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2001-2003, núcleo neurótico de la memoria

Este no es un recuerdo de esos años. Es una reflexión sobre la memoria de esos años.

Parece hoy que, para Argentina, se cierra el ciclo iniciado en 2003, sin que podamos cerrar el ciclo de 2001. Hay un núcleo irreductible de diciembre de 2001 que revisitamos para adivinarle su cifra secreta. Y buscamos la llave que nos permita conjurar el fantasma de esos días, que nos visita en sueños, o aun en la vigilia. ¿Cómo, de 2001, pasamos a 2003? La pregunta que nos envenena la sangre. Es una urgencia para la generación que empezó su militancia en la última década del siglo XX, y vio en las jornadas de diciembre de 2001 la concretización de un momento tan deseado como inesperado. Y también lo es para la generación de militantes paridos por esas jornadas.

A pesar de 2001 haber sido un momento sublime de la nación, en el que se revelaron las fuerzas sociales recalcadas durante las casi tres décadas anteriores, podemos pensar en esa fecha como una herida en la memoria, que corta irremediablemente la línea del tiempo sin que le encontremos continuidad causal. Fue un momento fuera del tiempo de la historia de alienación, un momento de libertad sentida como absoluta. E, iniciados en la adicción a la adrenalina y la serotonina de esos días, necesitamos una y otra vez una dosis de ensueño, de alegría absoluta aun cuando realizada como simulacro, como fe compartida en la calle, lo que la torna verosímil. Muchos han vivido 2003 como un sucedáneo de ese entusiasmo, aunque sus efectos, como fuegos de artificio, fueran efímeros. Los adictos precisan de una dosis de emoción. No una mística para avanzar, sino una ficción que les permita convivir con la parálisis. Como cuando soñamos que nos despertamos, nos lavamos los dientes, nos vestimos… pero seguimos durmiendo.

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Las dos generaciones precisaban de esas drogas para no caer en la postración y para justificar su existencia. Así como les pasa a las generaciones de militantes de las décadas del 60 y 70 con las memorias de las luchas de entonces, sin conseguir llegar al núcleo irreductible, pero conservando la memoria emocional de aquellos días. Hay una especie de mandato, de misión que electriza cada generación: es preciso legar a los que vienen un relato minucioso de lo vivido. Tal vez las nuevas generaciones consigan abrirles pliegues de sentido aún inviolados. Cada detalle puede ser portador de la cifra. Es inevitable, sin embargo, que, al poner en palabras la memoria de lo vivido, se inmiscuyan reflexiones inacabadas, intentos de explicación y recuperación torpe de la cadena causal. Pero, también, el ejercicio intruso de una pretensión: la de controlar los sentidos que las nuevas generaciones den a lo que nosotros vivimos. Una especie de autosabotaje de la intención de buscar auxilio externo para iluminar nuestros puntos ciegos.

La reacción inebriada frente al triunfo electoral de Gabriel Boric en Chile parece confirmar la sed de entusiasmo que nos nubla la razón, cuando ya vivimos 2001-2003, cuando ya se experimentó la decepción con Rafael Correa en Ecuador, con Andrés López Obrador en México… y, de todos ellos, tal vez la peor decepción, el retorno de Daniel Ortega a la presidencia de Nicaragua. En cada lugar del continente, se ponen las fichas en un “2003” que rescate nuestros destinos del avance de la derecha más descaradamente retrógrada, cuando la “recuperación de los valores republicanos” por los Kirchner ya era un sucedáneo que no podía ser aceptado sin una especie de resignación, una amnesia más o menos voluntaria de los deseos de 2001.

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Pero la explosión social de Chubut trae todas esas contradicciones frente a nuestros ojos. Les da nitidez y retira a la catarata el velo opaco construido a fuerza de voluntarismo rutinero, para poder seguir. Está todo ahí, a la vista. Las nuevas generaciones se disponen a “curar” nuestra neurosis. Lo hacen con sus cuerpos, sin formular mucha cosa. “No es no” tiene algo de “Que se vayan todos”, de lo irreductible de esos momentos singulares en la historia. De alguna forma, es un barajar y dar de nuevo. Sin la mesa viciada por las cartas lanzadas en estos últimos 20 años, sin la “grieta” como espectáculo engañador. Todos paran para ver. ¿Quién puede, a 20 años de 2001, sin ponerse colorado, decirles a los pueblos que comparten los territorios amenazados por la minería que “esa no es la forma”? Todo el mundo entendió que, aunque ahora no se pueda hacer ninguna jugada, no conviene quedarse afuera en este momento de verdad. El momento de verdad no emerge de la nada. Se viene construyendo en las luchas parciales de los últimos años, en las huelgas y en las recuperaciones y los trawn de los pueblos mapuche-tehuelches, en las asambleas de defensa de los territorios, y que involucran a los pueblos que conviven en ellos. Esas luchas fragmentadas promovieron el corrimiento de la manera de ver las cosas. Más allá de las acomodaciones a las políticas públicas, de la resignación frente a la flexibilización de las relaciones de trabajo que se presenta tan “natural” como la lluvia o el viento. Y, cuando parecía que el pozo no tenía fondo, la gente salió a la calle.

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Irrumpiendo a través de camadas y más camadas de resignación sedimentada, como antes en Mendoza, salió el pueblo de Chubut, que no se conforma… y no sabe si es suficientemente fuerte para ganar, pero no le importa. Como no importó a las gentes en 2001. Porque es en la cancha donde se ven los pingos. Y sólo sabemos la fuerza que tenemos cuando la ponemos en acción. Y los responsables desde arriba, acostumbrados a la resignación de los de abajo, hasta ahora confiados en los cuadros de los movimientos organizados, hoy devenidos mediadores de conflictos, se quedan calladitos. No es el momento de hablar. No sea cosa que se tengan que ir en un helicóptero. “No hay tanto peligro por ahora, Chubut queda lejos de Buenos Aires”, piensan, no muy convencidos.

Esta vez es, nuevamente, de verdad, aunque localizado. Pero nos quebramos la cabeza para no dejar que nuestra sed de libertad y de verdad se diluya en nuevas retóricas. Y que no hagamos de la memoria de las luchas pasadas un sucedáneo de las que se nos presentan. El retorno neurótico y espectacularizado del pasado, de sus momentos de verdad abortados en la fatiga de la lucha. Una fuerza que no alcanzó para lo que queríamos, y nos conformamos con lo que nos dieron o permitieron es nuestra historia desde la invasión hace ya más de 500 años. ¿Qué faltó para agujerear el techo de lo posible? Es la pregunta que se restaura después de cada decepción. La neurosis es, al final, la insistencia en repetir enredos con desenlace de fracaso. Y lo repetimos con la esperanza de que, esta vez, el resultado será diferente.

Como dice Calle 13: “Si quieres cambio verdadero,/ pues, camina distinto”.

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