A veinte años de la Masacre de Avellaneda, desde el colectivo Contrahegemonía Web entrevistamos al músico Jorge Fandermole.
CHW: En las primeras horas posteriores a la represión en el Puente Pueyrredón el 26 de junio de 2002 hubo versiones cruzadas y mucha desinformación sobre qué había sucedido realmente; el gobierno, con la complicidad de la mayoría de los medios de comunicación, impulsaban la versión de que los piqueteros “se habían matado entre ellos”. Una primera pregunta que nos surge tiene que ver con el momento en que fue compuesta la canción Junio. Formó parte del disco Pequeños Mundos, editado en el año 2005 por el sello independiente Shagrada Medra, aunque el nacimiento del tema fue anterior. ¿Qué recordás del momento en que recibiste las primeras noticias de la represión donde mataron a Santillán y Kosteki? ¿Qué nos podés contar sobre cómo surgió la canción?
JF: Ante todo, quisiera dejar sentado cierto pudor en referir cuestiones vinculadas a los lenguajes o a la creación artística, pues ese punto de observación podría, con justicia, resultar secundario y vanidoso en un contexto en el que el hecho que genera la canción –el asesinato de dos militantes sociales en medio de la represión de una protesta- fue y sigue siendo lo único relevante y trascendente históricamente hablando. La forma artística –que es lo único que sostiene el sentido de una obra- es sólo, y en todo caso, una herramienta de la memoria.
Puedo recordar solamente que cuando tuve la noticia de la masacre ya se sabía con certeza que Maximiliano Kosteki y Darío Santillán habían sido muertos por la policía, aunque desconocía los detalles que tomaron estado público luego. La canción Junio fue compuesta en las horas siguientes, como una respuesta íntima, una necesidad de expresión por la conmoción y la tristeza que sentí ante semejante brutalidad, cometida sobre la indefensión evidente de dos hombres jóvenes que habían salido a pelear por la necesidad de muchos.
CHW: En el año 2002 se editó el disco Navega, una obra muy significativa para quienes estábamos descubriendo por esos años nuevas regiones del cancionero popular del litoral, como lo que empezábamos a conocer de Liliana Herrero (por aquella época aparecía Confesión del Viento), los trabajos de Carlos Aguirre, lo que nos iba llegando de Melopea, Shagrada Medra y otras iniciativas parecidas.
Al mismo tiempo, son los años de la crisis, no sólo la económica sino también la del sistema político en su conjunto: el “que se vayan todos”, las redes de trueque, las asambleas populares que brotaban en los barrios de Buenos Aires y tendían puentes con los movimientos de trabajadores de desocupados. Pasadas dos décadas de esa efervescencia, ¿cómo recordás aquellos años? ¿Cómo te parece que interpelaron esos tiempos las creaciones de un artista popular?
JF: Tengo un recuerdo de mucha confusión, no olvidemos que la perspectiva clara que tenemos ahora de sucesos pasados están fundados en una paulatina y trabajosa revisión de hechos, cifras, nombres, acciones, etc., de un momento increíblemente convulso de la política, con información centrada en Buenos Aires, con una angustia económica generalizada y un contexto confuso que se fue aclarando y componiendo después de 2003. Pero recordemos que la misma ideología que sostienen los medios dominantes actuales y que dificultan una visión cierta de los hechos, funcionaban por aquellos tiempos; en aquel momento, al igual que ahora, se debía ser un revisor a tiempo completo de la información existente para tener una idea aproximada de todo.
Creo que los artistas estamos siempre derivando entre saber lo que realmente está pasando –me refiero al cuestionamiento científico sobre cuáles son los hechos y cómo se interpretan- e indagar en los lenguajes del arte a ver si encontramos la forma de expresarlo: la crónica, la reflexión, el cuestionamiento o lo que sea que se elija. A veces la denuncia en una canción testimonial provoca olvido, y una sola palabra resistente en una canción de amor hace que no se olvide más.
CHW: La canción Junio está precedida en el disco Pequeños Mundos por otra referencia a la lucha y la resistencia, Elegía por Cris. Allí, la nube de agua roja y plomo disparada por los perros del gatillo se parece mucho a las miradas insolentes de los perros oscuros del cadalso. Nos parece advertir –o quizá mejor: nos gusta interpretar- la presencia de una suerte de puente generacional entre estas dos canciones-homenajes (“lo que va a pasar hoy pasó hace tanto”). Desde estas coordenadas nos animamos a preguntarte, ¿qué resonancias te generan palabras como Revolución o Socialismo?
JF: Me honra que se haya leído con tanto cuidado e interpretado ese vínculo entre ambas canciones pues me parece pertinente y acertado.
Soy un individuo de muy discreta formación política que nunca ha militado orgánicamente y a quién ha costado mucho arribar al concepto de pensamiento críticoy ejercitarlo. No tengo ni la experiencia ni la formación teórica para tratar la posibilidad de una revolución, pero puedo advertir que el concepto de violencia asociado a la idea revolucionaria popular es des-legitimado, mientras que la violencia que los sectores de poder y sus funcionarios gerenciales ejecutan sobre los más débiles –y que justificarían una revolución- son formas sofisticadas de violencia y legitimadas desde los medios que más forman opinión. La principal idea revolucionaria sería desmantelar el sistema de mentiras que induce a un pueblo a actuar contra sí mismo. No tengo voluntad ni capacidad de liderazgo, pero tengo un ideal al que el poder económico concentrado rechaza aquí y en todo el mundo: igualdad de derechos a la educación, a la salud, al trabajo, a la vivienda, a una vida digna, al conocimiento, a condiciones ambientales sostenibles para todas las generaciones venideras, equidad, justicia social, solidaridad. No es mucho pedir, es lo necesario. Ese ideal no es nuevo, es revolucionario y tal vez conduce al socialismo.
CHW: Los nombres de Darío y Maxi se han convertido para muchos/as en una referencia de dignidades, resistencias, luchas, solidaridades, ¿cómo ves este símbolo transcurridos 20 años de los hechos del Puente Pueyrredón? ¿Hay otros nombres o hechos que te remitan a referencias similares?
JF: Los militantes sociales, hablo de aquellos que cotidianamente ponen su esfuerzo y su tiempo para que sus comunidades sobrevivan, son los referentes de esas comunidades. Me resisto a pensar que sea necesaria la muerte de un militante para que su nombre se transforme en símbolo; de hecho, por supuesto es lo que ocurrió con Kosteki y Santillán, y sus memorias, como puntales de resistencia nunca van a sucumbir. Siempre hay otros: Santiago Maldonado, Ramona Medina, uno asesinado, la otra muerta durante la pandemia mientras trabajaba para sus vecinos. Pero insisto, hay referentes en todas las comunidades y hay que defenderlos porque al igual que Darío y Maxi, nos honran a todos con su trabajo y su lucha.
CHW: Te hemos escuchado reflexionar sobre la cuestión ambiental y la necesidad de tomar dimensión de la gravedad del problema[1] ¿Qué estás viendo actualmente en relación a este tema?
JF: Veo lo que advierten los especialistas que luchan por los temas ambiental y climático: que no se puede esperar más, que hay que detener el proceso de deterioro ambiental que compromete la supervivencia humana, y que el tema está criminal y explícitamente excluido de todas las agendas de todos los niveles de todos los estados del mundo y prohibido su tratamiento hasta en los medios considerados progresistas. La lógica excluyente del sistema económico capitalista neoliberal y el poder que ejercen las grandes corporaciones desde sus medios controlados, así como el sometimiento de la mayor parte de la comunidad científica trabajando en programas dirigidos a sus intereses, impiden cualquier tipo de información, difusión o tratamiento, ni hablar de debate. El sostenimiento de las condiciones actuales de producción, concentración económica y consumo inequitativo implican lisa y llanamente un proyecto de exterminio y la eliminación es desigual: primero mueren los más débiles.
El pretexto de la necesidad de alimentar a una humanidad creciente (el argumento del recurso escaso negando que el problema es distributivo), un eco que resuena principalmente en los países emergentes, alienta las prácticas de deforestación, el uso de tecnología genética y química letales; la necesidad de crecimiento (que siempre se da concentrando, nunca distribuyendo) oculta o legitima las prácticas más repugnantes de represión y eliminación de comunidades que se oponen a abandonar sus tierras y su derecho al agua y a la vida; sostiene la mega-minería sin control, y toda práctica extractiva y de agro-negocio sin medir consecuencias (desertización, contaminación de acuíferos, aumento de enfermedades en poblaciones cada vez más jóvenes, al tiempo que ingresos extraordinarios a las empresas productoras de semillas y agroquímicos de probada toxicidad).
Cuando un mandatario de estado (y toda una clase política cegada por la contienda) pretende justificar su proyecto de crecimiento económico desconsiderando el ambiente y argumentando que el país puede hacerlo porque “tiene crédito de carbono” en el concierto global, mientras su entorno científico adherente no abre la boca y los críticos son desoídos, muchos lamentamos estar en manos de ingenuos, o ignorantes de la idea de sistema, o cínicos que conocen las consecuencias, pero prefieren callar.
Por supuesto saben que no tenemos un planeta de repuesto, pero actúan como si lo hubiera. En realidad, carecen de un valor de largo plazo denominado responsabilidad intergeneracional.
[1] https://www.radionacional.com.ar/jorge-fandermole-hasta-las-canciones-de-amor-son-politicas/
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