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11 de diciembre de 2021 Día nacional del tango Treinta años no es nada y el olfato de gol

Hace tres décadas convertí mi último gol de zurda. Fue jugando para La Falda en la liga comercial en una cancha muy cercana a la antena de la Radio Nacional, el día que el Pigu Walz la descosió con su zurda endiablada. Eran aquellos tiempos en que Menem y Cavallo  privatizaban hasta el aire y vendían impúdicamente las ”joyas de la abuela”.

Lo mío no tuvo nada de meritorio excepto que estaba en el lugar adecuado. Subí en un corner a cabecear. El arquero salió a cortar el centro y calculó mal. La tocó con una mano y la pelota cayó mansita en el centro del área. Solo tuve que tocarla suavemente de zurda a la red.

Por aquellos años todavía se hablaba de una curiosa teoría: la de los delanteros con olfato de gol. Una rara especie de futbolistas cuyo epitelio olfativo desarrolla una cualidad desconocida: en los mil fuegos del área son capaces de reconocer un territorio marcado odoríficamente para estar en ese lugar que les permite marcar un gol tras otro.

Había dos ejemplos siempre presentes de lo dicho: el legendario goleador del Ciclón el Nene Sanfilippo y Luis Artime que descollara en River y la selección. De este último sus detractores decían que le pegaba con “las canillas” pero el hombre se las arreglaba para facturar en cualquier estadio del mundo.

Menos conocida fue la trayectoria de un  delantero de la remota liga de la Comarca Andina que respondía al nada viril apodo de Rosa Mosqueta. Un muchacho corpulento que combinaba sangre mapuche y galesa. Hombre de rostro aindiado y llamativos ojos azules, Rosa(o Rosita como lo llamaban sus rivales para hacerlo calentar) se paseaba perezosamente cerca del área cuando imprevistamente se conectaba con las inconfundibles partículas aromáticas de la rosa mosqueta que inundaban la cancha y le servían de orientación para estar allí, en el lugar preciso y no fallar en la definición. Algunos relatos dicen haberlo visto media hora antes de los partidos merodeando el área. Trataba de identificar con su olfato la zona donde las ráfagas de viento lo conectaban con su talento inigualable.

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Lamentablemente la aparición de delanteros de furibundos remates como el gringo Scotta o artífices de deliciosas combas como Messi hicieron que la estirpe de goleadores con olfato fuera declinando con el tiempo.

Pese a ello, circulan versiones que el Instituto Gamaleya ha encarado desde hace dos años sesudos estudios científicos sobre el tema, acaso para remontar la prolongada sequía de los goleadores rusos en las copas mundiales. 

Pero volvamos al acontecimiento de ayer. El equipo venía haciendo un buen partido sin que la suerte nos acompañara. Dos llegadas claras con tiros en los palos de nuestra parte, mientras los rivales en cuatro aproximaciones habían convertido en todas.

Particularmente destacada era la actuación en nuestro equipo de Sergio Katz como lateral derecho. No sólo se había afirmado en la marca ,también salía jugando y demostraba que aún sin Adriana, es capaz de dibujar en la cancha algunas filigranas aprendidas en el dos por cuatro.

Así, el hombre bien abierto por la derecha recibe una buena salida del fondo y se proyecta impetuoso hacia el campo contrario. Cerca del área levanta la cabeza y me ve  llegar al vacío. Coloca una buena asistencia  al pie. Le amago (o eso creo) al defensor  con ir hacia afuera y dejo correr la pelota hacia mi pie derecho con el que recorto hacia la izquierda desairando al defensor. Se abre ante mí el misterio insondable del área en el que han sucumbido tantos buenos jugadores que se abatataron ante la inminencia de la definición. No dudo y le pego de zurda inclinando mi cuerpo hacia ese lado para conseguir un buen impacto. Mientras voy cayendo vuelvo a sentir aquel singular olor a gol que parecía perdido en tiempos remotos.

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El tiro sale rasante y se va abriendo para entrar tan pegadita al palo que hace inútil la volada del arquero. No da para grandes festejos porque marca el cuatro a uno pero deja esa satisfacción de las acciones bien resueltas.

El compañero Benvenutti ha dicho que esto viene a confirmar a Gramsci cuando habla del optimismo de la voluntad y le agrega un grafitti del mayo francés: seamos realistas, pidamos lo imposible.

Individual y colectivamente queda abierta la esperanza de un 2022 mejor.

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