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8 de marzo: ¡Guerra a la guerra!

Un año más de pandemia y de guerra abierta contra las mujeres y los territorios. La guerra es la forma que el capital internacionalizado encontró para vencer los límites que el planeta presenta para su codicia.

En cada crisis, siempre, el capital compensó sus pérdidas con más despojo. Pero hoy el despojo puro y simple supera a la explotación asalariada en todo el mundo. La civilización siempre se valió de la barbarie. Pero hoy, el “lado oscuro” de la civilización se impone y tiende a impregnar las “buenas” almas y congelar su corazón. Una gran parte de la economía mundial precisa actuar por fuera de todos los marcos legales de los patrones civilizatorios que le antecedieron.

La guerra siempre fue un dispositivo para resolver las crisis del capital, la competición económica por otras vías. Para crear condiciones y también para dominar nuevos territorios para el despojo. Pero hoy hay otro motivo fuerte: la guerra como negocio. La industria de armamentos siempre encontrará en los Estados poder de compra.

Milicias, mercenarios, carteles de traficantes actúan como la parte oculta de las instituciones, en una distribución de tareas para abrir camino a la extracción de riquezas. El bombardeo comunicacional es también parte del “lado oscuro”, paralizando y confundiendo la capacidad reflexiva.

Las cadenas de acumulación de riquezas están internacionalizadas. Y todas se benefician con las diferentes facetas de esta guerra contra la vida y, en particular, contra sus defensoras, las mujeres. Somos las mujeres las más afectadas con esta combinación de coerción económica con violencia y terror que llegan a hacer de sus cuerpos también territorio sujeto a la expoliación.

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Desde las mujeres y niñes como botín de disputa de los carteles en México a las casas reproductoras de niños rubios (para) adopción en lo que fue el ex Pacto de Varsovia. Así como la trata para explotación sexual que acompaña los desplazamientos de la extracción mineral y agrícola, o la construcción de infraestructura logística y de energía para las cadenas flexibles. Las mujeres y sus niñes son también las más victimadas en su defensa de la reproducción de la vida de los territorios en un momento en que parte importante de la población, por su mera existencia, es un obstáculo para el capital.

En medio de las transformaciones que se presentan en el horizonte de la intensificación del despojo y en la configuración geopolítica, ambas operadas por las diferentes facetas de la guerra, nada juega a nuestro favor. Para dar algún ejemplo: la retirada de la ocupación militar estadounidense de Afganistán no redundó en una mejora de las condiciones de la población, ya que las milicias de los señores de la guerra, del norte del país, y del Talibán negocian con las cadenas la explotación de minerales y opio, utilizando mujeres y niñes como moneda de intercambio para no pocas transacciones. En la región, la trata de mujeres y niñes adquiere formas bien sofisticadas con empeño de tecnologías y con modificación del marco legal de los Estados que seguían la sharia (la normativa islámica).

La acción de los carteles de traficantes en América Latina viene diversificando sus servicios para abrir nuevos territorios para la minería ilegal, cuyas riquezas ya no son contrabandeadas, sino que pasan por dispositivos de la esfera financiera para transformarse en commodities legalizados. Es el caso de la extracción de oro en la Amazonia, inclusive en tierras indígenas, de donde fueron retiradas 200 toneladas en el último año y que, además de contaminar las aguas de los ríos, de donde la población retira parte importante de su alimento, llegó a “tragar” niños indígenas con sus dragas.

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Pero aun la operación legal del capital se configura en una guerra. En Chile ya hay cinco áreas reconocidas por el Estado como “áreas de saturación”, en las que se cuantifican los impactos contaminantes de las termoeléctricas sobre la vida de los individuos, a efectos de calcular indemnizaciones, sin cualquier intención de interrupción de la operación de las usinas, ni, mucho menos, un plan de recuperación de los territorios impactados. Prácticas similares se vienen adoptando con la contaminación por pulverización de agrotóxicos y sus consecuencias fatales para la vida humana en las zonas de cultivo de soja en Argentina y Brasil. Y lo mismo viene ocurriendo después de los desastres provocados por la minería en Mariana y Brumadinho, en Brasil.

Son sólo algunos ejemplos de cómo las cadenas de acumulación y los Estados se valen de nuevos marcos legales para la integración a las cadenas de despojo, pero también lanzan mano de la acción ilegal para abrirse paso en territorios aún protegidos por la legislación.

El destino de esas riquezas es alimentar la acumulación en los fondos de inversión diseminados de manera internacionalizada. No se restringen a una u otra potencia, como en el viejo imperialismo, aunque algunos Estados aun concentren capacidad militar para actuar en favor de eses fondos y de esta dinámica del capital. La guerra favorece al capital como un todo.

Delante de ese panorama, las mujeres seguimos cuidando de la vida. Produciendo alimentos y tejiendo redes de solidaridad. En algunos lugares, como en Rojava, mujeres de diferentes nacionalidades siguen el ejemplo de las kurdas, y construyen territorios de vida donde los señores de la guerra fueron vencidos.

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No queremos un mundo donde se multipliquen los señores, donde la guerra sea la que electriza las relaciones cotidianas. Queremos un mundo para la vida.

¡Guerra a la guerra!

María Gabriela Guillén Carías, Judite Strozake, Maria Orlanda Pinassi, Silvia Beatriz Adoue

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