Hace poco más de un año, publicaba una opinión en 4 puntos en relación a la pandemia, a su origen y a sus presuntas soluciones (ver aquí).
A poco de finalizar 2021, con más del 70% de la población de nuestro país con esquema completo de vacunación y con un nuevo récord de contagios en las principales ciudades del país, me gustaría profundizar en algunos aspectos o dimensiones que, como es habitual, irán a parar a ese lugar incómodo que disgusta tanto al fundamentalismo negacionista o antivacunas como al dogmatismo que reina en el discurso dominante científico.
1) A dos años de comenzada la pandemia de COVID-19, la existencia, aislamiento y detección no de una, sino de gran cantidad de variantes de SARS-CoV-2 ha sido confirmada y ratificada a lo largo y ancho del mundo. Las tasas de contagio y letalidad de estas variantes han producido graves efectos a corto y largo plazo en la salud de las personas, incluyendo internaciones y muchísimas más muertes a nivel mundial que las ocasionadas por una gripe normal, incluso pese al empleo de un gran abanico de elementos de protección personal y dispositivos de aislamiento y distanciamiento social que no se han utilizado con gripes normales y que redujeron el número de muertes por COVID-19 considerablemente. A quienes desestiman la importancia de la pandemia en relación a los problemas ocasionados por el hambre o la pobreza, es menester objetar que la pandemia (sinergizando con el capitalismo) se ha ensañado -como lo demuestran varios estudios- mucho más fuertemente con la clase trabajadora, con los sectores pobres y marginados y que a su vez, la pandemia (de nuevo en connivencia con el capitalismo) ha condenado a la pobreza y al hambre a millones de personas en el mundo. Pandemia y pobreza, COVID-19 y hambre no son dimensiones contrapuestas. A modo de ejemplo, combatimos el avance del extractivismo, de la megaminería y del agronegocio, por más que se cobren menos muertes que el hambre, y siendo que, de nuevo, extractivismo, hambre y enfermedad van de la mano.
2) Tal y como decíamos, las vacunas -lejos de las fake news instaladas por el sector antivacunas- no contienen chips ni restos fetales y han sido muchas veces (no siempre) efectivas para lidiar con diferentes patógenos a lo largo de la historia. El desarrollo de la primera generación de vacunas se ha mostrado bastante efectivo para disminuir casos graves, internaciones y muertes, desacoplando las curvas de contagio de las curvas de muerte por COVID-19 acá y en todas partes del mundo.
3) Sin embargo, tal y como advertíamos, que las vacunas puedan ser bastante efectivas para evitar casos graves o muertes no implica ni que sean 100% seguras, ni que generen inmunidad de grupo, ni que sean la solución a la pandemia, como se apresuró a aventurar buena parte de la comunidad científica, asociando cuatro variables que no necesariamente van de la mano. La pandemia fue la oportunidad perfecta para que las corporaciones farmacéuticas avanzaran en el desarrollo masivo de tecnologías de vacunas (ARN y adenovirus modificados) que no se habían utilizado previamente en humanos a largo plazo, a gran escala o que no se habían utilizado en modo alguno. Pese a que las farmacéuticas, los gobiernos y buena parte del sector científico nos aseguró que todo era inocuo, cualquier persona sabe hoy que si le toca AstraZeneca, Sputnik o Pfizer la probabilidad tener dolor, fiebre o de quedar en cama por horas o días es mucho mayor (han proliferado los memes) que si le tocó una vacuna tradicional a base de virus inactivado, como la de Sinopharm. Y este fue el menor de los problemas: hubo una cantidad y diversidad de efectos adversos a corto plazo, tales como trombos, pericarditis, miocarditis, ACVs e incluso muertes que fue significativamente mayor que la generada por las tecnologías tradicionales. ¿Muchísimo menor que los efectos generados por contraer COVID-19? Sin dudas. Por eso frente a la opción que nos daban las farmacéuticas no quedaba otra que recomendar vacunarse con lo que hubiera a mano. Pero esa comparación es maliciosa. Hoy resulta un contrafáctico, pero lo que hubiera debido hacerse, como sostuvimos, es generar vacunas tradicionales como hicieron de manera rápida varios países y empresas o como se intenta hacer también aquí. Y recomendar su uso sobre todo en población de riesgo frente a trombos, problemas cardíacos o ACVs. No solo se han probado efectivas sino más seguras en el corto plazo. La propia propaganda oficial nos da la razón cuando dice que para menores de edad es recomendable utilizar la Sinopharm porque es la tecnología más segura y probada. Y es que para peor todavía no sabemos nada de los efectos a mediano y largo plazo de estas nuevas tecnologías -que ojalá sean pocos o nulos- pero de los que en realidad poco sabemos. ¿Cuántas dosis por año de vacunas genéticas tendremos que darnos contra el COVID-19? ¿Tres? Y luego en el futuro contra otros virus o patógenos, ¿Cuántas más? Frente a una pandemia global todas las corporaciones y Estados deberían haber desarrollado tecnologías previamente comprobadas. Y en todo caso avanzar de a poco con las nuevas tecnologías. Principio precautorio. Queda claro que se podía (Soberana, Novavax, Sinopharm, Sinovac, etc.) y no se quiso. Son sobrados los ejemplos de experimentación masiva por parte de los Estados y las empresas para aumentar las ganancias o para ganar guerras, o sea, para aumentar las ganancias. Como decía, hoy ya es un contrafáctico. Pero es importante decir que uno de los principales motores del movimiento antivacunas fue la imposición de estos nuevos desarrollos tecnológicos por parte del lucro farmacéutico y del modelo científico hegemónico. Y para quienes trabajamos en los efectos ambientales y sanitarios catastróficos que generan los desarrollos tecnológicos agroganaderos (siempre publicitados como inocuos), las dudas y preocupaciones tienen antecedentes fundados. Por otro lado, las vacunas contra COVID-19 se han mostrado desalentadoramente inefectivas para prevenir reinfecciones y contagios. Si bien bajan la carga viral, el presunto efecto solidario de no contagiar al de al lado o la teoría de generar inmunidad de grupo, termina resultando una fake new del propio dogmatismo científico, que cae por peso propio ante el número récord de casos en países con esquema completo en un 70 u 80% y que nuevamente no hace más que alimentar el escepticismo antivacunas que conoce de memoria la cantinela oficial de que con las vacunas se resolvían todos nuestros problemas. Así como antes en lugar de poner la responsabilidad en el Estado o en las empresas que incumplían o negaban protocolos, se ponía la responsabilidad en quien no se quedaba en casa por tener que salir a conseguir algo para comer, hoy la responsabilidad del aumento del número de casos sigue siendo individual(ista), se pone únicamente en quienes no se han vacunado, sea cual fuere la razón, pero no en la ineficacia de esta generación de vacunas para prevenir contagios o en las políticas incoherentes de Estados que sostienen que no hay que usar más barbijo, que hay que ir a recitales, a partidos de fútbol a estadio lleno, que sostienen fiestas clandestinas gubernamentales o que debemos viajar en transportes hacinados para luego decirnos que nos cuidemos en las fiestas. La promoción de chips subcutáneos como estrategia de pase sanitario o el despido de trabajadores no vacunados no hace otra cosa que alimentar lo peor del sector conspiranóico. Y no es para menos.
4) Esto no es lo más grave. Como decíamos hace más de un año, esta pandemia, al igual que otras epidemias tiene un origen asociado al extractivismo y a un sistema mundo capitalista voraz que depreda todo a su paso. Mientras los mismos CEOs de las empresas extractivistas nos venden las vacunas generadas en sus corporaciones farmacéuticas, se profundizan los agronegocios, el negocio ganadero, minero y forestal: trigo transgénico, megagranjas porcinas, zonificación minera e incendios forestales. Quien no se vacunó con una vacuna que no previene contagios es digno de toda la indignación. Ahora si te bañan en glifosato, te contamina una minera, te prenden fuego el merendero o te incendian la provincia entera eso no es digno de indignación. El origen zoonótico de esta pandemia así como su progresión e impacto acentuado en los sectores más vulnerados de la sociedad que no tienen acceso a vivienda, higiene, salud, o servicios adecuados no se puede disociar de un sistema caracterizado por un modo de producción capitalista y un modo de intervención extractivista, que de no cambiarse seguirá produciendo epidemias, contaminaciones, incendios, sequías y cambios climáticos para los cuales las vacunas u otras tecnologías potencialmente terapéuticas que se nos presenten en forma de promesas asociadas al lucro empresarial no supondrán sino parches para retrasar una eventual catástrofe.
Dejemos de mirar hacia arriba. Ni las farmacéuticas, ni los Estados nos darán la solución. La solución, al decir de Andrés Carrasco, está en los pueblos. Es por abajo.
Biólogo y Filósofo
Investigador CONICET
Docente UBA
Coordinador del Grupo de Biología de Sistemas y Filosofía del Cáncer