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Descifrar la «revolución pasiva»

El 27 de abril de 1937 falleció Antonio Gramsci. Lo recordamos recuperando algunas claves de lectura de su concepto de «revolución pasiva», una idea que ha dado que hablar en América Latina (y lo sigue haciendo).

El artículo que sigue es la introducción al libro La revolución pasiva. Una antología de estudios gramscianos (Bellaterra, Barcelona, 2022 / en italiano: Unicopli, Milán, 2020).

La presente introducción no pretende ser otro ensayo sobre el concepto gramsciano de revolución pasiva, cuya riqueza y complejidad se desplegarán a lo largo de los textos reunidos en esta antología, sino simplemente ofrecer al lector, en la forma más sintética posible, algunas claves de lectura que tracen los contornos de un mapa de las cuestiones y debates que, en su interior, se han desarrollado y se están desarrollando. Un reconocimiento que sea complementario y que oriente la lectura de los textos que han sido aquí reunidos y seleccionados en tanto son, al parecer de quien escribe, las principales contribuciones producidas sobre la génesis y el desarrollo de la noción de revolución pasiva en los Cuadernos de la cárcel en más de cuarenta años, desde el momento en que ésta ha sido relevada y destacada como un elemento fundamental del pensamiento de Antonio Gramsci.

En efecto, es necesario registrar y subrayar un reconocimiento relativamente tardío, a partir de la segunda mitad de los años setenta, posterior a aquel vivido por el concepto de hegemonía, en el horizonte de estudios abierto por la aparición de la edición crítica de los Cuadernos, curada por Valentino Gerratana, que permitía volver visibles y valorar aspectos y conexiones nuevas, o que adquirían una profundidad mayor respecto de aquellas que podían derivar de la lectura de la precedente edición temática. Este «descubrimiento» se producía en un momento intenso de los estudios gramscianos, en el contexto de la última gran onda expansiva del movimiento comunista en Italia y en el mundo, en una época de amplia difusión del marxismo. La fecha de publicación de los dos primeros ensayos que aparecen en esta antología se sitúa en el año 1977, fecha significativa del ciclo político que sigue al ’68 italiano, punto de inflexión entre la fase ascendente de las luchas sociales y el contragolpe posterior.

Al mismo tiempo, la mayor fortuna de este concepto tendrá lugar no casualmente en nuestros días, en coincidencia con un reflujo epocal de las luchas y de la fuerza organizada de las clases subalternas, cuando se convierte en uno de los más usados en el momento en que se buscarán en Gramsci las claves para la comprensión de los procesos sociopolíticos en curso, en una época signada por la derrota, por la pérdida de protagonismo y de iniciativa del movimiento obrero, socialista y comunista, por la disolución de la hipótesis de una «revolución activa» o, siguiendo la afortunada fórmula de Buci-Glucksmann, de una «anti revolución pasiva».

En este sentido, las fechas de elaboración de los textos que componen la antología sugieren una periodización en torno a estos dos momentos de debate sobre el concepto y sobre sus usos: los años setenta del Novecento y las primeras décadas del siglo XXI. En este marco histórico signado por un clima de reflujo de las luchas y de derrota de la hipótesis revolucionaria, el descubrimiento de la productividad teórica y analítica de la categoría de revolución pasiva se resuelve en torno a una serie de puntos problemáticos que buscaré de sintetizar aquí.

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La primera cuestión que es necesario registrar es, sin duda, aquella que se abre en la frontera entre los estudios sobre la obra de Gramsci y sus usos, sea como perspectiva general, tanto como a partir de uno u otro de sus conceptos. Una cuestión de carácter epistemológico que toca la configuración misma del universo de los estudios gramscianos, es decir: desde dónde, cómo y por qué se produce conocimiento partiendo del pensamiento de Gramsci.

Como es sabido, en las últimas décadas, los estudios sobre la obra del marxista sardo, en particular en Italia, han privilegiado una perspectiva filosófica y filológica. La aproximación filológica, entrelazada con el campo de la historia de las ideas y la historia intelectual, ha buscado —y logrado— contextualizar cada vez más el texto gramsciano, respetando y buscando de descifrar su compleja manufactura, ligada a determinadas circunstancias históricas y políticas, así como a lecturas y referencias que aparecen en y entre las líneas de los Cuadernos. Estos resultados han hecho «escuela», han conectado y sintonizado un importante sector de los estudiosos de Gramsci —en particular, en Italia— y han animado el esfuerzo para la realización de una nueva edición crítica de los Cuadernos, actualmente en curso.

En paralelo, en estas dos últimas décadas, en particular en el mundo académico anglosajón e hispanoamericano, han florecido, como nunca antes, estudios gramscianos orientados al uso y a la actualización de los conceptos y las categorías, principalmente aquella de hegemonía, pero también, en forma creciente, aquella de revolución pasiva.

Entre una y otra perspectiva, entre el corte filológico y aquel que podemos llamar conceptual, entre la gramsciología y el gramscismo, han existido y existen diálogos e intercambios concretos, aunque si, por razones no solamente lingüísticas, geográficas o de clima político, sino fundamentalmente por motivos de enfoque, resta una divergencia entre propósitos y modalidad de trabajo. Una divergencia que se produjo, entre otras cosas, en un ambiente académico cada vez más especializado y propenso a la cristalización de nichos disciplinares y temáticos que rehúyen a aquellas formas de conocimiento integrales, propias del marxismo, que entre los siglos XIX y XX propiciaban un fecundo entrelazamiento y diálogo de saberes teórico-prácticos, orientando la interpretación de la realidad social hacia su transformación.

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Sin aceptar tal tendencia, hoy ampliamente difusa, esta antología se propone ofrecer un aporte para facilitar la apertura de un diálogo y un intercambio entre dos enfoques diferentes, ofreciendo un conjunto de textos que puedan servir de base para un uso informado del concepto de revolución pasiva. Elegí presentar los textos siguiendo un criterio cronológico, para favorecer la comprensión de la secuencia de desarrollo de la investigación y del debate, aunque si estos se distinguen también en función de la atención prestada sea a la complejidad constitutiva del concepto como a su apertura —sugerida por el mismo Gramsci— hacia un abanico de interpretaciones posibles y de conexiones con otros conceptos, cuestiones y problemas de la ciencia política e del análisis de los procesos socio-económicos concretos.

Presentándolos en su conjunto, se pueden enfatizar los puntos de articulación, partiendo de análisis en profundidad de la concepción elaborada por Gramsci en los Cuadernos, con la finalidad de propiciar reflexiones que, partiendo del texto y de sus interpretaciones, favorezcan usos fecundos del concepto, valorizando posibles curvaturas, evitando las torsiones que lo vuelvan ajeno al pensamiento de Gramsci.

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Una cuestión adicional —que concierne al estudio de los conceptos gramscianos en general, pero que presenta una inflexión específica en el caso de la categoría de revolución pasiva— es de orden disciplinar, es decir, los enfoques posibles a partir de distintos ámbitos de las ciencias humanas y sociales.

La trayectoria y el lugar que ocupa este concepto en los estudios gramscianos ejemplifica las tensiones y la posible, aunque no evidente, articulación entre lecturas historiográficas, filosóficas y politológicas, tres grandes filones que corresponden a los enfoques que Gramsci entrelazó en su obra carcelaria.

De esta forma, el concepto de revolución pasiva, que presenta una clara connotación historiográfica, sea en sus orígenes en la obra di Cuoco y de Quinet —como fuese reconstruido detalladamente por Di Meo—, como en el uso inicial que Gramsci hace respecto del Risorgimento, se transforma en canon interpretativo de una «época compleja de cambios históricos» (Q15, 62, 236), bajo la forma más general, abstracta, hipotética, dubitativa.

Gracias a estos desplazamientos entre la historia, la política y la filosofía, el concepto de revolución pasiva se convirtió sea en una herramienta conceptual presente en diversos campos de estudio, incluida la sociología histórica y la llamada historia global, como en una clave de lectura que suscita debates sobre procesos en curso, a nivel nacional como internacional.

En ambos casos, el concepto de revolución pasiva está enlazado con aquello de hegemonía, en una relación no exenta de dimensiones problemáticas, como veremos más adelante. En las notas escritas por Gramsci, las revoluciones pasivas aparecen como variantes específicas de las reconfiguraciones y del ejercicio de la hegemonía en el plano político nacional, entrelazado a aquello internacional, a partir de la centralidad y de la iniciativa del aparato estatal —como variantes de una recomposición de las clases dominantes. Un concepto que permite, entonces, descifrar signos contradictorios del entrelazamiento entre políticas económicas, sociales y culturales. A este nivel de complejidad, el concepto interpela a la ciencia política, como también a la sociología, a la economía política y a los estudios culturales y antropológicos.

También sobre el plano del análisis internacional, en relación con el rol de los Estados en las dinámicas capitalistas, revolución pasiva y hegemonía son nociones que se acompañan y son, por lo tanto, articulables. Apoyándose sobre la teoría del desarrollo desigual y combinado, sugerida por Trotsky, en el campo de la sociología histórica de las relaciones internacionales se sostiene que la revolución pasiva es una forma y un factor de la modernidad y de los procesos de modernización capitalista, introduciendo elementos de diferenciación y homogeneización geográfica, buscando explicar sean las presiones geopolíticas como el peso de las relaciones de poder a nivel nacional.

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Esta apertura temática y disciplinar interpela y va de la mano con la cuestión de fondo y de contenido, respecto a si y cuánto sea legítima la ampliación del concepto formulado por Gramsci que, en consecuencia, permite ulteriores aplicaciones en tiempos y espacios diferentes.

Es bien sabido, en efecto, que el propio Gramsci fue el primero en extender el alcance analítico del concepto del siglo XIX al siglo XX —incorporando realidades diferentes como aquella de la Italia fascista e de los Estados Unidos del fordismo— haciendo referencia sea a una forma de conquista del poder por parte de la clase emergente en el ciclo de las llamadas revoluciones burguesas, como a las sucesivas modalidades preventivas, a las revoluciones conservadoras destinadas a obstaculizar e impedir el ascenso de las clases trabajadoras.

A pesar de ello, no existe un consenso en el debate sobre el alcance y los límites de esta apertura. Franco De Felice, por ejemplo, buscando un denominador mínimo común, sostiene que se pueden establecer dos criterios, ambos vinculados a «transformaciones moleculares de las fuerzas en el campo»: por un lado, el «absorbimiento y decapitación del antagonista por parte de los grupos dominantes que, de tal manera, desarrollan una iniciativa hegemónica», a la cual corresponde, del otro lado, «la escasa e inorgánica conciencia histórica de sí y del adversario de la fuerza antagonista». Álvaro Bianchi, por su parte, sostiene que es necesario distinguir entre tres variantes, es decir, tres modelos de revolución pasiva: aquella francesa como reacción (revolución-restauración), aquella piamontesa que anticipa e impide la revolución (revolución sin revolución) y aquella americana, colocada fundamentalmente en el piano económico-productivo.

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Desde este punto de vista, podría considerarse una cuarta variante, en tanto varios autores han señalado que, mediante el canon interpretativo de la revolución pasiva, Gramsci alude también a la situación de la Unión Soviética si bien, en ausencia de referencias explícitas, no es claro en qué medida marcaba una diferencia cualitativa: asumiendo como necesario un pasaje o momento de «estadolatría» en la transición o relevando una desviación sustancial respecto al curso que se suponía debiese mantener una revolución no pasiva como aquella iniciada en 1917. Al respecto, De Felice, en el texto presente en esta antología, señala:

algunos elementos de la revolución pasiva (papel de la transformación desde arriba) en cuanto momento importante de la guerra de posiciones a escala internacional, no pueden no operar también en relación a esta experiencia de construcción de un nuevo Estado, los elementos generales que caracterizan la guerra de posiciones: «enormes sacrificios» para grandes masas, «concentración inaudita de la hegemonía», organización permanente para impedir la disgregación interna.

Otros elementos de este debate pueden encontrarse en posiciones y textos como aquel de Alex Callinicos, de franca crítica hacia el uso extensivo del concepto, pero también en una intervención de Carlos Nelson Coutinho —que reproducimos en este volumen— respecto a la caracterización del neoliberalismo, que el intelectual brasileño prefiere definir como contrarreforma, usando una noción que aparece esporádicamente en los escritos carcelarios de Gramsci.

Por otra parte, es necesario señalar que, al margen de las precisiones filológicas e incluso por momentos de aquella estrictamente conceptual, apoyándose y desarrollando el potencial analítico y la elasticidad del concepto, en las últimas décadas, en particular en el mundo académico anglosajón, han proliferado análisis de fenómenos contemporáneos definidos como revoluciones pasivas.

Teniendo en mente estos aportes recientes, Peter Thomas argumenta que existen cuatro enfoques y usos del concepto de revolución pasiva:

En primer lugar, se ha presentado como una reformulación del ya establecido concepto de «revolución (burguesa) desde arriba», comprendida como un proceso en el cual las élites políticas existentes instigan y administran periodos de convulsión social y transformación. En segundo lugar, la revolución pasiva se ha entendido como una contraparte o complemento de otras teorías sociológicas macrohistóricas de la formación del Estado, la modernización, o la descolonización. En tercer lugar, particularmente desde el punto de vista de la tradición italiana del transformismo, se ha conceptualizado como una estrategia política y técnica de gobierno particular, y a veces en relación con teorías de la gubernamentalidad. En cuarto lugar, la revolución pasiva se ha tenido por un lente útil para el análisis de la naturaleza y transformación del capitalismo contemporáneo, ya fuera que se entienda como «neoliberalismo» o con otros términos.

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Más allá de las divergencias en el debate sobre el espectro de las posibles aplicaciones espacio-temporales del concepto, es necesario señalar una serie de cuestiones, que intentaré ordenar brevemente en los siguientes puntos.

Una de éstas, que ha sido objeto de lecturas filológicas, respecta al lugar que ocupa el concepto de revolución pasiva en el pensamiento gramsciano, una importancia que, como dije, ha sido relevada solo a partir de los años setenta, en particular con los trabajos fundantes de Franco De Felice y Christine Buci-Glucksmann, reproducidos en esta antología. Importancia que, para algunos, debía y debe ser vista como un verdadero tema central en torno al cual giraba toda la obra de Gramsci —como para Kanoussi y Mena— o que tendía a amplificarse al punto de coincidir con la concepción gramsciana de la modernidad en su conjunto (Burgio, Thomas, Vacca).

En este sentido, el reconocimiento creciente de la importancia del concepto lo llevaba inevitablemente a entrelazarse con aquel de hegemonía, que continuaba a ser el corazón conceptual de la mayor parte de las lecturas de los Cuadernos del carcere. La cuestión a resolver respecta a la relación y a la posible articulación entre ambos conceptos, es decir, si la revolución pasiva es, en la óptica de Gramsci, una salida de una crisis de hegemonía que implica de alguna manera una solución hegemónica, aunque sea temporal y fugaz, dado que, para el marxista sardo, las revoluciones pasivas están destinadas a no «hacer época». Sobre este punto, han florecido posiciones con acentos claramente diferentes. De un extremo al otro, Buci-Glucksmann sostiene —dilatando aquello que, para Gramsci, es el caso del Piamonte— que la revolución pasiva tendía a ser «dictadura sin hegemonía», mientras Coutinho detecta solo grados de consenso y Morton la reduce a una expresión de «hegemonía mínima», mientras la mayoría — Aricó, De Felice, Frosini e otros— le asignan un carácter eminentemente hegemónico.

Más que establecer el grado cuantitativo de hegemonía que comporta una revolución pasiva, se trata de descifrar qué tipo específico de proyecto o proceso hegemónico corresponde a esquemas o situaciones concretas de este tipo. En tal sentido, para precisar las formas y la especificidad de la solución hegemónica presentada como revolución, contribuyen otros conceptos gramscianos.

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En efecto, si el concepto de revolución pasiva refiere, en el terreno histórico-político, al plano más general y abstracto de la hegemonía, puede sostenerse que deriva a su vez un plano más particular y operativo, conectándose con las nociones de transformismo y cesarismo. Si el nexo con el transformismo ha sido ampliamente reconocido, visto que el propio Gramsci afirma, en los Cuadernos, que se trata de una «forma» de la revolución pasiva (C 8, 36, 235), la relación con el cesarismo parece más problemática, como se destaca en los diferentes enfoques presentados en los textos de esta antología (cfr. con los aportes de De Felice, Antonini y Modonesi).

Por otra parte, es necesario no perder de vista que la noción de revolución pasiva refleja exclusivamente la dimensión crítica de la hegemonía, es decir, reconduce a la crítica de la dominación y no a su reverso «contrahegemónico», a la formación de una hegemonía alternativa, al terreno antitético de una revolución con revolución, a saber, a una transformación de fondo a partir y a través del protagonismo desde abajo. Es, en este sentido, que Buci-Glucksmann coloca la cuestión en términos de teoría de la transición, de «dos guerras de posición contrapuestas», de una «praxis política asimétrica», «de autonomización asimétrica que busca construir nuevas formas políticas (consejos, sindicatos, partidos)» basados sobre la conciencia de los productores y la «socialización de la política».

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Pasamos ahora a examinar brevemente otras cuestiones que, originadas a partir del concepto de revolución pasiva, conciernen cada una de las dos palabras que componen la expresión.

En efecto, como se puede observar en los textos aquí reunidos, han surgido varias cuestiones en torno al uso de una palabra como revolución, que tiene resonancias y acepciones diversas. ¿Qué entendía Gramsci por revolución cuando la connotaba como pasiva? ¿Qué alcance y qué impacto transformador tenía? ¿A qué niveles operaba? Y otras preguntas, que el lector podrá encontrar en los escritos que componen esta antología.

Se puede sostener, a grandes rasgos, que el alcance de la transformación está determinado, sea a nivel cuantitativo como cualitativo, por el peso de la conservación que le corresponde, por la distinción y combinación entre elementos progresivos y regresivos, usando criterios que Gramsci introduce para diferenciar los cesarismos. Por otra parte, resta por descifrar, caso a caso, cuanto una revolución pasiva se desarrolla y se mide en el terreno estructural o superestructural, esto es, si es un fenómeno de reestructuración de fondo de tipo americanista o si se manifiesta, en primera instancia, como una modificación más superficial de las relaciones de dominación política, como en el caso del fascismo y, partiendo de allí, si opera un ajuste transformador-conservador sobre el plano socio-económico.

Como ha sido señalado, es evidente que Gramsci —si bien dentro del cuadro de su preocupación por la autonomía relativa de la política— no está usando el concepto como sinónimo de revolución exclusivamente política, porque considera fundamentales los cambios introducidos a nivel económico, estructural, de recomposición —aunque sea precaria— del bloque histórico y de su cemento ideológico. La relación entre aquello que De Felice llamó el «gobierno de las masas» y el «gobierno de la economía», como ámbitos articulados y decisivos de la reconstitución del equilibrio hegemónico.

Al respecto, siguiendo la preocupación de Gramsci de evitar la rigidez inherente a la dicotomía estructura-superestructura, Pasquale Voza propone esta síntesis:

En tiempos de revolución pasiva, la concepción del «Estado ampliado» —vinculada con los procesos de difusión inaudita de la hegemonía— no quiere decir, no significa la puesta en suspenso o la atenuación de la concepción del Estado «según la función productiva de las clases sociales», sino que significa una complejización radical de la relación entre economía y política, una intensificación molecular de un primado de la política entendido como capacidad, como poder de producción y de gobierno de procesos de pasivización, estandarización y fragmentación.

Respecto a la adjetivación «pasiva», Gramsci retoma la expresión de Cuoco para subrayar el rasgo característico de una revolución iniciada y desarrollada desde el alto «en ausencia de otros elementos activos en forma dominante» (C 15, 62, 236). La dimensión de la pasividad como dinámica de pasivización y subalternización ha sido menos analizada en cuanto tal, más allá de registrarse aquello que escribió Gramsci respecto a los límites del subversivismo esporádico e inorgánico de las masas. Resta por analizar a fondo cuanto la pasividad no solo precede y abre paso a las revoluciones pasivas, sino también cuales son las formas específicas y en qué medida una revolución pasiva no solo neutraliza la acción tendencialmente autónoma de las clases subalternas, en clave preventiva o como reacción, sino que produce y sostiene también una pasivización posterior, como parte del desarrollo y de la finalidad última, la razón de ser más profunda de la revolución pasiva como proyecto y proceso.

En esta y otras direcciones, la antología que presentamos a los lectores pretende, mediante un balance preliminar de los estudios realizados hasta el momento, propiciar una apertura y contribuir al florecimiento de la investigación y, en particular, a la comprensión y al uso de un concepto tan importante y fecundo como aquel de revolución pasiva.

Fuente: jacobin

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