En esta nota mencionaremos sólo algunos aspectos del contexto político en que desarrollábamos nuestras vidas cotidianas hacia diciembre 2001, ya que otres abordarán más detalles en este dossier. Nos proponemos compartir algunas reflexiones de aquellos momentos, las formas de lucha, organizativas y las consignas políticas desde la que emergen los feminismos y transfeminismos populares, aquellos que en las barriadas fortalecieron redes y conciencias de los lugares de las mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries, +.[1]
Entendemos que nunca las grandes y masivas movilizaciones son una foto, sino que son parte de una película de acumulación y relaciones de fuerzas que van acumulándose en el seno del pueblo con la perspectiva de confrontar con el poder capitalista-colonial-patriarcal que nos domina. Ese poder tiene cuerpos concretos: “los b(v)arones del conurbano” garantizando una paz social que nada bueno auguraba para el pueblo. Asentaron su estructura en los “b(v)arones” milicos y civiles de la dictadura genocida con un modelo económico que movilizó a cientos de miles de varones, mujeres y disidencias a recuperar territorios ociosos o baldíos conformando nuevas barriadas con escaso o nulo acceso al agua potable, inundables, con casas precarias, sin cloacas y con frío en el invierno o calor en el verano. Ese modelo de acumulación capitalista conocido como neoliberalismo, comandado desde los años 80 por Thatcher desde Gran Bretaña y Reagan desde EEUU, se expandió en estas tierras latinoamericanas cercenando derechos, desocupación y llevando a la miseria a cada vez más millones de personas.
Ese proceso fue completado durante los gobiernos de Carlos Menem privatizando bienes comunes (ferrocarriles, aviones, vías navegables, comercio exterior, telecomunicaciones, luz, gas, minería o petróleo, etc.), beneficiando a pocas empresas transnacionales, despidiendo sólo en las privatizadas alrededor de 400 mil trabajadorxs. Se resistió, pero ese modelo no pudo ser derrotado. En efecto, sus consecuencias fueron durísimas para lxs trabajadorxs y el pueblo incrementándose la desocupación, el hambre y la falta de perspectiva.

Como decíamos, hubo resistencia a esa política, sucedieron organización, reclamos y luchas populares desde mediados de los 90 en distintos puntos del territorio conocido como Argentina. Desde la superestructura sindical y política, hubo importantes hitos como las Marchas Federales convocadas por el MTA[2], la CTA[3] y la CCC liderada por el Perro Santillán[4] de Jujuy que, desde las provincias, llegaban a Buenos Aires en julio de 1994. El interior profundo, el de las provincias, el de les desocupades, gestaba formas de visibilizar su existencia y sus reclamos con cortes de ruta que se transformaron en puebladas como Cutral Có y Plaza Huincul en la provincia de Neuquén (1996 y 1997) y Mosconi y Tartagal en Salta. Momentos de resistencia y referencia de esas luchas se instalaban en el pueblo. Se suma la “Carpa blanca docente”[5] frente al Congreso iniciada el 2 de abril de 1997 demandando una ley de financiamiento educativo y en defensa de la escuela pública, que fue masivamente apoyada por expresiones populares, culturales, de trabajadorxs[6].
Mientras, la clase política y los medios de comunicación ninguneaban la realidad social pretendiendo mostrar un país de consumo y trabajo plenos, aunque los índices de desocupación alcanzaban el 25% de la población con hambre y cada vez había menos acceso a salud y educación.
Del norte al sur del país, asambleas, piquetes, cortes de ruta y ollas populares fueron las herramientas para reclamar por mejores condiciones de vida. Por el conurbano sur de la Provincia de Buenos Aires también. Diferentes grupos de desocupades que luego conformarán masivos Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) se fueron organizando. Si bien el reclamo central era la falta de trabajo, y aunque lo que se le arrancaba al Estado eran planes de empleo, las consignas que desde algunos sectores se levantaban iban más allá de esa reivindicación: “Trabajo, dignidad y Cambio Social”. Esto implicaba un cuestionamiento al sistema económico y social, pero también al poder político, a los intendentes que conformaban la estructura de control en los territorios de la mano de los punteros políticos que “entregaban” planes a cambio de obediencia y seguidismo al político de turno. Los “b(v)arones” del conurbano eran confrontados con estas novedosas formas organizativas. Aquello que aparecía desde la superestructura social emergía y se multiplicaba por abajo.
Así la institucionalidad de los gobiernos municipales, provinciales y nacionales, pero también de la CGT y la iglesia, estaba cada vez más en cuestionamiento. El voto bronca, voto en blanco o el no voto marcaban ese rechazo y cuestionamiento a la clase política y al sistema de gobierno vigentes.
En los barrios populares y asentamientos del conurbano el hambre, la desnutrición, la falta de trabajo, vivienda y salud, encontraba a fines de los años 90 muchos varones, mujeres y disidencias que se quedaban sin trabajo, y especialmente mujeres a cargo de sus hijes tratando de parar la olla.
Les vecines se iban organizando reclamando planes sociales, alimentos, tierra para vivir, salud y educación. Redes de organizaciones novedosas y otras con historia se entretejían para que la indignación se transforme en lucha colectiva.
Un método de acción directa: el piquete, heredero de las herramientas de protesta históricas de la clase trabajadora que para garantizar las huelgas se colocaba al ingreso de las fábricas. El piquete de les desocupades no se propondrá la interrupción de la producción de las mercancías, pero sí su circulación por las rutas y avenidas por las que se las transporta. En las grandes ciudades como Buenos Aires, el corte de avenidas y puentes de acceso a Capital Federal –centro del poder político– será la herramienta elegida para salir a las calles en busca de respuestas.
La asamblea y el protagonismo popular como método de organización y toma de decisiones colectivas marcará sin dudas esta etapa. De alguna manera comenzaba a cortarse ese círculo vicioso de prebendas y extorsiones del aparato poderoso heredero del duhaldismo rancio que primaba por aquellos lugares. Esta metodología es la marca del fin del siglo XX, y junto con las protestas en la calle será uno de los rasgos que más incomodaría al poder político. Piquetes y asamblea juntas, serán la molestia mayor y el hecho más disruptivo y novedoso de este momento.
Nosotres
Algune vecine, generalmente mujer, pero también lesbiana, travesti o marica, abría su casa, muchas veces de piso de tierra, siempre sin agua corriente ni cloaca, para realizar esas asambleas y poner en común los puntos de reclamo que incluían la falta de trabajo, los alimentos. Esas necesidades básicas eran las problemáticas más acuciantes.
En los movimientos de trabajadores desocupados, las mujeres y disidencias eran mayoría; también muches jóvenes, algunes con la secundaria terminada, pero sin poder encontrar un puesto de trabajo. La vida cotidiana no era fácil porque el bondi era carísimo, el pan, la leche y la carne un lujo y la carnaza de pollo era lo máximo a lo que se podía aspirar para un guiso. En el MTD de Lanús, las primeras asambleas las conformaron no más de 20 compañeres, muches jamás habían contado con un ingreso fijo mensual y fue con los planes arrancados en las luchas que supieron de qué se trataba tener una “platita” propia fija todos los meses. Participaron mujeres, lesbianas, maricas y travestis. A fines del siglo XX una trava aportaba la desconfianza a lxs políticos que sabía entongados con la policía que la encarcelaba. Todas, todes y todos aportaban sus saberes conjugados en las luchas.
“Corte de ruta y asamblea / que en todas partes se vea / el poder de la clase obrera”
De eso se trataba: todes les compañeres desocupades se asumían como trabajadores, aún les que por las noches salían con el carro buscando cartón, metales, alambre, plásticos, o lo que ayude para vender y conseguir los mangos para la comida. En las asambleas de los barrios crecían la participación semana a semana. Se planificaban las acciones: movilización en las puertas de los municipios y/o ministerios en Capital Federal. Corte de ruta por las vías más importantes de los distritos, días y días en las calles, durmiendo a la intemperie familias enteras que fueron gestando las consignas, las banderas, los nombres de las organizaciones de nuevo tipo. Se percibía la necesidad de unir los reclamos en diferentes puntos del conurbano sur, La Plata y Gran La Plata, dando origen a la coordinadora Aníbal Verón (CTD Aníbal Verón), que rescata el nombre de un compañero asesinado por las fuerzas represivas del Estado en Mosconi, Salta.
En los movimientos se sostenía la vida cotidiana comunitaria con trabajos diversos en grupos que desarrollaban distintas tareas: panadería, herrería, carpintería o trabajo en cuero, aparte de comedores y copas de leche o roperos comunitarios para dar una mano a otres vecines. Allí las mujeres y les jóvenes eran protagonistas. Y los fueguitos crecían en círculo, la forma elegida para la asamblea en la casa de una vecina, en el terreno recuperado para un centro comunitario o en los proyectos productivos. La asamblea, donde todes nos vemos las caras para debatir de igual a igual, se multiplicaban para organizar caminos a las problemáticas a las que el poder político no daba respuestas. Y surgían otros temas como la falta de medicamentos para compañeres con VIH-SIDA, las zanjas abiertas como problemáticas de salud, las inundaciones y falta de desagües cuando llovía, chapas o materiales para los espacios comunitarios y las viviendas, apoyo escolar para les niñes, talleres de salud comunitaria y primeros auxilios, abrigos y colchones.
Esta organización participativa implicaba una profunda politización para muches que antes no habían tomado la palabra y el cuerpo. Ahora lo ponían para la organización colectiva y no la que el puntero de turno desde “arriba” decidiera.
En esta metodología de organización que venimos describiendo, asamblearia y de protagonismo popular, aparecieron las primeras preguntas feministas, porque sí había desigualdades entre compañeros y compañeras. Las preguntas sobre los roles asignados a los géneros no demoraron en aparecer: ¿Hablás en la asamblea? ¿Participás de las reuniones del movimiento? ¿Decidiste sobre tu maternidad? ¿Cargás con toda la tarea doméstica? Luego vendrían otras sobre la representación del movimiento y los voceros que siempre eran varones, cuando la mayoría de las que bancaban el día a día de la organización eran mujeres.

¿Fue esta dinámica de organización sumado al clima de época lo que facilitó que surgieran los feminismos populares? Nos animamos a afirmar que sí. Al empezar a bucear en clave feminista nos encontramos con una historia que se venía amasando hacía rato.
Las mujeres resistimos y luchamos
Mientras esto sucedía en las barriadas en resistencia, los entonces Encuentros Nacionales de Mujeres (hoy Plurinacionales de mujeres y disidencias) se venían realizando ininterrumpidamente desde 1987, rotando de manera federal en diferentes territorios de Argentina. Les estudiantes venían también resistiendo la implementación de un modelo educativo que en la provincia de Buenos Aires legalizaba la exclusión de muches jóvenes que no podían terminar siquiera la escuela primaria.
Por los años 2000 los Encuentros Nacionales no se interrumpieron, aunque se llevaban adelante con poca concurrencia porque la crisis económica no permitía pagar pasajes ni garantizar comida para los 3 días que duraba. Muchas compañeras que participaban ya por entonces comentan que la asistencia era centralmente de las feministas de siempre, algunes trabajadorxs con recursos para solventar su estadía y casi ninguna compañera de las barriadas. No obstante, en el año 2001 se realiza en La Plata, estimándose una participación de 10.000 compañeras y compañeres, un número no menor para cualquier evento, pero especialmente para esos años[7].
Mientras los barrios se iban organizando, a partir del 2002 los encuentros comenzaron a modificar su composición y cada vez más mujeres y disidencias de los sectores populares empezaron a participar. A través de la lucha y la autogestión –pilar de las organizaciones de desocupades– se generaban los eventos necesarios para poder obtener recursos: el pago del transporte, viandas o fondos solidarios para sostener la estadía de las compañeras. Todo era una fiesta en los encuentros.

Rosario, en 2003, fue un punto de quiebre en cuanto a masividad y profundidad de las estrategias de debates y construcción cada vez más ampliada y propia de reclamos de las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries: aborto legal y salud sexual y reproductiva, igual salario por igual trabajo, protección para mujeres víctimas de violencias, para infancias, visibilización lésbica, de travestis y trans, qué feminismos queremos, bienes comunes, pueblos originarios, mujeres en las cárceles, organizaciones sindicales y organizaciones territoriales. Las temáticas se fueron ampliando a medida que se sumaban más compañeras/es. Lo que no circulaba por talleres se autoconvocaba en las plazas, en los espacios públicos que tantas veces nos fueron vedados. Para llegar a la ciudad donde tocaba viajar, en los barrios populares se generaban actividades previas para obtener recursos: rifas, sorteos, choriceadas, polladas, aportes solidarios, movilizaciones a las empresas ferroviarias o de ómnibus. Llegar a las ciudades donde transcurrían los encuentros era conocer por primera vez el mar, la montaña, un valle o los cerros. La movilización en la ciudad receptora que se realiza los domingos en cada Encuentro, año a año desde fines del siglo XX fue albergando más y más a trabajadoras de empresas recuperadas, piqueteras, estudiantes y trabajadoras registradas que reclamaban paridad en salarios y acceso a puestos de decisión en los sindicatos.
Ese clima de participación popular y autoconvocatorias reflejaban lo que habíamos aprendido de las jornadas que culminaron en 19 y 20 de diciembre del 2001: asambleas, marchas y visibilidad en las calles. Ya sabíamos cómo reclamar nuestros derechos al trabajo y a una vida digna; a partir de estas experiencias nos sumábamos también al movimiento feminista y transfeminista en Argentina.
Piquete y cacerola, la lucha es una sola
En los barrios el 19 y 20 de diciembre estalló el grito de “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” como hartazgo hacia una clase política que mayoritariamente no escuchaba la voz del pueblo. Fue el resultado de todo ese amasado popular de años y años de resistencia que especialmente en barrios y empresas recuperadas significó la asamblea, la toma de fábricas abandonadas por sus patrones, el piquete y corte de calles y de rutas. Un hartazgo hacia los funcionarios y las fuerzas represivas del Estado que una y otra vez respondían de la misma forma: garrote para todos, todas y todes como forma de control social. Y cuando el presidente De la Rúa declaró el estado de sitio, una herramienta de cercenamiento de derechos políticos, fue la gota que derramó el vaso, una situación que la sociedad no estaba dispuesta a tolerar.
De esas jornadas que incluyeron tirar los caballos a las Madres de Plaza de Mayo cuando se acercaron a la Plaza, se contabilizaron muertos y heridos tanto en los alrededores de aquél sitio, pero también en ciudades de las distintas provincias. Mucha experiencia de resistencia a la represión se puso en práctica desde los sectores populares que, desde la dictadura y las luchas contra el terrorismo de Estado, las leyes de impunidad de Alfonsín, Menem y de la Rúa, se desplegaron visibilizando el crecimiento organizativo y la disposición a la lucha de todo un pueblo.

Las mujeres y disidencias estuvimos allí, llevando nuevas formas organizativas asamblearias y de acción directa que se gestaron.
Imposible comprender las enormes movilizaciones feministas, los paros internacionales de mujeres, las luchas por el derecho al aborto, sin tener presente todas estas instancias que fuimos gestando desde hace tantos años, en un mundo patriarcal que cuestionamos, con más organización y más conciencia. La masividad en las calles y las autoconvocatorias son elementos comunes tanto de los años cercanos a la rebelión popular del 2001 como a la marea verde y la lucha de los feminismos y transfeminismos en los últimos años.
La reacción autoconvocada por el femicidio de Lucia Pérez en octubre del 2016, marcó un punto de inflexión en la instalación social del “Ni una menos” surgido el año anterior. Fuimos convocantes a un paro general que la CGT se negaba a realizar. Asambleas y paros en los lugares de trabajo confluyendo en esa masiva movilización bajo la lluvia a Plaza de Mayo, retomando una vez más las herramientas históricas de la clase trabajadora: huelga y movilización callejera. La lucha por el derecho al aborto fue una continuación de esa fuerza, y fuimos generando la marea verde. Las autoconvocatorias de mujeres y disidencias para los pañuelazos o para organizar actividades y movilizaciones recorrieron el país, de barrio a barrio incluso desbordando las fronteras de nuestro país, siendo multiplicado y potenciando feminismos en otros lugares, sobre todo en nuestra Abya Yala. Finalmente conseguimos efectivamente que se aprobará la ley de IVE, un derecho sin dudas ganado en las calles. Con la organización de miles y miles de mujeres y disidencias, en una articulación política capaz de poner en juego todas las tácticas y estrategias de la historia de lucha de nuestro pueblo.
A 20 años de aquellas jornadas del 2001, el contexto que atravesamos indica pobreza en más de la mitad de la población y una concentración de las riquezas en cada vez menos manos. Estamos atravesando el segundo año de la pandemia de Covid-19 con las consecuentes pérdidas de vidas. Pero también, como pocas veces en la historia, el capitalismo-colonial-patriarcal muestra su única cara de destrucción y saqueo de vidas, cuerpos y territorios para obtener más y más ganancias para cada vez menos. Nosotras, nosotres, nosotros seguimos organizades hasta que todas, todos y todes seamos libres.
Noviembre de 2021,
conurbano sur de la provincia de Buenos Aires.
[1] MLTTNB+ = mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries, +. Sigla para visibilizar y politizar las identidades y orientaciones sexuales de quienes objetivamente se encuentran subalternizadas en las asimétricas relaciones de poder cis-heteropatriarcales. Es necesario nombrar porque aquello que no se nombra e individualiza queda oculto.
[2] El Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA) es una corriente interna de la Confederación General del Trabajo de la República Argentina fundada en 1994 por Alicia Castro (Aeronavegantes), Juan Manuel Palacios (líder de la UTA) y Hugo Moyano (Camioneros) para luchar contra las políticas neoliberales que aplicaba en ese momento el presidente Carlos Menem. Fue fundada por los siguientes sindicatos: UTA, Camioneros, Asociación Argentina de empleados de la Marina Mercante, Dragado y Balizamiento, Judiciales, trabajadores de algunos gremios de Aerolíneas Argentinas, la Asociación de Agentes de Propaganda Médica (AAPM), FATIDA, SADOP, SATSAID, FATPREN, FOEIPCQ, UOM A, AEFIP y SUP.
[3] CTA: Central de Trabajadorxs de la Argentina. La Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) es una central obrera, nacida a partir de la separación de un grupo de sindicatos de la CGT en 1991, disconformes con la posición adoptada frente al gobierno de Carlos Menem. Es conducida por una mayoría social-cristiana/peronista, con una importante minoría trotskista y comunista. Es autónoma de los partidos políticos. Internacionalmente está afiliada a la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS) conformada por otras centrales de los países miembros del Mercosur, y a la Confederación Sindical de las Américas (CSA), regional hemisférica de la Confederación Sindical Internacional (CSI). http://www.bdigital.cesba.gob.ar/handle/123456789/25
[4] Carlos Santillán Nolasco (n. San Salvador de Jujuy, 1951), apodado “Perro” Santillán, es un dirigente gremial que ejerce como Secretario General del Sindicato de Empleados y Obreros Municipales (SEOM) de Jujuy en dos períodos: 1990 al 2001 es el más destacado. Es considerado un dirigente destacado dentro de la izquierda local jujeña desde las décadas de 1980 y 1990. Fue miembro fundador de la Corriente Clasista y Combativa, pero se desvinculó de ella posteriormente.
[5] Gabriela Liszt, “A 20 años. La Carpa Blanca, ¿un hito en la lucha docente?”, 30-12-19.
[6] Esta lucha se configura como una muy especial referencia, dado que más del 80% de la composición de lxs trabajadorxs de la educación son mujeres.
[7] Este número de asistentxs tuvo un crecimiento exponencial en los años posteriores, estimando que el último, realizado en 2019 en la ciudad de La Plata, tuvo una concurrencia no menor de 250 mil.