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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Tensiones y horizontes del pueblo trabajador frente a la avanzada del capital. Introducción al dossier

Pandemias, guerras, cambio climático, pobreza, hambre. La civilización dominada por el capital hunde a la humanidad en una profunda crisis. Está claro que los ganadores del sistema no pretenden más que perpetuarlo y que, en las calamidades que aterran y conmueven a cualquier persona sensible, no perciben más que nuevas oportunidades de ganancia. De las clases dominantes no puede esperarse más que un pavoroso remedo de los capitanes de barco de antaño: hundirse junto a su nave. Aunque esa nave hoy sea la humanidad entera y el conjunto de las especies que habitan el planeta. La situación reactualiza un debate urgente. ¿Qué fuerzas sociales pueden ser capaces de asumir el desafío de terminar con este sistema de muerte y frenar la acelerada carrera hacia el abismo?

Marx y Engels sostuvieron que el capitalismo engendraba su propio sepulturero: la clase trabajadora. Pero esa afirmación, lejos de pretender augurar algo que sucedería en virtud de alguna especie de ley científica, era un llamado a pasar a la acción y a combatir contra el sistema. Ese llamado hoy se vuelve urgente y, por qué no, desesperado. Aunque esa desesperación deba tornarse acción meditada y consciente y convoque a reflexionar no sólo sobre la situación de la clase trabajadora sino, incluso, sobre qué es la clase trabajadora en la actualidad.

La clase trabajadora de hoy no es la misma que la de la época en que la apelación de Marx y Engels fue formulada. El propio capitalismo ha mutado en algunas de sus formas y en la acumulación de cadenas de valor global al tiempo que -en su vertiginosa carrera de destrucción- va poniendo en primer plano renovados antagonismos. Asimismo, la lucha feminista y LGBTIQ+ enriquece las concepciones sobre la clase trabajadora y alientan a poner el foco en trabajos centrales -no remunerados o mal pagos- que el capital y el patriarcado se habían ocupado de ocultar, como el trabajo de reproducción social (trabajos doméstico, de cuidados, comunitarios, entre otros). Años y años de lucha de la clase trabajadora por transformarse a sí misma mientras pelea por cambiar el mundo han dejado enseñanzas que es necesario repensar, así como intentar echar algunos rayos de luz sobre la oculta riqueza de las experiencias que bullen por abajo y nutren nuestras luchas.

Una vez más, el pueblo que vive de su trabajo (o lo intenta) enfrenta la renovada ofensiva del capital que se expresa tanto en el plano económico como en el organizativo, social e ideológico. Desde los 90 –y aún antes– se preconiza un supuesto “fin del trabajo”, apoyado en la fragmentación de la clase trabajadora y en el reemplazo de mano de obra por nuevas tecnologías. Tras la frase “el fin del trabajo” ocultan que en realidad lo que promueven es el fin del trabajo estable y permanente, impulsado por relocalizaciones de corporaciones multinacionales hacia mercados de mano de obra barata y de escasa protección laboral, de una punta a la otra del planeta, sea México, India, China o Colombia. Se intenta así poner en cuestión la potencialidad para antagonizar con el capitalismo por parte de quienes viven de su trabajo, para reemplazarlos por múltiples sujetos inarticulados que entablarían luchas particulares basadas en diferentes identidades, supuestamente con poco o nada en común.

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La precarización, la tercerización y el desempleo son piezas esenciales de la estrategia empresarial para reformular la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo y sostener sus tasas de ganancias. Esto no constituye un desvío de la “normalidad”, que pueda solucionarse con un “Estado presente” o facilitando una contratación más barata; el recorte permanente de derechos son estrategias centrales de las patronales para la acumulación del capital y para debilitar la lucha de lxs trabajadorxs en la etapa actual.

Así la configuración del pueblo trabajador ha cambiado radicalmente. El trabajo estable y las concentraciones obreras en grandes unidades productivas son rasgos que tienden a desaparecer. Asimismo, por efecto de la caída del salario, ya no sólo es pobre quien no tiene empleo sino también gran parte de quienes trabajan. Esto se refleja en los índices de pobreza en la Argentina pospandemia en la que, aun repuntando su economía y con una leve baja del desempleo, no se produce una mejora para el conjunto, sino que se amplían los sectores de asalariadxs que caen bajo el nivel de pobreza.

Para el capital, lxs trabajadorxs son principalmente un costo que hay que reducir y un sujeto que hay que disciplinar. En esto no hay antagonismo entre las corporaciones transnacionales y los sectores burgueses locales, cuya existencia como “burguesía nacional” constituye uno de los mitos más persistentes de nuestra historia. Buena parte del empresariado local ya no aspira a reeditar el mercado interno, sino que procura integrarse como socio menor a las redes exportadoras de las transnacionales, más allá de contradicciones y disputas puntuales para sobrevivir a las crisis y conseguir mejores condiciones para esa integración. Estos capitales, justamente por estar insertos en un sistema financiero global que habilita la lógica de obtener ganancias locales y enviarlas fuera del país con distintos recursos o instrumentos, implican un modelo de escala mundial.

Sostener la perspectiva de clase exige poner sobre la mesa el marco global. Es evidente que desde la práctica sindical acotada y sectorial se hace difícil constatar que la explotación va más allá de la parte de nuestro trabajo con la que se queda el patrón. Esto, además, no sería posible sin la apropiación y saqueo de los bienes de la naturaleza –que las comunidades y pueblos originarios vienen resistiendo-, sin la explotación patriarcal del trabajo invisibilizado del trabajo de reproducción (realizado mayoritariamente por mujeres) y sin la dominación racializada inherentes al capitalismo. Todo ello en el marco de la apropiación imperialista –con sus corporaciones y el FMI– avasallando la soberanía popular en un nuevo colonialismo que se ha profundizado en la Argentina y gran parte del mundo, mientras estalla la barbarie de guerras por el reparto y control del planeta entre el imperio hasta ahora hegemónico y los candidatos a reemplazarlo.

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En nuestro país, el nuevo acuerdo con el FMI implica un brutal ajuste en curso sobre la población, legalizando una estafa que permitió la fuga de millones de dólares por parte de un puñado de empresas. La magnitud de los compromisos tomados por la elite gobernante pone en juego la soberanía nacional y reafirma un modelo productivo lesivo basado en el extractivismo neocolonial. A la devaluación permanente ya instalada como recurso de ajuste para reducir el déficit fiscal, con el continuo deterioro del salario, se suma la crisis energética mundial y la suba de precios de los alimentos que afectan directamente a los sectores más empobrecidos. Esto abre un interrogante y una exigencia política inmediata sobre cómo se avanza en una organización desde abajo, que logre enfrentar esta expoliación.

Frente a una crisis sin precedentes, la oposición capital/trabajo se intenta reemplazar e invisibilizar por la llamada “grieta” entre figuras y colores partidarios. En ese terreno del discurso y del relato sólo caben políticas efímeras y tácticas coyunturales que eluden la intervención en el terreno de la reconstrucción / refundación de una nueva clase trabajadora con miradas a mediano y largo plazo. El pueblo trabajador sigue marcando caminos de resistencia y luchas a pesar de la atomización, de la incertidumbre de perder el trabajo, de la sobrexplotación y de la disciplinante cifra de desocupación que amenaza o vuelve “excedente” de manera estructural a gran parte del pueblo trabajador.

La continua entrega o indiferencia de las ya cristalizadas cúpulas de las centrales de trabajadores, conducidas por burocracias amigas, cómplices y/o socias del empresariado -que encuentran siempre un palenque ande rascarse en los gobiernos de turno- atentan contra las luchas que encaramos lxs trabajadorxs. Sin embargo, la patronal y sus gobiernos no tienen todo a su favor. Lxs trabajadorxs en la Argentina poseemos una tradición de lucha y potencia notables, aunque en toda la larga y combativa historia no se haya logrado transformar esa fuerza y combatividad en alternativa de superación al capitalismo y la explotación. Es por eso que volvemos a plantearnos la necesidad de repensar cuáles son las herramientas políticas y sindicales más adecuadas para la actual fase del capitalismo y reafirmar la urgencia de su construcción unitaria.

La experiencia de la organización de base, aún sin el poder que logró tener en la Argentina en otros años, una y otra vez irrumpe y conmueve la división fundante del capitalismo: la escisión entre el productor y el ciudadano –el primero restringido a las luchas reivindicativas “económicas” y el segundo a lo “político”. Escindidas ambas pierden efectividad y potencialidad de transformación. Esa organización de base sufre la contradicción de que al mismo tiempo que se construye como herramienta de lxs propixs trabajadorxs, en demasiados casos no logra superar a un sindicalismo estatizado y burocrático que interviene para sostener la gobernabilidad y mantener aisladas las luchas y la política, para que esta última siga delegándose en los partidos del orden del capital.

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Las transformaciones en la relación capital-trabajo se produjeron con el beneplácito –o en el mejor de los casos la resignación– de las cúpulas sindicales. Se forjó un sindicalismo que, en tanto no cuestiona al sistema capitalista, no impugna la “eficiencia” y la “productividad” como valores de una supuesta “modernización” y “desarrollo”. Tampoco denuncia que las nuevas tecnologías y formas de organización del trabajo no son una consecuencia inevitable del “progreso” humano, sino una necesidad del capital para apropiarse del tiempo y del saber de lxs trabajadorxs y reforzar el control patronal sobre el proceso productivo. La incapacidad de instalar otros valores que disputen hegemonía -o directamente su participación como socia en la explotación del trabajo asalariado-conduce a la aceptación de la flexibilización y al sometimiento obrero como mal menor, proponiendo un hipotético y nunca concretado “derrame” o “distribución de las riquezas”.

La disyuntiva “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes” en términos estratégicos fue resuelta hace rato a favor del segundo término de la ecuación. La pelea antiburocrática por la democracia sindical y por nuevas prácticas sindicales es vital. El impulso permanente de las asambleas para las resoluciones importantes –por sobre las burocracias y aún, a veces, por sobre el sentir del activismo combativo–, la rotación y revocabilidad de los cargos sindicales, la libre expresión y representación de las minorías, la igualdad de todxs lxs trabajadorxs estén o no afiliadxs, sean efectivxs o precarizadxs, el protagonismo de las mujeres y disidencias, son tareas inaplazables, que sólo puede asumir un sindicalismo de independencia de clase, a contrapelo de los valores y la lógica del capital, así como de las luchas de aparatos. A su vez, la cada vez más extendida incorporación de organizaciones sindicales a la explotación de mano de obra o a la mercantilización de servicios a particulares -o a empresas- obliga a recuperar el carácter de asociación reivindicativa sostenida económicamente sólo por el aporte voluntario y consciente de sus afiliadxs. La democracia sindical no trata sólo de mecanismos de deliberación y decisión, sino que es profundamente política, en tanto va de la mano de la autoconstrucción de lxs trabajadorxs como clase, en el transcurso de la lucha de clases. No se trata sólo de recuperar los sindicatos o crear nuevos, sino de que, en el transcurso de esa pelea, lxs propixs trabajadorxs se vayan auto-transformando y auto-formándose como clase.

La apuesta es seguir trazando las líneas de un sindicalismo que trascienda el corporativismo. Perder de vista esta perspectiva transforma la lucha antiburocrática en lucha de aparatos. La unidad de lxs trabajadorxs sólo podrá consumarse sobre la destrucción de las burocracias, pero sobre todo, en base a nuevas y/o renovadas formas democráticas de organización que, asimismo, se propongan articular las cuestiones de clase, género y la racialidad así como con los territorios y comunidades en lucha, es decir con el conjunto de los sectores oprimidos y jodidos por el sistema, para aportar a la construcción de una sociedad donde la vida y la interrelación con la naturaleza valgan mucho más que las ganancias empresarias.

Desde el Colectivo de Comunicación ContrahegemoniaWeb impulsamos este Dossier, en una nueva conmemoración de la lucha de lxs trabajadorxs de Chicago en mayo de 1886 y en un intento por abrir espacios a miradas que aporten a un rearme político, ideológico y organizativo necesario para la acción meditada y consciente de una clase trabajadora múltiple y diversa. En este Dossier, voces y experiencias de diversos sectores de trabajadores ensayan alternativas al sindicalismo corporativo y burocrático e instalan nuevas prácticas de clase.

Si el capitalismo se sostiene sobre el individualismo, la crueldad, la ausencia de empatía por lxs otrxs; la reconstrucción de la clase trabajadora como antagonista del capital necesita de la reconstrucción de los lazos humanos, de la solidaridad de clase, de proyectos colectivos y comunitarios, del bien común de y para nuestros pueblos.

Colectivo de Comunicación ContrahegemoniaWeb

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