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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

La pandemia de la uberización = A pandemia da uberização

I- La aparente paradoja               

                ¿Qué puede explicar que en pleno siglo XXI asistamos, por un lado, a una explosión ininterrumpida de algoritmos, inteligencia artificial, big data, 5G, Internet de las cosas (IdC), Industria 4.0, etc. y por otro, al aumento sistemático de una masa creciente de trabajadores y trabajadoras que laboran 12, 14 ó 16 horas diarias, 6 ó 7 días a la semana, sin descanso, sin vacaciones, con salarios degradados e incluso degradantes, y sin seguridad social y previsional?

                Para comprender mejor esa realidad es necesario remontarse a los años 70, cuando estalló una profunda crisis estructural que llevó a la reestructuración global de todo el sistema productivo. El incremento técnico-informático-digital encontró entonces un espacio fértil para su expansión, en función de aumentar la productividad.

                Y este movimiento se produjo al mismo tiempo que el desempleo aumentó enormemente, generando una fuerza de trabajo (o ejército de reserva) disponible para realizar cualquier trabajo, en cualquier condición.

                Con la agudización de la crisis en 2008/9, las grandes corporaciones globales, bajo el mando financiero, intensificaron sus acciones de “flexibilización” del trabajo, eufemismo utilizado para devastar y precarizar todavia más a la clase trabajadora.

Y si esta tendencia se ha producido en el Norte, su intensidad es aún mayor en el Sur. De China a la India, pasando por México, Colombia, Brasil, Sudáfrica, por citar algunos ejemplos, los niveles de explotación laboral son todavia más exacerbados. Así es como el desmantelamiento y la corrosión de la legislación de protección laboral se convirtió en un imperativo empresarial.

                Fue en este contexto que las plataformas digitales despegaron. Animadas en el trato con el mundo digital, dotadas de una levedad (insoportable), desbancaron a las corporaciones tradicionales y se sitúan hoy en la cumbre de la tabla de posiciones del capital. Lograron esta hazaña combinando alta tecnología digital y absorción ampliada de fuerza de trabajo excedente.

                Pero también fue necesario, en esta alquimia empresarial, que el empleo asalariado adquiriera una apariencia inversa, con el fin de “evitar” la legislación social del trabajo. Fueron gastados muchos millones en bufetes de abogados corporativos para encontrar la ruta del éxito. Después de todo, vale todo por dinero. Era necesario doblegar los derechos laborales, a cualquier precio.

Y más: era necesario revitalizar el nuevo léxico empresarial, para que el escenario se pareciera a algo diferente: además de colaborador, socio, resiliencia, sinergia, etc., las plataformas han dado un nuevo impulso al emprendedorismo, un personaje que sueña con la autonomía, pero que se enfrenta a diario, como se ve en las reivindicaciones del paro de los entregadores que trabajan por aplicaciones en Brasil, el 1 de junio de 2020[1], con enfermedades sin seguro médico y sin seguridad social, bajos salarios, falta de derechos, rasgos que se acentuaron aún más durante la pandemia.

                Y así es como ha proliferado lo que ahora se llama trabajo uberizado o plataformizado. Transfigurados y convertidos en “emprendedores”, repartidores y repartidoras (siempre teniendo en cuenta la desigual división socio-sexual del trabajo)  además asumen los costos de los instrumentos de trabajo (coches, motos, bicicletas, mochilas, teléfonos celulares, etc.).

Su condición de “autónomo”, por tanto, es un tanto curiosa: ¿quién define la admisión? ¿Quién determina la actividad, el precio y el tiempo de las entregas? ¿Quién presiona, mediante incentivos, para que se amplíe el tiempo de trabajo? ¿Quién puede bloquear y despedir sumariamente, sin ninguna explicación? Desde luego, no los “autónomos”.

                Vemos, entonces, que esta condición se desvanece, revelando la realidad de la subordinación y el trabajo asalariado. Y la exigencia de derechos es el principio básico de la mínima dignidad del trabajo.

                Las plataformas dirán: pero son los repartidores los que vienen libremente a inscribirse en ellas. Es cierto, pero sería bueno añadir que esta es la única alternativa que existe hoy en día contra el desempleo. Aquí radica la base del regodeo de las plataformas. Sólo puede desarrollarse allí donde un gran excedente de fuerza de trabajo  que carece de cualquier empleo que le dé el mínimo para sobrevivir.

                ¿Será entonces que los algoritmos son los culpables de todo este vilipendio?

II- La nueva pandemia: la uberización del trabajo

                 Este escenario social, de por sí nefasto, se agravó intensamente en Brasil cuando se produjo una trágica coincidencia entre la crisis económica, la crisis social y la crisis política.

                Esto se debe a que ya vivíamos una economía en recesión que se dirigía (como venimos viendo desde hace unos años) hacia una profunda depresión, lo que ha ido ampliando aún más el proceso de miserabilidad de grandes porciones de la clase trabajadora.

                En este contexto, la pandemia amplificó la propagación de las plataformas digitales y las apps, con una masa creciente que no deja de expandirse y que experimenta las condiciones que tipifican el trabajo uberizado. 

                Sin otra posibilidad de encontrar un trabajo inmediato, los trabajadores/as buscan “empleo” en Uber, Uber Eats, 99, Cabify, Rappi, Ifood, Amazon (y Amazon Mechanical Turkey), etc., tratando de escapar de un flagelo mayor, que es el desempleo.

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                Migran del desempleo a la uberización, esta nueva modalidad de servidumbre. Como el desempleo es una expresión del flagelo completo, la uberización pareció entonces, en sus inicios, mostrarse como una alternativa casi “virtuosa”. Lo que rápidamente se demostró que era un puro engaño.

                Por ello, esta tendencia se ha agravado en el contexto del coronavirus.

                Por cierto, no fue la pandemia la que la creó, porque este proceso se venía desarrollando desde antes de la aparición de Covid-19.

                Lo que podemos decir, sin embargo, es que la pandemia es el empaquetamiento de un sistema que es letal con relación al trabajo, a la naturaleza, a la libertad sustantiva entre géneros, razas, etnias, a la plena libertad sexual, entre muchas otras dimensiones del ser en busca de la autoemancipación humana y social.

                Por eso he sugerido recientemente la hipótesis de que el capitalismo de plataforma, el impulsado y comandado por las grandes corporaciones globales, tiene algo que se parece a la proto-forma del capitalismo.

En pleno siglo XXI, con los algoritmos, la inteligencia artificial, el internet de las cosas (IdC), el big data, la Industria 4.0, el 5G y todo lo que tenemos de este arsenal informativo; están en marcha verdaderos laboratorios de experimentación laboral, con una alta dosis de explotación, expropiación y expoliación del trabajo, que se agrava aún más con la extensión del trabajo uberizado a las más diversas actividades, de las que son ejemplos  la expansión del home office, el teletrabajo y, en el universo educativo EAD, la educación a distancia, por citar algunos ejemplos (Desarrollo esa tesis en Coronavirus, o trabalho sob fogo cruzado, Ebook, Boitempo, 2020 y en Antunes, Org), Uberização, Trabalho Digital e Indústria 4.0, cap. 1, Boitempo, 2020).

Desde el punto de vista empresarial, las ventajas son evidentes: mayor individualización; menor relación solidaria y colectiva en el espacio de trabajo (donde florece la conciencia de sus condiciones reales); alejamiento de la organización sindical; tendencia creciente a la eliminación de derechos (como ya conocemos en los precarizados, como el pequeño emprendedorismo).

Eso sin hablar del fin de la separación entre tiempo de trabajo y tiempo de vida (visto que las nefastas metas se encuentran internalizadas en las subjetividades de los que trabajan). Y lo que también es de gran importancia, tendremos más duplicidad y yuxtaposición entre el trabajo productivo y el reproductivo, con una clara incidencia en la intensificación del trabajo de las mujeres, lo que puede aumentar aún más la desigual división socio-sexual y racial del trabajo. 

Si esta realidad laboral se expande como una plaga en los periodos de “normalidad”, es evidente que en este periodo viral el capital ha estado llevando a cabo diversos experimentos destinados a expandir,  post-pandemia, los mecanismos de explotación laboral intensificada y potenciada en los más diversos sectores de la economía.

De este modo, las corporaciones globales presentan su conjunto de recetas para salir de la crisis: más flexibilización, más informalidad, más intermitencia, más tercerización, más home office, más teletrabajo, más aprendizaje a distancia, más algoritmos “comandando” las actividades humanas, apuntando a convertir el trabajo en un nuevo apéndice autómata de una nueva máquina digital que, si parece neutral, en realidad sirve a los inconfesables designios de la autocracia del capital.

No es difícil concluir que, si se mantiene e intensifica esta lógica destructiva, tendremos más desempleo y más desigualdad social, y los que “tengan la suerte” de seguir trabajando vivirán un binomio nefasto: más explotación y más expoliación. Es eso, o el desempleo.

III – Una nota final

                Estamos en un momento excepcional de la historia, uno de esos raros momentos en los que “todo lo que parece sólido puede desvanecer”.

                ¿Quién imaginaba que el mundo entraría en una pandemia global a principios de la década de 2020?

                ¿Quién podía imaginar una paralización casi total de muchas actividades, contactos, intercambios, viajes, etc., en los períodos más críticos de la contaminación, que ha alcanzado a un enorme bloque de países?

                Es en este universo trágico donde urge reinventar una nueva forma de vida. 

                Estamos obligados a diseñar una nueva forma de vida, empezando por el trabajo, que debe concebirse como una actividad vital, libre y autodeterminada, basada en el tiempo disponible, frente al trabajo asalariado alienado que tipifica la sociedad actual, incluso (y de forma más intensa y sutil) en la fase informacional-digital.

                Y tan vital como el trabajo, es imprescindible afrontar la cuestión medioambiental, dada la imperiosa necesidad de preservar (y recuperar) la naturaleza, impidiendo por todos los medios la escalada incontrolada de su destrucción.

El calentamiento global, la contaminación de ríos y mares, la energía fósil, los agrotóxicos, los transgénicos, la extracción de minerales, la quema, la industria destructiva, el agronegocio depredador, expresiones del capitalismo viral y pandémico que no puede continuar su metabolismo antisocial sin intensificar la destrucción de la naturaleza (humana, orgánica e inorgánica) en todas sus dimensiones.

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Por último, de forma similar a lo que ocurre con el trabajo y la naturaleza, se plantea otro reto vital: la lucha por la “igualdad sustantiva” entre géneros, razas y etnias, capaz de eliminar la homofobia, el sexismo, el racismo, la xenofobia, entre tantas otras opresiones que asolan el actual capitalismo pandémico.

                Este es el imperativo crucial de nuestros días: es urgente reinventar una nueva forma de vida. Por la humanidad que trabaja y contra el capital.

                Ricardo Antunes[2]

Traducción de Andrea Arrigoni y Diego Ferrari

                                    A pandemia da uberização [3]

O aparente  paradoxo                  

                O que pode nos explicar que, em pleno século XXI, estejamos presenciando, por um lado, uma explosão ininterrupta dos algoritmos, inteligência artificial, big data, 5G, internet das coisas, Indústria 4.0 etc e, de outro, a ampliação sistemática de uma massa crescente de trabalhadores e trabalhadoras laborando diuturnamente 12, 14 ou 16hs, durante 6 ou 7 dias da semana, sem descanso, sem férias, com salários rebaixados e mesmo degradantes, sem seguridade social e previdenciária?

                Para melhor compreender essa realidade é preciso retornar aos anos 1970, quando eclodiu uma crise estrutural profunda que levou à reestruturação global de todo sistema produtivo. O incremento técno-informacional-digital encontrou, então, um fértil espaço para sua expansão, visando incrementar sua produtividade.

                E esse movimento  ocorreu ao mesmo tempo em que o desemprego se ampliava enormemente, gerando uma força de trabalho (ou exército de reserva) disponível para realizar qualquer trabalho, sob quaisquer condições.

                Com o aguçamento da crise, em 2008/9, as grandes corporações globais, sob o comando financeiro, intensificaram suas ações para “flexibilizar” o trabalho, eufemismo usado para devastar e precarizar ainda mais a classe trabalhadora.   

                E se essa tendência vem ocorrendo no Norte, sua intensidade é ainda mais intensa no Sul. Da China à Índia, passando pelo México, Colômbia, Brasil, África do Sul, para citar alguns exemplos, os níveis de exploração do trabalho se exacerbam ainda mais. Foi assim que o desmonte e a corrosão da legislação protetora do trabalho se tornou um imperativo corporativo.

                Foi neste contexto que as plataformas digitais deslancharam. Lépidas no trato com o mundo digital, dotadas de (insustentável) leveza, desbancaram as corporações tradicionais e hoje se encontram no topo do tabuleiro do capital. Conseguiram essa proeza combinando alta tecnologia digital e absorção ampliada de força de trabalho sobrante.

                Mas era necessário ainda, nessa alquimia empresarial, que o assalariamento assumisse uma aparência inversa, de modo a “evitar” a legislação social do trabalho. Muitos milhões foram gastos com escritórios de advocacia corporativa, para encontrar a rota do sucesso. Afinal, vale tudo por dinheiro. Era preciso diblar os direitos do trabalho, a qualquer preço.

                E mais: o novo léxico corporativo precisava se revitalizar, para que o cenário se assemelhasse a algo distinto: além de colaborador, parceiro, resiliência, sinergia etc, as plataformas deram novo impulso ao empreendedorismo, personagem que sonha com a autonomia, mas se defronta cotidianamente, como se viu nas reivindicações do breque dos apps no Brasil, em Primeiro junho de 2020, com adoecimentos sem seguro-saúde e sem previdência, baixos salários, ausência de direitos, traços que se acentuaram ainda mais durante a pandemia.

                E foi assim que proliferou o que já se convencionou chamar de trabalho uberizado ou plataformizado. Transfigurados e convertidos em “empreendedores”, entregadores e entregadoras (sempre contemplando a desigual divisão sóciossexual do trabalho) ainda arcam com os custos dos instrumentos de trabalho (carros, motos, bicicletas, mochilas, celulares, etc).

                Sua condição “autônoma”, então, é um tanto curiosa: quem define a admissão?              Quem determina a atividade, preço e tempo das entregas?

                Quem pressiona, através de incentivos, para a ampliação do tempo de trabalho?             Quem pode bloquear e dispensar sumariamente, sem qualquer explicação? Por certo, não é o “autônomo”.

                Vê-se, então, que esta condição se desvanece, aflorando a realidade da subordinação e assalariamento. E exigir direitos é principio basilar da dignidade mínima do trabalho.

                As plataformas dirão: mas são os entregadores que as procuram. É verdade, mas seria bom acrescentar que essa é a única alternativa hoje existente contra o desemprego. Aqui reside a base do regozijo das plataformas. Ela somente pode se desenvolver onde existe força sobrante de trabalho em grandes dimensões e carentes de qualquer trabalho, que lhes dê o mínimo para sobreviver.

                Será, então, que a culpa de todo esse vilipêndio é dos algoritmos?

A nova pandemia: a uberização do trabalho

                 Esse cenário social, em si nefasto, foi intensamente agravado no Brasil quando deu-se uma trágica coincidência entre a crise economia, crise social e crise política.

                Isso porque já vivenciávamos uma economia em recessão que caminhava (como estamos vendo há alguns anos) para uma profunda depressão, que vem ampliando ainda mais o processo de miserabilidade de amplas parcelas da classe trabalhadora.      

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                Foi neste contexto que a pandemia ampliou a disseminação das plataformas digitais e dos aplicativos, com uma crescente massa que não para de se expandir e que experimenta as condições que tipificam o trabalho uberizado. 

                Sem outra possibilidade de encontrar trabalho imediato, trabalhadores/as buscam “emprego” no Uber, Uber Eats, 99, Cabify, Rappi, Ifood, Amazon (e Amazon Mechanical Turkey) etc, tentando fugir do flagelo maior, que é o desemprego.

                Migram do desemprego para a uberização, essa nova modalidade de servidão. Como o desemprego é expressão do flagelo completo, a uberização parecia, então, em seus inícios, mostrar-se como uma alternativa quase “virtuosa”. O que se mostrou rapidamente como puro embuste.

                É por isso que esta tendência se agravou no contexto do coronavirus.

                Por certo, não foi a pandemia que a criou, pois esta processualidade já vinha se desenvolvendo deste antes  do aparecimento do Covid-19.

                O que podemos dizer, entretanto, é que a pandemias é o enfeixamento de um sistema que é letal em relação ao trabalho, à natureza, à liberdade substantiva entre os gêneros, raças, etnias, à plena liberdade sexual, dentre tantas outras dimensões do ser em busca da autoemancipação humana e social.

                Foi por isso que sugeri recentemente a hipótese de que o capitalismo de plataforma, aquele impulsionado e comandado pelas grandes corporações globais, tem algo que se assemelha à protoforma do capitalismo.

                Em pleno século XXI, com algoritmos, inteligência artificial, internet das coisas, big data, Indústria 4.0, 5G e tudo o mais que temos deste arsenal informacional, estão em curso verdadeiros laboratórios de experimentação do trabalho, com alta dose de exploração, expropriação e espoliação do trabalho, que se agravam ainda mais com a extensão do trabalho uberizado para as mais distintas atividades, de que são exemplos a ampliação do home office, do teletrabalho e, no universo educacional, do EAD (Ensino à Distância), para citar somente alguns exemplos.[4]

                Do ponto de vista empresarial, as vantagens são evidentes: mais individualização; menos relação solidária e coletiva no espaço de trabalho (onde floresce a consciência de suas reais condições); distanciamento da organização sindical; tendência crescente à eliminação dos direitos (como já conhecemos nos precarizados, como o pequeno empreendedorismo).

                Isso sem falar no fim da separação entre tempo de trabalho e tempo de vida (visto que as nefastas metas se encontram interiorizadas nas subjetividades que trabalham). E o que também é de grande importância, teremos mais duplicação e justaposição entre trabalho produtivo e trabalho reprodutivo, com clara  incidência na intensificação do trabalho feminino, podendo aumentar ainda mais a desigual divisão sócio-sexual e racial do trabalho. 

                Se esta realidade do trabalho se expande como uma praga em períodos de “normalidade”, é evidente que neste período virótico o capital vem realizando vários experimentos que visam ampliar, pós-pandemia, os mecanismos de exploração intensificada e potencializada do trabalho nos mais diversos setores da economia. 

                Desse modo, as corporações globais estão apresentando seu receituário para a saída da crise: mais flexibilização, mais informalidade, mais intermitência, mais terceirização, mais home office, mais teletrabalho, mais EAD, mais algoritmos “comandando” as atividades humanas, visando converter o trabalho em novo apêndice autômato de uma nova máquina digital que, se parece neutral, serve mesmo aos desígnios inconfessáveis da autocracia do capital.

                Não é difícil concluir que, se a essa lógica destrutiva for mantida e intensificada, teremos mais desemprego e mais desigualdade social, e quem “tiver a sorte” de permanecer trabalhando, vivenciará um nefasto binômio: maior exploração e mais espoliação. Ou isso, ou o desemprego.

                                               III – Uma nota final

                Estamos em um momento excepcional da história, um daqueles raros momentos em que tudo que parece sólido pode fenecer.

                Quem imaginava que o mundo ingressaria em uma pandemia global, no início de 2020?

                Quem poderia imaginar um travamento quase completo de muitas atividades, contatos, intercâmbios, viagens etc, nos períodos mais críticos da contaminação, que atingiu um enorme bloco de países?

                É neste universo trágico que urge reinventar um novo modo de vida.  

                Estamos obrigados a desenhar uma nova modalidade de vida, a começar pelo  trabalho, que deve ser concebido como atividade vital, livre, autodeterminada, fundada no tempo disponível, contrariamente ao trabalho assalariado alienado, que tipifica a sociedade atual, inclusive (e de modo mais intenso e sutil) na fase informacional-digital.

                E tão vital quanto o trabalho, é imperioso enfrentar a questão ambiental, dada a necessidade inadiável de preservar (e recuperar) a natureza, obstando de todos os modos a escalada descontrolada de sua destruição. Aquecimento global, contaminação dos rios e dos mares, energia fóssil, agrotóxicos, transgênicos, extração mineral, queimadas, indústria destrutiva, agronegócio predador, expressões do capitalismo virótico e pandêmico que não tem como continuar seu metabolismo antissocial sem intensificar a destruição da natureza (humana, orgânica e inorgânica) em todas as suas dimensões.

Por fim, de modo similar ao trabalho e à natureza, outro desafio vital se coloca: a luta pela “igualdade substantiva”[5] entre gêneros, raças e etnias, capaz de eliminar a homofobia, o sexismo, o racismo, a xenofobia, dentre tantas outras opressões que assolam o atual capitalismo pandêmico.

                Esse é o imperativo crucial de nossos dias: urge reinventar de um novo modo de vida. Para a humanidade que trabalha e contra o capital.   

                Ricardo Antunes[6]


[1] El autor se refiere a una de las expresiones de lucha de clase mas nítidas que apareciera de manera espasmódica en los últimos años. Una huelga de trabajadores/as motoqueros/as, entregadores precarizados/as. Ver “Breque das apps” https://www.uol.com.br/tilt/noticias/redacao/2020/07/01/e-greve-entregadores-param-hoje-e-fazem-desafio-a-economia-dos-aplicativos.htm

[2] Profesor Titular de Sociologia del Trabajo em el Instituto Federal de Ciencias Humanas em la Universidad de Campinas (IFCH/UNICAMP, São Paulo), miembro del Consejo Editorial de Herramienta. Autor de Los Sentidos del trabajo e Adios al Trabajo? (ambos por Herramienta); de Coronavírus: O trabalho sob fogo cruzado (Boitempo, Ebook, 2020); O Privilégio da Servidão (Boitempo, 2020);organizador de Uberização, Trabalho Digital e Indústria 4.0 (Boitempo, 2020), entre otros libros.

[3] Este texto retoma ideias presentes no nosso e-book Coronavírus: o Trabalho sob Fogo Cruzado (e-book, Boitempo, 2020) e teve publicações, com alterações em outros sites no Brasil.

[4] Desenvolvo essa tese em Coronavirus, o trabalho sob fogo cruzado (Ebook, Boitempo, 2020) e em Antunes (Org.), Uberização, Trabalho Digital e Indústria 4.0, cap. 1 (Boitempo, 2020).

[5] Mészáros, Para alem do Capital, Boitempo, 2002.

[6] Professor Titular de Sociologia do Trabalho no IFCH/UNICAMP, membro do Conselho Editorial de Herramienta. Autor de Los Sentidos del trabajo e Adios al Trabajo? (ambos por Herramienta); de Coronavírus: O trabalho sob fogo cruzado (Boitempo, Ebook, 2020); O Privilégio da Servidão (Boitempo, 2020);organizador de Uberização, Trabalho Digital e Indústria 4.0 (Boitempo, 2020), entre outros livros.

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