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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

“Tenemos las llaves de las casas destruidas en 1948, y de las casas destruidas en 2022.”

Especial para ContrahegemoníaWeb

El proyecto colonial de Israel es la eliminación completa de todo rastro de presencia palestina en el territorio, no sólo la expulsión de sus habitantes originarios, sino todo lo que pueda dar cuenta de la existencia de este pueblo. Es una práctica que acontece desde principios de siglo XX, con mayor o menor intensidad según sus posibilidades de acuerdos estratégicos con los nuevos imperialismos que emergen desde la Primera Guerra Mundial. La Nakba de 1948 fue solo un momento en este proceso, pero de ninguna manera un punto de inicio o final. La Nakba permanece.

Lo que está sucediendo en el Neguev (An Naqab), Cisjordania o Jerusalén ocupada, en estos días, es una intensificación de este movimiento expansionista, una parte más de la política continua de apropiación del territorio. Una legitimidad para esta avanzada la dio la política de Donald Trump durante su gobierno, al reconocer a Jerusalén como capital de Israel en diciembre de 2017 y al apoyar los planes de normalización con los gobiernos árabes traidores de la causa palestina (“el acuerdo del siglo”); pero también el nuevo gobierno estadounidense de Biden al oponerse solo discursivamente a la construcción de nuevos asentamientos en Cisjordania, mantiene esa legitimidad. La llamada comunidad internacional, en todos estos actos de despojo y violatorios de derechos humanos, permanece ciega, sorda, muda. Mención también merece la Autoridad Palestina que a instancia de los fracasados Acuerdos de Oslo, se ha transformado en una suerte de custodio de Israel incapaz de oponerse a sus planes expansionistas.

An Naqab (El Neguev)

Desde 1948, el estado de la ocupación ha intentado expulsar y/o controlar a les beduines del Neguev. El historiador Ilan Pappe señala en su Historia de la Palestina Moderna que a comienzos de siglo XX había unas 80 tribus registradas en siete bases distintas con una población de 80.000 beduines en el sur de Palestina, pero al final de la confrontación bélica, sólo quedaron 13.000, reagrupadas en 20 tribus con tres localizaciones dispersas por la región. Entre 1948 y 1966, fueron sometides a un régimen militar que les concentró en una zona restringida conocida como Siyag. El expolio de sus tierras se hizo de manera distinta a la que Israel aplicó al resto de las poblaciones palestinas, ya que sobre estas últimas, si bien podía reconocer la propiedad privada, de todos modos las usurpaba, incluso habilitando leyes como la Ley de Propiedad del Ausente que les permitía apoderarse de las propiedades de Palestines que según el estado colonial, abandonaron o huyeron de sus casas durante la guerra. Sin embargo, a las poblaciones beduinas se las consideró nómades, carentes de todo vínculo con el suelo, alejades de la modernidad y el régimen liberal de propiedad y por lo tanto sin derecho a la tierra. Esto le permitió construir una narrativa de Neguev como “tierra muerta” en espera de asentamiento y civilización.

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A pesar de la enorme cantidad de reclamos de tierra presentados por las poblaciones beduinas, no se ha fallado un solo caso de propiedad a su favor. Sin embargo se han realizado políticas de urbanización que buscaron ubicar a las poblaciones en áreas planificadas por el estado, equivalentes a las reservas, con la lógica de confinarles a poca tierra, erosionar su apego a la misma y por lo tanto el reclamo. Algunes han sido desplazades hacia el norte, otres hacinades en siete pueblos y siete aldeas en proceso de reconocimiento estatal en el llamado Distrito Sur, con una jurisdicción de apenas 0,8% de la tierra, servicios precarios y tratades con discriminación racial y como ciudadanes de segunda.

An Naqab o Neguev representa casi el 60 % de todo el territorio ocupado por Israel y más de la mitad de sus residentes viven en 40 aldeas no reconocidas por el estado ocupante, a quienes denomina “ilegales” a pesar de que es su territorio ancestral. Les priva de servicios como agua, electricidad, carreteras, escuelas u hospitales y están bajo constante amenaza de demolición, que es lo que sucede por estos días en las aldeas ubicadas en Al Naqe, una zona de tierras fértiles cercana a la cadena montañosa de Hebron en la Cisjordania ocupada, que alberga a varias aldeas beduinas. Pero no es una novedad esto, ya que desde el 2000 se aceleran los planes de demolición de casas que les beduines vuelven a reconstruir como política de resistencia a la colonización, para luego ser demolidas nuevamente por la ocupación con la intención de establecer en ellas asentamientos judíos. El pueblo de Al Araqib, por ejemplo, ha sido demolido más de 150 veces desde 2011 y reconstruido por sus residentes en cada ocasión. En todos los casos, los residentes deben pagar al estado los costos de la demolición de sus propias viviendas o con la confiscación de sus bienes, como ovejas, por ejemplo. Con muy pocas posibilidades de desarrollo económico, escasas alternativas de trabajo, estos pueblos están subyugados a la economía de la ocupación. Aunque muches residentes tienen formación académica, están impedides de desenvolverse en lo que quieran, por eso una de las principales exigencias de las comunidades beduinas es de poder elegir su propia forma de vida, desarrollar la cultura y la vida beduinas en sus propios términos y no en los que le imponga la ocupación.

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El responsable de llevar a cabo estas demoliciones en la zona, es el Fondo Nacional Judío (FNJ), una organización cuasi gubernamental al servicio de la limpieza étnica con base en Estados Unidos y en Israel, que actúa desde comienzos del siglo XX promoviendo asentamientos judíos en Palestina. Creado en 1901 para actuar como un fondo económico sionista y adquirir tierras palestinas, es una entidad clave para asegurar el reparto y uso de las tierras para colonos judíos a costa del expolio palestino. En este último tiempo, con la excusa de la forestación, han estado arrasando árboles de olivos y cultivos de las comunidades beduinas para plantar en ella pino u otras especies europeas que afectan la biodiversidad originaria de la región, con un proyecto claramente diseñado para encubrir la intención de desposeer a las poblaciones beduinas y construir en esos terrenos ciudades para residentes judíos. Además, la implantación de bosques que vienen haciendo en el Neguev y otros lugares de la palestina ocupada, les sirve para cambiar el aspecto del terreno y cubrir las pruebas de la limpieza étnica de les palestines locales. En diciembre de 2021 lanzaron un plan para plantar 300 dunams en el área del Al Naqe que por el momento y a raíz de las protestas y represión violenta, está en suspenso. Les beduines como el resto de les palestines que se mantienen en el territorio, siguen enfrentándose a las realidades de la colonización, despojo y limpieza étnica.

La resistencia beduina se mantiene firme pese a las violentas represiones, las demoliciones constantes de sus tiendas de campaña, las arbitrarias detenciones especialmente enfocadas en la juventud, niñes y mujeres. Israel ha intensificado sus puestos de control y bloqueo de entrada y salida de las aldeas para impedir que continúen las protestas, al igual que cortó los escasos suministros de energía eléctrica y agua. Hay al mismo tiempo, una generación joven irrumpiendo en todos los procesos de resistencia tanto en An Naqab como en Jerusalen, Cisjordania y Gaza, una juventud revitalizando los espacios, dispuesta a luchar por su territorio, con demandas de soberanía y autodeterminación. Aunque la ocupación ha intentado fragmentar al pueblo palestino, el bombardeo del 2021 a Gaza imprimió una nueva dinámica a la resistencia popular palestina uniendo a las comunidades de Cisjordania, Gaza, la Palestina ocupada y la diáspora en un solo reclamo contra el colonialismo, el apartheid, el retorno de les refugiades y por la libre autodeterminación del pueblo palestino.

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