En este artículo sintetizamos las discusiones de las dos asambleas feministas que convocamos desde la Cátedra Libre Virginia Bolten en septiembre de 2020 para debatir sobre los feminismos y la construcción de autonomía. Los encuentros se realizaron de manera virtual debido a las restricciones vinculadas a la pandemia del COVID-19. En las dos rondas participaron alrededor de cincuenta compañerxs de Abya Yala aportando a la constitución de una polifonía plural y diversa que buscamos sistematizar en este escrito colectivo.
Las actividades tuvieron como objetivo encarar el debate de ideas en torno a la construcción de autonomía en nuestras luchas y organizaciones. También, al lugar que ocupa el Estado como destinatario de nuestras denuncias y, a veces, como adversario o interlocutor de ciertas demandas construidas desde los feminismos. A lo largo del intercambio, algunas voces propusieron encontrar fisuras en las instituciones estatales, mientras que otras, sin ver esas posibilidades, plantearon colocar las brújulas y las energías sólo en las construcciones comunitarias. Consideramos que estas divergencias están presentes en los feminismos populares e internacionalistas del Abya Yala y, además, estos dilemas son parte de los itinerarios de izquierdas, anticoloniales, anticapitalistas y multicolores de los que formamos parte.
Sobre cómo entendemos el Estado
Un buen punto de partida para pensar nuestra práctica política y la relación con el Estado es definir cuáles son nuestras perspectivas respecto a cómo entenderlo. En esta búsqueda de diálogos aparecieron en debate múltiples sentidos. Si bien existe una acepción generalizada que señala al Estado como el garante del bien común, como una suerte de espacio neutral que vela por la igualdad, entendemos que esta perspectiva liberal encubre su carácter clasista y su ejercicio de la represión como violencia legítima para mantener el orden social.
Esta lectura es desmentida desde nuestra propia experiencia militante, nuestro andar y praxis colectiva. Desde diferentes latitudes recuperamos la necesidad de abonar a problematizar y enriquecer una perspectiva marxista que permita comprender al Estado como resultado de relaciones sociales, disputas y tensiones, aunque sin perder de vista el carácter de clase de esta construcción. Si bien una mirada que contempla el carácter dinámico del Estado permite pensar en fisuras y grietas como espacios de disputas, se hace necesario recuperar el carácter histórico y las particularidades que los Estados adquieren en América Latina.
Al compartir experiencias desde diferentes lugares de Nuestramérica, acordamos que es preciso abandonar una interpretación del Estado en abstracto, ya que esa forma encubre una mirada eurocéntrica que no nos permite pensar estrategias situadas. Recuperamos los planteos del marxismo y desde los feminismos los reactualizamos y recreamos incorporando la dimensión del patriarcado y la dimensión colonial como constitutivas al Estado.
Desde Ecuador lxs compañerxs sostienen que un elemento común es que los Estados en nuestra región se constituyeron a partir de la violencia colonial, el exterminio y la exclusión de la mayor parte de la población. Esta matriz fundadora se cristaliza y refuerza a lo largo de la historia en estructuras de poder que, desde los feminismos populares, problematizamos de manera interseccional. La noción de ciudadanía, aportan las compañeras ecuatorianas, pone de relieve el lugar desde donde se pensaron y se constituyeron los Estados en América Latina. Ser hombres, propietarios, hetero- sexuales, blancos y alfabetizados son los criterios establecidos para gozar de derechos. Estos principios consolidan una élite dominante y dejan por fuera a la mayor parte de la población. Es recién en los 70, cuando la posibilidad del voto para personas analfabetas en el Ecuador posibilitó que las mayorías populares, campesinas e indígenas pudieran acceder al estatus occidental de ciudadanía.
Otro elemento importante para comprender la naturaleza de los Estados en la región es el carácter dependiente de nuestras economías y la política imperialista sobre los territorios que opera disfrazado de un discurso basado en la seguridad y la defensa de las democracias. El accionar cada vez más violento y explícito de los aparatos represivos en toda América Latina revelan los reajustes de un capitalismo que pierde capacidad de generar consensos que sostengan la desigualdad.
El proceso de saqueo por parte de los grandes capitales es brutal e irracional y reproduce las lógicas de apropiación de los territorios cuerpos y los territorios tierras con la voracidad que Silvia Federici (2019) describe en el proceso de acumulación originaria. Nuestros cuerpos son sometidos al disciplinamiento y a la violencia cotidiana a partir de la acción legitimada de las instituciones estatales, siendo lxs jóvenes, las disidencias sexuales y las mujeres quienes más sufren estos despojos.
Pensar a los Estados en sus particularidades nos permite elaborar estrategias situadas para comprender los modos en que intervienen en concreto en cada vida, y visibilizar la necesidad de construir autonomía sobre nuestros cuerpos y de superar la precarización a la que condenan nuestras existencias con sus políticas de muerte.
Estamos viviendo un momento particular del capitalismo global que nos muestra una cara más dura de lo que habíamos vivido antes. Frente a esto, desde nuestras colectivas nos preguntamos ¿hay en nuestros países una especie de ensayo, de laboratorio de estas lógicas totalitarias y represivas? ¿Cómo es posible que continúen las masacres en Colombia y queden impunes? ¿Qué estrategias nos damos para cambiar de manera radical esta realidad?
Balances históricos
Las feministas y las disidencias sexuales estamos siempre haciendo balances históricos, rescatamos luchas ancestrales, alianzas, coaliciones, generamos encuentros, ensayamos nuevas formas organizativas, desafiamos la moral y las múltiples formas en que han querido normalizar nuestras existencias. Desde estos ejercicios memoriosos y contrahegemónicos, denunciamos los intentos de asimilación estatal y cooptación de activistas y organizaciones feministas. En este andar construimos redes para defender nuestra autonomía y re- pensar nuestras prácticas en la lucha por una mayor ampliación de derechos, pero sin perder de vista la necesidad de cambiarlo todo.
La masificación del feminismo, resultado de la fuerza acumulada en estos años de lucha, puso en agenda estatal los “temas de género”. Al menos en la experiencia argentina, la incorporación de activistas históricas a las estructuras estales, junto a la creación del Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad, genera tensiones que reactualizan viejos debates y nos advierten de los peligros de la institucionalización de la política feminista.
En las discusiones que se dan en las asambleas feministas hay quienes recuperan las históricas experiencias de asimilación de otros movimientos populares, que han dejado como resultado una mayor fragmentación del campo popular. Esta realidad la vivimos en Argentina en las experiencias del movimiento piquetero y más recientemente en el movimiento por los Derechos Humanos. En otros países las metodologías se repiten y vemos la fragmentación del movimiento campesino, del movimiento indígena y los movimientos estudiantiles a partir de ciertos vínculos con el Estado.
Si bien la lucha por el reconocimiento de derechos nos pone en la tensión de exigir e incluso negociar con el Estado mayor intervención sobre nuestras vidas en algunos aspectos, nuestra acción y nuestros sueños no caben en sus instituciones. La lucha por un mundo nuevo exige tomar las calles, cortas rutas, recrear lo público, lo común y pensar estrategias para avanzar sin perder la autonomía de nuestras construcciones, como sostienen unxs compañerxs: es la posibilidad para agarrar fuerza, para volver a situar el horizonte. No para negar el Estado, sino para decidir cuándo, cómo y quiénes. La experiencia acumulada nos lleva a sostener que no es en el Estado donde confluyen todas nuestras luchas. El avance conservador y neoliberal en América Latina durante los últimos años se explica en parte, por la falta de radicalidad en las políticas de los gobiernos progresistas que, aun reconociendo una serie de derechos, no abonaron a la desarticulación de los sistemas estructurales de dominación. Los reconocimientos obtenidos en este periodo se vinculan con los años de lucha, organización y autogestión colectiva de la vida. Las nuevas leyes y políticas públicas implican grandes conquistas, pero en los balances vemos que son insuficientes. Las revueltas populares en Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia ponen de manifiesto la necesidad de tomar las calles, tejer alianzas con otros movimientos que desborden las migajas que desde los Estados nos proponen.
Sin miedo a las diferencias y a la pluralidad de estrategias frente al Estado, sostenemos la necesidad de tener posiciones contundentes, de abonar al debate de ideas y de construir más allá de las diferencias en clave de potenciar nuestras luchas. Frente a esto se presentan dilemas ¿Cómo hacemos para que en la diversidad de posturas no se fragmente la fuerza del feminismo anticapitalista?, ¿Cómo dialogar y tejer estrategias comunes junto a compañerxs con las que no compartimos una misma lectura? ¿Cuáles son los desafíos en clave de formación política feminista para fortalecer la autonomía de nuestros movimientos?
Múltiples feminismos
Nombramos a los feminismos en plural porque son diversos y, por lo tanto, operan frente al Estado de formas sumamente distintas. Para los feminismos liberales, que se proponen como objetivo rom- per el techo de cristal (entre otras metas), la relación con el Estado puede que sea funcional y fluida. Son los feminismos del Women 20, que hablan de la inclusión financiera y digital de las mujeres, de las brechas de género, así como de la construcción de los liderazgos de las mujeres en las finanzas, como apuestas principales.
Para otras corrientes, como los feminismos populares autónomos con los cuales nos identificamos, la relación con el Estado tensiona y se hace problemática. Nos preguntamos ¿la idea de las fisuras es posible?, ¿hasta dónde? ¿O nos encontramos con aparatos y con élites que no están dispuestas ni siquiera a permitir una rendija en nuestros países? Hoy los Estados garantizan la extensión y multiplicación del poder de las corporaciones. Algunas compañeras lo nombran como una captura corporativa total del Estado. Pueden cambiar los gobiernos, las administraciones, las gestiones, pero el Estado está totalmente capturado y condicionado ante deberes por cumplir.
La potencia de los feminismos puestos en tensión
Para ponerle materialidad al debate, pensamos en las experiencias recientes que tuvimos en América Latina con los llamados gobiernos progresistas, a partir de los cuales muchas personas vieron cambios y quiebres en temas de géneros. En estos gobiernos no se desplazan las lógicas capitalistas y coloniales, pero sí hay cambios institucionales y discursivos que nos ponen en tensión, muchas veces quitándoles potencia a nuestros feminismos y, en algunos casos, generando procesos de cooptación. Por ejemplo, algunas compañeras piensan que, en los casos de Brasil o Bolivia, los gobiernos progresistas debilitaron a las organizaciones populares y feministas, situación que redundó en una despotencia de los movimientos que se radicalizó con los golpes de estado/parlamentarios en esos países.
Raquel Gutiérrez (2016) señala que el Estado cuando coopta una parte de los movimientos feministas, lo que intenta es borrar sus aristas más filosas. Lo disruptivo. Y es por eso que tenemos que seguir discutiendo, para que en las nuevas generaciones el feminismo no signifique lo que representa el Estado ni los discursos capitalistas con retórica feminista. Esta discusión entre feminismos y Estados nos obliga a pensar: ¿qué significaría construir una política feminista? Es decir, dar vuelta la mirada y en lugar de centrarnos en el Estado, mirar nuestra potencia. De tanto resistir, de tanto esfuerzo que hacemos, nos perdemos a nosotrxs mismxs en la lógica del poder. En cambio, cuando pensamos en clave de subversión, se nos abren las puertas de crear. Es la lucha por la co-creación del mundo, es una forma estratégica de no mirar al poder de frente; sino de circundar, darle vuelta, observar de lado, no es una política de la identidad ni de la representación.
La discusión,
para nosotrxs, no es “con o sin Estado”. Es cómo nos ubicamos en esta correlación de fuerzas con el Estado.
En relación a cómo generamos desde
los feminismos espacios autónomos y
sostenibles entre nosotrxs, espacios comunes donde la comunidad parece ser la
condición de existencia más fuerte e inmediata. Por ejemplo, en Argentina existe la construcción de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. Lo más
importante es su carácter federal, la gente que puso en las calles,
su organización
democrática, que articula con todo el mundo. La ley es un logro, pero lo importante es el saldo que dejó esa construcción.
Cuando nos transformamos en feministas, no nos planteamos las políticas públicas como una cuestión central en nuestro accionar político. A pesar de que peleamos y formamos parte de las campañas e iniciativas, son herramientas con las que disputamos conciencia en el día a día. Dar vuelta la mirada, para no ponerla solamente en el Estado, sino reforzar qué es lo que nosotrxs podemos hacer mejor. La transformación radical como meta requiere dejar de lado, quizás, el debate cotidiano con el Estado y pensar a largo o mediano plazo.
Durante la pandemia, resaltó la importancia de la autoorganización. Lo que se sostuvo y pudo mantenerse organizado para garantizar la vida de las personas, de los sectores más afectados, como, por ejemplo, la comunidad trans-travesti o de las disidencias, es lo que se produjo desde lo común y lo comunitario. Desde allí construimos una lógica de organización desde la cual no aceptamos los intentos de domesticación del movimiento feminista. A pesar de que en Argentina la agenda de cuidados empieza a ser tomada como parte del discurso gubernamental, y que prometen, entre otras cosas, “mapear” los cuidados; pensamos que podría ser una trampa simbólica y en lo material, en las vidas cotidianas de las personas, no producir ninguna transformación sustancial. El cuidado para nosotrxs, en cambio, tiene una dimensión política: nos cuidamos para rebelarnos, no para cuidar al mundo enfermo. Nos cuidamos para subvertir.
También nos interrogamos, ¿qué pasa desde la mirada de cuerpos desobedientes, disidentes, que intentan ser integrados por parte de este Estado? Es interesante la lucha por los derechos porque ha articulado a nuestros movimientos disidentes y nos ha permitido constituirnos como colectivo, encontrarnos. Pero nuestra propia existencia colectiva se tensiona con un Estado que es heterosexual, binario, que nos busca normativizar. Por eso, la radicalidad del movimiento de la desobediencia sexual, de la disidencia, nos da pistas para pensar la autonomía, ¿cómo se sostuvieron las vidas, en pandemia, de las putas, lxs trans y travestis, invisibilizadxs por el Esta do, y por parte de los movimientos y del activismo?
¿Cuánto hace el Estado en nombre de la disidencia sexual con la miseria de las políticas que dan? Vemos que suele haber una disputa en clave discursiva, una forma de hacer política que pone más el acento en la publicidad que en la materialidad de la vida de lxs compañerxs.
Reapropiarnos de los recursos, construir autonomía
Como venimos diciendo, una parte de la salida de este debate es el fortalecimiento de los espacios comunes y comunitarios. Sin negar la existencia del Estado, ni la necesidad de arrancarle cosas. Pero sí entender la disputa como una lucha por la reapropiación de los recursos. Recuperar lo que es nuestro porque nos pertenece: vivir nuestra vida digna. El Estado maneja nuestros recursos, nuestro territorio, nuestros múltiples trabajos, tiempo y ganas. ¿Qué hacemos con eso? ¿Dejamos que las élites sigan ahí? Creemos que hay que sacarle al Estado de forma colectiva lo que nos pertenece como pueblo.
Ahora bien, ¿es posible tener autonomía política sin conseguir autonomía económica? Hay que pensar la sostenibilidad de la vida cotidiana, sin la cual es difícil la autonomía política e ideológica de los movimientos. Pero, para generar la institucionalidad popular que necesitamos, se requiere dinero y otros recursos, que muchas veces se disputan al Estado. Es decir, reapropiarnos de recursos para fortalecer nuestras autonomías políticas. Vemos fundamental, ante este dilema, crear al mismo tiempo nuestras propias estrategias comunes como proyectos productivos, cooperativas, entre otras. Generar poder popular para no depender tanto del Estado, porque a mayor dependencia, más autonomía se pierde. Nuestro esfuerzo tiene que estar en sostener espacios feministas que tengan autonomía económica, ideológica y política.
A su vez, mientras apostamos a experiencias territoriales desde la economía feminista, no perdemos de vista la discusión sobre la macroeconomía. Debatir sobre la deuda, formarnos políticamente, disputar los conceptos, como el de sostenibilidad por ejemplo, del cual se quieren apropiar, abonar a perspectivas eco feministas y eco socialistas, que apuesten justamente por la vida.
Por otra parte, una mirada desde los entramados comunitarios nos invita a pensar más allá de los territorios urbanos y ver qué ocurre con la defensa de los ríos, lagos, y las maneras de conducirse en circuitos rurales. Es vital analizar desde otras miradas esta relación con los Estados. Es importante visibilizar el deterioro de la vida y los procesos de muerte lenta, a los que conducen los proyectos extractivistas, y las luchas que surgen desde abajo para frenarlos.
Como todo debate colectivo, este que compartimos aquí nos abre
nuevos interrogantes. ¿Qué es lo que hicimos mal y qué es lo que podemos hacer mejor, para generar más
conciencia, más autonomía? ¿Cómo potenciamos esa marea verde y multicolor que inundó las calles en distintos lugares y
tiempos recientes, que lejos de ser una
moda es un logro histórico? ¿Cómo reforzamos cada vez más el internacionalismo y los feminismos
incómodos, inconvenientes, como definía la compañera Revuelta, Graciela Alonso[i]? ¿Cómo fortalecemos
nuestras construcciones autónomas para un feminismo que se revolucione a sí mismo, que siempre esté en movimiento y en ebullición para no ser archivado en
ningún estante vetusto, o en un escritorio oficial? No tenemos
todas las respuestas, pero nuestras certezas más fuertes vienen de los
corazones rebeldes, los debates colectivos,
la creatividad sin moldes y el deseo indomesticable por cambiarlo todo.
[i] Graciela Alonso fue una referente feminista de Neuquén, integrante de La Revuelta, docente, investigadora y parte de la Colectiva Asesora de la Bolten. Falleció el 1° de marzo de 2020. En un encuentro definió nuestro objetivo como: “Ser cada vez más libres, y menos cátedra”.