finales del siglo XIX, se da la llamada “guerra federal” entre La Paz y Sucre, es decir, en el eje occidental colla del país. Hasta la revolución nacional, el eje comercial y económico del país era occidental: La Paz, Oruro y Potosí. Para potenciar la nueva vinculación al oriente (alentada por los gringos), debía destruirse ese eje.

Por documentos desclasificados de la CIA, se conoce ahora que el regionalismo fue el discurso radicalizado que empoderó a los grupos de poder beneficiados por esa nueva vinculación estratégica. Desde entonces, no es raro que los golpes de Estado, después del 52, fueron articulados desde el Oriente, en especial, desde Santa Cruz. Es decir, Santa Cruz se convirtió en el nicho de resistencia a todo proyecto popular proveniente del campo indígena popular, que tenía en el occidente su foco de irradiación nacional.

Hasta el ingreso del neoliberalismo, la doctrina fue anular todo horizonte emancipatorio, anulando al sujeto proyector de aquello. Primero fueron los indios, después los mineros y ahora son los indios de nuevo y, para ello, el racismo regionalista genera las posibilidades de activar reclutamiento derechista, en una sociedad urbana atravesada por el racismo señorialista.

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Con Santa Cruz como foco del separatismo y Potosí como brazo occidental de un proceso creciente de balcanización, se puede observar la influencia que poseen los capitales chilenos y brasileros en esos dos departamentos, para administrar el desastre que se podría producir en beneficio suyo. Porque lo que aparece, como evidente, es un arco de intereses que tiene como fin la desarticulación del triángulo del litio.

El asunto en definitiva es: quién lidera la tan propagandizada “transición energética”. Que Ellon Musk y Tesla haya estado involucrada en el golpe de 2019, muestra que la pelea global de capitales es una lucha a vida o muerte. Porque transitar a una nueva base energética es todo un cambio en la forma de vida y eso supone un nuevo paradigma existencial, lo cual también significa un nuevo diseño en la estructura del poder y la dominación global.

Hay que recordar que, en 1988, Brian Mulroney y Margaret ‎Thatcher, primeros ministros de Canadá y del Reino Unido crean el GIEC, o sea, el grupo de expertos sobre cambio climático. El discurso que emerge, funcionaliza el asunto del ozono, los gases de efecto invernadero y las lluvias acidas, en vistas a promover una nueva revolución industrial; que tenía a la energía nuclear como el piso energético que sustituya al carbón y, en consecuencia, acabar con los sindicatos mineros. Lo mismo que se hizo en Bolivia, el 1986, anulando todo proyecto socialista, acabando con el sujeto que encarnaba ese proyecto: el minero. La “marcha por la vida” no sólo marcó el fin del estaño sino del sujeto proletario. El neoliberalismo lo tenía claro: anulamos al sujeto, anulamos al proyecto.

En esta nueva “transición” obligada y, según las prerrogativas del mundo financiero, con una prontitud irracional, lo que se busca es configurar el escenario ideal para imponer un chantaje global. Y la COP 26 estaba para eso: los Estados deben aceptar el reseteo de la economía mundial, bajo el argumento de la necesaria “transición energética”, dictaminada por los grandes fondos de inversión o gigabancos, para adaptarse al nuevo paradigma post-industrial y, lógicamente, endeudarse sin remedio.

Mantener a los países chicos en el descontrol interno, es la mejor escenografía para acceder a sus recursos estratégicos de modo expedito. El desangramiento interno también produce deuda y los Bancos, hoy en día, producen guerras civiles, no para hacer negocios, sino para hacer de los países dueños de nada, mediante la deuda que genera el desangramiento interno. La COP 26 fue la cortina de humo para introducir en la agenda mundial la trampa ideal: prestar dinero para “salvar al planeta”.

Por eso, lo que se decide en esas “cumbres”, no es el clima sino la política. Y aunque se demuestre que la famosa “transición energética” es más contaminante que las actuales, eso no interesa, porque lo que interesa es el consenso político que, para colmo, lo avalan los científicos funcionarios de los organismos mundiales; porque lo que hacen estos climatólogos es darle cobertura de cientificidad a los cambios políticos globales que necesitan los poderes fácticos para resetear la economía mundial a la medida de los ricos.

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Lo que pasa en Bolivia no está alejada del reseteo que pretende el poder financiero, o el deep state del deep state. Aunque México, en el Estado de Sonora, haya certificado las mayores reservas de litio mundiales (además en poder gringo) y Afganistán posea también reservas cuantiosas; el círculo del litio, pero, sobre todo, la parte boliviana, ostenta una variedad estratégica, acompañada de otros elementos que le dan al litio boliviano una calidad envidiable.

Por otro lado, sigue pendiente la esperanza oligárquica de desacreditar el contenido indígena del Estado plurinacional. A ninguna oligarquía vecina le conviene que el componente indígena genere una Asamblea Constituyente de carácter vinculante, donde se pueda seguir el camino de Bolivia y refundar el Estado. En ese sentido, destruir y desangrar el proceso boliviano, es también de interés de las oligarquías vecinas y del Imperio en decadencia.

En la doctrina Rumsfeld-Cebrowsky, una vez producido el desangramiento interno, es decir, el caos infinito, mediante la guerra hibrida (que tiene en los medios de comunicación a los perfectos operadores políticos), el siguiente paso es la puesta en escena de una plataforma regional de “pacificación” que, los países vecinos invocan, apelando a su “derecho a la propia seguridad”.

Entonces se diseña la estrategia de “transición democrática”, que consiste en la balcanización del país. Eso hizo Volker Peters, como redactor del plan de capitulación de Siria que quiso imponer Jeffrey Feltaman, vía ONU; esto significaba la abolición de soberanía, disolución de los órganos constitucionales, ejecuciones masivas y la división del país. Pero ello es sólo la pantalla pública de lo que realmente se busca: provocar la guerra civil, para que nosotros mismos destruyamos el Estado plurinacional y, sólo queden en pie, con ayuda exterior, los departamentos (donde se encuentran los recursos estratégicos) convertido en feudos.

El país vio el desastre que ocasionaron los golpistas el 2019. Si ahora los indiferentes y los tibios, los que no toman partido y los que toman distancia de todo, dejan a los golpistas acelerar la beligerancia, serán cómplices del desastre nacional, como lo fueron el 2019 y el 2020.

Por su parte, el pueblo boliviano ha mostrado su capacidad de organización espontánea, que resulta decisiva a la hora de enfrentar un creciente escenario adverso. Pero no puede dejarse solo al pueblo y mirar expectante una resolución al margen de un acompañamiento decisivo de lo político.

Una autocrítica que debieran hacerse las entidades gubernamentales llamadas a garantizar la estabilidad política, es que las medidas trascendentales y de proyección estratégica, sólo pueden hacerse cuando se tiene el máximo de legitimidad. Por inercia de la propia gestión estatal esa legitimidad inicial tiende a disminuir y, si no se sabe administrar la dinámica hegemónica, entonces puede que las iniciativas posteriores delaten un carácter extemporáneo.

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De inicio, el gobierno debía haber desarticulado a los grupos paramilitares, removido las cabecillas golpistas en el ejército y la policía. Debía haber cuestionado y no haber reconocido a instancias tan antidemocráticas y beligerantes como los comités cívicos (que se eligen entre cuatro paredes, sin real representación). En su momento debido, el inicial, cuando el 55% era la inmediata materialidad democrática que ungía del máximo de legitimidad al nuevo gobierno, se debía desmontar al golpismo. Ahora pareciera que toda iniciativa resulta extemporánea, como en el 2019.

Pero tampoco la derecha tiene la suficiente lucidez para demostrar siquiera una articulación estratégica. Mientras aparecen demasiado confiados, típico de su soberbia y arrogancia, el bloque popular no sale de su estado post-traumático. Debemos comprender que la derecha, en sus arranques de ensoberbecimiento, sólo demuestra desesperación. Sabe que se juega la vida. Aunque ya la haya rifado el 2020.

Su única posibilidad es el golpe y el reavivamiento racista y fascista los expone en toda su perversa magnitud. Ya no se trata de que asalten el poder, sino que, en su ceguera, llena de odio enfermizo, están llevando a su propio país al desastre.

Por eso no es casual que la actual elite oligárquica cruceña no tenga procedencia nacional, sino extranjera. No le ata nada a esta tierra que no sean sus negocios, y los negocios son apátridas y pueden mudarse a otro lado, o ser globales, que fue lo que el neoliberalismo brindó a las elites mundiales.

Es curioso, por decirlo poco, que ni la elite paceña se dé cuenta de ese carácter antinacional que exhiben los golpistas cruceños; porque se trata de la remoción definitiva de la oligarquía del occidente boliviano, si triunfase un nuevo golpe, y eso significa también la amputación cultural de lo andino, y la invención de una identidad tan falsa como la ciudad “inteligente” nueva Santa Cruz.

Nadie se da cuenta, porque todos los actores políticos, oficialismo y oposición (sumados los que, desde el propio MAS, juegan al debilitamiento gubernamental para provocar la vuelta de quienes la propia historia inmediata los desplazó), sólo hacen cálculos de poder.

Pero es el pueblo el que siempre define, porque es el que pone el pecho; pero los “profesionales” de la política no entienden eso. Siempre han desconfiado de su propio pueblo, por eso sólo lo convocan para el voto y los actos oficiales.

Creer en el pueblo no es un asunto teórico sino existencial y, para creer en el pueblo, hay que creer en lo que el pueblo cree. Situarse como discípulo y dejar que el pueblo señale el camino. El poder proviene del pueblo, no como propiedad sino como facultad. Y en esta hora fatídica eso decidirá la resolución política del conflicto, que concentra, de nuevo, historias y contradicciones no resueltas.

En esa sabiduría popular nos recogemos y, desde ella, convocamos de nuevo a todos nuestros ancestros. La fuerza que posee el pueblo nace también desde los ancestros y nuestros muertos. Gracias a ellos y a todos los auto-convocados restituimos la democracia y la paz.

Pero el fascismo no descansa, porque le alimenta el poder del mal y ese poder es soberbio, porque está dispuesto a todo. No tiene límites. Lo mismo que la codicia y la ambición que retrata al capitalismo.

Aunque no lo parezca, en nuestra región se resolverá, para bien o para mal, la “transición energética”, que no es sino transición civilizatoria. Otra vez: no es que en Bolivia haya mucha política. Bolivia es la política, porque lo que en otros lados sucede de modo aparente, aquí sucede de modo esencial.

Uka jachauru jutaskiway, ¡Jallalla Boliviamanta!

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