ContrahegemoniaWeb

Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

¿Qué es la economía popular?

A propósito de la reciente aparición de “¿Qué es la economía popular? Experiencias, voces y debates” (El Colectivo), adelantamos un fragmento de la introducción al libro en el que aportan sus miradas referentxs de la economía popular en la Argentina.

.

***

.

Definir a la economía popular no es una tarea sencilla. No porque falten sentidos, sino porque proliferan y se sobre-amontonan. Muchas veces se trata de sentidos ambiguos o abiertamente contradictorios.

Este es un pequeño ensayo sobre la economía popular. Una escritura experiencial y afectiva. Es el fruto de un análisis y una reflexión militante sobre un fenómeno que ha adquirido relevancia a partir de la última gran expansión del mundo asociativo, en particular el mundo asociativo de las clases subalternas y oprimidas, de los y las de abajo. Junto con esta expansión, también cobraron inusual visibilidad un conjunto de experiencias asociativas preexistentes, en particular aquellas vinculadas al universo campesino e indígena y a la tradición cooperativa argentina, más que centenaria.

Como parte de esas experiencias asociativas preexistentes, cabe destacar dos de ellas relativamente recientes. Ambas poseen vasos comunicantes con muchas de las actuales experiencias de la economía popular. Ambas generaron unos modos colectivos de subjetivación plebeya que tienen continuidad en los actuales. Ambas generaron las semióticas de base que constituyen nuestro punto de partida para pensar la economía popular. Por un lado, la experiencia de las “fábricas recuperadas” que apelaron a la acción directa para recuperar medios de trabajo y vida, en especial las experiencias más comprometidas en una línea de autogestión; por el otro, la experiencia del “movimiento piquetero”, particularmente la experiencia de las organizaciones de trabajadores desocupados que hace más de 20 años fueron pioneras en la reconversión de los subsidios al desempleo en proyectos productivos autogestionados. La economía popular ya despuntaba detrás del piquete. En ambos casos y por distintas vías estas experiencias nos muestran procesos de creación de medios populares de producción.

En los últimos años, y como corolario de dicha expansión en el marco de la sociedad civil popular, la economía popular ha incrementado su presencia social, institucional, intelectual y académica. Esta presencia de la economía popular se puede correlacionar con unos niveles de reconocimiento relativamente importantes. Esto presenta aspectos positivos y negativos. Los positivos se relacionan con la visibilidad (y proyección) social del universo de la economía popular y con las ventajas derivadas de salir de la condición de la “informalidad”, por lo ejemplo: la posibilidad de adquirir ciertos derechos y lograr ciertas reivindicaciones por parte los trabajadores y las trabajadoras que forman parte de ese universo. Los negativos se relacionan con los sistemas de reciprocidades asimétricas, con las lógicas que, desde el Estado o el mercado, tienden a la integración subordinada de la economía popular.

En la Argentina, además de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), existe una Federación de Trabajadores por la Economía Social (FETRAES), la Federación de Cooperativas Autogestionadas de Buenos Aires (FEDERABA).  En la parte de la economía popular vinculada al universo campesino tenemos a las distintas líneas del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) que integran la UTEP, y a las diversas organizaciones que forman de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), articulada en el plano internacional con una instancia global como Vía Campesina. A nivel estatal proliferan las secretarías, las subsecretarías de la economía popular junto con áreas y dependencias emparentadas, en todos los niveles de gobierno, incluyendo infinidad de programas, planes, proyectos, etc.

Entre otros ámbitos institucionales cabe mencionar especialmente al Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES); el Consejo de la Economía Popular y el Salario Social Complementario (CEPSSC); el Registro de Organizaciones Sociales de la Economía Popular y Empresas Autogestionadas, bajo la órbita del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social; el Registro Nacional de la Economía Popular (RENATEP), bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Social, la Comisión Nacional de Microcrédito (CONAMI), etcétera.

Además, existen redes internacionales, nacionales y locales de la economía popular que promueven la articulación de emprendimientos de la economía popular en distintos niveles. Por ejemplo, la Red Global de Economía Solidaria, creada en 2001 en la primera reunión del Foro Social Mundial de Porto Alegre.

Cada vez son más las universidades públicas que ofrecen cátedras o cursos de postgrado sobre economía social o economía popular. Por su puesto, en el plano de la sociedad civil popular se puede contar un sinnúmero de cooperativas, asociaciones civiles, fundaciones, colectivos, etcétera.

En muchos enfoques sobre la economía popular es fácil detectar una tendencia a asignar centralidad a los aspectos vinculares o socio-culturales en desmedro de otros aspectos. Como respuesta casi especular a las visiones economicistas, muchos abordajes priorizan los enfoques cuasi “etnográficos”, abordan la economía popular despojándola de “materialidad”. Si hace más de dos siglos Adam Smith abolió la distinción entre subsistencia y economía e impuso el imperio de la escasez, en este tiempo no faltan quienes separan la economía de la subsistencia.

Del mismo modo, la centralidad analítica asignada a las unidades de la economía popular (UEP)[1] y, dentro de ellas, especialmente a las unidades comunitarias de la economía popular (UCEP), al desdibujar los entornos más extensos, posee efectos distorsivos: presenta a la economía popular como un sector aislado del resto de la economía (y del resto de la sociedad). Pero esta dista de ser la condición real de la economía popular.

Por el contrario, los vasos comunicantes o los cruces entre la economía popular y el sector capitalista convencional predominante son innumerables. El aislamiento analítico de la economía popular tiende ocultar las profundas asimetrías económicas y sociales. No da cuenta de las relaciones de explotación y dominación. Por eso, cuestionamos los enfoques descontextualizados y las visiones basadas en la “autosuficiencia de la práctica” que, en general, producen materiales y discursos de baja criticidad que perjudican los procesos de auto-percepción de los y las protagonistas de las experiencias de economía popular: dirigentes, referentes, activistas y bases.

En el universo de la economía popular pueden observarse tendencias que rechazan los ejercicios orientados a formalizar la reflexión en el plano teórico. Creemos que esto conspira contra las dinámicas constitutivas de una teoría global de la economía popular al inhibir las posibilidades de un contraste con otras teorías, ya sean críticas o no.

El empirismo mella el filón crítico de la economía popular. Ese filón crítico es clave para no dar por supuesto al sistema capitalista, para no considerarlo un sistema eterno e inmutable, para plantearse el horizonte de la transformación estructural de la sociedad capitalista, para contribuir a la conformación de bloques sociales emancipadores. También resulta indispensable para asumir la necesidad de reformular categorías como salario, renta y ganancia y para repensar formas alternativas de distribución del producto social. La economía popular será una economía crítico-práctica o no será.

Proponemos un abordaje de la economía popular a partir de una mirada macro y multiescalar. Asimismo, proponemos insertar la reflexión sobre la economía popular en los marcos de una hipótesis transicional (y una teoría de la transición) hacia sistemas económico-sociales poscapitalistas. En esta línea intentamos aportar algunos insumos de cara al debate sobre los fundamentos de un proyecto político emancipador y sobre el sujeto social capaz de impulsarlo y sostenerlo.

La economía popular remite a un universo prácticamente inabarcable compuesto de experiencias y dinámicas muy variadas. La heterogeneidad es uno de sus signos más característicos. La pregunta sobre la economía popular es una pregunta por lo realmente existente pero también por el poder ser y por el deber ser, por el acto y la potencia, por la presencia y la latencia. De esta manera, todo relato sobre la economía popular está obligado a las definiciones mínimas, a los esfuerzos por delimitar (analítica y políticamente) un campo. Como las definiciones y la delimitación crean sentido, el campo de la economía popular deviene un campo de disputa que, en última instancia, es política.

 

¿Economía social o economía popular?

¿Por qué optamos por el concepto de economía popular en lugar de hablar de “economía social”, “socioeconomía solidaria”, “economía social y solidaria”, “economía del trabajo”, entre otros similares y emparentados? Pensamos lo popular en un sentido fuerte, como una categoría política de dimensiones clasistas, culturales y utópicas. No concebimos lo popular como una categoría “idealista” o meramente descriptiva de un actor social subalterno, plebeyo.

El concepto de economía social se nos presenta más general y abstracto y con predominio de aspectos puramente descriptivos. La economía social, usualmente, hace referencia a un “sector” (o una segmentariedad) de la economía que no es el Estado ni el mercado pero que no les cuestiona el predominio ni se propone como alternativa.[2] La economía social, por lo general, tiende a impulsar iniciativas productivas en áreas marginales y suele estar más cerca de las visiones “complementaristas” que promueven la creación de entornos económicos y sociales “para-capitalistas” subordinados. Asimismo, se centra en lo espontáneo y en lo empírico y en el desarrollo de programas gubernamentales. En general, no se plantea la construcción de un sector orgánico alternativo al capitalismo. No asume horizontes contra-hegemónicos. Julia Martí ha planteado que el concepto de economía social suele quedar en un plano teórico “ya que desde las propias prácticas alternativas no se utiliza como forma de autodeterminarse”.[3]

Por supuesto, la economía social y la economía popular comparten algunos principios: solidaridad, complementariedad, sostenibilidad ambiental, equidad, justicia social, perspectiva de género, democracia económica y protagonismo popular. Este es un dato incontrastable. Pero estos principios, sin dudas loables, son harto flexibles y se prestan a múltiples interpretaciones. No abonan necesariamente proyectos alternativos al capitalismo y al centralismo estatal. Por cierto, en muchas de sus expresiones, la economía social reconoce como antecedentes a economistas liberales defensores del libre mercado como León Walras o John Stuart Mill, junto a otros que impulsaron el asociativismo de la clase trabajadora en los marcos del sistema capitalista, o a los cultores de un cooperativismo integrado.

Generalmente, los planteos realizados desde la “economía social” o “la economía social y solidaria” sobredimensionan los aspectos pasivos (adaptativos) de las estrategias de supervivencia de las clases subalternas y oprimidas. De esta manera, a la hora de analizar el universo asociativo plebeyo, pesan más los efectos colaterales de la expansión de capital, cobran relevancia los procesos de reconfiguración posfordistas del mercado laboral, la conformación de mercados de trabajo polarizados y heterogéneos, las estrategias de “subcontratación competitiva” o la flexibilización de los sistemas empresariales y del trabajo. También la “deflación salarial” provocada por el incremento de la fuerza laboral activa a partir de la expansión de acumulación capitalista en China y en la India.

Por otra parte, el sentido del trabajo que priorizan estos planteos está relacionado exclusivamente con las actividades generadoras de ingresos. La economía de los y las de abajo, aparece asociada a las respuestas espontáneas y hasta desesperadas contra el desempleo y la pobreza. También al cuentapropismo y los micro-emprendimientos individuales, las “changas” o similares.

En el caso de la economía popular, cobran una dimensión relevante aspectos absolutamente diferentes. La economía popular se presenta como un conjunto de praxis colectivas (un archipiélago de experiencias) con potencialidades contra-hegemónicas. Praxis capaces de realizar aportes significativos en el sentido de la superación del capitalismo y brindar elementos para la consolidación de matrices de desarrollo alternativas, de carácter “autónomo”, “endógeno”, “multidimensional”. Se emparenta con el uso racional de los factores productivos y la reproducción ampliada (y transgeneracional) de la vida. La economía popular plantea, entonces, la necesidad de desarrollar una conciencia y una voluntad popular.

Te puede interesar:   Soltar lastres y preparar la resistencia: CONTRA ALGUNOS MITOS ACEPTADOS ACRÍTICAMENTE POR BUENA PARTE DEL CAMPO POPULAR

Las diversas formas de propiedad social/colectiva; la autogestión; la gestión directa, consciente y creativa de los trabajadores y las trabajadoras; la sustentabilidad de sus actividades, son algunos de los rasgos más característicos y definitorios de la economía popular. Es decir, el carácter popular vinculado a lo no capitalista, a lo anticapitalista, a lo desmercantilizador y lo radicalmente democrático.

Los antecedentes que la economía popular reconoce remiten al asociativismo popular y plebeyo (teórico y práctico), a las tradiciones cooperativistas críticas, comunales, a los diversos experimentos de autogestión y autogobierno popular, al “socialismo práctico” y al “comunismo desde abajo”. En cuanto al sentido del trabajo, cabe destacar que, para la economía popular, los aspectos identitarios adquieren relevancia junto a las prácticas alternativas al trabajo asalariado capitalista.

En un plano más general, la economía popular no deja de ser una respuesta al carácter cada vez más parasitario del capital. Una respuesta al agotamiento de los criterios de racionalización de la economía basados en la ley del valor. Una respuesta al abandono del capitalismo de toda función progresiva respecto de las fuerzas productivas y la erradicación de la escasez. Una respuesta a la brecha creciente entre valor y riqueza.

Una respuesta que suele ser confusa, incoherente, impregnada de un conjunto de elementos propios del capital. Esta condición, en buena medida, responde al carácter intersticial de la economía popular. Y si bien no toda experiencia de economía popular constituye per se una alternativa al capitalismo ocurre que por las características que le son inherentes esa posibilidad de devenir alternativa está siempre latente.

La economía popular remite a formas de producción, distribución, intercambio y consumo basadas en el respeto al trabajo y a la naturaleza. Se trata de formas que intentan organizar colectivamente los modos de acrecentar y utilizar los valores de uso. La economía popular, tal como la entendemos, aspira a que el trabajo muerto no domine al trabajo vivo, a que el trabajo abstracto no domine al trabajo concreto, a que el producto excedente no devenga plusvalía, a que el valor de cambio no domine al valor de uso, a que los productos no estén físicamente separados de los productores. En un plano muy básico, pero altamente significativo, la economía popular busca evitar que las cosas se vuelvan contra las personas y contra la naturaleza.

En este nivel general, en este plano básico, la economía popular puede verse como la expresión que asume en nuestro tiempo la “economía moral” de los y las de abajo. La misma que supo identificar, rastrear y analizar el historiador inglés Eduard P. Thompson.[4]

Por supuesto, también concebimos a la economía popular como un conjunto de estrategias de subsistencia de un sujeto subalterno y oprimido (plebeyo, popular) que presupone la centralidad de la vida y no del capital. Se trata de estrategias que, en la práctica, indirectamente y de manera espontánea, cuestionan la lógica del capitalismo que consiste en transformar la fuerza de trabajo, las condiciones y medios de trabajo y subsistencia en mercancía.

 

La financiarización del capital

Muchos economistas hablan de cambios en el capitalismo mundial a partir de 2001 y 2008: la irrupción de China con su “productividad suprapromedial”, la crisis económica mundial. Identifican una etapa pos-neoliberal. Esto puede ser cierto. Pero, de todos modos, consideramos que esos cambios, con lo que puedan tener de rupturistas respecto de la etapa anterior en ciertas esferas (la tecnológica por ejemplo), siguen inscribiéndose en algunas coordenadas generales del neoliberalismo. O sea, nos cuesta pensar al capitalismo de “plataforma”, de “franquicia”, el capitalismo “uberizado”, al capitalismo “rentístico” y al modelo de ganancias sin acumulación, por fuera de una línea de continuidad con algunos procesos inaugurados en la década del 80. Lo vemos más como una profundización de tendencias que ya estaban presentes en los tiempos del “consenso de Washington”, que contaron con la inestimable colaboración de nuevas tecnologías relacionadas, por ejemplo, con el desarrollo del big data, la inteligencia artificial, entre otras. Entonces, se profundizan las tendencias a la subcontratación competitiva, a la internacionalización de las cadenas productivas, a la automatización, a una mayor adaptación del trabajo a los requerimientos del capital. Pudo haber cambios en la esfera de la regulación. Pero no estamos seguros de que esos cambios sean lo suficientemente significativos para hablar de pos-neoliberalismo. Por su parte, la expansión económica y geopolítica China reproduce todas las taras de la explotación imperialista. Las relaciones de China con los países del “sur global” no hacen más que perpetuar la dependencia de estos. Asimismo, vale tener presente que el neoliberalismo de las décadas del 80 y el 90 no fue tan desregulado como se pretende, sobre todo en los países centrales.

Luego, no creemos que el neoliberalismo sea un “orden” del cual se pueda entrar y salir con tanta facilidad. Sobre todo salir. Se suele sostener que los gobiernos dizque progresistas en América Latina “salieron” del neoliberalismo y que los gobiernos de derecha que los sucedieron “ingresaron” nuevamente en él. La confianza de algunos sectores en el retorno del progresismo para volver a salir del neoliberalismo se mantiene incólume. La superficialidad es uno de los rasgos más notorios de este tipo de afirmaciones.

La hegemonía del capital financiero, lo que Carlo Vercellone denominó “devenir renta de la ganancia”,[5] marca una continuidad de fondo, estructural. El capital financiero es la forma más depredadora del capital. Básicamente porque se trata de una forma rentística. Las finanzas se alimentan de la ganancia no acumulada, no reinvertida en capital. El capital financiero extrae plusvalía por fuera de los espacios específicos del proceso de producción; es decir, extrae plusvalía de “la vida”. Sus estrategias para multiplicar los ámbitos de extracción de plusvalía son de lo más variadas y sofisticadas, el capital financiero busca anclar la reproducción social en prácticas como el endeudamiento, la monetización, el consumismo, la privatización.

Además de los grandes motores de la financiarización: flujos a escala, intereses de deuda, préstamos bancarios a gran escala, inversiones en mercados bursátiles, existe una financiarización por abajo a partir de la bancarización masiva y la expansión de los ámbitos y agentes del capital generadores de interés. El capital financiero adquiere “capilaridad” a través del consumo endeudado del proletariado extenso (que incluye a una parte importante de los sectores asalariados, al precariado y al pobretariado, a los paupers que no se pueden mantener a partir de su “trabajo necesario”).

De este modo el capital, al tiempo que se valoriza, va limitando las posibilidades de los ámbitos de reproducción social como generadores de subjetividades críticas y como pilares de proyectos políticos alternativos. O sea, lo que tenemos frente a nuestras narices es el despliegue de una simultaneidad muy perversa: la realización del capital y el ocultamiento (más que la anulación) de la potencia popular por la vía de la fragmentación del trabajo que deja de jugar los papeles integradores característicos del fordismo.

La financiarización puede verse como una de las formas a las que recurre el capital para lograr que amplios grupos humanos, en teoría “expulsados”, de los diferentes sectores de la economía formal (los trabajadores y las trabajadoras “potenciales”), se inserten en la forma-valor y resulten significativos para el proceso de acumulación.

La financiarización amplió las fuentes de plusvalía, las directas y, sobre todo, las indirectas; aumentó la “masa de plusvalía total”, generó una “subjetividad financiera”. El alfa y omega del capitalismo es la extracción de plusvalía donde sea y como sea. ¡Todos, todas y todes a colaborar con el proceso de acumulación de capital! ¡Qué nadie se quede afuera! La financiarización contribuye a subordinar el trabajo al capital sin que medien los procesos de proletarización característicos del fordismo. La financiarización acrecienta la capacidad del capital de metabolizar un sin fin de prácticas humanas originadas por fuera de su lógica.

La importancia adquirida por la esfera de la circulación en los procesos de valorización del capital hace posible que este último extraiga valor de la esfera misma del consumo y la reproducción de la vida.

Resulta evidente que la economía popular no puede soslayar las realidades impuestas por la financiarización: la contradicción entre la expansión del capital financiero (junto con las formas de obtención pecuniaria derivada de los derechos de propiedad) y lo común producido por las relaciones sociales es cada vez más acuciante.

 

¿Reproducción ampliada del capital o acumulación por desposesión?

Si el capitalismo, a lo largo de casi dos siglos, se caracterizó por un proceso de acumulación basado en la reproducción ampliada; la etapa posindustrial (o neoliberal), coincidente con un completo proceso de mundialización capitalista, apela a formas de acumulación pretéritas en la búsqueda por resolver su crisis. En estas condiciones, la reproducción del capital ya no supone simplemente un aumento del proletariado.[6] La centralidad que adquieren los procesos de acumulación por desposesión en el capitalismo actual indican que los procesos de subsunción real al capital no se limitan a la incorporación de fuerza de trabajo.

Siguiendo algunos planteos de David Harvey, es posible afirmar que la economía popular, más que a las tradicionales lógicas de la reproducción ampliada del capital, está vinculada a los procesos de acumulación por desposesión que marcan la tónica de la actual etapa del capitalismo signada por el extractivismo, la ruptura del régimen salarial, la precarización laboral y de la vida, por el neo-colonialismo, el neo-imperialismo, etc…

La economía popular, como parte de la clase que vive de su trabajo, constituye un espacio propicio para pensar formas transicionales porque en ella adquieren resonancia los procesos de despojo. Las posibilidades de la economía popular radican justamente en engendrar y proyectar las luchas contra el despojo.  Las propuestas que hacen centro en la agroecología, el respeto por la naturaleza y la democracia sustantiva conforman, en términos gramscianos, sus “núcleos de buen sentido”.

Entonces, hay una naturaleza distinta en la lucha de clases que plantea la economía popular. Por esto mismo adquieren centralidad las luchas contra el agro-negocio y contra todas las formas de producción de alimentos no sustentables, la defensa (y la recuperación) de los territorios campesinos e indígenas, los formatos descentralizados basados en la autogestión y autogobierno de las comunidades.

En este sentido, siempre resultará contraproducente pensar las reivindicaciones y las acciones necesarias de la economía popular a partir de las lógicas características de la etapa de la reproducción ampliada. Si el horizonte de la economía popular está puesto en reconstruir la sociedad salarial del capitalismo de bienestar, chocará con un obstáculo histórico ineludible: las condiciones para retornar al pleno empleo ya no existen, en buena medida porque el capitalismo se ha encargado de destruir las bases de aquella sociedad.[7]

Pensar la lucha de clases en las sociedades capitalistas estructuradas en el despojo implica observar nuevas conflictividades, identificar puntos de ruptura diferentes a aquellos predominantes medio siglo atrás. En la actualidad, si las luchas no logran conectarse y convertirse en momentos de triunfos contra los mecanismos de desposesión, estarán destinadas a perderse en un océano de acciones reivindicativas fragmentadas contra un sistema preparado para metabolizarlas. Las luchas del proletariado extenso hoy requieren tener como horizonte la reproducción ampliada de la vida.

Te puede interesar:   Sobre el realismo de la ultraderecha. Más allá de la demencia y la magia

 

Entornos hostiles

Sin embargo, algo que a veces olvidamos los y las que defendemos a la economía popular es que las iniciativas en donde no existe subordinación directa del trabajo al capital pueden contribuir a la subordinación indirecta (explotación indirecta). Este nos parece un tema crucial. Existen formas estructurales de subordinación y control del trabajo colectivo. El capital recurre a formas de reciclaje de la fuerza de trabajo de la economía popular. La lógica de la valoración incesante puede reabsorber lo distinto.

Una de las características de la financiarización del capital es la notable interconexión entre mercados formales, mercados informales y mercados ilegales. Esto redunda en una extraordinaria capacidad de volver “productivas” casi todas las esferas de la vida social. En tal sentido, no puede minimizarse el hecho de que los procesos de valorización del capital se extienden incluso en las esferas de la economía popular.

El capital, insistimos, posee una enorme capacidad metabolizadora. Por su lógica sistémica y por las estratagemas de algunos de sus agentes, hace que la fuerza de trabajo gastada en la producción de valores de uso termine al servicio de la producción de valores de cambio, que termine reinserta en un proceso de explotación y, por ende, de generación de plusvalía. La explotación no consumada en el proceso de producción puede ocurrir después, en el mercado capitalista. Lo que se produjo con modos no mercantiles, puede devenir mercancía.

Al capital le interesa controlar la mercancía fuerza de trabajo bajo cualquier forma. Ya sea bajo un régimen laboral más o menos “tradicional” (pero hace tiempo con una tendencia a ser cada vez más flexible y más precario, dado que la ley de valor fundada en el tiempo de trabajo está en crisis) o bajo relaciones aparentes de circulación que condicionan a los productores y las productoras “independientes”. Incluso, a través de la generalización de algunos “paquetes tecnológicos”, los productores y las productoras independientes no sólo pueden terminar trabajando para el capital, sino como capital. Entonces: ¿de qué clase de independencia estamos hablando?

La economía popular, en contra del deseo de sus protagonistas principales, puede ser funcional a la estrategia del capital que pretende articular sus objetivos de acumulación con los objetivos de subsistencia. ¿Hasta qué punto la economía popular no contribuye a generar una redistribución del costo de la subsistencia al interior de la clase trabajadora, una redistribución del costo de la explotación entre los sectores explotados?

¿Hasta qué punto la economía popular no contribuye a resolver la contradicción entre la acumulación capitalista y la subsistencia y reproducción del conjunto de la clase trabajadora? No debemos olvidar esto. No son extrañas las experiencias de la economía popular que consumen insumos caros para vender productos baratos. Es más, son muy comunes. ¿Acaso no existen unidades de la economía popular, tanto urbanas como rurales, endeudadas con bancos, que producen para las transnacionales, que dependen de los insumos que proveen grandes corporaciones? ¿Acaso el autoabastecimiento de las unidades domésticas no contribuye al predominio de los bajos salarios en diversas ramas de la economía?

A la hora de pensar la economía popular no debemos pasar por alto las funciones históricas que cumplieron las economías de auto-subsistencia en el marco del capitalismo; cómo se comportó el capital frente a sectores que producían por debajo de la media social y que invertían más tiempo del trabajo socialmente necesario, que tenían un gasto de capital constante más alto y un nivel de productividad menor, un ciclo de rotación del capital bajo, etcétera.

¿Qué pasa cuando la economía popular entra en contacto con otros sectores de la economía capitalista? ¿Cómo evitar la devaluación de los productos de la economía popular? ¿Cuánta plusvalía hay en los bienes que la economía popular vuelca al mercado (trabajo no pago de personas ancianas, de mujeres, de niños, niñas y niñes) que pasa a formar parte de la ganancia media del capital? ¿Cuánto aporta la economía popular a la ganancia media del capital?

No puede ser muy “popular” una economía que solo sirve para que los y las pobres sobrevivan a costa de ellos mismos y ellas mismas, a costa del conjunto de la clase trabajadora. ¿Qué significa que los y las pobres pueden y deben resolver autónomamente sus propias necesidades?  ¿Acaso esa resolución autónoma se puede concretar a través del emprendedorismo y el cuentapropismo, a través de la “ocupación autónoma”?

De la misma forma que en el actual sistema social del capital los límites entre producción y reproducción son difusos y hasta inexistentes, los procesos de subsunción formal y real al capital tampoco tienen límites claros; al contrario, tienden a extenderse de la mano de renovadas formas de flexibilización y extensión de las jornadas de trabajo. Por eso mismo, el conjunto de respuestas de las clases populares frente a los procesos de despojo son un terreno pasible de ser metabolizado por el capital. Siempre existe esa tensión. La autonomía de este conjunto de respuestas no se encuentra en su (aparente) lejanía con los núcleos de producción de las cadenas de valor. Eso sería pensar de una forma antidialéctica o, dicho de otro modo, subestimar las capacidades metabólicas del capital como relación social.

Para disminuir los riesgos de confundir la transición con la transacción, un buen punto de partida puede ser pensar la transición en clave de la actualidad del socialismo, del comunalismo o como quiera llamarse al sistema alternativo capaz de exceder la civilización del capital y reemplazarla por otra. También es importante entender que, en el marco del capitalismo, la economía popular, aunque pueda conquistar algunos territorios, siempre tendrá estrictos límites estructurales y carecerá de posibilidades para desplegar todas sus posibilidades.

 

La economía popular y el Estado

¿Cómo puede la economía popular desarrollarse en un contexto tan adverso como el que describimos? ¿Cómo pueden evitar las unidades de la economía popular ser funcionales al sistema capitalista?

Entre otras cosas la economía popular debe generar “ecosistemas” propios, redes no mercantiles de la producción de lo común (más que “cadenas de valor propias”), redes cooperativizadas y comunizadas, circuitos de distribución propios que eliminen las intermediaciones, acuerdos intercooperativos, redes, etc. Especialmente redes de trabajo cooperativo y solidario que no integren solamente a los sectores más dinámicos, comprometidos y concientes de la economía popular y a los colectivos afines sino también a diversos proyectos socio-comunitarios y en especial a esa parte de la clase trabajadora extensa que forma parte del indefinido universo del cuentapropismo. La producción de entornos no mercantiles para el cuentapropismo resulta fundamental para el desarrollo de la economía popular.

Habrá que pensar una relación entre un sector regido por lógicas reproductivas y otras acumulativas sin que el primero termine perjudicado por el segundo. Un objetivo fundamental para la economía popular debería estar orientado a alcanzar niveles altos de autonomía de la reproducción social. En este aspecto creemos que el rol del Estado puede ser clave para que la economía popular alcance esos niveles de autonomía de la reproducción social.

Sabemos que el Estado actúa como garante del valor de cambio. El Estado capitalista no sirve para implementar formas de gestión alternativas de los recursos colectivos, de la vida. El desarrollo de la economía popular está condicionado por los marcos institucionales, por las jerarquías institucionales. No tiene sentido cuestionar la ley del valor sin decir algo respecto de las instituciones encargadas de garantizar su funcionamiento.

Una economía popular subordinada al Estado (a este Estado) no producirá mandatos, y si por azares del destino los produjera, no estará en condiciones de sostenerlos. Una concepción emancipadora de la economía popular no puede soslayar la crítica del Estado capitalista y los vínculos verticales que promueve. Pero… si bien no hay que subestimar el grado de integración del Estado a la dinámica del capital, tampoco hay que sobrestimarla.

¿Cuál sería el espacio para la integración y articulación de las diferentes experiencias de micro gestión? ¿Cómo garantizar un ordenamiento de las distintas experiencias productivas y las múltiples formas de propiedad? ¿Cuál sería el ámbito para la macro gestión de la economía popular?

En primera instancia no nos parece descabellado pensar en un Estado, un nuevo Estado, un Estado rehecho desde abajo, abierto y autogestionario, que exprese otras relaciones de fuerzas. Que exprese otra condensación material de las relaciones de fuerza. Un Estado asentado sobre una sociedad civil popular densa, potente y dirigido por un gobierno popular. Un Estado no co-constitutivo del capitalismo. Un Estado que favorezca el acceso a cada vez más medios de producción para los actores y las actrices de la economía popular y que, por supuesto, garantice la protección del trabajo.

Un Estado capaz de producir dinámicas de mutua implicancia, sinergias que favorezcan la articulación de los diversos actores de la sociedad civil popular. Un Estado que, entre otras medidas, detente el control del comercio exterior, de los puertos, de la banca, etc. Un Estado que asuma el control de los sectores estratégicos de la economía y que haga de ese control estatal un control social-popular, un control democrático, no burocrático. Un Estado que evite que la libertad sea utilizada para producir alguna desigualdad. Un Estado capaz de articular y reorientar y movilizar las capacidades productivas y todos los recursos de la Nación.

Las posibilidades de la economía popular para trascender el campo (y el horizonte) del micro experimento y de la micro gestión y para erigirse en sector dinamizador de una alternativa sistémica no harían más que acrecentarse en articulación con un Estado de estas características. Un Estado que genere un marco institucional y regulatorio favorable a la economía popular y desfavorable para los monopolios privados. Un Estado que le cree “activos” directos a la economía popular. Un Estado que le facilite a las unidades de la economía popular el acceso a los medios de producción. Un Estado coautor de mercados alternativos, que financie la construcción de centros de procesamiento, de almacenamiento, etc. Un Estado que promueva la propiedad social y comunitaria de los medios de producción y que tenga la capacidad de orientar la ley del valor, de darle un contenido que esté en función de los intereses populares. Un “Estado comunal” afirmado sobre el “poder popular”. Otro Estado. Otras instituciones.

Consideramos que la Economía popular debe articularse con la planificación económica desde abajo en especial con métodos de Planificación Estratégica Situacional (PES),[8] esto es, con una concepción de la planificación democrática, no determinística ni tecnocrática, distante de la que desarrollaron los “socialismos reales”, fundada en un modelo (y una teoría) de la transición al poscapitalismo diferente a la que el socialismo adoptó en el siglo XX.

Por otra parte, este tipo de planificación puede cubrir todas las carencias de la economía popular, tanto las relacionadas específicamente con falta de capital constante y tecnología, con la baja productividad y el intercambio informal como las relacionadas con aspectos contables, legales, administrativos, etc., en fin, con los huecos “gerenciales” de la economía popular. Diversas experiencias (en la Argentina y en resto del mundo), muestran una notable correlación entre la participación comunitaria y el grado de eficiencia de diversos programas estatales relacionados con la economía popular.

El debate sobre la economía popular, si pretende adquirir profundidad, no puede soslayar temas tales como la planificación y el papel del Estado y del mercado en la nueva sociedad.

Te puede interesar:   Messi: el héroe que vino a ofrecernos el corazón

Una distribución de los fondos públicos que otorgue prioridad a los sectores vinculados a los medios de reproducción y a los sectores autogestionados, el financiamiento especializado y focalizado en unidades de la economía popular, las compras públicas, la inclusión de cláusulas sociales en los mecanismos de licitación, los precios preferenciales para los servicios básicos y otros subsidios, el suministro de servicios sociales básicos, la cesión de infraestructuras, materiales para la construcción, insumos, el apoyo técnico, el desarrollo de un conjunto extenso de políticas compensatorias, etc., pueden ser pasos muy importantes, pero sin intervenciones más profundas, serán insuficientes para erigir un nuevo sistema económico y productivo.

Sin lugar a dudas, sería muy fructífero encarar esta reflexión sobre la transición saliéndose de la dicotomía estatismo-antiestatismo, o Estado malo y sociedad civil popular buena. Decimos, repensar el Estado como campo de autodeterminación. ¿Todo Estado, indefectiblemente, es la antítesis de la autodeterminación? Afirmar que todo Estado per se es la antítesis de la autodeterminación es, por lo menos, simplista. Y, en determinadas circunstancias históricas, políticamente irresponsable. Hay que hacerse cargo de ese tipo de afirmaciones y ofrecer medios más eficaces para proteger a la sociedad civil popular de los embates del mercado y los monopolios privados. ¿De qué sirve impugnar al Estado capitalista y proclamar el abolicionismo, desde territorios desorganizados e incapaces de hacer sentir todo el rigor de sus demandas?

El sesgo marcadamente estatista (o “estatalista”) de muchas concepciones de la economía popular –uno de los datos más negativos– no debería generar respuestas especulares, binarias y poco dialécticas. Nos referimos a las concepciones que, en lugar de priorizar la autonomía de las organizaciones populares, confían ciegamente en las ventajas de la integración, reproducen lógicas y retóricas estatales. Una integración que reniega de toda disputa estratégica. Esa integración anticipada, no hace más que reproducir al viejo Estado y fortalecer sus aristas más despolitizadoras y desorganizantes de la sociedad civil popular.

 

La necesidad de un proyecto político

La autodeterminación de las experiencias de la economía popular es algo fundamental. Además, sin autodeterminación la autogestión termina siendo un slogan vacío.

Existe una dimensión política de la economía popular que pasa por generar un nuevo tipo de estructura de autoridad en el lugar de trabajo que puede repercutir sobre el sistema político. Una estructura de poder popular que le dispute el comando al capital, en las fábricas sí, pero sobre todo en los territorios que cada vez se tornan más significativos: los suburbios, los barrios, las calles, algunas zonas rurales. En concreto, la economía popular debería pensarse en relación a nuevas racionalidades no sólo económicas, sino también políticas: nuevas gubernamentalidades.

Pero esa autodeterminación tiene que superar la “prosa de parte” para afectar la totalidad dominante. Será imprescindible gestar organizaciones más amplias que den cuenta del conjunto de los intereses de la clase trabajadora, que tengan la capacidad de resignificar la relación capital-trabajo en una escala macro y no conformarse con las resignificaciones en escala micro. Organizaciones políticas. La economía popular necesita un proyecto político común que dignifique sus prácticas diversas.

Un proyecto propio que aporte claridad y confianza, para que las organizaciones populares y los movimientos sociales dejen de sentirse parte de proyectos ajenos que no han hecho más que profundizar el modelo extractivista y concentrador. Proyectos ajenos que, en el mejor de los casos, tienen reservado para la economía popular un sitio marginal donde esta no perturbe y sirva a los intereses del gran capital financiero, industrial, terrateniente, comercial, etc.

En las últimas dos décadas, en Argentina y en otras partes de Nuestra América, ha adquirido una gran visibilidad la contradicción entre la ambición del horizonte estratégico asumido por las organizaciones populares y los movimientos sociales, y el raquitismo de sus opciones políticas. Por un lado han llamado a resistir al modelo económico hegemónico y por el otro han prestado apoyo a las alianzas políticas y los gobiernos que lo impulsaban. Es menester continuar elaborando un balance del ciclo de luchas antineoliberales y los obstáculos para convertir esa energía insurreccional en elementos de cambio estructural, más allá de la absorción de un conjunto de demandas por parte de los Estados.

Muchas organizaciones del campo, por ejemplo, han planteado como eje de su programa la reforma agraria popular, la diversificación productiva, la soberanía alimentaria; han desarrollado campañas sobre los efectos ecológicos del extractivismo; pero al mismo tiempo han buscado integrarse en un bloque histórico que rechaza de plano esos ejes a los que los considera verdaderos anatemas y que santifica la propiedad privada y el “desarrollo” a partir del agro-negocio. Se han identificado con gobiernos promotores del monocultivo y han participado en áreas de gestión estatal.

Sin embargo, la prescindencia de apoyo a gobiernos neodesarrollistas no fue garantía de poseer herramientas de construcción estratégica mucho más sólidas. En el estrecho margen que los progresismos dejaron para un horizonte emancipatorio, los senderos a caminar por fuera de la grieta entre el posibilismo y la derecha retrógrada se convirtieron en un terreno fangoso donde las organizaciones populares se acostumbraron a convivir con la fragmentación y falta de creatividad política.

El combate de las estrategias de los monopolios privados en un nivel micro y la falta de cuestionamiento concreto en nivel macro, entre otras flagrantes contradicciones puede (y debe) verse como el signo de la ausencia (y de la imperiosa necesidad) de un proyecto político propio de y para el proletariado extenso. Si no se conforman bloques históricos emancipadores, políticamente dirigidos por las clases subalternas y oprimidas, toda conquista relacionada con las condiciones materiales tendrá como contrapartida una gran derrota política y cultural que no hará más que reforzar la resignación y la integración al sistema.

El futuro de la economía popular depende de un cambio en las correlaciones de fuerza, en la sociedad y el Estado. En el largo plazo, la sostenibilidad de la economía popular es un asunto a dirimir políticamente. Al mismo tiempo, la economía popular puede contribuir decididamente a modificar esas correlaciones de fuerza. En el corto plazo, la economía popular puede garantizar un mínimo de sostenibilidad. El acceso más o menos directo a los “manantiales de la riqueza” (tierra y trabajo, según la clásica definición de Marx), el auto-control de los procesos de trabajo y el tiempo, un sujeto formado en la organización colectiva del trabajo y, en algunos casos, un sujeto comunal o comunero y por lo general familiarizado con prácticas deliberativas, constituyen ventajas estratégicas.

Se trata de pensar la economía popular en términos de construcción de una nueva hegemonía. Porque las posibilidades contra-hegemónicas de la economía popular dependen de los proyectos globales.

Finalmente, son los proyectos políticos los que otorgan sentido a las prácticas y las dignifican. Las experiencias aisladas, auto-referenciales, difícilmente puedan convertirse en manantial de sentido. Si no se concibe al mundo a la luz de la redención de los y las de abajo, todo se reduce a la administración del mundo tal cual es, a la gestión de los ciclos económicos del capital; atrasando la desmejora del sistema, en el mejor de los casos. Si no se asume como horizonte la construcción de una alternativa al capitalismo, si no se ponen en juego fundamentos hegemónicos alternativos, difícilmente un experimento de la economía popular pueda convertirse en semilla de socialismo. Una cosa es pensar a los núcleos de la economía popular como trincheras materiales y sociales en una guerra de posiciones y otra muy distinta es concebirlas como complementos de una alianza neo-ricardiana entre capital y trabajo.  Si la economía popular se piensa en función de la confianza en la posibilidad de un nuevo compromiso entre capital y trabajo, si se la subsume en el orden de las políticas públicas, si carece de toda perspectiva contra-hegemónica, se malogran sus capacidades de invención social.

La emancipación humana ha sido definida como el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad. Pero el reino de la necesidad inhibe de mil modos ese salto. No lo favorece jamás. La economía popular puede verse como el conjunto de intervenciones sobre el reino de la necesidad orientadas a generar las condiciones para que el “salto” al reino de la libertad (de todos juntos, todas juntas, todes juntes) sea posible.

.

(*) El presente texto es un fragmento de la “Introducción” al libro ¿Qué es la economía popular? Experiencias voces y debates, publicado recientemente por la Editorial El Colectivo, en el que participan: Juan Grabois, Dina Sánchez, Esteban “Gringo” Castro, Diego Gandini, Magda Garnica Flores, Sofía Mena, Rosalía Pellegrini, Diego Montón, Malena Hopp, Oscar Soto, Mariano Pacheco, Eva Verde, Andrés Ruggieri, Santiago González Arzac, Darío Azzellini, Alioscia Castronovo, Enrique Martínez y Ariel Penisi.

.

Pedidos o consultas: https://editorialelcolectivo.com/producto/que-es-la-economia-popular/

.

.

Notas

[1] Utilizamos la noción de “unidades de la economía popular” (UEP), para hacer referencia a experiencias concretas de la economía popular, puede ser una cooperativa, u otra. Las unidades comunitarias de la economía popular (UCEP) forman parte de la las UEP, junto con otras no-comunitarias, individuales y hasta pequeño-patronales. Luego, hay que tener en cuenta que la cooperativa suele ser la figura más a mano que tienen las UEP para adquirir algún grado de formalidad. Por ejemplo, el grueso de las empresas recuperadas se constituyeron en cooperativas. Para identificar las distintas actividades de la economía popular seguimos el criterio tradicional de las diferentes “ramas”: reciclado, empresas recuperadas, textil e indumentaria, vendedores ambulantes, ferias populares, artesanos, cooperativistas de infraestructura social, campesinos…

[2] Véase: Lipietz, Alain: “¿Qué es la economía social y solidaria?”. En: de Sousa Santos, Boaventura et al. (Organizadores), Desarrollo, eurocentrismo y economía popular. Más allá del paradigma neoliberal, Caracas, Ministerio para la Economía Popular, 2006.

[3] Martí, Julia, “Conclusiones”. En: Uharte, Luis Miguel y Martí Comas, Julia (Coordinadores), Repensar la economía desde lo popular. Aprendizajes colectivos desde América Latina, Barcelona, Icaria-Antrazyt, 2019, p. 270.

[4] Thompson, Eduard P., La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, Crítica, 1989, Vol. 1 y 2.

[5] Vercellone, Carlo, “Crisis de la ley del Valor y devenir renta de la ganancia. Apuntes sobre la crisis sistémica del capitalismo cognitivo”. En: Fumigalli, Andrea; Lucarelli, Stefano; Marazzi, Christian; Mezzadra, Sandro; Negri, Antonio y Vercellone, Carlo, La crisis de la economía global. Mercados financieros, luchas sociales y nuevos escenarios políticos, Madrid, Traficantes de Sueños, 2009.

[6] Cfr. Marx, Karl, El Capital, Tomo I, Cap. 23, FCE, México, 1999, p. 518.

[7] A partir del interregno abierto por la pandemia en 2020, algunos análisis confiaron en que la crisis sanitaria dejaría expuesto el fracaso del mercado como regulador de la vida social; incluso, llegaron a plantear un retorno al rol de los Estados nacionales como garantes de una sociedad librada a la desprotección. Lo que no han tenido en cuenta los discursos “progresistas” es que esos mismos Estados seguirán en bancarrota y sometidos al poder de las finanzas, con idénticos o incluso más profundos problemas para garantizar la reproducción del capital en sus países. La vuelta a un “capitalismo de derechos” es una quimera anacrónica que, una y otra vez, muestra su carácter de espejismo.

[8] Véase: Matus, Carlos, Teoría del Juego Social, Buenos Aires, Universidad Nacional de Lanús, 2007.

4 thoughts on “¿Qué es la economía popular?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *