En el marco de un nuevo 8M, resulta inevitable desafectarse de una escena que se repite y no para de asombrarnos: seis varones cis-heterosexuales violan a una joven a plena luz del día en el barrio porteño de Palermo. Nuevamente la misma imagen repetidamente empuja un repudio masivo que va desde el feminismo popular, encarnando el hartazgo que produce tamaña impunidad, hasta los sectores de derecha, que horrorizados reivindican la emergencia y profundización de políticas punitivistas, como promesa inmediata de resolución del flagelo.
Mal que nos pese, quienes fuimos criados para corresponder a los mandatos de la masculinidad hegemónica, nos vemos interpelados por la responsabilidad que supone ser congéneres de quienes matan, violan y abusan impunemente a mujeres y personas del colectivo LGBT+. Porque además, en mayor o menor medida todos somos protagonistas y/o cómplices, por acción u omisión, de esas mismas violencias. La eterna pregunta persiste en el aire: ¿qué hacemos los varones para aportar a la lucha contra el patriarcado?
En redes sociales se repiten las mismas consignas y la sensación generalizada de impotencia y frustración ya no se compensa con un sentir colectivo que promete arrasar con toda estructura patriarcal. En los medios, y entre las figuras públicas, el debate sucumbe entre la determinación de la matriz cultural patriarcal machista y la responsabilidad individual de los actores que encarnan el crimen. ¿Es posible diferenciar cuándo las conductas de quienes fuimos criados para ser varones son resultado de una estructura social o cuándo son producto de una decisión individual?
Frente a este escenario, de incertidumbre, de desolación, se vuelve complejo enunciar algo que ya no se haya dicho antes, nutrir el intercambio con aportes novedosos, y que además, y sobre todo, nos permita proyectar algunos (aunque sean mínimos) movimientos, para intentar destrabar la sensación de impotencia.
“Matriz cultural vs. responsabilidad individual”
El debate acerca de la responsabilidad de la matriz cultural patriarcal vs. la responsabilidad individual nos habilita a pensar nuevas reflexiones para la acción. Es innegable que el contexto es condicionante para analizar cualquier tipo de hecho, y no es menor la mención que hace la ministra nacional de Mujeres, Géneros y Diversidad cuando señala que “Es tu hermano, tu vecino, tu papá, tu amigo, tu compañero de trabajo. No es una bestia, no es un animal, no es una manada ni sus instintos son irrefrenables. Ninguno de los hechos que nos horrorizan son aislados. Todos y cada uno responden a la misma matriz cultural”. Las estructuras patriarcales organizan la vida de todas las personas, valorando lo masculino y lo cis-heterosexual por encima del resto de las expresiones de género y las orientaciones sexuales. Esto además se complejiza cuando entran en juego otras variables como el racismo y la pobreza.
Si bien nadie escapa a la configuración del patriarcado, también es cierto que el feminismo hace ya tiempo que viene denunciando la perspectiva determinista, en cualquiera de sus formas. Con la inauguración de la medicina clínica, el determinismo biologicista instauró una mirada binaria, definida y excluyente para explicar el alcance del género en la vida social de las personas, justamente establecido por la naturaleza humana. Con el tiempo la epistemología feminista se encargó de derribar la idea de que el sistema sexo-género estuviera determinado por las reglas de la biología y logró demostrar que el impulso de esas formas sociales era la propia cultura.
Ahora bien, si la biología no determina nuestras conductas según el género al que pertenecemos, tampoco resultaría acorde explicar el episodio de Palermo desde el determinismo cultural. La crítica de Patricia Bullrich a la ministra, en donde señala que “Millones de jóvenes estudian, trabajan y generan relaciones de amor y respeto. Pero no: ¡el Gobierno justifica al que viola!” se sustenta en una mirada individualista que pregona la perspectiva neoliberal a la que la referente del PRO adhiere, y que además es funcional a su militancia punitivista: sólo existen culpables individuales a ser condenados. Desde ya, el pedido de justicia por la víctima de Palermo se vuelve impostergable, pero los feminismos vienen construyendo propuestas que no se estanquen en la trampa del punitivismo. De nada sirve responder a posteriori: el “Ni una menos” supone un trabajo preventivo para que no haya más asesinadas ni violadas.
Comprender qué significa que los individuos tienen capacidad de agencia (posibilidad de cambio) es fundamental no sólo para transformar la realidad social e histórica, sin la cual viviríamos en un historicismo mecánico; sino incluso para entender y explicar por qué el patriarcado es una matriz cultural y no una determinación biológica. La posibilidad de cambio individual es un suspiro que en sociedad se puede volver huracán.
“Los varones son todos iguales”
Entre las filas de los varones que son conscientes de las consecuencias de la violencia patriarcal, suelen aparecer sensaciones encontradas: muchas veces se manifiestan en forma de enojo, de querer salir a romper todo, de no reconocer que en parte las violencias extremas hacia las mujeres y personas del colectivo LGBT+ son acumulaciones del ejercicio de nuestras propias violencias, y oponerse a los miramientos de las compañeras y compañeres que marcan nuestros “machirulismos”. En otros casos, la culpa emerge como un indicador de incomodidad frente a una sensación de impotencia, pero muchas veces nos retiene en un lugar de in-acción, autoflagelo y androcentrismo. La culpa es una herramienta de identificación de lo que no queremos, para comenzar el camino hacia lo que sí queremos ser. No debe detenernos, sino impulsarnos a movimientos que impliquen un horizonte de transformación, en donde gobierne democráticamente el deseo.
Contra el terrorismo sexual
Entre las reflexiones que estuvieron circulando en redes, una de las más replicadas fue la de la célebre antropóloga feminista Rita Segato: “La violación está fundamentada no en un deseo sexual, no es la libido de los hombres descontrolada, necesitada. No es eso porque ni siquiera es un acto sexual: es un acto de poder, de dominación, es un acto político”. Si la violación es una forma de dominación política, una manera que no busca el placer desmesurado de los varones, sino el control social de los cuerpos de las mujeres, resulta imprescindible pensar estrategias de respuesta política frente a este flagelo. No es el ataque materializado lo que gobierna los cuerpos sino el recordatorio permanente de la posibilidad, de la amenaza, lo que ejerce el control patriarcal.
Si decidimos entrar en guerra contra la dominación sexual, en primer lugar se vuelve imprescindible exigir una política comunicativa que, como señala la propia Segato, deje de “espectacularizar” la violencia sexual. El hecho de que los medios hegemónicos de comunicación enfaticen que la violación fue en medio del barrio acomodado de Palermo, a plena luz del día, no hace más que ratificar la intención de insistir con la vulnerabilidad de los cuerpos feminizados. Es necesario no dejar de habitar los espacios: el miedo sigue siendo el peor de los policías.
En términos preventivos, el impulso a la educación sexual integral, a los procesos de deconstrucción de las masculinidades, a la instrucción en autodefensa para mujeres y personas LGBT+ se vuelven indispensables para avanzar hacia formas más concretas de igualdad y libertad.
Para hacer justicia, más allá de la trampa punitivista, es fundamental el financiamiento, promoción y multiplicación de los dispositivos que trabajan con varones que han ejercido violencia. Los Estados nacional, provinciales y municipales tienen responsabilidad inmediata en el alcance de estas experiencias, para acabar con el molde de producción social de masculinidades violentas.
La autodeterminación de los cuerpos se logrará definitivamente con el control social, popular, democrático y feminista de los medios que arbitren el poder para lograr una vida comunitaria en armonía. El empoderamiento y valoración de las promotoras de género y de salud, las trabajadoras de los comedores comunitarios y las cuidadoras, a través del reconocimiento remunerado de su trabajo, implica una apuesta en pos no sólo de acercarnos a la justicia social que anhelamos, sino también a fortalecer las redes que el feminismo viene augurando, serán el puntapié para acabar con el patriarcado transfemicida y homoodiante.
La batalla por una justicia feminista es vital para acabar con la ironía de juzgar a quienes no hacen más que defenderse. La absolución de Higui es fundamental en este sentido. La aparición con vida de Tehuel es una deuda inconmensurable de la democracia cis-heterosexual.
La guerra será ardua, pero tenemos de nuestro lado la creatividad como bandera de quienes viven a pesar y no gracias al sistema. El miedo, finalmente, cambiará de lado.
(*) Integrante de la Red de Espacios de Masculinidades de Argentina (REMA).