Cuando en 1938 León Trotsky escribió sus textos sobre los sindicatos estableciendo las diferencias entre las organizaciones obreras de la época de la libre competencia capitalista y la época de los sindicatos bajo el imperialismo, no podía imaginar la dimensión colosal de las transformaciones que se generarían en los sindicatos del mundo a partir de la restauración capitalista en la ex URSS.
Trotsky ya consideraba un proceso de “degeneración” el sometimiento y dependencia en que habían caído las organizaciones obreras respecto del Estado burgués bajo el imperialismo. Decía que asentados en la aristocracia y la burocracia obreras, los sindicatos luchaban por obtener las migajas de las superganancias del imperialismo capitalista pero ya no se proponían la liquidación del capitalismo, ni siquiera de manera reformista. Por el contrario, en el período histórico previo, bajo el capitalismo de la libre competencia, esta perspectiva anticapitalista era parte del programa político – planteado de distinta maneras o con distintas propuestas – de las organizaciones obreras fundacionales.
Desde entonces han pasado 84 años y mucha agua bajo los puentes. Dos años después de esos escritos, Trotsky murió asesinado por sus enemigos acérrimos: la burocracia mas grande de la historia. Pero si bien no pudo analizar directamente las consecuencias finales de la restauración capitalista, marcó su perspectiva: el destino de los sindicatos y sus burocracias dirigentes en todo el mundo estaba férreamente atada al destino de la burocracia de la Unión Soviética, y por supuesto, al destino del capitalismo.
Una especie mutante: el sindicato-empresa
Las grandes transformaciones producidas a partir de la restauración capitalista en todo el mundo, han llevado a tal grado de degeneración las organizaciones de los trabajadores que se ha producido un salto cualitativo que cada día alcanza a nuevas organizaciones o se profundiza en las que ya están integradas a ellas: los sindicatos-empresas.
Desde el punto de vista de su organización estatutaria, de la formalidad legal, se mantiene como una organización reivindicativa de los derechos de la clase trabajadora. Pero, en los hechos o por derecho, participan en sociedades empresarias que explotan en forma directa el trabajo asalariado como una empresa burguesa.
En este sentido, la Fundación UOCRA es “el otro Yo” del sindicato de la construcción. Su objetivo es la educación técnica y otros subsidiarios. En la página web destacan su vinculación con las grandes empresas de la construcción: desde Techint hasta Cerámica San Lorenzo. Por su parte, Fundaluz XXI es la empresa educativa de la FATLyF (Luz y Fuerza) y su entramado la vincula a las generadoras y transportadoras de energía para las cuales preparan a sus trabajadores. Sin embargo, los ingresos más importantes de la FATLyF provienen de su participación como socios en las concesiones para la generación y transporte de energía, como es el caso de Trasnoa y Transnea S.A. (en donde comparte el paquete accionario con varias grandes empresas) o la adjudicación de las centrales térmicas del Litoral, Patagonia y Noroeste que adquirieron capitalizando deudas que el Estado tenía con la organización. Incluso en su momento participó en la concesión de la mina de carbón de Río Turbio. A su vez, la Unión Ferroviaria fue una de las accionistas principales de la concesión del ramal Belgrano Carga y con Pedraza y Fernández a la cabeza (hasta que se cebaron y mandaron a tirotear a la oposición matando a Mariano Ferreyra) se integraron a la gestión y administración estatal desde Cooperativas para prestaciones de servicios de mantenimiento y tendido ferroviario. La cárcel de los grandes capos no impidió que el relevo sindical llevara adelante sus negocios y convenios. Por último el sindicato petrolero de Neuquén es otro ejemplo significativo. Su propia ART y Mutual que le generó un superávit de 100 millones de pesos en 2020. Pero además la burocracia petrolera es co organizadora/propietaria de equipos “cooperativizados” para el mantenimiento y asistencia de las empresas petroleras.
Las sindi-empresas además tienen la posibilidad de enajenar y comprar sus bienes consultando sólo a los miembros de la Directiva, a la manera de un Directorio de cualquier empresa burguesa. Esto les ha permitido el desarrollado de verdaderos holdings o grupos empresariales para la mercantilización de diversos servicios. Por dar un ejemplo muy conocido, es el caso del SUTHER con el Grupo Octubre, empresa educativa/editorial/periodística.

Sin embargo, aún sindicatos de trabajadores de servicios, hasta los más pequeños, ya tienen determinadas relaciones con empresas, bancos, financieras o ARTs en distinto grado de asociación. Y esto se verifica tanto en las corrientes de la CGT como en las CTA. Por ejemplo, es normalmente aceptado que un Banco pueda tener cuentas especiales para afiliados de un sindicato, por lo que el sindicato funciona como empresa intermediaria asociada. Como contraprestación, por cada uso de la tarjeta de crédito el sindicato recibe un porcentaje del gasto del afiliado. Un caso paradigmático: Banco Credicoop en sociedad con UTE.
Como hemos visto en los ejemplos, gran parte de la formación y capacitación técnica – que en su momento era una demanda sindical dirigida a las patronales o al Estado – quedó en manos de fundaciones o instituciones desprendidas de los sindicatos del gremio correspondiente al servicio educativo que se mercantiliza, sean pasteleros, albañiles o cerrajeros. Algunas de estas instituciones tienen edificios enormes y totalmente equipados (ejemplo: el sindicato de Pasteleros). Podríamos seguir con una larguísima lista y nos encontraremos que hasta el más pequeño de los sindicatos cuenta con alguna participación empresaria, aunque sea un kiosquito.
En definitiva, esto es lo que con Timoteo Vandor, José Ignacio Rucci, Lorenzo Miguel o Saúl Ubaldini, no pasaba. Fueron burócratas sindicales llenos de prebendas y acuerdos políticos con sectores burgueses, pero no recibían como fuente principal de sus ingresos (o secundaria, pero significativa) un chorro de plusvalía producto de la explotación de mano de obra asalariada.
Las consecuencias de este nuevo grado de asociación
Volviendo a los escritos de León Trotsky, el viejo dirigente proponía políticas para combatir la dependencia de los sindicatos respecto del Estado burgués, pero las políticas para recuperar el sindicato de la sociedad económica, la S.A. con la burguesía, es de nuestro tiempo. Es un fenómeno mutante conformado como una herramienta del imperialismo globalizado. Ya no sólo para la subordinación y adoctrinamiento obrero sino para su directa explotación. Y la primera consecuencia material, que tiene consecuencias políticas, es que libera totalmente a la burocracia sindical de la presión y exigencia de su base obrera, en tanto independiza sus ingresos económicos de la cuota sindical de los afiliados. Los ingresos ahora se conforman crecientemente de la propia plusvalía. Lisa y llanamente del ingreso y acumulación de capital generado por la explotación de mano de obra, o materia gris, asalariada.
Para poder llevar adelante esta mutación, los sindicatos modificaron sustancialmente su estructura administrativa y organizativa (aún cuando pueda no aparecer formalmente así) y en muchos casos también sus Estatutos (en donde aún quedaban restos de la organización originaria) eliminando aspectos democráticos y de control de los afiliados sobre las conducciones. O directamente fueron dejados completamente de lado por la vía de los hechos.

Estas transformaciones internas fueron una necesidad inevitable para adaptar las viejas organizaciones sindicales a la nueva realidad, en las cuales el reparto de los cargos y los acuerdos de parte se concretan en base a “rondas de negocios” para la distribución de los fondos provenientes de sus empresas o comercios “asociados”.
En relación a la educación, la destrucción del subsistema público de educación técnica y el traspaso de la formación laboral desde las empresas a los sindicatos, es lo que generó esa nueva área de negocios equivalente a las prestadoras para la salud, al de los seguros (de vida o por riesgos diversos) o al de los créditos (desde mutuales sindicales). Pero estas serían solamente las áreas que son administradas directa o indirectamente por los sindicatos. Por fuera de ellas se encuentran las empresas de las cuales dirigentes sindicales son accionistas y/o miembros de sus directorios, así como la participación en las conducciones de los clubes de futbol donde los entramados de negocios abarcan áreas muchas veces semilegales o abiertamente ilegales.
Es así que la relación y dependencia con el Estado burgués adquirió un nivel, o grado, superior: el que adquieren las empresas burguesas. Esta ubicación es muy profunda y extendida en el caso de las distintas corrientes al interior de las CGT. Y si bien para el caso de las distintas CTA esta realidad es más compleja porque sus sindicatos mayoritariamente son los de gremios de servicios no productivos, han adoptado el camino de la venta de servicios educativos. Pero más allá de la dimensión de su condición de empresas educativas, la asociación (y no sólo subordinación) se ha dado con el Estado burgués y sus gobiernos como socios de la reconversión del Estado en una herramienta útil a las nuevas necesidades del capitalismo imperialista. Empezó con el gobierno menemista y se consolidó con la Alianza UCR/Frente Grande, de tal manera que la asociación para objetivos estratégicos dejó de ser solo una funcionalidad política y se conformó como asociación consciente con fines determinados: morder una porción de capital como socios capitalistas.
El caso del sindicato APUBA es emblemático: fue una herramienta importantísima para reconvertir la UBA en un gigantesco holding de venta de servicios técnicos, científicos y de consultoría para miles de empresas, algunas de ellas de dimensiones multinacionales. Simultáneamente y asociado a la UBA, creó una gran empresa de venta de servicios educativos de nivel técnico que llamó Facultar, simultáneamente, la carrera laboral quedó atada a la graduación, a nivel de “tecnicaturas”, en Facultar. Que a su vez brinda servicios educativos a terceros, como cualquier empresa de educación privada.

Otra de las consecuencias de esta reconversión mutante de los sindicatos ha sido la creación de una relación clientelar cautiva al interior de las estructuras de trabajo, especialmente en las áreas del Estado, pero también en el ámbito privado. Para ello el sindicato-empresa cuenta con la siempre horrorosa visión de una vida sin salario (efectivo y social), pero ahora complementada con las necesidades económicas que el sindicato garantiza: la atención médica, capacitación técnica, el crédito para la vivienda, la tarjeta de crédito y otras variantes por el estilo. Estas dos presiones, asociadas a la fantasía generada por la patronal y el Estado para la posibilidad de salvataje aislado e individual, promueve una vinculación clientelar que conspira contra la confrontación antiburocrática en tanto la conducción sindical pasa a ser una fuente de recursos económicos particulares – el prestamista – con el cual hay que establecer relaciones de sumisión y conveniencias para lograrlos.
Por otra parte, el entramado de acuerdos comerciales y de negocios al interior de las organizaciones sindicales generó las correspondientes lealtades económicas entre delegados burocráticos (a la manera de personal jerárquico o gerentes) y los miembros del Directorio y el CEO de una empresa. El devenir político-sindical de la organización quedó sometido a estos entramados, en donde la patronal y sus intereses actúan en un plano de igualdad con la conducción sindical, muy por arriba y en contra de las necesidades y reclamos de los trabajadores supuestamente representados.
Esta es la razón fundamental por la cual el original planteo de Trotsky que proponía recuperar el sindicato para una dirección democrática, clasista revolucionaria, como medio para lograr su independencia del Estado y alcanzar la democracia sindical, resulta un planteo insuficiente y por lo tanto estéril para enfrentar a los mutantes y a la tendencia asociativa con la burguesía que estos expresan. Las políticas y tácticas que solamente buscan demostrar a la clase trabajadora la inconsecuencia de las direcciones burocráticas mediante exigencias para que cumplan con tales o cuales objetivos corporativos y llamados a votar a nuevas “direcciones luchadoras”, no contemplan la nueva realidad y tienen como resultado una acción inerte ante las políticas de los, ahora, directorios sindicales.
Esta nueva realidad nos plantea que la lucha por lograr sindicatos democráticos (más aún si se los pretende clasistas) deberá ponderar las modificaciones estructurales, sus consecuencias para el funcionamiento interno y las posibilidades de alcanzar – o no – la conducción mediante elecciones internas democráticas. Lo cual inevitablemente nos obliga a poner en cuestión la política histórica llevada adelante por sectores clasistas y revolucionarios al interior de los sindicatos, desde los albores de la CGT peronista: la construcción de agrupaciones sindicales antiburocráticas con un programa de reivindicaciones inmediatas y de lucha, contrapuesto al de las conducciones, con el objetivo de alcanzar las conducciones sindicales por elecciones democráticas, o mediante asambleas democráticas en procesos de movilizaciones masivas.
Esta política de construcción y acción sindical, que llevaron adelante todas las corrientes de oposición democrática, combativa o clasista durante esos setenta años, es lo que está en crisis por su ineficacia para lograr los objetivos propuestos. Es como pretender clavar un clavo con un destornillador: hace falta otra herramienta.
Lo viejo no funciona y a lo nuevo le cuesta aparecer:
La propuesta de construir una corriente político sindical, unitaria y clasista, en el movimiento obrero, comenzó a aparecer algo tardíamente impulsada por la crisis de fines de los años 90 del siglo pasado, simultáneamente con la aparición de las Fundaciones sindicales como un “otro Yo” de los sindicatos. Para el 2005 alcanzó su nivel organizativo más importante cuando se creó el Movimiento Intersindical Clasista (MIC) que agrupó a los sectores sindicales democráticos más importantes que se habían ido reagrupando a partir de Diciembre de 2001, incluyendo a los entonces Metrodelegados, “motoqueros” del SIMECA, sectores de la conducción del sindicato telefónico, etc.

Pero esta construcción, que se inició con la perspectiva de una tendencia sindical amplia, antiburocrática y clasista, no soportó las presiones políticas recibidas desde el kirchnerismo (y sus planteos de no confrontar con la burocracia “pejotista”), ni desde la izquierda sectaria (y su práctica de confrontación con todo proceso que no sea el propio). Como una resultante parcial, respecto a los objetivos propuestos inicialmente, emergió la Corriente Político Sindical Rompiendo Cadenas nucleando una porción del activismo y sectores combativos, democráticos y clasistas, pero actuando en la práctica como un Frente Único de grupos, lo cual limitó su desarrollo y crecimiento.
Los partidos marxistas (mayoritariamente trotskista, pero no solamente) impulsaron varios intentos por generar agrupamientos unitarios, incluso hubo intentos de construcciones unitarias entre las vertientes sindicales de la izquierda no partidaria y los partidos trotskistas. Fracasaron siempre por las mismas causas: el sectarismo extremo de las vertientes partidarias que llegan a expresiones ridículas de autoproclamación y desprecio por todo lo que no sea una construcción impulsada por la propia organización.
El hecho de que estas experiencias no llegaran a completarse, o fracasaran por completo, tiene que ver- entre otras motivos – con que fueron procesos empíricos que alcanzaron a esbozar una forma de organización de nuevo tipo, pero sin valorar la razón de fondo para su necesidad, que emerge como consecuencias de la nueva etapa histórica en la organización del movimiento obrero que se abrió con la aparición y consolidación de los sindicatos empresas.
Porque es este proceso de reconversión de los sindicatos lo que requiere una nueva herramienta (de carácter transversal a todas las organizaciones de trabajadores asalariados, incorporando afiliados y no afiliado) pero cuyuo centro de equilibrio no debería ser la más que improbable conquista de la conducción de los sindicatos mutantes, sino la elaboración colectiva, en el marco de la acción sindical, de un propuesta organizativa que ofrezca respuestas estratégicas, comprensibles y aceptables para el conjunto, frente a las necesidades imperiosas que genera la crisis del capitalismo.
Indudablemente esta pelea requiere una organización que se conforme al interior de los lugares de trabajo como expresión unitaria de la lucha, no solo por reivindicaciones inmediatas, sino especialmente por descubrir y señalar cuáles son las causas de los daños que obligan a la lucha reivindicativa. Este objetivo impone entonces la necesidad de agrupamientos comunes para hacer frente a la dispersión y fragmentación existente, buscando la combinación de las diversidades del proceso histórico presente.
En este sentido, las conceptualizaciones políticas o teóricas con gran fuerza en la etapa anterior que hoy no alcanza a comprenderse o que son ajenas a la cultura social del presente, no deben ser tomados como causas de principios impositivos. Para tomar solo un caso elijo el término clasismo. El considerarla una calificación “de principios”, también conspiró a favor del empantanamiento de esta construcción. Porque el clasismo, como concepto, no sólo genera innumerables debates sobre sus alcances sino que resulta abstracto o incomprensible, no sólo para gran parte de los sectores más activos, sino para la inmensa mayoría de la clase trabajadora.
Por lo dicho, el punto de partida para la construcción de una corriente político sindical no está en la definición teórico abstracta de sus características, sino en la definición de las tareas necesarias para la época. Tantopara unificar en una propuesta común la movilización de resistencia en defensa de conquistas y derechos, como para promover una acción ofensiva y de largo plazo por una propuesta unificada al servicio de los intereses del pueblo trabajador.
El contenido de una Corriente Político Sindical en esta época – en un presente sometido a la presión de una crisis planetaria y de alcances civilizatorios – necesitará vincularse imprescindiblemente a propuestas para que la organización social proponga respuestas comprensibles para cualquier afectado por el daño que generan las penurias del pueblo trabajador. Y esto vale tanto tanto para el sector de producción o servicios privados, como para el ámbito laboral corresponde a la prestación de servicios educativos, de salud y/o de empresas de servicios públicos.
Esta es la razón por la cual la lucha por mejoras salariales o condiciones de trabajo, no deberían ser consideradas corporativamente, aislándola respecto a la eficiencia de la prestación de los servicios, la solidaridad con los sectores empobrecidos y golpeados por los incrementos tarifarios o respecto de la destrucción del medio ambiente con proyectos extractivos de saqueo.
A su vez los reclamos por mayores presupuestos para salud y educación no deberían quedar aislados de la denuncia del papel que cumple la educación para la configuración de mentes dóciles o para el desplazamiento de millones de seres humanos por fuera de los sistemas de atención sanitaria mínima y por lo tanto de la necesidad de elaborar un proyecto educativo o sanitario antagónico, que parta de considerar los intereses de la clase trabajadora y el pueblo para la organización y administración de esos servicios.
La lucha salarial de los docentes y la lucha política por la eliminación de la educación como empresa, deberían ser parte de una misma lucha; en un caso como reclamo inmediato, en el otro como solución estratégica al grave problema de la educación pública.
En el caso de las empresas de servicios públicos, las luchas por los CCT en cada una de ellas no deberían quedar desligadas del reclamo por la re-estatización de estas empresas bajo control social.
En el caso de los portuarios las reivindicaciones por sus derechos laborales inmediatos deberían estar asociadas a la recuperación de los puertos bajo gestión del Estado como herramienta política de soberanía económica.
Y en cada ámbito de trabajo esta combinación de las luchas inmediatas y de largo alcance deberían constituir los eslabones de una cadena que finalmente permita organizar una propuesta política integral del pueblo trabajador para resolver la crisis histórica generada por el capitalismo.
Por lo dicho, una construcción de estas características sería sindical solo porque su espacio de acción territorial corresponde al que involucra a los sindicatos: el lugar de trabajo. Pero no porque su objetivo a priori y principalísimo fuera ganar las conducciones sindicales. De lo que se trata es de generar una corriente militante que participe y ayude a elaborar ese programa político unitario que brinde respuestas estratégicas a los problemas cotidianos en los ámbitos de trabajo. En definitiva, la lucha por las reivindicaciones inmediatas del pueblo trabajador necesita sumar el debate y la elaboración de una propuesta de largo plazo que, por la positiva, de respuestas a los daños sociales que genera el capitalismo en todos los ámbitos, humanos y no humanos.
En esta etapa de sindicatos empresas, la participación en las elecciones sindicales, la conformación de agrupaciones sindicales al interior de sindicatos burocráticos o la participación en las luchas sectoriales necesitan un objetivo de largo plazo distinto al de otra etapa histórica. De tal manera que la estrella de referencia que indica las tareas centrales de la organización, debería ser la elaboración colectiva de una propuesta de largo plazo y el impulso de la lucha por ella, ganar elecciones sindicales debería ser una resultante de esa perspectiva y no al revés. Por lo mismo, la militancia debería aprovechar las elecciones sindicales para facilitar y promover que los trabajadores elaboren su propio programa político para dar respuestas a las consecuencias de la crisis del capitalismo en su ámbito de acción laboral.
Entonces, uno de los puntos programáticos de cualquier lista sindical debería ser que los sindicatos abandonen todas las empresas de las cuales participan, que descarguen en la parte patronal la formación laboral de los trabajadores (bajo control de los trabajadores y como punto del Convenio Colectivo de Trabajo) y que la prestación de educación, salud y servicios públicos vuelva a ser una responsabilidad indelegable del Estado Nacional y no de prestadoras privadas o sindicales.
En el caso de las corrientes promovidas por sectores burocráticos (aún cuando sus fines son la disputa interburocrática o la disputa política superestructural) sus propuestas quedan limitadas por sus acuerdos estratégicos con la burguesía. A diferencia de la época en que era posible esperar (y reclamar) a la CGT para que elabore programas alternativos (desde La Falda y Huerta Grande hasta los 26 puntos de la CGT de Ubaldini) la CGT de los sindicatos empresas no pueden promover programas alternativos al de los gobiernos burgueses porque están entramados en sus intereses económicos con los sectores empresarios que apoyan a esos gobiernos. Ninguno de estos sectores (incluso hasta las fracciones de las CTAs tienen dificultades para hacerlo) pueden volver a levantar consecuentemente las medidas propuestas por aquellas CGTs, incluso burocráticas de la vieja etapa histórica.
Mientras tanto en este presente, al calor de algunas de luchas muy importantes y masivas, se han dado algunos ejemplos que generaron propuestas que van prefigruando esta tendencia antimutante. Es el caso de los trabajadores de la salud de Neuquén, que partiendo de un conflicto de base salarial han desarrollado planteos alternativos para la gestión pública de la salud. Frente al problema de la Hidrovía hay propuestas políticas alternativas desde ATE Dragado y Balizamiento. En el caso de las luchas del CONICET y del INTI surgieron políticas contrapuestas para estos sectores. En Río Turbio sectores político sindicales promueven la elaboración de un plan político empresario que confronta con el que impulsa la gestión. En el ámbito docente hay corrientes, como el Encuentro Colectivo, que unificando diversidades promueve con fuerza el debate pedagógico y de política educativa alternativa con un sentido popular y de clase.
En resumidas cuentas: es imprescindible por necesidad de la época, construir una corriente político sindical (por sus objetivos inmediatos y ámbito de acción), transversal (que se construya tanto al interior de la CGT como de la CTA), integrada (de afiliados y no afiliados), democrática y unitaria (para la elaboración y el debate). Pero esta construcción, impulsando la más amplia unidad de acción en las luchas por derechos y conquistas inmediatas de los sectores sindicalizados, debería ir definiendo sus respuestas/propuestas de largo plazo para cada caso y, con ellas, confluir con las luchas y propuestas de las fábricas recuperadas, las cooperativas de trabajadores con subsidios del Estado, las organizaciones que enfrentan el extractivismo y los agrotóxicos o las organizaciones de campesinos que han desarrollado una práctica agraria que se asienta en el reclamo sectorial, pero avanza en propuestas alternativas de largo plazo.
El sindicalismo corporativo que no contemple estas perspectivas – por más clasista y revolucionario que se autoperciba y proclame – seguirá inmerso en una lucha fuera de época.