Los compañeros de ContrahegemoniaWeb me piden unas líneas respecto al día del Psicólogo Social que se conmemora el 25 de junio, fecha del nacimiento del Dr. Enrique Pichón Rivière.
Sin duda vamos a encontrar, referidos a su natalicio, numerosos relatos que abordan su historia desde una desde una mirada psicológica, que señalan acertadamente hechos que sin lugar a dudas influyeron en sus elecciones, prácticas y pasiones. Nace el 25 de junio de 1907 en Suiza. De padres franceses, en 1911, su familia viaja a Argentina, para trasladarse a Santa Fe y desde ahí emigrar a la provincia de Corrientes, donde transcurre su infancia. Cursa sus estudios medios en la ciudad de Goya, funda el Partido Socialista de esa localidad, trasladándose con posterioridad a Rosario, donde comienza sus estudios de medicina, que finaliza en Buenos Aires.
Pichon-Rivière, fue introductor del psicoanálisis en América Latina, fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), maestro de una generación de terapeutas, que como colectivo finalizan con la ruptura con la ortodoxia psicoanalítica. Fundador del Instituto Argentino de Estudios Sociales (1955), coordinador general de la Experiencia Rosario (1958), funda la Escuela de Psiquiatría Dinámica (1959) y la Escuela de Psiquiatría Social (1963) realiza la Intervención en YPF-Rio Turbio (1965). Investiga el aumento del costo de vida, el antijudaísmo, la preparación del golpe de estado de 1966, la visita del presidente de EEUU Dwight Einsenhower, realiza análisis motivacionales, trabaja en fábricas y empresas de publicidad. En 1967 funda la Primera Escuela Privada de Psicología Social.
Fue un hombre comprometido con los movimientos artísticos, deportivos, sociales y políticos. Vinculado e influenciado por los grupos de artistas y escritores denominados “Florida” y “Boedo” que irrumpen en el ámbito porteño. En el diario Crítica, trabaja junto a Roberto Arlt, Jacobo Fijman, los hermanos Tuñon, Jorge Luis Borges, y Leopoldo Marechal entre otros.
Vivió las diferentes etapas de los movimientos populares: el Yrigoyenismo y Peronismo, las dictaduras de Aramburu-Rojas y de Onganía-Lanusse. La violencia política estatal como los bombardeos al pueblo en la Plaza de Mayo, los fusilamientos de junio de 1956, la Masacre de Trelew y los primeros desaparecidos como Juan Pablo Maestre y Mirta Misetich en 1971. Los gobiernos de Frondizi, Illia y el regreso de Perón. La “noche de los bastones largos” en la Universidad de Buenos Aires, que significo la expulsión y exilio de cientos de intelectuales y científicos. Las nuevas formas de organización y respuesta de los jóvenes a las dictaduras y proscripciones políticas, influidos por el marxismo y la revolución cubana, que devino en el Cordobazo, y la seguidilla de levantamientos populares (Corrientes, Rosario, Salta, Tucumán, Cipolletti, El Chocón, Rawson, Mendoza, entre otros); el pueblo organizado por el regreso de Perón, nucleado en torno a la consigna “Luche y Vuelve” y al desarrollo de las organizaciones revolucionarias.
Un aspecto en línea con su interés por lo político social está relacionado con el Mayo Francés. En ese sentido lo aborda, dando una clase en su Escuela en julio de 1968, circunscripta a una entrevista que Jean-Paul Sartre le realiza a Daniel Cohn-Bendit, líder de los estudiantes. En septiembre comienza un trabajo con los alumnos de primer año que denomina “Trabajo de campo sobre comportamiento político”. Durante seis clases, algo así como un seminario dentro de la formación anual, va construyendo una hipótesis con los alumnos, para posteriormente armar un cuestionario con el cual entrevistar a los alumnos de los otros años, constituyéndose en el primer trabajo de campo realizado en la Escuela. En esas clases, de forma explícita, se aborda la ideología y la política nacional, con señalamientos a los sucesos del Francia, a Sartre como referencia ideológica y a los estudiantes de la Sorbona.

Sin duda para él y sus seguidores los sucesos histórico-sociales no les fueron ajenos. La Escuela de Psicología Social de Tucumán tuvo que cerrar, algunos discípulos se exiliaron, lo grupal pasó a ser una instancia peligrosa a partir de 1975, y el propio Pichón-Rivière durante un tiempo durmió en diferentes domicilios de colegas ante las amenazas recibidas.
En 1972, en una entrevista en la revista Primera Plana, le preguntan. ¿De qué manera colabora el psicoanálisis para llegar al socialismo? Y Pichon-Rivière responde: “Ante esto quisiera señalar un malentendido que amenaza tener peligrosas consecuencias: si bien todo hecho humano es un hecho político, la revolución social no se hace desde la psicología”. Es ahí donde está dando una señal significativa, al plantear que los cambios de estructuras y formas de producción pueden recibir aportes de las disciplinas sociales, pero la organización política pasa por la articulación entre la comprensión del materialismo, las ciencias políticas, las teorías de la dependencia, el conflicto y el caos y el pueblo organizado.
Si abordamos lo hasta acá expuesto, desde una mirada política y psicosocial, podemos afirmar que el desarrollo del marco teórico de la psicología social pichoneana fue atravesada por las primeras manifestaciones a principio de la década del 60 de la propuesta de la construcción del Hombre Nuevo, que proponía un nuevo paradigma que hacía foco en su preocupación por lo subjetivo y en la transformación de la cultura del pueblo como el punto de apoyo. Se puso en cuestión la interrelación entre conciencia de clase y subjetividad y la importancia que esta interrelación constituya un proceso de construcción de sujetos más solidarios y útiles para el colectivo donde estaban insertos. Decía quién era el impulsor de la construcción del Hombre Nuevo, Ernesto Guevara “…el socialismo tendría que ser, no solamente productor de objetos de consumo, de materias primas, sino que, en primer lugar, productor de hombres”. Se refería a una conciencia y actitudes diferentes, a un necesario proceso de desalienación con relación a las propuestas que parten de la subjetividad capitalista.
En estas batallas por las ideas que se despliegan en los años 60-70 encontramos una coincidencia dialéctica en la propuesta de Pichon-Rivière y la del Hombre Nuevo. La tensión entre sujeto producido-productor en la que Pichon-Rivière siempre sostuvo la presencia de un orden histórico social que influía en la vida psíquica y en la construcción de la subjetividad.
Sin duda que la represión del poder político-económico mediatizado por el poder del estado, militar, jurídico, eclesiástico, periodístico y de intelectuales afines al capitalismo, desbastó en el continente los proyectos de autonomía y liberación. Pero también se establecieron las formas de organización y resistencia al genocidio y nuevas formas de organización popular.
La vigencia de la psicología social
Es central hacer foco en que la tensión entre orden social y conflicto ha sido una de las preocupaciones de la praxis y el pensamiento moderno, en tanto la producción de ese orden está relacionado con la producción del sentido que deviene en subjetividades.
Comencemos a partir de algo indudable: nuestras intervenciones se producen en grupos en los cuales los participantes tienen como figura el uso de la palabra. Las palabras que se utilizan son el contorno, los límites culturales, disciplinarios, por donde se puede transitar. Si el agente de cambio intenta trabajar en dirección a un nuevo instituyente es necesario el uso de otras palabras que definen otros territorios, otras prácticas y caminos. Si se busca salir de la repetición son necesarias nuevas palabras que los integrantes de los grupos tienen que formular a partir de la praxis.
En ese sentido el concepto de praxis desde nuestra perspectiva, es indisoluble con la idea de cambio. La praxis es la actividad esencial de los sujetos, producen la realidad y se producen a sí mismos (sujeto producido-productor). Nuestra disciplina esta direccionada a la transformación y en ese sentido, el trabajo es el camino más contundente en el abordaje de la realidad para modificarla. Innumerables autores de diversas disciplinas científicas e ideologías coinciden en que el trabajo es lo que define a hombres y mujeres. Y es en ese ámbito, el de la productividad y la creatividad que se le puede dar sentido a la idea de utopía, ya no sólo como un objetivo a lograr que nos lleva a seguir caminado en una dirección, sino también como la construcción de una praxis productiva y colectiva que trasforme las formas de acumulación, aprendizaje y cooperación.
Ante un nuevo momento histórico de marginación social, desde nuestra perspectiva el abordaje es indisoluble en la interrelación entre el sufrimiento de los sujetos y las comunidades, las condiciones concretas de existencia y la construcción colectiva de la búsqueda del sentido de proyecto. Para abordar el sufrimiento psíquico quiero comenzar por lo que denomino el miedo a carecer. La carencia a la que me refiero la podemos pensar referida a las condiciones materiales de vida de los sujetos.

Durante los últimos cuarenta años se fue profundizando la brecha entre los que están incluidos dentro del sistema económico y quienes han cruzado el umbral de la pobreza. Se sabe qué significa este cruce: no ocupar un lugar en el sistema productivo, estar excluidos, ser indigentes y en algunos casos la propia negación de esa condición.
Paradojalmente, los argentinos tenemos una autopercepción por la que más del 70% se consideran clase media, pese a que más del 40% son pobres. El emergente de esta autopercepción es el miedo a carecer. La incertidumbre por el futuro rompe con la ilusión de una vida estable; se reemplaza esa ilusión y fragmenta el deseo aspiracionista.
Este miedo, que no es resultado de una neurosis particular, está focalizado en las condiciones concretas de existencia de la mayoría de la población, que lo confirman y fortalecen, sostenidos en la creencia de que “haciendo bien” las cosas, se logrará bienestar para siempre. Las consecuencias sociales son evidentes: desocupación, marginalidad, situaciones objetivas masivas que desbastan el futuro y las certezas. La lucha por sobrevivir y el miedo a cruzar el umbral a la pobreza sistémica, es un disciplinador social que deviene en subjetividad, en una constante tensión entre el proyecto personal, familiar y comunitario y la exclusión.
El contexto histórico ha cambiado, en los años 70 no había duda que el sujeto de cambio social eran los trabajadores, quienes durante los últimos treinta años estuvieron sujetos a una estrategia de disciplinamiento a partir de la aparición de un ejército de desocupados, que desde mi perspectiva son los actuales sujeto de cambio social. Aun hoy los sectores progresistas y algunas izquierdas no pueden pensar que esos colectivos sociales que no entran es sus parámetros lo puedan ser. Para ellos solo son y eran, quienes tienen la función de barrer veredas, lavar, planchar, construir sus casas o cosechar. No pueden esperar de ellos en particular y de las mujeres en general que sean los sujetos del cambio social.
Esa mirada sobre los sectores populares, que aún hoy se sostiene, no deja de ser una mirada colonial solapada, que rechaza todo lo que venga de los Mapuches, Qom, Tobas, o los planeros, ya que no están incluidos en la racionalidad occidental como sujetos activos que puedan transformar la realidad. Solo entendiendo sus códigos, valores, mitos, cosmovisión, es posible, para lo cual los intelectuales o profesionales necesitan situarse en posición de aprendizaje, corriendo el riesgo que al comprender y aceptar esa cosmovisión los transforme.
La relación entre política y psicología social
En este punto es crítico abordar la realidad a partir de certezas relativas acompañadas por el desconocimiento, tensión que se resolverá en los grupos, en el escenario social. Nuestra disciplina hace foco en el abordaje de grupos, organizaciones, comunidades, espacios esencialmente políticos, en especial si pensamos que el sujeto satisface sus necesidades de forma grupal y social. Desde esta perspectiva, pensar a los sujetos en situación, demanda la necesidad de dar cuenta de lo político, para lo cual necesitamos comprender cómo los estados, los gobiernos, y los grupos económicos influyen en la subjetividad individual y social.
En algunos casos se presenta a la psicología social como un instrumento neutro respecto al objeto de intervención. Sostener esa posición es negar las condiciones de producción y que nuestra disciplina es profundamente política, sin dejar de lado la influencia del poder instituido en las nuevas formulaciones que desarrollemos. La sociedad donde están inscriptos los grupos en los cuales intervenimos, devienen de una producción histórica.
En los grupos se habla de política, poder e ideología. Si podemos establecer lecturas e hipótesis en ese sentido, nuestras intervenciones serán más precisas y transformadoras. Dicho esto, es necesario reconocer que siempre hay una posición política en nosotros, el valor que le demos a el tipo de educación, la salud, el trabajo, la distribución de la riqueza, los bienes comunes, las relaciones de género y la perspectiva de clase, expresan el interés que le otorgamos a los resultados de las acciones políticas a nivel global, regional y en donde vivimos.

No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida y la praxis la que determina la conciencia. Dicho esto, quienes quieren transformar lo instituido, -una sociedad injusta y productora de marginalidad-, no siempre consideran la importancia de construir un sujeto social dispuesto a transformar las relaciones de producción. Por sus propios intereses o ideología tratan a esos posibles colectivos de transformación social, como “tropa” o clientes, con la finalidad de que no construyan, a partir de sus valores y necesidades sus agendas propias, que contribuyan a un nuevo orden social. La omisión de esa direccionalidad encubre una ideología que es la de la dependencia.
Nuestros abordajes buscan problematizar situaciones dilemáticas. En el proceso de problematización se resignificarán, las causas objetivas y subjetivas, los actores, otros sucesos de la historia grupal, los sentimientos que producen, las escenas temidas, y otros ejes que influyen en la forma de caracterizar la situación. Eso se logra si el agente de cambio puede albergar la tensión de esos dilemas e incluye la perspectiva que esa lucha se da en la tensión entre estructura económica y vida psíquica. En la medida en que la psicología social aborde y describa una teoría general de los procesos psicosociales se facilitará la problematización de los dilemas y la incorporación de categorías y miradas que contribuyan a explicar que el sufrimiento de los colectivos sociales tiene también causas objetivas.
Esto no significa que sea suficiente para superar la situación, sino que al problematizarlo develará que el conflicto es inevitable, ya que la lucha por el poder político-económico es parte constitutiva de la identidad de los pueblos.
Carlos R. Martínez. Psicólogo Social. Técnico Superior en Psicología Social. Director de Confluencia Psicosocial – Intervención, Formación e Investigación en el campo de las Organizaciones y la Psicología Social. Autor de “Psicología Social en las Organizaciones” Lugar Editorial 2010 y “La Praxis de la Psicología Social” 2022 de próxima aparición. Director de la Especialización en Intervención Organizacional y equipos de trabajo. Fundador de la Universidad de los Trabajadores.
Cursando Psicología Social en segundo año preparé una clase donde hablaba de historia y política argentina, casi me linchan…